Por Magalí Robledo
El árbitro dirige en silencio. No necesita gritar para que lo escuchen. Resuelve todo sin alzar la voz. Solo necesita hacer gestos con las manos (extender un brazo hacia la dirección en la que debe jugarse la pelota o marcar el centro de la cancha) y una seña (agitar ambas manos hacia abajo marcando que no hay falta) para que los chicos entiendan. No habla mucho. Tiene poco diálogo con los entrenadores, los chicos y las familias. Pero hay una frase que repite más: “Juegue”.
Emanuel Farias, 36 años, árbitro en La Liga Asociación Deportiva Infantojuvenil Almirante Brown (ADIAB), dirige con tranquilidad. Demostró que en el baby fútbol el ambiente es distinto al fútbol profesional que todos conocen. Acostumbrados a vivir un fútbol de violencia, donde los gritos e insultos van dirigidos hacia los árbitros por parte de los jugadores y el público, en el baby fútbol pasa lo contrario. Los que dirigen están en un entorno más tranquilo y calmado, tal así que se nota en los gestos faciales (expresiones más tranquilas) y corporales (cuerpo relajado) de los árbitros.
Fútbol blanco competitivo. Club Cultural Guernica vs Olimpia. En las categorías de lo más grandes (2012) está más atento a las jugadas y con una postura más erguida, mientras que en las categorías más chicas (2019) a los nenes les habla un poco más, explicándoles las jugadas de manera detallada, con una mirada más atenta sin mostrar emociones, con la boca apenas abierta para cantar rápido una jugada si es necesario y las cejas fruncidas.
Partido detenido. Farias lo interrumpe porque alrededor de la cancha había cuatro chicos jugando con una botella de plástico. En lugar de advertirlos él mismo, fue directo a decirle a los jueces de mesa para que ellos tomaran la palabra. No busca ser el protagonista de la historia. El partido sigue, los gritos de afuera no paran y todo vuelve a la normalidad.
Los chicos corren de un lado a otro y, además de competir, se divierten. Un lugar donde el sonido no viene del árbitro sino de los que están afuera: los padres, gritando y alentando, y los entrenadores, protestando. El árbitro toma un segundo plano y dirige sin imponerse a los gritos. No levanta la voz, no discute ni se enoja.
No siempre es sencillo. En el baby fútbol, donde los chicos todavía aprenden las reglas y los papás viven cada partido a flor de piel, los árbitros buscan apaciguar las aguas y no ser uno más en los disturbios. Dejan de ser solo los que cobran una jugada y pasan a ocupar un rol más formativo y pedagógico.
“No somos de putearlos, sabemos que no sirve de nada para los chicos a esta edad, no es lo que venimos a buscar”, declara Nahir Galván, mamá de uno de los nenes. Esto demuestra que, en un deporte donde los insultos a los árbitros son muy comunes, en este caso no entra en discusión hacerlo. Saben que tiene un peso en la formación de los chicos más allá del reglamento.
Una vez terminado el partido, todos los chicos saludan a Farias. Se reúnen en el centro de la cancha y se acaba todo. Algunos padres se retiran y otros se quedan. Mientras tanto el árbitro, tranquilo y sin que nadie lo moleste, se toma un descanso de cinco minutos y se prepara para el próximo partido porque en estos casos cumplen jornadas extensivas de hasta casi diez horas; dirige ocho categorías desde las 12.40 hasta las 21. Entre tanto ruido prevalece el silencio de un árbitro que vale más que cualquier grito.



