Por Bautista Mendiburu
El caucho se despega del césped sintético cuando rueda la pelota. Enrique Sánchez, entrenador y fundador de Metz Academy, academia de perfeccionamiento individual de fùtbol, toca el silbato y frena el ejercicio. “Es cuestión de repetirlo hasta que salga; la clave es la constancia, pronto verán resultados”, dice, y sus cuatro alumnos escuchan atentos mientras sobrepasan el frío de la mañana de agosto en Pilar. La cancha tiene algunas líneas marcadas y conos. Cada pase, cada tiro al arco, está pensado para pulir lo que al jugador le falta. Simular situaciones que los profesionales de fútbol van a vivir en los partidos, y hacerlo miles de veces, para que luego en el partido salga lo mejor posible. Entrenar en una academia no es un lujo: es una inversión en el futuro.
Desde hace cuatro años, en Buenos Aires suena el nombre de Metz Academy, un espacio pensado para que los jugadores trabajen lo que el club no alcanza a pulir. Bajo la conducción de entrenadores como Enrique Sanchez, profesor de educación física y creador de Brainplus (Neurociencias aplicadas al deporte), la propuesta se centra en la repetición, la técnica y el detalle: controlar mil veces hasta que salga natural, rematar mil veces hasta que se vuelva instinto.
Felipe Hernández ahora está lejos, en Missouri, Estados Unidos, entre entrenamientos de fútbol profesional universitario y estudios de administración de empresas. Pero recuerda los entrenamientos en Metz: “Esos centros con efecto, los mil controles, son cosas que sigo aplicando acá”. Aunque esté lejos, sigue entrenando con el objetivo de convertirse en jugador profesional de fútbol. Esa impronta le permite seguir creciendo como jugador, como también creció en Armenio y su cuna, el barrio Aranjuez, con la sensación de que esos entrenamientos en Buenos Aires siguen guiando su manera de jugar.
Por otro lado, en Benavídez, se encuentra la Academia Control Orientado. Es un proyecto que creció rápido, en 2021, impulsado por todas las familias de alumnos que buscan mucho más que fútbol: quieren formación y oportunidades reales para sus hijos. La mirada no está solo en lo que pasa dentro de una cancha de fútbol, sino también en disciplina, valores y sentimientos. Mateo Veraldi fue testigo del nacimiento de la academia. El delantero surgido en Control Orientado, estuvo desde los primeros días, cuando en la academia, los jóvenes ya se entrenaban con ganas de aprender. El esfuerzo de Miguel Cisterna y Tomas Veraldi, los fundadores, rindió frutos. Mateo Veraldi entrenó en el plantel superior de Colegiales, una puerta que se abrió gracias al tiempo que pasó perfeccionándose.

En la academia Metz, los chicos llegan recién despiertos, algunos abrigados con más de una capa de ropa. Enrique Sanchez arma el primer ejercicio: control orientado con la suela y pase a un toque, desmarque para recibir de frente y remate cruzado. El cronómetro marca series de tres minutos. En cada pausa, siempre hace una corrección: “perfila el cuerpo”, “no esperes la pelota”, “mirá el arco antes de definir”. En el borde de la cancha, algunos padres presenciando el entrenamiento mientras el caucho se acumula en pequeñas montañitas sobre el alambrado. Un perro duerme al sol. La práctica sigue.
En Benavídez, un sábado al mediodía, aprovechando la fecha libre propuesta por la AFA, la tribuna de madera junta familias y mates. En la cancha, Miguel Cisterna ordena un circuito de pases diagonales, con controles hacia afuera para evitar la presión y cambios de frente a la carrera. “Pases precisos y al pie hábil del compañero”, dice. Mateo Veraldi, desde un costado, toma tiempos y corrige posturas. Cuando un juvenil erra, se repite sin reproche. Se busca la perfección, esa repetición que sea excelente, con pases firmes, buenos controles, desmarques, y que finalice en gol.
Sánchez explica: “Acá nadie viene a inventar nada. Trabajamos lo que funciona: control, pase, remate. Lo que le falta a un juvenil es repetir hasta que salga automático”. Su voz se mezcla con el golpe de la pelota contra el botín y con el sonido de cansancio de chicos que todavía no son mayores de edad pero sueñan como si el debut estuviera a la vuelta de la esquina. Usualmente, los alumnos de la Academia Metz son de clubes ubicados en zona norte: Real Pilar, Pilar FC, Tigre, Platense.
Hernández, del otro lado de América, vive lo mismo de este método de perfeccionamiento. “Allá (Argentina) muchos no entrenan fuera del club o universidad. Nosotros crecimos con esa cabeza: la del sacrificio por sobre todo”, cuenta. En los campus universitarios de la ciudad de Missouri aprende a convivir con rutinas largas y viajes, pero siempre recuerda esos movimientos que aprendió en las frías mañanas en Metz: preparar el cuerpo antes del balón, orientar el primer toque a la zona libre, atacar el espacio desde atrás. Cada tanto manda un mensaje a Sánchez y le cuenta cómo le va en los partidos o entrenamientos. La relación no se corta, porque cada vez que vuelve por el receso del torneo universitario de los Estados Unidos, vuelve a optar por entrenarse en Metz Academy.
Cisterna, en la academia de Benavídez, baja la intensidad cuando ve que la técnica comienza a fallar. Les pide repetir el control con sutileza. Después sube el ritmo de a poco, hasta que el gesto vuelve a ser limpio y natural. No hay apuro. El apuro suele ser el enemigo del detalle: cuando uno hace rápido las cosas y sin pensar, vuelve a aparecer el error. Mateo Veraldi sostiene que todo lo que aprendió fue mirando y entrenando. “Acá no te enseñan solo a ganar un partido: te enseñan a jugar bien. Después, cuando te sale, el resultado llega solo”, dice. La frase queda en el aire mientras arma conos para un rondo. El juego propone una sola salida posible y obliga a leer antes de que la pelota llegue.
