Por Rodrigo Engel
En cada esquina de Perú reina una pieza que se identifica con la Selección que los devolvió a un Mundial luego de 36 años. En los kioscos, esos espacios en donde uno se pregunta cómo cabe una persona del otro lado del mostrador para concluir una venta de diario revista, flotan los posters de la dupla que logró ingresar en el corazón del pueblo para el resto de los días de quien está y para las anécdotas con sabor a gloria de quienes vendrán: Jefferson Farfán y Paolo Guerrero.
Sin embargo, en medio de la convulsión limeña, donde el caos es solo un minúsculo adjetivo para representar la andanza diaria, también se interpone, en el ventanal de un bar que apunta al núcleo de Miraflores, la imagen del muchacho de cabellera dorada. Ese mismo señor que los apartó del Mundial de España en aquel 2-2 agónico en La Bombonera de Buenos Aires, que decidió recoger la pluma para decirle mediante un papel a la historia que aún faltaba un capítulo por acabar.
Responsabilidad. Honor. Y la posibilidad de estar ante “el desafío más grande de su carrera” fueron las palabras que cayeron de la boca de Ricardo Gareca a comienzos de marzo del año 2015, donde la banda roja ya brillaba en la presentación.
“Lo adoramos”, dijo un taxista apresado por dos turistas argentinos que le preguntan qué significa el Tigre para ellos, mientras un mural con su rostro acompañado de algunas letras -que formulan la frase “pensá en grande”- invaden la situación y zapatean al ritmo de la salsa peruana sobre las dudas.
“A nuestra generación le regaló el sueño de jugar un Mundial”, comentó Martin, uno de los jóvenes meseros de un bonito restaurante en la periferia inmediata del Parque Kennedy, cuyo verde se opaca ante el sin fin de banderas peruanas que flamean con las mismas esperanzas que la Selección Nacional flamea en Brasil.
La blanquirroja es marca registrada en la previa a cada partido por disputar. En el debut frente a Venezuela o ayer por la noche, donde la televisión deleitaba al público en cada intercepción de Pedro Gallese y gritó desde lo más profundo de su corazón la sutil definición de Guerrero que sentenció el 3-0 en el Arena Do Gremio ante Chile y regresó a Perú a una nueva Final de Copa América luego de 39 años.
Brasil, el mítico Maracaná y su característica localía a pura danza y color serán el próximo desafío. Los de Tité buscarán, desde la redonda y la gambeta, sanar con resultados, en tiempos donde los resultados marcan el tiempo y no el tiempo a los resultados, la herida abierta que dejó la bofeteada alemana en 2014. El precio será ese: enfrentar a once Tigres que no confunden la mirada cuando el fútbol los premia con una nueva oportunidad.