viernes, diciembre 5, 2025

El Reconquista y su deuda con el deporte argentino 

Por Renzo Terzian

Mientras el Congreso debate la recuperación de la autonomía del Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD), la Pista Nacional de Remo y Canotaje —situada en Tigre, sobre el tramo final del Río Reconquista— atraviesa una gran contradicción. Al mismo tiempo que se discute cómo garantizar fondos para becas, traslados y concentraciones, los remeros intentan entrenar en un cauce donde el agua enferma a los atletas. Es el contraste entre la política que promete apoyo al deporte y la realidad de un escenario que lo castiga. 

En paralelo a la discusión por la recuperación de la autonomía del ENARD, los botes se alinean sobre el agua espesa del Reconquista. Desde lejos, el río parece sereno, pero basta con acercarse para que ese espejismo se rompa. Un olor agrio, parecido al de una cloaca abierta, se mezcla con el humo de las lanchas. Plásticos, ramas y pedazos de espuma flotan con lentitud sobre una superficie gris. Cada brazada levanta burbujas de aire atrapado entre los residuos. Los remeros ajustan los movimientos para no salpicarse la cara porque saben que un simple roce puede terminar en una infección. 

“Somos embajadores de todo un país y nada, remamos en una cloaca a cielo abierto”, dijo Ariel Suárez, ex remero olímpico, con un tono más de cansancio que de enojo. 

El deterioro del lugar comenzó hace 40 años y fue producto de malos manejos políticos. En 1985, después de una crecida, las autoridades municipales decidieron romper el cerramiento que protegía la pista de la contaminación. Lo hicieron para aliviar un riesgo inmediato, pero con esa acción abrieron el paso para que los desechos de distintos municipios llegaran hasta los bajos que mantenían el nivel del agua. Daniel Concilio, presidente de la Asociación Argentina de Remo, recuerda aquel momento con precisión. “En el año 85 estaba cerrado ahí el puente de la línea como le decimos nosotros, donde comienza la pista nacional de remo, y cayeron 300 mm de agua en una hora. Ahí entraron en pánico a nivel municipal. Pensaron que se podía inundar parte de los lugares cercanos a la pista y fueron y rompieron”

La cuenca del Río Reconquista se extiende por 18 municipios del conurbano bonaerense y además forma parte de un sistema más amplio: 134 cursos de agua que totalizan unos 606 km, de los cuales 82 corresponden al propio río. Ese entramado hidráulico no solo

complejiza el saneamiento, sino que hizo que sea casi imposible aislar la pista de remo del flujo contaminante que venía de toda la cuenca. Los inventarios técnicos señalaron decenas de basurales y relevamientos que registraron más de setecientas toneladas acumuladas. Si se suman los residuos de toda la cuenca, la cifra asciende a cientos de miles de toneladas, dependiendo del método de medición. Más allá de las estadísticas, el paisaje habla por sí solo: el agua tiene un color oscuro, espeso, que absorbe la luz del mediodía y deja una película aceitosa en los cascos de los botes. El viento trae un olor rancio, como una mezcla de barro fermentado y residuos estancados. 

Practicar en esas condiciones requiere adaptarse a lo que el río impone. Las sesiones de entrenamiento, que deben medirse en tiempos y ritmos, se interrumpen para esquivar bolsas o desechos. Los entrenadores cambian recorridos para evitar zonas con exceso de sedimentos. “La pata del motor tocó el fondo. Se levantó el piso, nos quedamos enganchados”, dijo Martín Bonini, entrenador nacional, mientras observa las hélices marcar círculos en ese invisible suelo marrón. 

Las consecuencias son múltiples. Desde lo técnico, la densidad del agua aumenta por la cantidad de sólidos suspendidos, lo que altera la comparación con marcas internacionales. “Desde el punto de vista técnico estamos en un agua más densa por la contaminación y la suciedad. Nuestros tiempos de referencia se vuelven imposibles de comparar a nivel mundial”, admitió Concilio. Desde lo económico, el daño alcanza incluso a las embarcaciones. “Este es un bote alemán que costó alrededor de 20.000 euros. Es mucha plata, y los botes tienen agujeros y golpes por todos lados”, cuenta Oriana Ruiz, mientras recorre con los dedos las grietas de su casco. 

