Por Juan Cruz Albornoz
No tenía plata, llegó a Estados Unidos sin trabajo y con 50 dólares en el bolsillo. En Arizona comenzó su carrera como alpinista profesional. Meses después, el 15 de mayo de 1995, alcanzó la cumbre de la montaña más alta del mundo. En el Himalaya lo esperaron 8.800 metros y el acontecimiento que cambió su vida para siempre. Fue portada en la revista de National Geographic, es padre, amigo e hijo. La persona que está detrás del tan reconocido título.
“El primer argentino en el Everest”, esa es la etiqueta con la que le tocó cargar a Tommy Heinrich desde que alcanzó su cumbre en 1995. Este es solo uno de los tantos hitos que logró a lo largo de su vida. Es el más mediático, sí, pero para él ni siquiera representa el más importante. A sus 63 años puede decir que es feliz con lo que hace, pero no siempre fue así.
En su casa fue criado entre abogados, ingenieros y médicos. Tommy siguió con la tradición y, una vez terminada la secundaria, estudió la carrera de ingeniería agrónoma, especialmente por su devoción hacia los caballos. Aunque había algo que no le cerraba, y es que su pasión era otra: la escalada. Resignado al mandato familiar y casi como un guiño del destino, conoció en la UBA a Pedro Friedrich y Eduardo Brenner, dos experimentados alpinistas con los que se la pasaría colgado de las paredes. Una profunda amistad se había forjado, por lo menos durante los próximos años.
El 5 de noviembre de 1988 falleció Eduardo Brenner en medio de una expedición en El Chaltén (Santa Cruz). A pesar de estar acostumbrado al mundo del montañismo y haber vivido situaciones similares con colegas, la muerte de su amigo no fue como cualquier otra. Fue tan significativa que llegó a alejarse del ambiente por unos años. “Siempre supimos que era arriesgado pero me afectó mucho porque me pegó muy de cerca, me di cuenta que era más duro de lo que imaginaba. No encontraron su cuerpo por 20 días. Me hubiera gustado estar acá (Argentina) para buscarlo, yo estaba en Alemania”, reconoció años después con una expresión de desilusión, tristeza y arrepentimiento en el rostro.
Sin embargo, para 1993 había vuelto al ruedo luego de recibir una invitación a los Alpes suizos. El nombre de Tommy Heinrich es sinónimo de aventura: se escapó de la dictadura cívico militar argentina por el clima represivo y aprovechó la situación para emigrar hacia algún lugar que le permitiera abocarse a la escalada y la fotografía. Vivió en Alemania y Estados Unidos. Visitó incontables países: Nepal, Pakistán, India, Noruega, la Antártida, hasta el Polo Norte, entre muchos otros más que completan la lista. A todos lleva su cámara de fotos, con quien mantiene un estrecho vínculo. Más antiguo incluso que la montaña misma.
Desde la primera cámara que le regaló su padre no paró un segundo. Sabía que quería eso para su futuro y se proyectaba sacando fotos para National Geographic: “Voy a estar ahí, no sé cómo pero voy a llegar”, afirmaba desde chico, sin saber que años más tarde pertenecería a la organización que tanto anhelaba. Uno de los momentos más importantes de su vida se dio en 2007, en las oficinas de la revista en Washington D.C, cuando se percató de que estaba editando su primer artículo. La emoción lo impulsó a llamar a su padre, con quien había tenido sus diferencias. Este le dijo una frase que jamás olvidará: “Estoy muy orgulloso de vos”. Sus palabras aparecieron entre el mandato y la mirada del resto hacia una persona que estaba eligiendo vivir como quería, priorizando el cómo hacer las cosas por sobre el qué. Este suceso le significó un profundo alivio ya que le demostró a su familia que no estaba perdiendo su tiempo y que tuvo éxito haciendo lo que a él le gustaba. “Eso superó holgadamente alcanzar la cumbre del monte Everest y trabajar con la revista”, confesó.
