Por Valentino Sassella
Desde sus primeras brazadas en Quilmes hasta romper récords en la distancia más exigente del triatlón, el bonaerense se ha convertido en símbolo del esfuerzo argentino. Pero detrás del cronómetro también hay otros capítulos: el día a día, los vínculos, los miedos y los proyectos que habitan en los silencios.
Nacido un 29 de mayo de 1989 en Quilmes, provincia de Buenos Aires, Luciano Taccone se crió bajo la música insistente del tren Mitre y la leve brisa que bajaba del Río de la Plata. Allí comenzó su historia, una con sabor a agua, sudor y resistencia. “Siempre supe que quería estar en el agua antes que en la oficina”, suele decir con media sonrisa. Cuando de adolescente alternaba entre la natación y el ciclismo, poco imaginaba que su futuro lo empujaría a dominar los tres segmentos del triatlón profesional: natación, ciclismo y carrera a pie.
Aun así, los entrenamientos del Club de Natación de Quilmes marcaron la base: “Entrenar temprano los sábados, cuando sólo el sol y los entrenadores compartían la pileta, es lo que me condicionó para olvidarme del miedo al agotamiento”, confiesa. Su salto a la élite llegó con la selección argentina: representó al país en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, donde concluyó la prueba de triatlón individual en el puesto 48.
Pero lo significativo no fue sólo la cifra: fue el momento en que comprendió que el cronómetro no perdona, y que él tampoco lo haría con su propia voluntad. En 2019, Luciano alcanzó uno de los hitos más importantes del triatlón argentino: la medalla de bronce en los Juegos Panamericanos de Lima. Ese logro rompió una sequía de 16 años sin podios nacionales en la disciplina. Entre eso y lo que vendría, entendió que para trascender había que pensar en grande, y preparar el cuerpo para algo más que la corta distancia.
En 2023 y 2025, Taccone le dio un giro mayor a su carrera: abrazó la distancia del Ironman 70.3 Brasil, con resultados arrolladores. En Florianópolis estableció un nuevo récord de 7 horas, 31 minutos y 46 segundos, dominando la bicicleta con un registro impactante de 4 horas, 9 segundos. Se convirtió así en bicampeón de la prueba y en uno de los pocos latinoamericanos que rivaliza con los grandes del mundo en la larga distancia.

“Cuando me subí a la bici ese día, supe que había algo distinto. No es que el cuerpo estuviera ligero; era que la mente había decidido quedarse, y no soltar”, dice Taccone, con esa voz que mezcla convicción y calma. Esa frase resume su evolución: ya no bastaba con llegar, ahora se trataba de dejar huella. Pese a los logros, Taccone no es sólo atleta.
En el plano personal mantiene una relación estable con la triatleta Romina Biagioli (foto) también elite en su disciplina. “Ella es el cable a tierra que ningún podio me da”, comentó hace unos meses en redes sociales. Ambos entrenan, comparten viajes, silencios y metas. Pero Luciano prefiere reservar parte de su intimidad: los entrenamientos pueden verse; los miedos, no tanto. En su casa de Córdoba, donde reside buena parte del año para aprovechar el clima y la altitud, hay un ritual fijo: desayuno a las seis de la mañana con mate libre, revisión del plan de entrenamiento del día y luego sesión de natación, ciclismo o pedestrismo, según corresponda. Entre dieciocho y veinte sesiones semanales no son una exageración: son su estándar. “Si voy a comprometerme, lo hago con todo o no lo hago”, afirma.

No todo es luz en este camino. Una lesión en el sóleo lo dejó con un 2024 difícil: la frustración, el bajón anímico, la duda. “La lesión fue una invitación a parar algo que no había parado en años”, comenta. Esa pausa le permitió reencontrarse con la lectura, cocinar para sí mismo y recuperar espacios que la exigencia del triatlón había eclipsado. En ese silencio obligado comprendió que el cuerpo es sólo un vehículo y que la verdadera resistencia también se entrena en la mente. Volvió a sumergirse en novelas de aventura, su género favorito para desconectarse, como Los Senderos del Viento de Mauro Estévez y ensayos de psicología deportiva como La Mente que Resiste de Clara Montovani. También retomó un viejo libro que lo marcó de adolescente, Agua Profunda, una ficción sobre un nadador solitario que busca su identidad a través del mar.
“Leer me ordena, me baja a tierra y me recuerda por qué hago lo que hago”, suele decir. Le interesan especialmente los géneros introspectivos: biografías, crónicas deportivas y relatos de viajes. Cada noche, antes de dormir, dedica media hora a lo que llama “lecturas que afinan la cabeza”. Su entrenador, Raúl Lemir, fue clave en el salto a la larga distancia. “Desde que comenzamos a pensar en el Ironman, Luciano entendió que ya no se trata de una carrera, se trata de una vida”, comenta Lemir. Esa frase resume el enfoque: no sólo más kilómetros, sino integridad, alimentación, recuperación y mente. “Luciano tiene un tipo de tranquilidad rara para este deporte: no se desespera, presiona de forma realista”, agrega.
Esa serenidad permitió que el quilmeño, ahora mitad cordobés por adopción, evitara el desgaste típico de quienes saltan de corta a larga distancia sin escalas. Su madre, Marta, recuerda esos primeros pasos: “Luciano era un nene que no se cansaba nunca. Había que sacarlo de la pileta a la fuerza, pero también tenía una sensibilidad enorme; cuando algo no le salía, se quedaba pensando horas. nunca fue de rendirse”. Su padre, Rubén, aporta otra mirada: “a mí lo que siempre me sorprendió fue su disciplina. tenía 12 años y se levantaba solo a las cinco para ir al club. Yo lo acompañaba, pero él ya estaba vestido antes de que yo prendiera la luz. lo de hoy no me sorprende: ya estaba en él”. Y su entrenador de la infancia, el histórico profesor Héctor Barrenechea, añade: “Luciano tenía una particularidad: escuchaba. en los chicos de esa edad es raro. absorbía cada corrección. Tenía una determinación tranquila, como si supiera que su camino iba a ser largo”.
En un deporte dominado por europeos y norteamericanos, el ascenso de Taccone adquiere dimensiones de símbolo regional. No porque busque protagonismo, sino porque su narrativa conecta con el esfuerzo, la autogestión y el deseo de trascender. Su victoria en Brasil deja un mensaje claro: “Un argentino puede marcar la historia”. En 2025 cerró una de sus mejores temporadas, pero no se da por satisfecho. La clasificación al Ironman World Championship en Niza marca el próximo paso. “Lo bueno de este deporte es que siempre queda algo por mejorar”, dice. Y lo dice sin arrogancia. Su mirada va más allá del deporte.

