viernes, octubre 4, 2024

Todo cambia, menos El Maestro

Por Francisco Rodríguez

Lejos en el tiempo, allá por 1947, nacía un hombre único, aunque su modestia seguramente no lo dejaría admitirlo. El 3 de marzo llegaba al mundo quien, años más tarde, se convertiría en el entrenador con más partidos y mundiales dirigidos en una selección nacional. A paso lento pero firme, con La Celeste en el corazón, él no se conforma. Pasa el tiempo y todo cambia, excepto la relación entre Uruguay y una persona: Óscar Washington Tabárez.

Los grupos de trabajo cambian todos los años. Independientemente de que las personas que los integran sean las mismas, el simple hecho de renovar los objetivos del conjunto hace que la dinámica y las relaciones que lo conforman sean completamente distintas. Especialmente en el fútbol, uno de los tantos lugares donde la inmediatez manda, y la exigencia de resultados aniquila a los procesos que requieren paciencia. En el mundo en el que vivimos, el cambio es constante. Por eso, atribuirle el mérito de varios años de trabajo y, por ende, de diversos grupos, a una sola persona sería una cuestión difícil –e incluso algo injusta- de realizar. Sin embargo, en este caso, vale la pena la excepción. Porque si hablamos de Uruguay y hablamos de fútbol, tenemos que hablar del Maestro Tabárez.

El domingo 16 de junio, Uruguay debutará formalmente en un torneo repetido, en un escenario que ya conoce por su historia, y también por su técnico. La Celeste disputará su Copa América número 44, siendo uno de los cuatro equipos que estuvo presente en la primera edición, allá lejos por 1916. Ganó 15 en total ¿La última? En 2011, cuando el equipo del Maestro venció por 3-0 a Paraguay, en el Monumental.

Su primer contacto con la selección charrúa fue en 1983, cuando fue designado como entrenador de la sub 20. Duró solo un año en el cargo que volvió a ocupar por la misma cantidad de tiempo en 1987. Nadie suponía que ese hombre, ese maestro de nivel primario que estaba dando sus primeros pasos en el hostil universo de los técnicos, sería quien haría resurgir de sus cenizas al fútbol celeste.

Luego de un primer ciclo que duró apenas dos años: asumió en 1988 y disputó el Mundial de Italia 1990, donde perdió en octavos de final contra el anfitrión. Volvió a dirigir a La Celeste en el 2006, otro año en el que Uruguay se quedó sin Copa del Mundo. La selección charrúa no había logrado clasificar a los mundiales de Estados Unidos 1994 y Francia 1998. En el 2002 asistieron a Corea-Japón, pero su sueño duró poco, ya que se volvieron en primera ronda. Eran épocas oscuras en el fútbol oriental.

Desde entonces, Tabárez cambió todo. En su vuelta al máximo torneo de selecciones (Sudáfrica 2010) consiguió un formidable cuarto puesto. Y un año después, en 2011 se volvía a consagrar campeón de América tras 16 años de sequía. Uruguay nunca dejó de hacer un buen papel en los ya 13 años que El Maestro estuvo al mando. Con el trabajo duro, el esfuerzo y el juego limpio como base, su selección se convirtió en la bandera de un país.

Sin embargo, su ciclo, en cuanto a resultados, no es ultra ganador, por lo menos en el sentido exitista de la palabra ¿Qué es lo que lo todavía lo mantiene en su cargo a este hombre que “solo” ganó una Copa América de cinco ediciones disputadas, cuando, supuestamente, en el fútbol solo importan los resultados? ¿Por qué este señor de 72 años todavía comanda el equipo absoluto de la selección uruguaya?

A pesar del paso de los años y de los jugadores -que bien lo acompañan en su ciclo- la dirigencia le sigue renovando el contrato a Tabárez porque hay una visión más amplia, más profunda que el resultado final. El Maestro le dio a la Selección Uruguaya su propia identidad, inconfundible e invaluable. Él fue quien hizo resurgir al fútbol oriental, le dio prestigio y reputación a una selección que lo había perdido, un sentido de pertenencia mayor a cualquier individuo, incluso mayor que él mismo.

Tabárez es más que un técnico. Está a cargo de la dirección de todas las selecciones masculinas. Como bien dijo el presidente de la “Comisión Normalizadora” de la Federación de Uruguay, Pedro Bordaberry, es “la cabeza de un trabajo a largo plazo”.

Hoy, Tabárez se encuentra deteriorado por el paso del tiempo. Necesita un bastón para mantenerse de pie y –aunque nunca fue un hombre de muchas palabras- de un megáfono para que dar indicaciones. Además, no solo sufre del Síndrome de Guillain-Barre, una extraña patología que hace que sus células nerviosas sean atacadas por su sistema inmunológico y así generan parálisis en su cuerpo, sino que además fue operado en febrero de hernia umbilical. Sin embargo, su figura está más presente que nunca.

Esta es la historia de un hombre que desafía a tiempo y a la inmediatez. El Maestro es un campeón con todas las letras, con medalla incluida, aunque eso es lo de menos. “Cambia, todo cambia”, decía Mercedes Sosa. Tabárez la contradice. Pasan los años y el icónico entrenador sigue allí, disfrutando del camino, su recompensa. Y va por más, piensa primero en la Copa América y, después, en Catar 2022.

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