Por Faustino Lana
Ariel Scher es buena madera, quienes lo conocen un poco lo saben, pero quienes lo conocen un poco más aseguran que sabe cobrar silueta de guitarra, de piano, de violín, para entonar las melodías más complejas. Porque sí, muchos periodistas han sido tapa de revistas, han acumulado infinitos puntos de rating en sus programas, han recibido premios Martín Fierro o han cobrado la enorme popularidad que ofrece la televisión, sin haber transitado ni un cuarto del inmenso camino que tienen su pluma y su perfil bajo. Porque no, el tipo no hace foco en sus virtudes individuales, ni en la competencia del medio, ni en la hoguera de las vanidades. Sin lugar para supuestos en su filosofía de vida, las ideas gobiernan el universo de sus cuestionamientos, sus autocríticas y sus investigaciones.
De las pocas cosas que afirma con certeza en relación a su propio ser, la primera es un palo para él mismo, porque considera que se interpela menos de lo que debería y que debería saber todavía mucho más. Sin querer queriendo, Ariel evidencia la ignorancia que suele caer de los perfiles altos, mientras cava la profundidad de su propio conocimiento, para dejar en ridículo al vértigo de la vanidad que chapotea en el barro de la fama.
A contramano del individualismo, su oratoria bucea en un mundo paralelo a los livianos juicios de valor: no tiene apuro para juzgar. Y entonces no prejuzga. De hecho, prefiere no volcar alusiones personales, ni disputas personalistas, ¿para qué? Todo ese tiempo, se lo dedica a crecer y no mágicamente, sino a partir de la referencia teórica, práctica, pedagógica e ideológica que tomó de múltiples maestras y maestros, como Paulo Freire. Pero no, tampoco se rinde a sus pies, porque ahí radica su principal aprendizaje, su sistemática manía de dudar, de contrastar, de confiar en la confianza que sus lectores puedan desarrollar sobre sus propias capacidades. Pues qué mejor fórmula para seguir consiguiendo maestros, ¿no? Al fin y al cabo, la fama se sube a la cabeza cuando la encuentra vacía.
Sin estudiar a ciertos autores y sobre todo sin practicar la viabilidad de tales teorías puestas en práctica, sin todo su edificio ideológico, de seguro no tendría todos, pero todos, pero todos, esos “pocos elementos” que administra su inteligencia. “Pocos”, sí, dice “pocos”, porque consciente o inconscientemente les permite agrandarse a los demás. Y poco a poco, va consiguiendo así una fuente abastecedora de conocimiento y de transformación, que no nace necesariamente de grandes intelectuales o catedráticos, sino de cada compañero, de cada estudiante, de cada hincha. Durante sus clases, incluso, promueve el intercambio como dinámica sistemática, para que nadie conciba el proceso de construcción del conocimiento como una vía unilateral. Interroga, pregunta, escucha, reflexiona y se informa, hasta que se rinden cada uno de los supuestos. Se rinden y se van, hechos información.
Una mirada cercana y clarificadora alumbra todavía más: Iván Sandler, licenciado en Comunicación Social, ex alumno de Deportea y actual copiloto suyo en la materia Política y Deporte, afirma que Scher “se aburre muy rápidamente de las rutinas y necesita renovarse constantemente”, aunque él disfruta viendo cómo presenta una misma clase tres veces consecutivas, en tres cursos diferentes, “porque nunca son iguales” y “porque siempre te deja reflexionando, una vuelta de tuerca más”.
Y no, Scher no solo medita conjeturas del pasado: rema, avanza y navega sobre temas actuales, estudiando, estudiando, estudiando y volviendo a estudiar. No se detiene jamás, ese barco que timonea sobre el océano del saber, enfrentando temporales o surfeando mareas, tan grandes y poderosas como la marea verde por el aborto seguro, gratuito y legal. Que apoya, sí, pero no sin antes reparar cuánto tardó en asignarle al tema la importancia que tiene hoy. Ahí no le toca ser capitán, ni timón, ni timonel: simplemente se declara voluntario para toda la transformación interna o externa que demande la tripulación feminista que llegó para cambiar todo lo que deba ser cambiado.
Poco a poco, “la vida se ha vuelto un enorme espectáculo, cuya obra central es el deporte”, también atrapado por la lógica del show, pero a cada certeza le impone una nueva pregunta y ésa no es la excepción. “¿Quién lo modela como un espectáculo? ¿A quién le interesa que sea de esa forma? Bueno, la industria del entretenimiento y la logia de poder actual funcionan en el marco del vértigo, porque cuando se va muy rápido se hace muy difícil poder llegar muy profundo. Y por eso se hace tan necesario cambiar esa lógica, porque tal como decía Eduardo Galeano, “’muchas personas, en muchos lugares, haciendo muchas cosas, van cambiando al mundo’ “.
Se va la nota, la charla, el perfil, el individualismo, la competencia, el ego. Y apenas queda sobre sus huellas, una evidencia más: ahora que lo elegimos protagonista, ahora que arranca el 7 de junio, ahora que celebramos el Día del Periodista, ahora tampoco eligió mostrarse, ni chapear, ni figurar. Una vez más, Ariel Scher utilizó al periodismo para poder interpelarse a sí mismo, porque no estaba charlando, estaba enseñando.
Feliz Día, maestro.