Por Juan Tobías Graib
Desde su fundación en 1980, la Autopista 25 de Mayo le da techo a 70 predios con funciones múltiples. La mitad son usados como canchas de fútbol. Así, la memoria prevaleció por sobre la intención de su fundador Osvaldo Cacciatore, intendente de facto durante la última dictadura militar, que veía en los estadios -léase el Viejo Gasómetro y el antiguo de Fénix- estorbos para el Plan de Autopistas Urbanas. El deporte como acto de rebeldía, llevó a que el equipo mixto Rústicas encuentre allí su casa.
Escondida entre la Avenida San Juan y Cochabamba, la calle Bolívar abre su paso de la mano izquierda al Polideportivo Oscar Vázquez, filial del Club San Telmo. En ese empedrado que no ve el sol hace 45 años, se ponen cara a cara Monserrat y La Boca: dos gigantes porteños, que ven su naturaleza en un tráfico intenso, calles abarrotadas, gigantes arquitectónicos y gastronomía vintage para un turismo de finde largo. Este sábado no parece seguir esa lógica y pone sobre la mesa la serenidad de una ciudad fantasma. Aprovechando la contranatura, Leandro Amarelle estacionó el Chevrolet Agile gris en la puerta del club.
“Ponemos el horario de las dos de la tarde, pero es muy difícil que se cumpla”, explica tras notar que él y su pareja, León Argento, son los únicos en el lugar. “De les 25 jugadores de Rústicas, la mayoría vive en la Zona Sur de la provincia y vive una situación económica ajustadísima. Te hace dar cuenta de que, en un montón de lugares, todavía no hay muchos equipos inclusivos”.
Leandro tuvo que inclinarse para saludar al portero del club. Sus dos metros de altura lo convierten en el tipo más alto de todo el predio -al menos a esta hora, porque solo dos de las cinco canchas de sintético están siendo usadas por niños. Tiene barba poblada y la camiseta puesta desde que se despertó. Además de ser un miembro fundacional de Rústicas, es actor y masajista profesional. Llegaron dos integrantes más y se pusieron a charlar a dos metros de la mesa larga improvisada para un cumpleaños.
“Esto surgió en 2021 como un equipo alternativo al masculino de Defensores de Buenos Aires”, comienza a desarrollar León Peletay, arquero y cofundador. “Lo que nosotros necesitábamos -porque nació de la necesidad- era tener un equipo mixto o femenino, en el que le podamos dar la posibilidad de aprender y participar a cualquiera: no sólo al varón cis, al cual estábamos acostumbrados a ver en cancha. Y por otro lado también surgió de buscar un fútbol más pacífico y orientado a lo recreativo y a lo pedagógico. Hace tres años, hicimos una división más llamada Perros Callejeros, que sigue la misma premisa pero que tiene la particularidad de ser una escuela y un espacio social. Existe para que quienes no tienen experiencia tengan una base mínima, por lo menos para que no se lastimen solos en la cancha y no estén tan flojos físicamente cuando alguien venga a disputar la pelota. Ambos tienen la misma visión: que todo el mundo pueda jugar, no importa si sabe o no ni quien sea”.
–Cuando empezaron, ¿tuvieron como adversidad que se los vea inferiores deportivamente?
–Al principio nos costó muchísimo lograr un funcionamiento estable. Se trata de gente que tiene años de fútbol y tuvo el privilegio de poder aprenderlo de chico, jugando con una persona que por ahí todavía no sabe cómo dirigir un pase. Hoy nuestra mayor vulnerabilidad, es nuestro mayor orgullo: mucha gente que está con nosotros tenía muy poco roce y pudo tocar una pelota en este espacio. Y por otro lado también participamos de torneos y encuentros en los cuales no hay equipos mixtos ni femeninos, mientras no arriesgue la integridad física de ninguno de los jugadores. Porque tenemos el convencimiento y la certeza de que somos todos iguales y que los lugares se habitan, con nuestra impronta y sin violencia.