El impacto sanitario llega tarde o temprano, con infecciones intestinales, erupciones cutáneas y cuadros de descompostura que se repiten en la mayoría de los deportistas. “Todo el tiempo tenemos que remarcar la higiene, que no se toquen la cara y que se limpien los botes. El material se deteriora con la contaminación, y aparecen casos de infecciones intestinales y patologías en la piel”, explica Lorena Bembible, directora técnica de remo adaptado. En los entrenamientos, el agua salpica y se mezcla con la transpiración. Ese mínimo junte basta para enfermar: “Mi hijo entrena todos los días y llegó a estar una semana descompuesto. No toma el agua, pero al salpicar, ingresa contaminación por los poros del cuerpo”, asegura Silvina Morales, integrante del consejo directivo de la Asociación Argentina de Remeros Aficionados (AARA). 

Ariel Suárez sufrió en carne propia las consecuencias. Durante una preparación mundialista, una infección derivada del contacto con el agua lo dejó dos meses en cama. “Si

la bacteria me llegaba al corazón, no estaría hablando con vos ahora”, confiesa. Francisco Pfaab, director técnico de la categoría Sub-19, describe ese riesgo invisible: “Lo grave es que ese aire que está ahí son gases. Eso significa que el suelo está contaminado con metales pesados”, advierte. El fondo del río, más que barro, funciona como un archivo de años de polución. 

En los últimos monitoreos, el ente autárquico que coordina y ejecuta acciones vinculadas con el saneamiento ambiental (COMIREC) detecta concentraciones de plomo, zinc y cromo superiores a los valores guía de la Organización Mundial de la Salud. Los estudios también revelan la presencia de hidrocarburos y residuos cloacales que llegan a la pista arrastrados por el flujo de la cuenca. En algunos sectores, la superficie del Reconquista muestra un movimiento irregular, como si pequeñas burbujas ascendieran desde el fondo y explotaran en la oscura superficie. Ese comportamiento del agua, que a simple vista parece menor, acompaña un nivel de materia orgánica que excede en un 70% lo permitido para usos recreativos. Ese diagnóstico confirma lo que los deportistas sienten cada día en el cuerpo y deja en evidencia la escala del problema ambiental que atraviesa todo el recorrido del río hasta desembocar en Tigre. 

Las soluciones existen, pero no avanzan, los proyectos técnicos proponen mangas de contención para detener los residuos flotantes, vertederos asimétricos para mantener el nivel del agua, colectores cloacales y plantas de tratamiento para cortar la fuente de efluentes. “Con dos vertederos de cota asimétrica, con treinta centímetros menos, la pista se mantiene llena”, explicó Concilio, refiriéndose a una de las obras hidráulicas pendientes. El problema no es técnico sino político. La cuenca abarca dieciocho distritos con intereses distintos, y la fragmentación diluye las responsabilidades. El COMIREC y el municipio de Tigre impulsan pedidos concretos, como la reposición de mangas de contención. Mientras, programas financiados por organismos internacionales incluyen colectores y estaciones de bombeo. Aun así, la continuidad de las obras se pierde entre gestiones, y la pista acumula señales de esa inacción: carteles de proyectos que ya no tienen fecha, maquinaria estacionada en la orilla y tramos del canal donde las intervenciones quedan a mitad de camino. 

Creado en 2009, el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD) nació para financiar becas, equipamiento y viajes de atletas argentinos. Su presupuesto proviene de un impuesto del 1% sobre la telefonía celular, pero en 2017 ese esquema se modificó y el organismo pasó a depender de las partidas del Tesoro Nacional. Esa decisión lo dejó expuesto a los cambios políticos. En 2024, con el recorte de fondos y la pérdida de autonomía, las becas se redujeron un 30%. “El mes que viene no tienen plata para pagar

becas”, advierte Cecilia Carranza, campeona olímpica. Su denuncia vuelve a poner en agenda el lugar que ocupa el deporte en la política pública argentina. 

En paralelo, el debate sobre el ENARD sigue abriendo grietas entre la dirigencia deportiva y los propios atletas. Las demoras en los pagos de becas y la falta de fondos para cubrir viajes o concentraciones vuelven a exponer la fragilidad de un sistema que, pese a producir medallas, depende de la buena voluntad política. Los remeros del Reconquista no están al margen de esa crisis. Entrenan en un escenario contaminado y, al mismo tiempo, ven cómo el presupuesto nacional para infraestructura deportiva se achica. Los clubes acumulan deudas, los entrenadores buscan recursos propios y muchos atletas combinan los entrenamientos con trabajos temporales. “Cuando cortan los aportes, lo primero que se frena son las obras”, explica Daniel Concilio. Las mangas de contención, los vertederos y hasta los simples relevamientos ambientales quedan totalmente postergados. 

