jueves, diciembre 11, 2025

Atletismo femenino: mujeres que corren en pistas desiguales pero con más coraje

Por Solange Baigorria

El atletismo femenino nació y creció corriendo contra algo más que el reloj, corrió contra las reglas, contra los prejuicios y contra la mirada de un deporte que durante siglos fue territorio masculino desde los antiguos Juegos Olímpicos en los años 776 a.C. en Grecia.
Recién en 1928, Ámsterdam, Países Bajos, les permitió correr a las mujeres la prueba de 800 metros y aun así, las imágenes de atletas exhaustas fueron usadas para prohibir la prueba durante más de treinta años. La fatiga, que en los varones era símbolo de entrega, en las mujeres era excusa para decir que “ese esfuerzo no era para ellas”.

Hasta que reapareció en Roma 1960, el atletismo femenino ya tenía mayor participación en campeonatos europeos y mundiales. En esta edición participaron 24 atletas en la prueba, y la ganadora fue la soviética Lyudmila Shevtsova, que igualó el mismo récord mundial del 3 de julio en Moscú del mismo año.

Tras pasar los años, sumaron cada vez más pruebas. Así, durante las décadas del 60 y 70 se incorporaron los 400 metros, los 1500 m y el relevo 4×400. Más adelante, en 1984 se añadió la maratón y, ya en los años 90, aparecieron los 10.000 m, la marcha y el heptatlón. Luego, en el 2000 se agregaron el martillo y la garrocha. Finalmente, en 2008 debutó el 3000 con obstáculos. Desde entonces, el programa olímpico femenino quedó igual al masculino, con las mismas distancias y la misma variedad de pruebas.

En Argentina, este deporte creció más lento que en otros países ya que es una isla dentro de un país futbolizado, pero con figuras que fueron marcando el camino. Desde las pioneras de los 40 y 50 como Noemí Simonetto, medalla de plata en Londres 1948, hasta la explosión de los 2000 con atletas como Jennifer Dahlgren, Belén Casetta, Florencia Borrelli o Fedra Luna, el país pasó de tener participación aislada a construir un equipo estable.

Entre esas atletas que sostienen con su cuerpo y su voluntad la dignidad del atletismo argentino, hay mujeres que se convirtieron en faro. Florencia Lamboglia, con 33 años, es especialista en velocidad de 100 y 200 metros, dueña de una zancada feroz y una cabeza fría, nacida en Buenos Aires. Compitió en Juegos Olímpicos como en París 2024, Panamericanos y Sudamericanos. Comenzó a los 12 años en el colegio y después se pasó a River, donde se preparó por 4 años; ella siempre encontró la forma de entrenar. Pero el camino no fue fácil. “¿Menos apoyo por ser mujer? No lo noté —dice Lamboglia—. Quizás, si pasó, fue por rendimiento, no por género. Hoy hay más nivel en varones que en mujeres”.

 

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Pero Lamboglia sabe que el contexto no es neutro. Reconoce que el foco mediático va a donde hay masas. “Las carreras de calle hoy tienen más visibilidad que las de pista. Y eso no es casual. Hay más inversión, más participación popular. Pero no debería ser lo único que reciba apoyo”.

Lamboglia arrancó sus inicios sin una referencia en especial. “En los años que recién comenzaba no era visible esa figura del referente. Es algo que realmente me faltó”, confiesa. Cuando comenzó a los 12, no tenía espejos. Entonces tuvo que inventarse uno. “Para mí es un gran desafío estar tan expuesta y ser referente del futuro de nuestro deporte”. Peleó su lugar sin escándalos, sin discursos, pero con una consistencia que la llevó al podio y al respeto.

Victoria Woodward también corre rápido, nacida en Villa Carlos Paz. Con sus 33 años es campeona sudamericana, múltiple recordista nacional en pruebas de velocidad como en 100 metros, Juegos Panamericanos como en 2023. Forjada primero en la gimnasia y luego en las pistas cordobesas, construyó una carrera que la llevó a romper el récord argentino de 100 metros con 11.54 y a fijar también la plusmarca nacional indoor en 60 metros. Su andar es liviano, símbolo de perseverancia, pero su mensaje es profundo.

“¿Estereotipos? Sí, como todas en algún momento. Pero nunca me condicionaron. Sabía que estaba fuerte porque entrenaba. Tenía músculos porque los necesitaba para correr rápido. Y eso, lejos de incomodarme, me hacía sentir orgullosa. Lo importante es que cada mujer se sienta libre como es”.

En un mundo que juzga el cuerpo femenino más por su forma que por su función, Woodward eligió el camino inverso. “Aprendí a mirar mi cuerpo como herramienta. No desde lo estético, sino desde lo funcional. El deporte me enseñó a valorar lo que puede hacer, no cómo se ve”. A su manera, desafía mandatos. Se viste como quiere, entrena como siente, habla con claridad. “La mirada externa existe —dice—, pero no tiene por qué definirnos. Siempre traté de que esa mirada no me desvíe de mis objetivos como llegar a un Juego Olímpico. El foco tiene que estar en el camino”. Y ese camino, para ella, es correr. Es zambullirse en los 100 metros como si el mundo se detuviera ahí. Porque para las velocistas, la eternidad dura menos de 12 segundos. Pero en ese intervalo cabe todo: el miedo, el orgullo, el deseo, el fuego.

