Por Matías Cavallero
Cuando Willie Morgan estampó su firma en el arco rival sobre el final del partido, la suerte ya estaba echada. El 25 de septiembre, Estudiantes había derrotado 1-0 al Manchester United en el estadio de Boca y, en el mítico Old Trafford, estaba consiguiendo un empate histórico. El tanto del delantero escocés no iba a cambiar la tendencia. Sería el 1-1 que haría festejar al equipo que conducía Osvaldo Zubeldía, que en aquel recordado 1968 tendría su chapita de campeón del mundo, logro del que muy pocos pueden vanagloriarse.
Treinta y tres años después, Argentina vivía una de las peores crisis económicas de su historia. Los bancos secuestraban el dinero de la gente, y las calles hervían. Hubo cinco presidentes en una semana. Poco antes de ese contexto hostil, que ya se olía en el ambiente, Claudio Melamed y Adriana Ribaudo se irían a probar mejor suerte. El destino: España. Allí, el 11 de abril, nació Nicolás, un pequeño que, en sus primeros años de vida, empezó a tener contacto con la pelota. Algo en sus venas lo impulsaba, la genética decía presente. Su ADN movía sus pies. Es que Felipe Ribaudo, su abuelo, había sido partícipe de aquella gesta Pincha en Inglaterra, siendo pieza clave. Y, como era de esperarse, como marcaba su estirpe, el chico quería jugar al fútbol.
En Barcelona, donde hoy vive el mejor jugador del mundo, Nicolás dio sus primeros pasos. Lo arropó el Atlètic Vilafranca, escuelita de fuerte arraigo catalán, para luego continuar
apuntalando sus condiciones en el Unió Esportiva Cornellá, cuna de futbolistas como Jordi Alba y Keita Baldé. A medida que sus condiciones crecían, equipos de mayor prestancia posaron sus ojos en él. El Espanyol, históricamente por detrás del titán blaugrana, pero con un sentido de pertenencia inconmensurable, le dio su voto de confianza, y se convirtió en Periquito en 2013.
Mediocampista con calidad y técnica, aunque también puede jugar más adelantado, el
entrenador de la primera David Gallego lo describió como “parecido a Melendo”, en referencia a Óscar, joya de la cantera que se convirtió en uno de los más queridos por los hinchas. Nicolás disputó la temporada 2018/19 en el Juvenil A, en donde logró marcar 11 goles en 24 partidos, lo que le valió el llamado de Moisés Hurtado para participar con el Espanyol B, el equipo filial.
En un año especial, en el que los blanquiazules juegan la Europa League tras 12 años sin
clasificar a competiciones internacionales, el joven de 18 años Melamed Ribaudo recibió una noticia inesperada: los Periquitos jugarían ante el Luzern de Suiza, y él formaría parte del banco de suplentes. Como si fueran ribetes del destino, reemplazó a Matías Vargas, argentino recién llegado al club, disputó 34 minutos y mostró destellos de su talento. Y Lionel Scaloni, DT de la Selección, ya preguntó por él. Aunque ya ha sido convocado por las juveniles de España, aún puede nacionalizarse. Y, como Tocalli con un tal Lionel Messi, ídolo de Nicolás, Argentina no quiere dejar pasar la oportunidad.