Por Joaquín Méndez
Un científico, un neurólogo y un psicólogo analizan las posibilidades de reacción de un individuo en situaciones extremas. Su objeto de estudio es la capacidad que tiene una persona para responder a un estímulo determinado en fracciones de segundos o menos. Pero hay un caso que no pueden resolver, un gran problema. Se llama Lautaro Martínez y es un delantero argentino. Perdón, en realidad son dos conflictos, el de su velocidad mental para ejecutar una acción y el de su anticipación a ella, es decir, a su predicción. El atacante hizo un gol poco frecuente, a varios kilómetros por hora y encima, ya sabía que iba a hacerlo. “En la jugada del gol, me lo imaginé un segundo antes”.
Los tres especialistas comenzaron a reunir datos del deportista. Martínez nació el 22 de agosto de 1997, en Bahía Blanca. Su padre, Mario Martínez, fue futbolista, era lateral izquierdo. Jugó cinco temporadas en el Nacional B. Además, consiguió al menos un ascenso en todos los clubes donde compitió. Sus hermanos, también están vinculados al ámbito deportivo, Alan, su hermano mayor, es defensor central y el menor, Franco, juega al básquet. Dato curioso encontraron, a Lautaro le gusta ver más partidos de baloncesto, que de fútbol.
La familia es una pata muy fuerte para los Martínez, de chico, cuando jugaba en el club Liniers de su ciudad natal, Fabio Radaelli, entrenador de la Reserva de Racing por entonces, lo vio en un seleccionado y lo llevó al club de Avellaneda. No fue una decisión fácil, Lautaro necesitaba a su familia, pero también soñaba. Soñaba con convertir goles como los que hacían el uruguayo Luis Suárez y el colombiano Radamel Falcao. Lo que no sabía era que, una década después, los haría en una misma competencia internacional.
En la búsqueda incesante, encontraron a un joven que marcó la vida del jugador. Brian Mansilla, su consejero. El oriundo de Rosario fue quien, a pesar de ocupar el mismo puesto que él, lo ayudó en sus primeros meses lejos de sus seres queridos. Alguien vital en el desarrollo profesional de Lautaro, que se lo agradeció con goles y en cantidad: 53 en 64 partidos disputados en inferiores. Ojo, no seamos ingenuos, el esfuerzo no vino sólo de un consejo. Un periodista reveló que un trabajador del club vio al chico de Bahía pedir los videos de sus partidos para analizar su juego. Además, dijo que era muy responsable y que barría en la pensión del club.
Muy interesantes aportes, pero todavía no les cierra al científico, al neurólogo y al psicólogo lo que sucede. Entonces, fueron a un archivo a ver alguna nota de El Gráfico, histórico medio deportivo, en la que apareciera Martínez. Allí encontraron la siguiente cita de él: “Soy de castigarme, a veces me marcan que lo tengo que hacer menos”.
-Dejate de joder. 53 goles pibe, ¿qué te pasa?- dijo el científico.
-Eso no es nada, mirá esto- exclamó el psicólogo.
-No me digas que hay otra locura de este muchacho- acotó el neurólogo
El psicólogo saca de su morral marrón de cuero gastado, un libro de Pelota de Papel, el dos, literatura escrita por futbolistas. Lee el siguiente extracto del prólogo del cuento “Sueño de pensión” de Lautaro Martínez, que escribió Roberto Parrottino: “¿O por qué, después de meter tres goles en un partido, Lautaro piensa en las jugadas que no terminaron en gol, en las definiciones que falló, en las pelotas que perdió en la cancha, y no se siente bien, cómodo con el mismo?”
Se quedan un momento en silencio hasta que el psicólogo encuentra otro dato gracias al periodista que introdujo al relato del jugador. Otra especialista en su materia, Cecilia Contarino, que trabaja en Racing, aportó nueva información. Tras un estudio a más de 200 chicos en el club, descubrió que Lautaro era el que resolvía más rápido y el que puntaje más alto sacaba en el examen.
-Al fin un poco de lo que estamos buscando- dice el científico.
Aun así, no son pruebas suficientes para explicar lo que sucedió en aquella maravilla que hace maravilla al fútbol.
-Comencemos a ver sus vídeos- sugiere el neurólogo
Las imágenes que aparecen en la computadora parecen calcos de jugadas, todas tienen similitud. Lautaro aguanta la embestida del defensor, con brazos y codos sobre su pecho, así genera la segunda jugada para un compañero cuando viene el balón largo y si no ahoga a sus rivales, no para de correrlos, traba, va al piso, es agresivo en la presión y en la mayoría de las veces, se sale con la suya. Su juego es terco, lo que se propone, lo consigue.