Nunca olvidará el momento exacto en el que alcanzó los 8.800 metros, pero su hazaña supuso un gran cambio para el resto, más que para él. “Me fue muy útil para sentir más confianza en mí mismo pero no necesité del Everest para saber quien soy”, afirmó con seguridad. Hasta entonces, la gente lo observaba como desorientado, sin rumbo, pero cuando se enteraron de este logro, cambiaron la percepción que tenían de él. Siente cierta incomodidad cuando se lo reconoce solo por eso, como si el resto de expediciones perdieran valor o como si su trabajo fotografiando no tuviera importancia; en definitiva, como si el Everest fuera lo único y más importante en su vida.
“De Tommy solo hablan por el Everest, pero es más que eso. No es aburrido, es la persona más simple que conozco”, aseguró Guillermo, un íntimo amigo suyo. Sus más allegados reconocen que él siempre fue el mismo. Alguien sencillo, que no tiene comida preferida y disfruta del plato tradicional del país que visita. De perfil bajo. Ni callado ni charlatán, habla con la palabra justa. Buen mozo, gentil, atento y con su pizca de gracia. Una persona que se preocupa más por el otro que por sí mismo.
Es padre hace ya 21 años. Formó una familia con Victoria, “el amor de su vida”, dijo Guillermo. Desde el instante en que la vio sintió un flechazo. Se conocieron en 2002 y solo 2 años después nació Liam, su primer y único hijo. Su mundo se hizo cuesta arriba cuando en 2011 ella fue diagnosticada con cáncer. Instante en el que dejó los viajes de lado para centrarse exclusivamente en su familia. Siete años después, en septiembre de 2018, Vic (como le decían) falleció por causa de su enfermedad. Aunque los años pasaron Tommy nunca llegó a retomar activamente sus salidas, eso sí, cuando lo hacía era junto a su hijo, con quien comparte la pasión por recorrer el mundo. Un hábito que él mismo le inculcó desde muy chico llevándolo a conocer culturas.
“No para un segundo”, comentó Nanu, el mejor amigo de Liam. Pero nada de entretenimiento, porque no tiene pasatiempos. Ahora vive por y para el trabajo, y antes de cuidar a su hijo. Desde el lado bueno y el malo. Siendo un padre presente pero que a su vez cumplía todos sus caprichos. “Me acuerdo una vez que Tommy le prestó el auto y a la noche vino a comer a casa. Llegó en bicicleta después de haber pedaleado casi 40 minutos. Todo por no decirle que no a Liam”, recuerda entre risas Laura, una amiga.
Desde el fallecimiento de Victoria, Tommy siempre está haciendo algo, como si quisiera mantener la cabeza ocupada, “creo que lo ayuda a despejarse, porque Vic sigue siendo gran parte de la vida de Tommy”, contó Nanu. Aunque pase el tiempo la sigue teniendo muy presente; es el fondo de pantalla de su celular, en la casa hay fotos suyas y cuando se habla con él, la revive en algún recuerdo.
El Everest o la Antártida no son los únicos lugares exóticos a los que arribó. También formó parte de la primera expedición argentina oficial al Polo Norte. Fue en 2016, en condición de fotógrafo y documentalista. Se convirtió en uno de los primeros civiles argentinos en pisar dicha masa gélida. El objetivo no solo era llegar, sino dar visibilidad al cambio climático y al derretimiento de los casquetes polares. La excursión fue toda una odisea: temperaturas menores a -30 °C, fuertes ráfagas de viento blanco, hielo inestable, grietas y el riesgo constante que implica avanzar sobre el hielo marino. Así y todo recuerda la experiencia con alegría y entre risas admite lo difícil que fue.
En su infancia pasó por distintos deportes como el boxeo, la natación y el rugby, donde llegó a tener continuidad. Pero todos los dejó por la misma razón, la competencia con el resto y el ambiente que eso generaba. De la misma manera, también fue lo que más lo cautivó de la escalada. En esta actividad el rival era él mismo y los objetivos que se proponía debía batirlos por su propia cuenta. En ocasiones recuerda una anécdota en la que una persona en Pakistán le dijo que no le cambiaba nada que él fuera el primer argentino en escalar el monte Everest. Su respuesta fue inmediata: “No tiene que cambiarte nada, lo hice para mí”.
