lunes, diciembre 1, 2025

Legionarios: el fútbol también se juega con las manos

Por Pedro Carracedo

Hace casi quince años que el equipo que hoy viste de blanco y amarillo no sale campeón. Enfrenta al rojo que, ya alguna vez hace mucho tiempo, le arrebató una final. El aire pesa sobre el campo: una mezcla de ansiedad y respiraciones contenidas. La pelota descansa en el suelo como si tuviera conciencia de lo que está por ocurrir. Los once de cada lado recuerdan tácticas, gestos, miradas. Se preparan para la que probablemente sea la última jugada del partido. Legionarios está arriba por siete. Una patada no le alcanzaría a Tiburones para empatar y forzar el alargue, porque vale tres. La tienen que poner en juego sí o sí.

Todos en sus posiciones. El número 24 de los rojos toma la pelota, la juega con el quarterback, que levanta la mirada buscando uno de los extremos. Si convierten el touchdown —que vale seis puntos— se meten en partido y, con la conversión, hasta pueden darlo vuelta a nada del final. Aunque todo pasa en unos segundos, parece ir en cámara lenta. El sol está radiante, el aire quieto, las pequeñas tribunas y el borde del terreno de juego explotados de gente. Durante toda la tarde hubo barullo, gritos, tambores improvisados; pero en este instante, el ruido se convierte en un silencio denso, casi religioso.

Los cascos brillan, las remeras estampadas con números gigantes, la tipografía gruesa típica. El verde del pasto, el olor a tierra seca, los gritos que quedan suspendidos en el aire. Parece una escena de una película de Hollywood: la tensión, el polvo, la expectativa. El mariscal o centro —como se le llama al quarterback en español— tiene en sus manos la posibilidad de romper una racha de dieciocho años sin títulos para su equipo. El bloqueo de la línea ofensiva le da un segundo más para pensar, visualizar, ejecutar. Lanza un pase de quince metros que podría dejar a su compañero a nada de la zona del in goal. Cuando parece que va a llegar a destino, un cornerback rival se lanza de espaldas, la intercepta en el aire y se queda con la pelota, el partido y el título.

El silencio se transforma en un estallido. Los gritos, las carreras, los abrazos que se multiplican. Los compañeros se abalanzan sobre él. En segundos, el campo se llena de cuerpos que celebran. El público de Legionarios invade el terreno de juego: una marea que corre hacia el centro. Desde la previa se sabía que solo uno iba a romper la racha, y esta vez les tocó a los de amarillo. No ocurrió en el MetLife Stadium de Miami, en el Bieber ni en ningún estadio del país anglosajón. Fue la final del Tazón Austral XX —por su vigésima edición— de football americano, en un anexo de Champagnat, en Pacheco. Una final que, como todos los años desde 2005, consagra al campeón de un deporte que todavía intenta hacerse un lugar en un país que ya tiene al fútbol tatuado en el alma.

En Argentina, cuando decimos fútbol, pensamos en una pelota redonda girando sobre el césped con un botín como guía. Pensamos en hinchadas apasionadas, canciones pegadizas, caños, gambetas, patadas, y hasta alguna puteada. Del otro lado del continente, en el norte, también juegan al fútbol. Pero si les pedís que lo describan sin nombrarlo, hablarán de bloqueos, tackles, pases de veinte yardas y shows de medio tiempo. Nuestro fútbol es su soccer.

Eso de a poco está cambiando. Después de un proceso de cincuenta años que empezó con la llegada de Pelé al Cosmos de Nueva York en 1975 y tras muchos intentos fallidos. En 2026, Estados Unidos será sede de su segundo Mundial –el primero fue en 1994–.  Este deporte allí vive su auge con nuestro número diez como bandera.  Acá puede estar gestándose algo similar, aunque más pequeño, más artesanal. Porque somos otra cosa: más cerrados, más fieles a lo propio. El fútbol, nuestro fútbol, reina; y diez escalones abajo viene todo lo demás. Pero esa tarde, en la final de la Liga de Football de Buenos Aires, ese deporte que durante décadas fue apenas una curiosidad de películas y series “yanquis” pareció, por un momento, un poco más argento.