El conflicto entre la falta de recursos y la realidad cotidiana en la pista también se refleja en las palabras de los entrenadores. “Es un riesgo y creo que nos está sacando gente del deporte, porque los padres o los mismos chicos lo evalúan”, dice Francisco Pfaab, técnico de la selección sub-19. Su advertencia se repite en los clubes. “La gente que estamos acá ya lo naturalizamos, pero esto no es normal”, insiste Ariel Suárez, con la autoridad de quien remó por dos décadas para el país. 

Esa normalización es el síntoma más silencioso del problema. Los deportistas crecen acostumbrados a ese olor insoportable del río y al color tan desagradable del agua. Algunos jóvenes piensan que ya es parte del paisaje. “Esto no es solo una cuestión de entrenamiento, es de salud pública. Hay chicos que entrenan todos los días en estas condiciones y terminan con fiebre o irritaciones”, advierte Pfaab, que conoce la pista desde hace décadas. Silvina Morales resume el deseo de muchos: “Hoy acá en Tigre queremos que este río se limpie, que se cumpla el proyecto que tanto esperamos. Queremos tener una pista que sea una imagen para todo el mundo, donde las competencias puedan hacerse acá, una pista olímpica”. 

La orilla muestra lo que los discursos no alcanzan a tapar. Brigadas de limpieza retiran desechos cada semana, pero el caudal sigue trayendo más y más contaminación. Las tortugas se suben a neumáticos porque son testigos de lo que hay debajo, las ratas cruzan las orillas entre botellas vacías y ramas secas. Los entrenadores saben que los operativos son un paliativo. Para revertir la contaminación se necesitan obras de gran escala, la coordinación de municipios y una decisión que trascienda los mandatos políticos.

Suárez insiste en que la contaminación no siempre se veía. Desde lejos, el río puede parecer sereno, pero basta con acercarse para descubrir otra escena en la avenida costera que bordea la pista y permite una vista limpia del canal: “Ahora lo ves, está muy lindo desde el Camino de los Remeros, se ve hermoso, se ve lindo. Pero le digo a la gente que se baje a un costado, que se anime a acercarse al agua, que vea el agua, que se anime a meter la mano, a ver si se anima. Los deportistas, tanto remo como canotaje, como todos los clubes, no tienen otra opción que venir a remar acá. Son los chicos, los futuros embajadores del país, que tienen que remar en esta cloaca”, advierte el exremero. 

El dilema se resume en cómo sostener el alto rendimiento sin exponer a los atletas a peligros evitables. La respuesta depende de decisiones concretas y sostenidas en el tiempo, porque para cambiar el presente del Reconquista hace falta presupuesto, coordinación y mantenimiento. Si el país pretende recuperar los fondos destinados al deporte, debe también invertir en la infraestructura que lo hace posible. 

La Pista Nacional de Remo y Canotaje sigue siendo un escenario de contrastes. Allí se forman atletas que compiten en el mundo mientras que el entorno los enferma y los desgasta. Hasta que la técnica y la política se encuentren en una misma decisión, cada entrenamiento continúa siendo un acto de resistencia. Remar se convierte en sobrevivir al barro y a la espuma. Cada brazada lleva consigo mismo el deseo de una medalla y la evidencia de una deuda que todavía sigue inconclusa. 

Entre los entrenadores que conocen la pista desde hace décadas, algunos aún sostienen la idea de que el Reconquista puede recuperarse. La esperanza no nace de la ingenuidad, sino de haber visto ríos transformarse en otras partes del mundo. “Quiero que vuelva a ser la misma pista que yo conocí cuando tenía 14 años, con agua limpia. Nos bañábamos en el río o mi papá, que también era remero de acá de Tigre, me contaba que tomaba el agua. Es viable que se solucione este tema, yo creo que es con trabajo, lo veo posible porque en otros lados del mundo pasó lo mismo. En Inglaterra, el Támesis, la cuna del remo internacional, vivió una etapa de este estilo, con esta calidad de agua, y lo revirtieron. ¿Por qué no nosotros?”, reflexiona Francisco Pfaab, con un silencio seguido a sus palabras, pero no de resignación, sino de certeza, porque en ese río donde todo parece perdido, aún hay quienes creen que remar también es una forma de resistir. 

A pesar de todo, la pista sigue viva. Cada mañana, el murmullo de los entrenadores se mezcla con el chapoteo de los botes al tocar el agua. Los deportistas llegan antes de que salga el sol, acomodan los remos y salen a practicar, mientras que los que utilizan lancha revisan que no se les haya quedado algo pegado en el motor. Lo siguen haciendo porque

no les queda alternativa y además, aún en este río enfermo, persiste algo de lo que los había llevado hasta ahí: su sueño, la disciplina, el compañerismo y una fe que les permite seguir y soñar con que el agua alguna vez vuelva a ser transparente.

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