Esa es la filosofía de Tommy, vivir a pleno haciendo lo que a uno le reconforta sin importar lo que le parezca al resto. A lo largo de sus carreras, ha recibido todo tipo de reconocimientos: como fotógrafo, fue listado “Photography Expert” de National Geographic. Además sus notas estuvieron en la tapa de la revista en más de una ocasión. Como escritor, en 2011 publicó su primer libro, Pakistan’s Golden Thrones, finalista en el Banff Mountain Film & Book Festival (evento anual que celebra la cultura de la montaña). Como alpinista lo premiaron algunos presidentes argentinos: En 1996 fue condecorado por Carlos Menem con el grado de “Comendador” de la Orden a los Servicios Distinguidos en el Mérito Civil (distinción que el Estado argentino concede a personas por servicios excepcionales al país o por logros sobresalientes). Mauricio Macri en 2016, le dio el mismo reconocimiento.
Su historia es el ejemplo perfecto de que cualquiera puede lograr lo que se proponga, y eso es lo que predica desde siempre. Hoy en día se lo puede ver viajando por el mundo dando conferencias y charlas corporativas, en las que alienta a quienes lo escuchan a perseguir sus sueños: “Un Uber una vez me dijo que quería volar. Yo le dije, volá. Él me respondió que no tenía plata. Yo tampoco tuve plata cuando escalaba. Cuando llegué a Arizona no me pagaron los primeros tres meses. Comíamos arroz y lentejas”.
Nada ni nadie pudo calmar las ganas de Tommy de hacer lo que lo hacía feliz. Ni siquiera los accidentes que sufrió. Cuando tenía doce años, fue atropellado por un auto. Voló por los aires media cuadra y quedó tendido en el suelo. Sufrió una fractura expuesta de tibia y peroné. Los médicos que lo socorrieron le dijeron que debían amputar su pierna izquierda, de la rodilla hacia abajo. Él se negó rotundamente. Fue un extenso tratamiento que debió hacer pero luego de 8 intensas horas, el cirujano logró rescatar su tobillo y pie izquierdo y, luego de dos meses de yeso y tres meses de andar con muletas, pudo volver a caminar. Quienes lo intervinieron lograron salvar su pierna pero no pudieron evitar una gangrena que lo acompañó durante los próximos 6 años. Pasado ese tiempo, tuvo que volver a ser sometido a una segunda operación para corregir la pierna que no había quedado bien. La misma le provocó una infección en la afectada, por lo que debió usar nuevamente yeso, otros 6 meses. El pronóstico inicial era sumamente negativo: Aparentemente no podría volver a caminar, sin embargo se equivocaron.
Era 1998, Tommy no solo caminaba, escalaba. En ese año estuvo al borde de la muerte una vez más. Había vuelto al Everest para buscar algunas pertenencias de Scott Fisher, un gran amigo al que se lo había llevado una tormenta en 1996. En el descenso, tuvo una caída de 150 metros que le supuso la rotura de un par de costillas y la perforación de su piqueta en el brazo durante el deslizamiento. Creyó que se moría pero aguantó el camino hasta llegar al siguiente campamento, donde fue atendido por Sherpas (pueblo étnico tibetano del Himalaya). A pesar de las lesiones, logró continuar y ayudar a Whittaker (un reconocido alpinista) a descender, teniendo síntomas de edema pulmonar de altura. Otra de sus locuras.
La vida no se cansó de ponerlo a prueba y él se encargó de sobrepasar cada uno de sus obstáculos. No es un superhéroe. Es un soñador con alma de guerrero. Una persona al igual que el resto. Un alpinista mundialmente conocido. Un estudiante a quien rechazaron su tésis de veterinaria 4 veces. Es el primer argentino en el Everest, es camarógrafo de National Geographic, es quien rompió los paradigmas y eligió ser feliz, a pesar de lo que eso conllevó, es amigo de Eduardo y Scott, es el padre de Liam. Es todo eso en conjunto. Es Tommy Heinrich.



