Julián Rozencwaig
La vorágine napolitana aún no nacía. “Oh mamma mamma mamma, oh mamma mamma mamma, ¿sai perché mi batte il cuore? Ho visto Maradona, ho visto Maradona, oh, mamma, innamorato son”, era el hit que todavía no existía entre la hinchada de Napoli de Italia. “Oh mamá, ¿sabes por qué me late el corazón? He visto a Maradona, enamorado estoy”, reza la letra en español. Faltarían dos años para la obtención del primer scudetto de la institución, en la temporada en la que el cántico fluía a medida que el número 10 asistía a sus compañeros y convertía goles.
En Argentina, el emblema del “Nunca Más” comenzaba a imponerse culturalmente luego de la violación de los derechos humanos por parte de la última dictadura militar, que empezó el 24 de marzo de 1976 y finalizó el 30 de octubre de 1983, con la elección de Raúl Alfonsín como presidente.
Era mayo de 1985 y la economía, en tiempos en los que no deja de ser noticia, también lo era 33 años atrás. Según la agencia de noticias EFE, la inflación aumentaba en un 683,4% y el Plan Austral, el programa que se aplicaría para estabilizar la situación financiera, aún no marchaba.
Las Eliminatorias para el Mundial de México del año siguiente se acercaban y la Federación Italiana, junto a los clubes y a diferencia de los equipos argentinos, no cedían a sus jugadores para los compromisos venideros con sus selecciones. A Maradona no le importó. “Yo viajo a la Argentina pase lo que pase. Ni el presidente (Sandro) Pertini podrá impedirme que viaje, porque él no puede parar los aviones que salen desde Roma…”, manifestó en la conferencia de prensa post victoria 3 a 1 ante Inter, en el estadio San Paolo, en abril.
Viajó. “Ya empezaban a darse cuenta de que, cuando a mí se me metía una cosa en la cabeza, no me la sacaba nadie”, escribió en su libro, junto al periodista Daniel Arcucci, titulado Mi Mundial. Mi verdad. Un mes después, el viernes 24 de mayo, aterrizó en San Cristóbal, ciudad venezolana, para disputar el primer partido de Eliminatorias. En el camino al hotel El Tama, entre la euforia y el desborde que ocasionaba su presencia, un hincha le pegó una patada “sin querer, seguro…”, como afirma él en su libro, que afectó el músculo poplíteo -ubicado en la región posterior de la rodilla- de su rodilla derecha hasta el comienzo del Mundial.
Jugó sin problemas el debut, con triunfo 3 a 2 ante el conjunto del entrenador Walter Roque. Sin embargo, los médicos italianos de Napoli conocieron la noticia y arribaron a Argentina tras la tercera fecha del certamen, el 16 de junio, para analizar lo que padecía su figura. “En las condiciones en la que estás, nosotros no te hubiéramos dejado jugar”, le dijo uno de ellos.
Tampoco le importó. Continuó haciendo de las suyas aunque, en la última fecha ante Perú en el Monumental, con el marcador 2 a 1 en contra y sin el pase a la Copa del Mundo (necesitaba, mínimo, un empate), la rodilla no le dejaba hacer lo que quería y el dolor “era terrible”. Ricardo Gareca, el delantero en cancha, empujó la pelota a los 36 minutos del segundo tiempo para ingresar a la gloria de México 86, en una escena que sería repetida en 2010 por Martín Palermo para clasificar al Mundial de Sudáfrica.
Era el momento de operarse. Se lo comunicaban los especialistas de Roma, de Juventus, de Inter y de Napoli. En un amistoso post Eliminatorias y pre Mundial, el doctor Rubén Darío Oliva, o el “Loco”, o el “Tordo”, como lo llamaba el oriundo de Villa Fiorito, lo infiltró. A los 10 minutos, en una pelota dividida, la rodilla “reventó”, expulsando el líquido de la infiltración como consecuencia. “Bien, era lo que yo quería”, le dijo el médico cuando ingresó a la cancha para atenderlo. “El tipo estaba más loco de lo que yo pensaba. Saca una jeringa, una jeringa gigante, y me infiltra otra vez, en plena cancha. Y la muevo, como si nada. Se había destrabado…”, cuenta Maradona. “¿Y?, ¿dónde están ahora los que te querían operar?”, le dijo Oliva.
A partir de aquel momento, inició el principio del camino a la gloria. Nueve meses después, en marzo de 1986, luego de la victoria 1 a 0 ante un Grasshopers de Suiza que el día previo había disputado un partido por su torneo local, Pelusa le dijo al diario Clarín: “Debemos trabajar mucho en el tiempo que falta. Sino, esta puede ser una de las selecciones más feas de la historia argentina”.
“Che, ¿cuándo vas a echar a (Carlos) Bilardo?”, le preguntó Alfonsín a Rodolfo O´Reilly, el secretario de deportes de aquella época, acerca del entrenador de la Selección, como refleja en su libro El partido el periodista Andrés Burgo. Tres meses después, Argentina se coronaba campeón del mundo por segunda vez en su historia.