Mientras elonga con su uniforme verde, León rememora una situación en el que Rústicas afirmó sus principios dentro de la cancha: “En el último torneo en Santa Fe, tuvimos que frenar y abandonar la final porque pasó a ser agresiva. De hecho, a uno de nuestros chicos le dijeron: ‘dejá de llorar y jugá como hombre’. Ese fue el puntapié para proteger a nuestro jugador y corresponder a nuestro pensamiento. Entonces agarramos la pelota y nos fuimos. Nosotros no tenemos miedo de perder un torneo, un partido o un trofeo- que al fin y al cabo, es un pedazo de plástico. Queremos proteger a nuestros jugadores. Creo que eso es una de las cosas que más enriquece y por la cual la gente se siente protegida en un deporte que es muy difícil de aprender si no lo dominaste de chico”.
Para entrar a la canchita que da a la calle Cochabamba, hay que hacer una L hacia la izquierda y atravesar el predio de futsal. De los veinticinco jugadores, solo asistieron diez. Llegó un grupo de hombres con la camiseta del Olimpia de Paraguay. Saludaron sonrientes y siguieron de largo hasta el fondo. “Hoy nos toca entrenar con este sol, lamentablemente”, dice Leandro, viendo cómo se terminan de ocupar las canchas escondidas por la autopista. “Venir acá y ponerte una camiseta con una bandera del orgullo y habitar espacios donde no están acostumbrados a ver eso es un acto político. Y nosotros, aunque no seamos todos del colectivo, si dejamos de hacerlo apoyamos la invisibilización”.
Leandro y León son pareja hace ocho años y viven juntos en Barracas. León es la pieza futbolera de la relación, pero el apoyo de Leandro y de Alejandro Lopez -el tercer cofundador de Rústicas, hoy ausente- fue indispensable para hacer el sueño posible. “Yo no juego nada a la pelota, pero León me empezó a pedir ayuda en algunas cuestiones y sin darme cuenta empecé a involucrarme, y a involucrarme, y a involucrarme… y acá estoy, metidísimo”, confiesa Leandro, entre risas. “Fue por amor y porque no solo encontré un grupo de gente que viene a jugar, sino también una cuestión muy social”.
Cuando Guido Mazzini entra a precalentar, parece un jugador más en vez del entrenador del club. Con la camiseta de la Selección Argentina 2016 y un pantalón negro, empezó a dar vueltas en círculos y saludar uno por uno a los y las jugadores/as. Futbolísticamente, es el más fornido del grupo: jugó desde su infancia y, cuando conoció a León Peletay en un torneo de F8, no se imaginaba la chance de dirigir y mucho menos estar al mando de un equipo mixto: “Una fecha en la que ellos tenían un torneo, fuimos una hora antes, conocí al grupo, charlamos un poco de fútbol y de nosotros. Entre comillas dirigí ese partido, porque al único que había visto era a León y así arrancamos”.
Al llegar, Mazzini entendió que su manera de dirigirse a cada uno iba a tener que variar de las jergas del fútbol unisex al que estaba acostumbrado hasta hace un año, cuando pisó Rústicas por primera vez. Los únicos ámbitos mixtos en los que estuvo fueron laborales y educativos. Según él, emplear nuevos modos le desarrolló mayor empatía y una mejor comunicación.
Para explicar la historia detrás de cada integrante, Mazzini los diversifica: “Podemos encontrar tres grupos comunes de casos: uno de gente que jugó hasta los 20, que dejó por cuestiones de la vida y ahora que son más grandes están retomando. Después tenés otro- diría que mayoritario- de gente que nunca pudo jugar porque, por algún motivo, sufrió algún tipo de discriminación o no se sentía cómodo en donde jugaba y así lo fue postergando. Ahí varía mucho la edad, pueden ser chicos de veinte hasta de treinta años. Ellos encontraron acá, tanto en Perros Callejeros como en Rústicas, un lugar para poder jugar y que esté todo bien. Y después tenés a los que lo hicieron toda la vida y les gusta el deporte. Pero el factor común que une a los tres es esas ganas de jugar de un modo, si bien intenso y comprometido, que sea sin esa parte extremadamente competitiva. Uno a veces habla del futbolista frustrado, que quizás va fuerte por demás o se sarpa en la parte verbal. Pero eso es lo que los une a todos: un fútbol sin violencia ni mala leche”.
