miércoles, diciembre 3, 2025

Entre vallas y sueños

Por Franco Lewkowicz y Manuel Carmona

El cielo de Lomas de Zamora duda antes de amanecer. Una bruma ligera atraviesa los árboles y deja un aroma húmedo, casi dulce. Sobre el tartán, las vallas se alinean como centinelas callados. Helen Bernard Stilling estira los gemelos, acomoda el buzo sobre los hombros, respira profundo y fija la mirada en la pista. Ese suelo funciona como confesionario.

Desde 2017 pisa esa pista. “Acá crecí”, cuenta mientras pasa su manga por la frente, tras una serie de pasadas bajo un sol que resquebraja la tierra. Sus palabras combinan gratitud y determinación.

Marina, su entrenadora, sonríe discretamente. “Su carrera tiene sello propio”, explica. “No existe violencia, solo precisión y conciencia. Analiza mientras corre. Esa percepción no se enseña; se siente”. Mientras que Florencia Acosta, su otra personal training, asiente. “Lo más valioso consiste en verla disfrutar. Muchos creen que los deportistas viven de victorias, pero se nutren de cada entrenamiento. Helen comprendió eso pronto. Su fuerza nace de la constancia”.

Helen no siempre imaginó que las vallas definirían su destino. Cuenta, mientras mira al cielo, recordando que empezó en salto en largo, como casi todos los niños. Pero Mary y Flor, como les dice ella, le hicieron probar vallas y descubrieron potencial.

En esos momentos de calma, recuerda las primeras veces que alguien le habló de disciplina, de la importancia del compromiso en un deporte que no siempre brinda reconocimientos inmediatos. “La constancia es aburrida, pero es la única forma”, le repite Marina. Helen repite la frase como un mantra, consciente de que detrás de cada logro hay un proceso invisible para muchos.

Antes de largar, pasa una mano por la frente, cierra los ojos y exhala. En ese instante borra todo ruido exterior. Lo que sigue parece música: pasos cortos, impulso, vuelo.

De niña alternó hockey, gimnasia y baile. Necesita movimiento para comprenderse. En un momento combinó gimnasia y atletismo. “No coinciden”, comenta con sonrisa, “uno exige elongación, el otro potencia. Debo elegir. El atletismo me fascina más”.

Esa decisión constituye su primera victoria: no el podio, sino la permanencia en un camino incierto. Ser atleta amateur en Argentina exige fe. No existen cheques ni flashes; sólo becas escasas y calendarios que dependen de un esfuerzo constante.

Bernard terminó el colegio en 2023 y el año siguiente comenzó a estudiar Marketing en la Universidad de Palermo. Disfruta apuntes ordenados, carpetas limpias y mates durante clases. Distribuye tiempo entre entrenamientos, masajes y viajes a competencias. Se encargó de buscar algo que conecte con el deporte. Con esa ilusión de un deportista que recién empieza, aclara mientras sueña: “Me encantaría vivir del atletismo, pero acá resulta muy complejo”.

La carga física y mental a veces la abruma. Ha sentido noches en las que la presión se convierte en un nudo en la garganta, en un silencio incómodo que no sabe cómo manejar. Pero la respuesta siempre está en volver a la pista, en sentir cómo el viento le golpea la cara y el cuerpo responde. Esa sensación la reconcilia con ella misma y la llena de energía para continuar.

Sus jornadas equilibran exigencia física y rutina académica. Abandona la pista con músculos agotados y se sienta frente a la computadora para repasar teoría. El escritorio mezcla apuntes, cronómetros, cintas kinesiológicas y medallas del Sudamericano.

Sus padres están asombrados. “Nunca la persuadimos”, afirma Gabriela, la madre. “Helen mantiene decisión. Cuando algo la atrae, no existe freno”. Martín, el padre, agregó entre risas:

“No somos una familia que entendía de atletismo”. Una vez que su hija estaba entregada a este deporte, se involucraron. Hoy ellos son los que gritan desde la tribuna.” Los padres cuentan con una sonrisa de oreja a oreja que su hija los trata como sus managers.

La familia se transforma en equipo: él administra marcas, ella organiza viajes y la hermana registra videos de cada competencia. No existen lujos, pero sí acompañamiento, combustible invisible que sostiene el esfuerzo.

Helen entrena en doble turno varias jornadas semanales. Su cuerpo registra marcas del sacrificio: moretones, vendajes, músculos tensos. Sin embargo, la calma surge tras cada serie, cuando se sienta sobre el piso y observa el cielo buscando respuestas. “Siento presión”, confiesa. “Pero hacia mí. No por otros. Es presión positiva. Impulsa y refuerza la confianza”.

Esa presión desaparece en charlas con entrenadoras. Marina aborda ritmo y paciencia. Florencia recuerda que los grandes atletas se forjan en silencio, no en medallas. “A Helen hay que contenerla más que empujarla. Desea hacerlo todo de inmediato. Aprende rápido y conserva lo comprendido”.

En la disciplina, Helen también se ha convertido en referente para las chicas más jóvenes. Sabe que su camino puede inspirar a otras, que su historia puede ayudar a que ninguna abandone por falta de apoyo o por miedo al sacrificio. Por eso, cuando tiene un rato, se acerca a las nuevas promesas, las escucha y las aconseja. No se considera una experta, pero entiende la importancia de compartir experiencia y compañía en un deporte que a veces se siente solitario.

