miércoles, diciembre 10, 2025

Abusos en el deporte: el coraje de las víctimas para romper el código de silencio

Por Valentina Martín

Como cada año, Marcos Lico y su grupo de colegas gimnastas y ex gimnastas, se reunieron para cenar y ponerse al tanto del deporte que los mantenía unidos. Se planeaba que en la reunión hubiera asado, cerveza y risas, como en las anteriores. Pero no. Lo que hubo fueron revelaciones, llanto y tristeza, que hicieron que Marcos Lico se fuera descompuesto de allí.

Esa noche de septiembre del 2017, lo que causó que Marcos Lico, ex gimnasta, entrenador y juez, se marchara de esa forma, fue que uno de los gimnastas retirados que tenía entonces 40 años -a quien se le resguarda la identidad y se lo nombrará como X-, rompió en llanto a mitad de la cena. Nadie entendía nada, hasta que lo supieron. Supieron lo que, en realidad, se sabía a medias. X les reveló que cuando él tenía 16 años había sido abusado por el entrenador Alejandro Sagreras: el mandamás, por décadas, de la gimnasia artística nacional.

La cena se convirtió, desde entonces, en un completo caos: cabos que habían quedado siempre sueltos comenzaron a ser atados; las anécdotas cobraron sentido y los nombres y datos surgían de todos lados.

-¿Te acordás cuando le pegué un cachetazo en el avión?, recordó un actual entrenador.

-¿Y por qué te pensás que tu hermano está donde está?, le dijo X a una ex gimnasta.

-¿Vos querés decir que mi hermano…?

El mismo Lico recordó situaciones que le parecían extrañas de Sagreras, como cuando llevaba a alumnos a vivir a su casa.

“¿Qué hacemos con esto? pensé en ese momento”, dice Lico ocho años después aún demostrando perturbación. Conocía todo de Sagreras -al menos el lado visible- porque había sido su compañero en la época en que eran jóvenes gimnastas y sus cuerpos se agrupaban en la pedana, volaban en la barra y se esforzaban en los arzones. Sabía que Sagreras era un tipo reservado y muy solitario. Sabía que era muy inteligente, que supo manejar el poder que lo llevó a ser entrenador de la Selección Nacional Masculina entre 1986 y 2014, y a ocupar cargos en la Confederación Argentina y en la Federación Metropolitana de Gimnasia Artística. Sabía también que era un hombre temido por el poder que tenía. Pero Lico lo conocía desde hacía casi dos décadas. No le temía a su poder ni mucho menos quería algo a cambio de silencio.

Así que, en enero de 2018 comenzó un arduo trabajo para que Sagreras se sentara frente a un juez. “Contacté a Julia Garisoain, la ombudsman de los deportistas y la creadora de la Línea Confidencial Directa del Ente Nacional del Alto Rendimiento Deportivo (ENARD). Juntos, empezamos a recopilar datos, nombres, testimonios… y el Comité Olímpico Argentino (COA) se encargó de presentar esa gran carpeta en el juzgado y dejar sentada la denuncia”, dice mientras recuerda que durante esa misma etapa acompañó a una gimnasta que fue abusada por otro entrenador en la década de los 80. Meses después, la carpeta llegó a manos de la Justicia Federal y del fiscal Guillermo Marijuan.

Pero para que Sagreras se sentara frente a un juez faltaba un detalle muy importante: que al menos una de las víctimas lo denunciara. Lico y sus amigos intentaron convencer a X para que lo hiciera, sin embargo, el entrenador ya había hecho de las suyas y le había dejado un llamado que asustaba aún más a la víctima, que no quiso soportar el proceso.

Ese 2018, Alejandro Sagreras fue destituido de sus cargos públicos e inmediatamente se marchó del país. Desde entonces nadie conoce su paradero. Lo cierto es que, desde su salida, la Confederación Argentina de Gimnasia (CAG) reunió nuevas autoridades y, según Lico, las medidas cambiaron mucho: se lanzó el programa Gimnasia Segura, que incentiva a denunciar, a prevenir y a acompañar en casos de abuso y violencia.

Mientras tanto, esa carpeta que Lico construyó, acumula víctimas y un solo perpetrador. Esa carpeta que expone la parte más triste de la historia de la gimnasia nacional quedó guardada en un cajón. Pero en un cajón abierto.

