sábado, diciembre 13, 2025

Miguel Angel Guerra: del taller del barrio a lo más alto del automovilismo

Por Isidoro Doumont

Miguel Ángel Guerra no siempre fue “Ángel”. En el taller de Bonpland, donde comenzó a trabajar a los 14 años, había tres personas con ese nombre y Osvaldo Antelo, dueño del lugar, empezó a llamarlo Ángel para distinguirlo. Desde entonces, en los talleres, en los boxes y en las pistas, siempre fue Ángel o “Angelito” para los más cercanos.

Oriundo de Ezeiza, Provincia de Buenos Aires, nació el 31 de agosto de 1953. Ingresó en el mundo del automovilismo cuando era un adolescente, gracias a un anuncio que vio su madre, Josefina Mignoni, en el diario. Arrancó barriendo, limpiando piezas y trabajando como aprendiz en el famoso taller de Antelo. Aquella rutina, que combinaba grasa y curiosidad, fue su escuela. Incluso llegó a organizar rifas que él mismo vendía por los barrios para juntar el dinero que necesitaba para correr, un recurso típico de los pilotos sin respaldo económico que buscaban abrirse camino.

A raíz de su dedicación y pasión, Antelo le dio la oportunidad que cambiaría su vida: correr en Mecánica Argentina Fórmula 4 (hoy Fórmula Renault), la escuela argentina de los monoplazas. Lo hizo a los 18 años, en una época en la que no era para nada habitual empezar tan joven. Su debut fue con un Crespi Tulia XVI con motor Renault, preparado por el propio Antelo.

La sencillez acompañó a Guerra incluso cuando su nombre ya era sinónimo de respeto en los boxes. Esa humildad aparece en la memoria de mucha gente, pero aún más en la de su hijo Lucas, que rememora que en su casa “fue todo muy normal siempre, desde que nací”, aún cuando en las pistas la escena era otra: “Siempre recuerdo ir a los autódromos y que la gente permanentemente le pida fotos, que tardemos mucho en acceder, o le cuenten alguna anécdota”.

Desde entonces, su camino fue ascendente. En las categorías formativas se destacó por su precisión, técnica y su carácter metódico. “A mí siempre me gustaron más las fórmulas que los autos con techo”, expresó durante la entrevista mientras estaba sentado en un campo bajo la sombra de un árbol y con una gorra de Minardi, como si esa frase resumiera todo su recorrido. En las fórmulas nacionales conoció a Domingo Cutuli, quien supo ser representante de Carlos Reutemann, a quien aún recuerda con afecto: “Fue una gran persona que me ayudó mucho en mi camino en las fórmulas”. Esa red de vínculos, tejida entre talleres, circuitos y boxes, fue fundamental para un joven que soñaba con llegar lejos sin más respaldo que su esfuerzo.

Con modestia, Guerra cree que fue un adelantado en cuanto a la preparación física moderna dentro del automovilismo argentino. En una época en la que los pilotos consideraban que la destreza bastaba, él entendió que el físico también corría: “Cuando me empecé a mentalizar que podía irme a Europa, entrenaba mucho en un gimnasio y, para superar la temperatura que es lo que más desgasta físicamente, me ponía el traje ignífugo, entraba al sauna, y cuando salía, un médico me tomaba la presión y anotaba los datos”.

Esa mentalidad no solo lo llevó a destacarse en las fórmulas nacionales y a alcanzar la puerta de la Fórmula 1, sino que también dejó una huella en quienes lo rodearon. Su hijo reveló la esencia de Guerra, que también tiene incorporado a la hora de correr: “Son consejos tan simples que parecen un chiste, pero subirse al auto tranquilo, con tiempo, nunca a último momento; chequear que ande todo, revisar los espejos, no olvidarse de respirar, con la importancia que eso tiene para después tomar buenas decisiones, y tener en cuenta que los puntos de las primeras tres fechas son los más importantes”.

Su disciplina lo llevó a Europa, donde se abrió camino en los difíciles circuitos de las categorías menores. A fines de los años setenta, su nombre ya figuraba en los listados de la Fórmula 2 y llamó la atención de varios equipos, entre ellos, el caballo rampante de Maranello: Ferrari. Esto debido a que en la Scuderia Everest (propiedad de Giancarlo Minardi) manejaba un Chevron B42-BMW, impulsado por un motor V6 Dino Ferrari.

Ángel recibió una carta de puño y letra del mismísimo Enzo Ferrari, donde expresaba que lo quería conocer. Tiempo después se reunió con él: “Tuve la ilusión de poder correr en algún momento en la Scuderia. Esa reunión con él fue muy especial, me quedó pendiente eso”. No era un sueño descabellado. Il Commendatore tenía debilidad por los pilotos latinoamericanos de manejo preciso, y Guerra encajaba en ese perfil. Además, le dio una nota firmada por Ferrari para que visitara la fábrica cuando quiera.

Sin embargo, el destino lo quería en Italia y lo cruzó con otro Enzo: Enzo Osella, dueño de una escudería pequeña, pero con espíritu competitivo. “Humanamente, tengo un buen recuerdo de Osella, porque era un gran tipo”. Así suele recordarlo habitualmente Guerra. 

Durante el fin de semana del 15 de marzo de 1981, en el circuito estadounidense de Long Beach, se subió por primera vez a un Fórmula 1, y si bien todo era alegría, al ser parte de un equipo sin tanta trayectoria ni presupuesto tenía que pasar la ronda pre clasificatoria. Por esas épocas, había más de 20 equipos en la parrilla y para poder ser dignos de la clasificación, los peores tenían que eliminarse entre ellos. Lamentablemente, no logró pasarla ni en Estados Unidos, ni en Jacarepaguá, ni en Buenos Aires.