Cada mañana se repite la escena: mientras el sol asciende y el barrio despierta, Helen corre y las entrenadoras observan. Una radio que suena, un perro cruza la calle, un colectivo levanta polvo. Nadie advierte que, a pocos metros, una joven de diecinueve años salta sobre sí misma.

En 2021, con quince años, participó de su primer torneo internacional, Sudamericano Sub 18 en Encarnación. Regresa con dos finales y una certeza: desea continuar, competir, representar al país, probar límites. Cada torneo se convierte en aprendizaje: viento adverso, calor en Bucaramanga, frío de Cochabamba, ansiedad previa a cada largada.

Este año, la atleta se hizo conocer ante el continente. La joven participó en los juegos panamericanos juveniles de Asunción. Terminó a un puesto del podio en las finales de los 100 metros con vallas. ¿Su tiempo? 13.72 a tan sólo 12 milésimas de la tan esperada medalla de bronce. Si igualaba el tiempo en semifinal, se habría colgado la medalla.

Sus logros aumentan, ella mantiene entrenamientos en la misma pista, entre conos y conversaciones con profes. A veces se sienta sobre el cordón y observa. Los auriculares descansan sobre sus hombros, mirada fija. Piensa en Europa, torneos grandes y pistas azules que visualiza por internet. “Para mi camada, es necesario experiencia internacional”, afirma. La experiencia forma al atleta. El nivel externo supera al local”.

Permanecer en Argentina implica ingenio. Deportistas financian viajes con rifas o sponsors caseros. Helen continúa corriendo. Recibe becas de la Secretaría de Deportes y del municipio de Lomas; el resto lo obtiene sola. “Deseo un sponsor privado —comenta—. Manejo redes, creo contenido y aumento seguidores. Hoy eso también forma parte de la carrera”. Son posibilidades que tiene un atleta de estos tiempos, antes no había redes ni teléfonos para conseguir tan fácil a las marcas.

Esta combinación de profesionalismo y precariedad define el deporte amateur argentino. No existe red de contención, pero sí comunidad: compañeros comparten agua, entrenadores prestan zapatillas, clubes abren puertas sin mirar el reloj. “Es difícil -admite Marina-, pero el sacrificio permite valorar cada mejora. Helen comprende y no se queja. Eso la distingue”.

Los entrenamientos concluyen caminando descalza sobre el concreto, cabello húmedo, zapatillas colgando del bolso. Los chicos que inician saludan. Sonríe. “No sé si soy ejemplo, pero si sirve a alguien ver que se puede, ya cumple función”.

Cada zancada en la pista es un acto de afirmación, un grito silencioso que desafía la precariedad y la indiferencia. Helen corre por la gratitud hacia quienes la sostienen entrenadoras, familia, compañeros, pero también corre por miles de jóvenes que sueñan con algo más allá de las limitaciones visibles. Ella se ha convertido en un símbolo sin quererlo, una luz que ilumina caminos que parecen oscuros, un ejemplo de que el talento y la voluntad pueden, juntos, transformar realidades.

Cuando cae la noche, regresa. Saca apuntes y repasa materias de marketing deportivo. Los ruidos de la calle le recuerdan los pasos que marca cada mañana: constantes, medidos, hipnóticos. Existe algo poético en esa rutina, en la obstinación de avanzar aunque el camino no sea recto.

Sus padres esperan con la cena lista. Ella relata entrenamiento, récord nacional y marca mínima para torneo internacional. Ellos escuchan con emoción. “A veces parece adulta y olvidamos que sigue siendo niña”, dice Gabriela. “Pero al ponerse los clavos y prepararse para correr, nos conmueve igual que el primer día”. Helen sonríe. No lo dice, pero comprende que corre también por ellos, por abrazos en la pista y aplausos improvisados.

Sobre el escritorio, una foto la muestra con la bandera argentina y el sol detrás. La observa antes de dormir. No contempla un logro, recuerda promesa. “Tener un objetivo y cumplirlo motiva —suele afirmar—. Impulsa a continuar entrenando y perfeccionando habilidades”.

La ciudad duerme. Mañana llega otra jornada, otra serie, otra carrera contra sí misma. Hoy sueña con pista azul, estadio lleno y viento a favor. En ese sueño no existen premios ni becas ni publicidad: solo ella, su sombra y la línea blanca que se aleja.

Helen Bernard representa hoy no solo a una atleta que lucha por su lugar, sino a toda una generación que busca transformar sueños en realidades con esfuerzo y esperanza.

El futuro para Helen es una promesa abierta, un horizonte al cual no teme mirar para adelante. Sueña con pistas más grandes, competir internacionalmente, con ser parte de un deporte que en el país va creciendo poco a poco y busca hacerse valer. Aunque sabe que la verdadera carrera es interna, que la meta más importante es mantener viva la pasión, la disciplina y el amor por lo que hace. Y así, bajo el cielo de Lomas, con el viento que juega entre las vallas y la bruma que se disipa, Helen corre. Corre por ella, por su barrio y por todos aquellos que saben que la verdadera carrera es la que corre desde su corazón, sin pausa, con fe y con la mirada siempre en alto y bien puesta en el próximo paso. Porque el atletismo no consiste en perseguir un reloj. Consiste en aprender a no detenerse.

Más notas