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El fútbol argentino, a veces contado desde los grandes nombres, estadios o campeonatos, también está en estos centros de perfeccionamiento y alto rendimiento. En predios que no conoce nadie, en canchas de tierra, en tardes de calor y mañanas de dos grados bajo cero. Lo que sucede ahí no sale en la tele, no lo saben los hinchas que insultan cuando un jugador da mal un pase, pero queda en el conocimiento de quien lo hace. Se trata de aprender a entrenar, que es otra forma de aprender a esperar el momento de hacer esos pasos para convertirse en futbolista profesional. Porque la carrera no es lineal: está hecha de pequeñas decisiones a lo largo de los años. Un pie de apoyo al lado de la pelota, un medio paso antes del salto, un hombro que se abre en el último segundo y hasta un movimiento de cadera para perfilarse bien.
La precisión no rompe la magia; siempre va estar esa parte del fútbol que es impredecible, la imaginación para hacer gambetas y engañar al contrario. Pero también se trabaja el gesto para que, cuando aparezca la jugada, se ejecute como si fuese natural. Esa naturalidad “entrenada” es una cualidad formada en silencio, durante semanas, meses, años. Sánchez lo resume con una imagen: “Cuando un pibe entiende que el control es el comienzo de todo, el que mejora todo tipo de jugada, el resto empieza a ordenarse”.
Hernández trae otra historia. En un entrenamiento de fútbol con el primer equipo, la pelota viene mordida y picando. Antes se le iba larga. Ahora, baja el centro del cuerpo, orienta el empeine y la duerme hacia afuera. El lateral rival queda a contramano. El entrenador del plantel superior se sorprende, ve un cambio en él. Son gestos que no se ven en un video corto, pero deciden una jugada. “Eso aparece cuando ya lo hiciste muchas veces”, dice. Cuando los entrenadores notan estas mejoras, los futbolistas suben en la consideración; los detalles son los que luego definen las jugadas, los goles y los partidos.
Mateo Veraldi no suele hablar de talentos, sino de hábitos, de trabajo, de sacrificio. Señala la muda de botines en una bolsa, el mate apoyado lejos del campo, la puntualidad. Dice que la disciplina es el primer paso a la grandeza. No todo lo importante de un futbolista está dentro de un campo de juego. El respeto, el compañerismo y la empatía, dice, son fundamentos claves para convertirse en profesional. Hace hincapié en que el jugador que aprende a corregirse, aprende también a leer el partido. El día que entiende y asimila, el error deja de ser un tropiezo para convertirse en señal, en otra oportunidad para mejorar. Observa a un grupito que se queda después de la hora para patear pelotas paradas. Mueve un cono dos centímetros, vuelve a mirar el arco, les pide que imaginen un contrario en la barrera. Cuando la pelota entra, no hay gritos: hay una respiración que se afloja. “La próxima, igual pero más rápido”, dice. Y se ríe, porque sabe que la próxima será igual, y después otra vez, hasta que el cuerpo responda solo, hasta que salga de memoria.
Del otro lado del ramal Escobar, en Pilar, cae el sol y se termina la última sesión de entrenamiento del día en Metz. El sol ya no pega de frente y el frío regresa con la tardecita. Sánchez junta los conos, guarda el silbato y deja una última indicación. “Mañana es lo mismo: repetimos. Es la única manera”. Los chicos se sientan. Detrás de ellos, la cancha queda vacía, esperando a que pase la noche para volver a recibir alumnos que repitan, repitan y repitan.
En Benavídez, más tarde, el viento trae olor a pasto recién cortado y vuela el polvo de esa cancha abandonada, la que solo se usa para hacer la parte física, la más odiada por los alumnos. Miguel Cisterna y Tomas Veraldi ordenan el cierre del entrenamiento del primer equipo con una serie de pases a dos toques que terminan en pared y remate. Mateo Veraldi recoge pelotas y vuelve a acomodar los conos. No hay música ni indicaciones, solo el sonido de la pelota Puma N° 5 saliendo limpio del botín y el golpe seco contra la red o los guantes de los arqueros.
Hay historias de futbolistas que terminan en un debut en un equipo afiliado a la AFA, puede ser primera, segunda, tercera o hasta cuarta división, otras en un viaje, otras en una carrera distinta. El final queda abierto. Puede ser un contrato, una beca, un torneo o el simple orgullo de haber entrenado bien. Lo que queda es el método, que es también una forma de carácter y algo que sirve para todos los ámbitos de la vida. Volver al mismo movimiento, corregir lo que salió mal, insistir con paciencia. En el fútbol, como en la vida, nadie garantiza el éxito, pero sí hay una manera de hacer las cosas para cuando la oportunidad llegue. Y la manera es esta: repetir hasta que el cuerpo hable por sí solo.
Sánchez deja una frase que sus alumnos ya conocen: “El fútbol es repetir hasta que te salga perfecto, y cuando te sale, volver a repetirlo”. Felipe Hernández, desde Missouri, contesta con un mensaje simple: “Sigo con lo mismo”. Cisterna mira el reloj y cierra el portón del predio de Control Orientado. Mateo Veraldi apaga las luces de la cancha. El predio queda quieto. Mañana, otra vez, alguien tocará el silbato y se volverá a repetir lo mismo.