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Tres meses después de la cena en la que Marcos Lico se enteró de muchas verdades y se marchó descompuesto, Cielo Rotryng Álvarez pasaba por un infierno.

Era el 14 de diciembre de 2017 y en el último piso del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CeNARD), el ruido de múltiples pelotas picando sobre las mesas indicaba que se estaba jugando el Abierto de la República Argentina de Tenis de Mesa: una de las competiciones más esperadas por todos los tenismesistas. Ese último piso del Cenard, que era a su vez el lugar en el que Cielo Rotryng se entrenaba todos los días, estaba repleto de gente: también era el último día del Campeonato Sudamericano de Mayores. En ese torneo había competido Juan Lamadrid Barraza, la promesa y la estrella del ping pong chileno, que era reconocido mundialmente.

Cielo, de 14 años, se preparaba para su primer día de competencia en el Abierto. Juan, de 23, ya había quedado eliminado del Sudamericano. Antes de enfrentarse a su rival, Camila Kaizoji, decidió ir a comprar una bebida. Comenzó a bajar las escaleras y por detrás se le apareció Juan que por primera vez le dirigió la palabra después de días cruzándose por allí.

—¿A dónde vas? —le preguntó Lamadrid.
—Voy a comprar algo —respondió Cielo.
—Vamos por acá —le dijo, de manera imperativa, el chileno.

Caminar y dar un paseo era el patrón que Lamadrid Barraza repetía con otras chicas. En ese momento, Cielo no percibió ni el miedo ni el terror que sentiría cuando la caminata comenzó a desviarse y no se podía ir, y no podía hablar, y ya no iban hacia la cafetería: ahora estaban en el último piso. En un pasillo largo y ruidoso y repleto de puertas y calderas y térmicas de cada vestuario del edificio. “En segundos terminé dentro de una de esas salas donde el ruido de las máquinas me lo acuerdo hasta el día de hoy. Sí, habiendo pasado siete años”, recordó con la mirada perdida, como si ese sonido estuviera reproduciéndose consecutivamente en su mente.

Solo las máquinas fueron testigos de los gritos y del llanto de Cielo. Solo ellas fueron testigo de todo lo que hizo para poder escapar de ese calvario en el que la fuerza bruta fue más que su súplica. Juan Lamadrid Barraza la empujó contra una pared y comenzó a tocarla sin su consentimiento. Cielo fue ultrajada durante 15 minutos en la sala de máquinas del CeNARD. Antes de irse, Juan Lamadrid Barraza le pidió a su víctima, aún con el color carmesí de la sangre entre sus piernas, que no llorara más. Mientras, su nombre era pronunciado por los altoparlantes y Kaizoji la esperaba para disputar el partido.

La pimponista llamó a su amigo -a quien se le resguarda la identidad- y le pidió que le alcanzara el bolso porque se tenía que cambiar. No le dio ninguna explicación, pero él advirtió que tenía los ojos llorosos. Se cambió y salió a jugar su partido. “Terminé de jugar, me fui a mi casa… todo como si nunca hubiese pasado nada”.

Los ataques de pánico fueron los siguientes perpetradores en la vida de Cielo, también el miedo a que una denuncia contra una figura de tal calibre arruinara su carrera. Eso la condujo a que en 2019 dejara de practicar el deporte al que le había dedicado todos sus esfuerzos. Tres años después pudo denunciar. “Agradezco todo el acompañamiento de las entidades, por supuesto, pero Secretaría de Deportes de Nación actuó porque yo era menor de edad y porque estaba dentro del establecimiento. La Federación Argentina de tenis actuó porque era parte de su programa. Todos tenían que acompañar. Pero cada cual tendrá en su conciencia por qué lo hizo. Sea por un beneficio común o para no quedar pegado. Esa es la realidad”, sentenció Rotryng para El Equipo, desde Villa Gesell, con un tono de reproche, cuestionando que, aún en casos como estos, los intereses se antepongan por sobre los errores que permitieron que eso sucediera.