Disciplina y dedicación en conjunción con habilidad técnica y potencia son las aptitudes en las que concuerdan los tres profesionales, para justificar el rendimiento del futbolista dentro del campo de juego. En su club actual, el Inter de Milán de la Serie A, tuvo 35 participaciones, 16 como titular e hizo 9 goles y concretó 2 asistencias, que incluyen el premio al jugador revelación y al mejor gol del año de la institución italiana. Hasta el momento en su carrera, consiguió 36 gritos y asistió en 8 ocasiones en 94 partidos. Su trayectoria en la Selección indica 6 alegrías en 10 encuentros.
Su gol y desempeño frente a Catar implicó el inicio de la clasificación argentina a la fase final de la Copa América, que dependía de algunos resultados para que no haya alarma alguna. Algo que llamó la atención de los investigadores es que no es la primera vez que esto ocurre. Tiene dos antecedentes, ambos con la selección, pero Sub 20. Uno fue en el sudamericano donde con triunfo en el último partido, tras ser el mejor jugador del mismo, debió esperar el resultado de Brasil-Colombia, para saber si clasificaban al Mundial. Lograron el objetivo y en esa competencia, en la última fecha del grupo, volvió a ser figura y debió esperar si pasaban a octavos de final. Aquella vez, quedaron eliminados. Lo llamativo: Martínez siempre respondió en encuentros decisivos.
Vestir la camiseta albiceleste fue un sueño cumplido para él, lo cuenta en su relato: “La primera vez que escuché el himno argentino con esta camiseta puesta tenía ganas de largarme a llorar, pero no por miedo, sino porque me acordaba de cuando miraba los partidos por televisión y enfocaban a otros jugadores”.
-¿Qué dirá ahora que comparte equipo con Lionel Messi y Sergio Agüero?- Dice el neurólogo
-Mmm no sé, el otro día Scaloni lo sacó y parecía enojado- refuta el científico
-¿Acaso a usted le agrada dejar de hacer algo que le gusta?- pregunta el psicólogo.
El psicólogo comienza a explicar las razones que pueden hacer enojar a cualquier jugador en la misma situación y contexto. Aludió a que es joven y que su personalidad indica sinceridad. Su hipótesis suponía que con una charla o un consejo, Lautaro lo entendería y así ocurrió, o no, pero en el último partido cuando le tocó salir del campo, pese a ser uno de los más destacados, no le afectó, al menos en su expresión corporal.
-¿Cómo lo va a sacar si fue de los mejores? – indignado el científico
Nadie supo responder la incógnita. Silencio.
-Bueno che, vamos a lo nuestro. Sigamos.- dice tímidamente el neurólogo.
-¿Pero cómo? Ya no tenemos manera de saber lo que este pibe hace – más indignado todavía vuelve a preguntar el científico.
El psicólogo se rasca la cabeza. No emite comentario y se pone a buscar algo en internet. El buscador de Google decía: “Gol de Lautaro Martínez a Venezuela”. Tarda unos segundos en cargar la página. Click izquierdo. Comienza la reproducción. Centro pasado de Messi. Le queda a Agüero cerca del borde del área, remata cruzado al bulto, muy fuerte. No llega transcurrir, ni siquiera, un segundo desde que Martínez puede ver que Agüero impacta. Aun así, la pelota se dirige enardecida hacia él. Tira un taco por detrás de su pierna izquierda. El arquero se tira hacia su derecha y la pelota se le escabulle entre las piernas. Gol de taco y de caño. ¿Cómo se le ocurrió hacer eso?
Recién ahí, el psicólogo tras rebobinar la jugada y dejar su cuero cabelludo rojo de rascarse, se da cuenta de qué es lo que pasó. Mira a sus compañeros y les dice: “No tiene sentido lo que estamos haciendo. No se trata de una ciencia exacta esto”. Lo miran asombrados. “Y sí, miren sus ojos, miren”. Los tres miran la pantalla de la computadora y aprecian las pupilas de Lautaro. Se dilatan. Sus cejas levemente levantadas. Algo pasó.
El psicólogo vuelve a tomar el libro que contiene el relato de Lautaro.
-Amigos, a veces hay que leer para preguntarnos, qué es lo que está sucediendo.
Corrige su postura, para estar bien erguido y en voz alta comienza la lectura.
Hoy seguramente en alguna pieza de esa hermosa pensión hay un pibe que cree que no tiene lugar entre los titulares. Este es el momento exacto en el que hay que trabajar aún más, entrenar más, dormir bien, alimentarse mejor y, sobre todo, seguir soñando. Porque eso no es cuento: el sueño se puede cumplir.
El llanto invade los rostros del psicólogo, el neurólogo y el científico. No hay ciencia que explique lo que sucedió. Se abrazan. Vuelven a mirar la imagen del bello gol del delantero, que comenzó el triunfo argentino a Venezuela 2 a 0, que permitirá a la Selección jugar con Brasil, el anfitrión, en semifinales. Ya no intentaron tomarle el tiempo, ni buscarle explicación, ni analizarlo. Simplemente los disfrutan, como él. Vuelve a haber un silencio y el psicólogo dicta sentencia.
-No lo predijo. Lo buscó y lo luchó. Mejor dicho, Lautaro, lo soñó.