Esto es Historia 'Miguel Angel Guerra' — La Máxima F1Fue recién en su cuarta carrera del campeonato, en el Gran Premio de San Marino (actualmente llamado Emilia-Romagna), donde con 28 años, finalmente llegó el día. El argentino debutaba en Fórmula 1 en una carrera a bordo del Osella FA1B en Imola. No en cualquier época, sino en una de las más intensas y talentosas de la historia: compartió grilla con Alan Jones, Carlos Reutemann, Nelson Piquet, Nigel Mansell, Alain Prost, Keke Rosberg, Mario Andretti, Gilles Villeneuve, Didier Pironi, Elio de Angelis y Riccardo Patrese, entre otros.

Su debut, sin embargo, duró apenas unos segundos. En la largada, el chileno Eliseo Salazar lo embistió desde atrás con su March 811 y el auto de Guerra se estrelló contra el guardarraíl. “Salazar me llevó puesto… Fue una de las tantas que se mandó en la categoría. Evidentemente, no estaba capacitado para correr en un Fórmula 1”, dijo alguna vez, todavía con un dejo de molestia. “Nunca tuve relación con él, y después del choque tampoco hablamos”. El impacto le provocó una fractura en el tobillo izquierdo que lo alejó de las pistas por varios meses. “Si me hubiese operado tal vez hubiera podido correr enseguida, pero decidimos recuperarnos de otra manera. Eso llevó más tiempo y ya no hubo chances de volver”, reconoció más tarde.

Su paso por la Fórmula 1 fue fugaz, pero su experiencia, única. Tuvo trato con pilotos que serían leyenda: “Pude conocer a Niki Lauda, Keke Rosberg, Mansell, y tuve buena relación con ellos”, y fue parte de una generación marcada por la gloria y la tragedia. “Senna también se despistó en Tamburello, pero salió para la derecha y se mató; yo salí para la izquierda, y estoy vivo”, reflexionó años después, consciente de los misterios del destino y que sobrevivir fue una forma de tener suerte, en una era en la que las muertes en las pistas eran moneda corriente.

Antes de su accidente, Guerra también había cultivado una relación especial con Carlos Lole Reutemann, ya que compartían a Cutuli como representante: “Me entusiasmaba muchísimo estar al lado de Reutemann porque estaba en medio del conflicto en Williams con Alan Jones. Lole no era de hablar mucho, pero tenía un buen diálogo, y soñaba con que se bajara para poder subirme al Williams. Manejar un auto de esos era lo más competitivo y el salto técnico que necesitaba”.

Cuando se recuperó, intentó hacer todo lo posible para volver a la categoría reina, buscando sponsors por todos lados, pero desde Argentina todo estaba complicado por la situación económica agravada durante la última dictadura cívico-militar. Fue en ese contexto en el que se enteró de que iban a salir dos jugadas de la Lotería Nacional por 500 mil dólares cada una: “Nos llamaron a Ricardo Zunino y a mí, porque nos querían apoyar, pero al final no salió ninguna jugada”.

Tras su breve paso por la máxima categoría, Guerra volvió al país. Corrió en el Turismo Carretera y en el TC 2000, donde no solo tuvo el privilegio de compartir pista con Juan María Traverso, uno de los grandes íconos del automovilismo argentino, sino que pudo ganarle dos campeonatos. Su carrera continuó, más tranquila, pero su pasión nunca se apagó. Décadas más tarde, la Legislatura Porteña lo reconoció como Personalidad Destacada del Deporte, un homenaje que le llegó como síntesis de una vida entregada al casco y al volante.

Un hombre con un “Rombo Impreso”, Miguel Angel Guerra – Prensa OHF

Cuando se le pregunta por los nuevos talentos, su mirada se ilumina. Sobre Franco Colapinto, el joven argentino que volvió a poner la bandera celeste y blanca en lo más alto de la Fórmula 1, Guerra lo siente propio: “Lo de Franco es muy importante porque siempre queremos tener un piloto de F1, pero hoy en día ha cambiado muchísimo. Si te vas acompañado de varios sponsors, es realmente permisivo por los números que se manejan. Se ha ido a Europa de muy joven, hizo mucho karting y rápidamente hizo una escalera que permitió que los equipos lo empezaran a mirar”.

La imagen que dejó en el ambiente va más allá de sus resultados. Su hijo lo explica con claridad: “La gente le tiene mucho respeto, mucho cariño, sabe de su honestidad y de su don de gente… donde voy me hablan muy bien de él”. Ese reconocimiento transversal de mecánicos, dirigentes, pilotos y fanáticos, hace que su opinión sea respetada por todos. Es parte del legado que Guerra construyó sin buscarlo.

Miguel Ángel Guerra en el Minardi Day 2024 ante una multitud | Campeones

La magnitud del recorrido de Guerra se vuelve más nítida cuando se la observa desde adentro: “Mi papá llegó a lo máximo, llegó a la Fórmula 1, habiendo salido de un taller mecánico en el que empezó a los 14 años”. Esa distancia entre origen y destino es parte central del mito: un chico que barrió pisos en Bonpland y terminó enfrentando a la élite del automovilismo mundial sin padrinos económicos ni estructuras que lo respaldaran.
Imola había sido el circuito que le cerró la puerta más grande de su carrera. Hoy, convertido en invitado habitual de los Historic Minardi Days (foto), regresa a ese mismo lugar sin cuentas pendientes, solo para acelerar y sonreír, o simplemente estar en el ambiente que a él le gusta. Un recordatorio de que, incluso cuando el destino te desvía, el amor por este deporte nunca se apaga.

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