Cuando hizo público su caso, dos cuestiones le quedaron resonando en su cabeza: primero, que a nadie del entorno le había sorprendido que Juan Lamadrid Barraza hubiera cometido un abuso. Y, segundo, los mensajes que recibió de distintas partes del mundo, de chicas que se identificaban con ella porque habían pasado por lo mismo con la misma persona. La justicia llevó el caso a un juicio abreviado y en 2024 Juan Lamadrid Barraza se declaró culpable y aceptó su condena de 6 años de prisión. “El tenis de mesa es un mundo muy chico. Todos sabían todo”, confesó Cielo.

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Dos años después de esa reunión en la que Marcos Lico se enteró de muchas verdades y se marchó descompuesto y Cielo Rotryng pasaba por un infierno en la sala de máquinas del Cenard, Julián Princic tuvo una catarsis: agarró su computadora, tecleó y publicó un hilo en twitter.

“Los BAUTISMOS son rituales para forjar la personalidad. O al menos eso se cree. Yo vi con mis propios ojos ABUSOS como palizas atroces a chicos desnudos y objetos metidos en el culo. Rehusarse no es opción porque el castigo SERÁ PEOR”, expone uno de los tweets.

Princic, que había dedicado 11 años de su vida al rugby, vio que se había viralizado un video de un rugbier pegándole a otro en una fiesta. Eso lo hizo enojar y supo que tenía que denunciar públicamente situaciones que no eran normales y que, en el deporte en el que reinan los tackles, estaban naturalizadas. Lo hizo 10 días antes del homicidio de Fernando Báez Sosa y eso le dio una repercusión que jamás pensó que tendría.

Una de esas anormalidades-normales en el mundo del rugby, eran los bautismos. Cuando Julián piensa en ellos, se traslada al 2013: el año en que su categoría fue bautizada.

En ese momento, Julián tenía 19 y tenía miedo. Deseaba que lo bautizaran lo antes posible. Lo que más odiaba era la espera, no saber cuándo le iba a tocar. También no saber qué le harían o que le hacían a sus compañeros, hasta que algunos lo contaban. “Ese año, cuando viajábamos en colectivo a jugar partidos cerca de Paraná, de donde soy oriundo, los jugadores experimentados elegían a dos o tres chicos y los llevaban al fondo. El resto se sentaba en la parte de adelante y desde allí escuchábamos las risas, los golpes, de todo…”, ese todo que son actos humillantes, denigrantes y que buscan, paradójicamente, la hipermasculinidad y la desmasculinización.

Cuando llegó al plantel superior y deseaba que su bautismo pasara lo más rápido posible, vio situaciones violentas, desagradables y abusivas que vulneraban las partes íntimas de esos jugadores sometidos. Actos que dejaban marcas que no se veían, actos que hacían que algunos compañeros de Julián dejaran de practicar el deporte. Actos de los que no se habla.

“Después de publicarlo recibí un montón de mensajes de jugadores o exjugadores, demasiados para leerlos uno detrás del otro, en los que me contaban cosas muy fuertes. Que ellos habían presenciado o que les había tocado vivir. Algunos eran muy fuertes, sí..”, dice reflexivo el periodista.

Esos actos, que Julián temía y escuchaba en 2013, no solo sacuden al mundo del rugby. Atraviesan otras canchas, otros deportes, otros vestuarios. En el vóley se hicieron visibles cuando el jugador Facundo Imhoff denunció públicamente los casos de abusos sexuales que ocurrieron durante la pretemporada de un club que no reveló. En el fútbol salieron a la luz en 2021, cuando el presidente de Gimnasia y Esgrima de La Plata, Mariano Cowen, confirmó que jugadores de primera habían realizado “bautismos violentos” a los juveniles. Y en el hockey la problemática quedó expuesta este año, luego de la denuncia de una menor que fue humillada sexualmente por el plantel superior femenino del Club Alemán de Mendoza en 2023.

El psicólogo deportivo Dan Weksler, explica que los bautismos generan, como en todos los abusos, una invasión en la víctima, pero como parte de una práctica estrechamente relacionada con la pertenencia. “Hay quienes logran detener estas situaciones porque no están de acuerdo por lo que pasaron, y hay quienes eligen perpetrar porque sienten que es algo que tienen que hacer, como para sostener una forma de ser”, explica el licenciado.

