Por Iván Fradkin
La frustración ante una eventualidad considerada negativa por el sujeto como inherente al ser humano. Las lágrimas forzadas por una dura derrota en el momento en que la ilusión de conseguir la dorada se apoderaba de nuestro raciocinio. Un histórico campeonato que evocó el recuerdo de felices épocas de antaño, una comparación absurda pero presente por un nuevo equipo inigualable. Inigualable como algo único. Porque eso son, únicos.
Dicen que el tiempo pone las cosas en su lugar, y me permito la intromisión para manifestar que, fuera de una lógica tristeza temporal, estos muchachos ya están puestos donde merecen: en la cumbre del baloncesto y el deporte argentino. Un deporte, el de la característica pelota anaranjada, tan azotado por cuestiones externas que obstaculizaron y detuvieron su desarrollo a lo largo de su historia, como la suspensión de los primeros campeones mundiales por recibir créditos y concesiones en una era amateur.
De esa prohibición a manos de la dictadura de 1955, liderada por Pedro Eugenio Aramburu, a que un capitán con un amor propio y una inteligencia inmensa levantara la voz para cuestionar los turbios y nefastos manejos de la confederación pasaron seis décadas. En el medio, un retroceso gigante en uno de los deportes más populares del país. En el medio, una generación que (no) se cansó de repartir alegrías después de una de las crisis económicas, sociales y políticas más grandes de la historia del país. En el medio, emociones gigantes.
Pero no todo queda en el medio; a posteriori, unos pibes que crecieron conmovidos por esos otros pibes que llegaron para enderezar la historia. Y replicaron su ejemplo, liderados por ese vestigio de los que siempre estarán presentes y ligados al básquet argentino. Porque ellos son el básquet argentino. Estos chicos, tupé de opinar nuevamente, también. Y son para los pibes que crecen picando la redonda lo que fueron los medallistas olímpicos para ellos, pero reducir esa cuestión a un metal sería injusto. Casualidad o no, en un nuevo momento de incertidumbre en las susodichas esferas, aparecen otros líderes y, especialmente, grandes jugadores de básquet y humildes personas para guiar al basket en la nación.
Cuando la emoción se apodera de los sentimientos y se llega al éxito de darlo todo y exaltar a un país entero, en un mini-mundo que siempre puso vastas trabas, se cumplió la misión con creces. Hoy serán plateados y el magnífico rival, digno de centenares de líneas y elogios, se colgará la dorada, pero esas lágrimas intrínsecas al individuo mañana se teñirán de oro y podremos dimensionar y valorar como corresponde lo que lograron.
Equivocado sería, después de un actuación en equipo alucinante, poner nombres, porque los doce que tuvieron la posibilidad de saltar al parqué en China, el interminable y fastuoso cuerpo técnico, los que formaron parte de las novedosas eliminatorias pero no les tocó quedar en la lista final, los que acompañaron desde sus fundamentales pero poco vistosos roles y todos los que conforman la comunidad baloncestística formaron parte de esta hazaña. En esa comunidad nos encontramos los hinchas que, emocionados -perdón, difícil encontrar una palabra tan acorde-, estamos orgullosos y les decimos gracias. Nos vemos en Tokio.