Leandro mira a todos elongar y saca videos con su celular para subirlo al Instagram del equipo. Cuando termina de dar vueltas a la ronda con su cámara en vertical, se dirige a su mochila tirada en el córner derecho. “Me voy a poner a colgar las banderas”, determina mientras abre el cierre superior. “Hay clubes a los que no te dejan pasar ni con las camisetas de otros clubes. Acá en San Telmo nunca nos dijeron nada. Eso es un acto político por parte de ellos, de aceptación; de con algo muy suave, abrazar al colectivo”.
Mientras despliega el primer banderón, se le viene a la memoria el sitio en el que hicieron de local hasta junio: el Polideportivo Don Pepe. Gestionado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, fue la casa de Rústicas durante cuatro años. Era el lugar ideal para Leandro y León, al estar cerca de donde viven y al darle la posibilidad de jugar sin abonar a quienes tuvieran bajos recursos. En 2024, un desconocido empezó a hablar a la cuenta oficial de instagram -de la que Leandro es el administrador- y los bombardeó a preguntas: sus horarios habituales en el club, los nombres de quienes lo manejan, hacía cuánto usaban el predio como sede. Ingenuamente, Leandro esperó que concrete una fecha para ir a probarse como jugador o un atisbo de intención de participar en el equipo.
Cuando llegaron a Don Pepe el sábado siguiente, no les dejaron colgar las banderas de Rústicas. Unos meses más tarde, el personal del polideportivo les indicó que debían pagar un seguro mensual por las personas que participaban y les dijeron que ya no podían dar clases. Su única opción para pedir el espacio fue la solicitud vía mail: fueron cuatro meses esperando respuestas. Desistieron.
“Ahora hay una movida bastante grande por eso”, agrega Leandro, alzando las cejas con aflicción. “Otro equipo denunció algo parecido y lo llevamos a políticos para poder hacer eco. Antes teníamos un Ministerio de Deporte que acompañaba las políticas que necesita el deporte LGBTQI+. Nosotros también como espacio recibimos un aporte suyo: nos dieron pelotas, zapatillas, y cosas que hoy no funcionan y que no están pasando. Las nuevas políticas hacen que todos los avances, lo que se logró alguna vez, retroceda”.
Para sacar la segunda bandera de la mochila, Leandro debe dejar las camisetas sobrantes en el sintético. Entre quienes faltaron hoy en el equipo, está el arquero titular: Oniryah, un chico no-binario. “Es el exponente máximo de lo que logró Rústicas”, detalla con la voz entrecortada. “Es una persona que… sufre algún tipo de nivel de autismo. Y cuando llegó no sabía hacer absolutamente nada. Los primeros ejercicios que hizo fue respirar. León le enseñó. Siempre terminaba en zonas que no lo hacían feliz por el nivel de ansiedad que maneja, pero cuando le regalamos unos guantes y agarró el arco fue otra persona. Ella misma nos dijo: ‘nunca nadie me dio la posibilidad de ocupar el lugar que quiero ocupar’. Un día estábamos generando la nueva camiseta y nos trajo un diseño que había hecho: hoy lo llevamos todes”.
Leandro volvió a sentarse en la intersección de la mitad de cancha y el córner izquierdo. Arriba suyo, flamean los escudos de Rústicas y de Perros Callejeros con una inundación de colores de fondo. El paredón de rejas perdió su protagonismo y, por momentos, tangibilidad. El mate, ya lavado, siguió recibiendo agua de un termo con un sticker de la estrella marina descubierta por el CONICET y con una inscripción en Comic Sans: “Nadie se salva solx”.