A pesar de que ninguna federación deportiva argentina haya prohibido estas prácticas, Julián cree que ese tipo de bautismos violentos han cesado. También, cinco años después, cree que algunas cosas las podría haber escrito de otra manera. Pero está muy lejos de arrepentirse.

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Siete años después de que Marcos Lico se marchara descompuesto de esa cena, de que Cielo Rotryng viviera un infierno en la sala de máquinas del Cenard, y tres años después de que Julián Princic tuviera una catarsis que expuso los abusos en el rugby, Pablo Piriz Dutra se enteraba de otra historia. Una de las hijas de su cliente había sido abusada por su entrenador de taekwondo. El abogado junior del estudio jurídico Camargo y Asociados se enfrentaba al primer caso de su carrera que involucraba las palabras deporte y abuso. Y que también incluía otras más duras: menores, tocamientos, masajes.

Era noviembre de 2023 y el pueblo puntano sucumbía en la noticia de que un reconocido entrenador de Taekwondo de la provincia, Jorge Cabrera, era denunciado por tres alumnas de abuso sexual simple. Pero, ¿cómo podía ser posible?, si Cabrera había sido el presidente de la Federación de Taekwondo de San Luis. ¿Cómo podía ser posible?, si había sido el director de deportes de la municipalidad de Potrero de los Funes. ¿Cómo podía ser posible?, si era el multideportista más destacado de la ciudad. Bajo la fachada de ese presidente, director y multideportista galardonado, se escondía el verdadero Jorge Cabrera que, en su gimnasio Dojang Mack Gi, aprovechaba los estiramientos y saludos para tocarles la cola reiteradamente a sus víctimas. El dojo, ubicado en el terreno de su propio domicilio, contaba con una salita para atender a los alumnos con dolencias. En ese lugar, Cabrera, con el pretexto de practicarle masajes, le tocó los genitales a una de las denunciantes.

Pablo Piriz Dutra, junto con sus colegas Bernardo Estrada y Javier Camargo, comenzó a unir las piezas del rompecabezas: dos casos se sumaban al denunciado anteriormente. Pero eran más. Había piezas de sobra. Piezas de otro rompecabezas, piezas que no querían encajar. “Era una problemática que muchos sabían y callaban. Porque hay padres que sabían que a sus hijos les pasó y se callaron la boca”, asegura Piriz desde la ciudad puntana.

Aún así, a pesar de ese silencio ruidoso que dice mucho más que cualquier otro, Pablo Piriz reunió, sin ayuda de la Federación de Taekwondo de San Luis ni de la Confederación Argentina de Taekwondo, las pruebas y los testimonios necesarios para llevar el caso a un juicio oral, que demoró más de un año en realizarse. Mientras tanto, las calles del centro de San Luis, sucumbían al pedido unánime de justicia.

Finalmente, el 18 de agosto de 2025, se llevó a cabo el juicio. Ese día, la atleta que había sido abusada a sus 12 años y que incentivó a que más víctimas alzaran su voz, estuvo presente en tribunales, a pesar de no poder acceder al juicio. Del otro lado de la puerta, Jorge Cabrera de 65 años, pronunció las palabras soy y culpable. Escuchó la oración tres años y cuatro meses. Y también entendió las palabras inhabilitación y perpetua. “Se la vio emocionada. Con lágrimas. Y creo que ha sido una especie de justicia, de que se reconozca lo que ella denunció. Ese miedo que ella tenía lo pudo sacar en ese momento porque tuvo la valentía de enfrentarlo y porque se confirmó con la sentencia”, narra Piriz Dutra para este medio, días después de la sentencia.

Uno de los principales valores del taekwondo es el “espíritu indomable” que hace referencia a tener la valentía para defender lo justo. Las víctimas lo aprendieron, pero es claro que el abuso está exento de valores y maestros.

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Ni Marcos Lico, ni Cielo Rotryng Álvarez, ni Julián Princic ni Pablo Piriz Dutra se conocieron jamás. Pero están todos unidos por un hilo invisible: el de los abusos en el deporte. Y también, están unidos por algo que rompieron: el código de silencio. Ese que silencia víctimas, que silencia verdades y que es, por sobre todas las cosas, un silencio encubridor.

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