Luciano suele repetir que el triatlón, aunque parezca individual, en realidad es un esfuerzo compartido. Habla del mecánico que ajusta la bici a la perfección, de la nutricionista que le cambia una rutina cuando el cuerpo se resiente, de los amigos que lo esperan con un asado cuando vuelve de un viaje interminable. “Si algo aprendí es que nadie llega solo. El mito del atleta solitario es eso: un mito. Lo que pasa es que el esfuerzo se ve de a uno, pero se construye de a muchos”.
A veces, cuando el entrenamiento lo permite, vuelve a Quilmes para visitar a sus padres. Camina por la costanera y reconoce que allí empezó todo. Le gusta llegar a ese punto donde el agua tiene olor a infancia. Suele pasar por el viejo club, mirar las piletas vacías y pensar en lo que vendrá. “Me gusta no olvidar de dónde salí. Porque eso te da hambre, pero también te da gratitud”, cuenta. En esos viajes al pasado se lo nota distinto: menos competidor, más hijo, más humano. En la intimidad, Taccone es detallista. Ordena sus cosas con un método casi quirúrgico: los geles energéticos por tipo, las zapatillas alineadas, la bici limpia al extremo. Es su forma de mantener el control cuando el mundo exterior se vuelve incierto. Tiene un cuaderno donde anota cada entrenamiento desde hace más de diez años: fecha, clima, sensaciones, pensamientos. “A veces leo cosas de hace años y me sorprende cómo pensaba. Me doy cuenta de que madurar en el deporte es también madurar en la vida”, confiesa.
También hay un costado espiritual que pocos conocen. Desde hace un tiempo practica meditación guiada y, según cuenta, eso le permitió bajar la ansiedad de la competencia. “El silencio te enseña a escuchar el cuerpo antes de que grite. Antes corría para demostrar; ahora corro para entender”.
Taccone no sólo compite: piensa. Tiene en mente crear, una vez que cuelgue la bicicleta, una escuela de triatlón para jóvenes de zonas vulnerables del Gran Buenos Aires. En ese proyecto imagina transmitir no sólo técnica, sino disciplina, autoestima y aspiración. “Lo que me dio el deporte lo quiero devolver, pero sin dar sin esperar; quiero sembrar”, afirma. Además, comenzó a escribir un libro de memorias deportivas y personales que incluirá capítulos inéditos: los primeros años en Quilmes, la duda antes de Río, la noche sola en Florianópolis tras romper el récord y la soledad que a veces reclama un atleta que vive fuera de temporada en el extranjero. Ese manuscrito aún sin título es una forma de diálogo consigo mismo y con su futuro.

“Cuando cruzo la meta, siento que dejo una pequeña huella para alguien que aún no nació y quiere creer que puede”, dice Luciano Taccone y agrega: “La bicicleta es donde hablo conmigo mismo; el pie corriendo es donde me escucho”. Sobre su vida personal reconoce: “Romina me recuerda que el deporte es parte de la vida, no toda la vida”. Y desde el equipo, Lemir aporta: “El gran logro de Luciano no es el tiempo: es la transformación que permitió que su vida y su deporte se integraran”.
Luciano Taccone es parte de una generación que reescribe los límites del triatlón en América Latina. No sólo batiendo récords, sino construyendo puentes: entre natación y bicicleta, entre talento y disciplina, entre triunfo y humildad. Su historia no es sólo la de un deportista de alto rendimiento, sino también la de un hombre que reparte su tiempo entre brazadas, ruedas, zapatillas, lecturas nocturnas y futuros proyectos. Cuando un cronómetro marque su próxima aparición, lo definirá un nuevo número, un nuevo logro. Pero lo más relevante permanecerá fuera de la tabla oficial: la historia de un hombre que entendió al deporte como escuela y como escenario, y que ahora se encuentra escribiendo lo que viene después.
Su legado no será sólo su nombre en un podio, sino el reflejo de alguien, en algún barrio del conurbano bonaerense, que vea en él la prueba de que un sueño se puede respirar, pedalear, correr y luego vivir con dignidad. Porque, al final, Taccone no corre contra nadie: corre hacia su mejor versión. Corre hacia el futuro que todavía no existe, pero que se construye, paso a paso, en cada amanecer, cuando el mundo duerme y él ya está en movimiento.