Daiana Ocampo, nacida en Pilar, con 34 años, es campeona sudamericana de maratón en 2019, fondista, récord nacional, finalista continental y participó en los Juegos Olímpicos de París 2024. Pero, antes de todo eso, fue una chica que corría sin saber que estaba trazando su destino. En un país donde los 42 kilómetros no tienen el mismo prestigio que en Kenia o Japón, Ocampo se convirtió en un emblema. No por marketing, sino por coraje. “El mayor desafío es económico —dice—. Si querés competir afuera, necesitás recursos. Manager. Estrategia. Porque allá todo es más complejo. Sigo aprendiendo. Me sigo equivocando. Pero sigo intentándolo”.

La carrera de Ocampo es, literalmente, una carrera de fondo. Se gestiona sola, entrena doble turno, cuida cada segundo. Y, sin embargo, nunca pierde la ternura. Cree en el trabajo. En la comunidad. En el ejemplo. “El apoyo debería estar en todas las disciplinas. No solo donde hay más público. Porque el deporte también es desarrollo humano”. Y aunque sus triunfos no siempre ocupan portadas, hay algo en su personalidad que emociona.

Aunque el talento abunda y los logros se multiplican en el atletismo femenino en Argentina, los recursos siguen sin estar a la altura. Según informes 2024/2025 del Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD) y de la Secretaría de Deportes de la Nación, muchas de las atletas dependen de las becas del ENARD, que hoy promedian entre 275 mil y 300 mil. El porcentaje de inversión estatal en disciplinas individuales sigue favoreciendo históricamente a los varones: 61,5%, mientras que el femenino recibe 38,5%. Es un respaldo necesario, pero lejos de cubrir el costo real de entrenar, viajar y competir a nivel internacional.

En medio de las historias de atletas argentinas aparece también la palabra de Walter Pérez, campeón olímpico en ciclismo en Beijing 2008, presidente de la Comisión de Atletas en el Comité Olímpico Argentino y hoy una voz autorizada dentro del ENARD desde el área de fortalecimiento. Trabaja en el acompañamiento de atletas, ofrece charlas y comparte su experiencia. Su mirada suma otra dimensión: la de quien conoce la intimidad del alto rendimiento desde la piel del atleta y ahora la observa desde la gestión.

Con serenidad, Pérez insiste en que el desarrollo del deporte no puede desligarse de las mujeres. “El deporte amateur viene creciendo con fuerza, pero necesita estructuras sólidas para sostenerse. No alcanza con el talento de una generación: hacen falta políticas que garanticen continuidad, becas estables, entrenadores capacitados y condiciones de igualdad respecto de los hombres”, explica.

En la reflexión de Pérez aparece el peso de la experiencia: décadas en las que vio a muchos deportistas esforzarse sin contar con el respaldo necesario. “El desafío actual es que las chicas no tengan que repetir los mismos obstáculos que enfrentaron las pioneras. El ENARD trabaja para que la próxima atleta no tenga que preguntarse si podrá viajar, si tendrá un equipo médico, si podrá entrenar sin pensar en otra cosa más que en su deporte. Hoy el presupuesto está muy acotado, ya que es de 300 mil aproximadamente. Se está trabajando para obtener ese beneficio, pero hoy está bastante difícil”, dice.

Para Pérez, no es solo un asunto de resultados, sino un espejo de la sociedad. “Cada vez que una mujer llega y demuestra que puede competir de igual a igual, también está abriendo una puerta cultural. Y esa puerta hay que sostenerla”.

 

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Sin un compromiso real con la igualdad y el apoyo sostenido, las marcas individuales corren el riesgo de quedar aisladas. El resultado es evidente: muchas atletas deben asumir el costo de su carrera. Literalmente. Pagar sus entrenadores, su nutrición, sus suplementos, sus pasajes a competiciones. En algunos casos, también deben trabajar en paralelo para sostenerse. A pesar de entrenar al más alto nivel, la mayoría no vive del atletismo: vive con el atletismo.

Ocampo lo resume con crudeza: “El problema es monetario. A veces viajás sola al exterior sin saber bien qué hacer. Y eso que ya estuve en un Juego Olímpico”. Sus palabras reflejan una realidad que atraviesa a muchas atletas: la excelencia deportiva convive con la falta de apoyo financiero y logístico, obligando a cada deportista a ser gestora de su propio camino, además de competir al máximo nivel.

Esa desigualdad también se manifiesta en los premios, los patrocinios y la difusión. Muchas marcas buscan hoy “llegada” más que rendimiento, como reconoce Lamboglia. Se genera una paradoja: a veces, una atleta de élite con récords y medallas recibe menos apoyo que alguien con mayor visibilidad mediática pero menor desempeño deportivo. Así, el mérito atlético queda en segundo plano frente al marketing, evidenciando que la lucha de las mujeres en el atletismo no termina en la pista, sino que abarca los espacios donde se decide qué talento se sostiene y cuál se invisibiliza.

Y, al mirarlas, al leerlas, al verlas competir, algo se conmueve. Lo que importa es que ellas están corriendo. En su andar está escrito que el atletismo femenino en Argentina no es una excepción: es un comienzo.

Florencia Lamboglia, Daiana Ocampo y Victoria Woodward: tres mujeres, tres estilos, tres distancias. Pero un mismo mensaje: el atletismo es su forma de habitar el mundo. Su forma de decir: “Estoy acá. Este es mi cuerpo. Esta es mi decisión”.

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