Para llegar a esto hay que remontarse veinte años atrás, cuando un grupo de aficionados de la NFL formaron la liga de Football Americano Argentina (FAA). Con un gran esfuerzo consiguieron los equipos necesarios desde el exterior para jugar de manera legal. En un inicio la liga estuvo compuesta por tres equipos aún vigentes: Cruzados, Osos Polares y Tiburones.

Hoy mantiene la misma esencia: los que se acercan conocen el deporte por la tele, no es una pasión heredada por algún familiar. Tampoco se enamoraron jugando desde chicos. Así lo explica Agustín Ramírez , ganador del Tazón Austral con Legionarios: “El deporte me gustó desde el día uno cuando lo conocí por ESPN, veía football americano con frecuencia desde el año 2001. En 2010 se me dio por buscar en google si había algo relacionado en Argentina y llegué a la página oficial de la liga, en ese entonces no había tantas redes como ahora, solo Facebook. Lo busqué yo, lo encontré, me contacté para saber si hacian pruebas de jugadores y me anoté”

El trayecto de Legionarios no empezó en 2025 ni mucho menos. Son años de trabajo silencioso, con mucho esfuerzo detrás, planteando un proyecto y luchando entre todos por lograrlo. “Estamos en la pelea después de una buena reconstrucción a partir de 2021. Antes de eso, entre 2013 y 2019, fueron años con récords negativos y planteles con gente que iba y venía”, explicó Mariano Troitinio, Manager General del equipo.

Finalmente la reestructuración funcionó. Luego de la derrota en el Tazón Austral 2024 ante Corsarios, terminaron el 2025 invictos:  un récord de 12-0 (diez partidos de fase regular, un ida y vuelta ante cada equipo y los dos de eliminación) y palizas como el 40 a 0 ante Osos Polares en una de las últimas fechas.

El camino fue duro y existieron muchos obstáculos y golpes bajos: unas semanas antes de la final sufrieron la repentina pérdida de Ignacio Sincich, el “Head Coach” del equipo. Era jóven, tenía 34 años y venía padeciendo hace ya tiempo de un cáncer, el deterioro fue en un lapso muy corto. Una persona muy querida en el equipo y también en la Federación para la que llevaba casi quince años trabajando y había sido muy importante. Como jugador fue parte del plantel de Legionarios que en 2011  salió campeón, hasta este año por única vez en su historia. “Nos destrozó, la verdad no ayudó para nada al equipo. La final nos costó el triple y casi la perdemos. Los entrenamientos pasaron a ser un espacio de contención entre todos”, confesó Agustín Ramírez mientras desviaba un poco la mirada y se podía ver que sus ojos ahora estaban brillosos.

El título tuvo entonces una dedicatoria especial, profunda. La emoción en el aire atravesaba a propios y ajenos. Había lágrimas contenidas bajo los cascos. Después de tanto esfuerzo, de tanto golpe, de tanta preparación bajo luces artificiales y frío, llegó la recompensa.

Realizar entrenamientos especializados en el gimnasio todos los días, practicar por la noche dos veces a la semana. Invertir tiempo y dinero en algo que no es redituable. No existe un espacio fijo en el cual entrenar, por eso suelen juntarse en parques o plazas. Practican trabajos tácticos específicos según la posición y no se guardan nada. Choques, tackles, el ruido seco y constante de las protecciones golpeándose entre sí. “Aunque sea un entrenamiento hay que ir a fondo, en la que aflojás te podés lastimar seriamente”, explicó Agustín Greist, coordinador ofensivo del equipo. Greist es un hombre alto y corpulento de cuarenta y pocos años, muy distendido y gracioso a la hora de hablar. Suele participar en los videos para las redes sociales del equipo, pero en los entrenamientos se transforma. Se convierte en un director de orquesta, una sinfonía de gritos, correcciones y silbatazos que ni en el mismo partido se escucha. Repiten una y otra vez la misma jugada hasta que salga a la perfección.  El mensaje es claro: “El trabajo de la semana es la recompensa del sábado” agregó.

Obviamente el football es amateur, todo lo que se hace es por hobbie y a pulmón. Cada uno aporta su granito de arena, no solo para el equipo, sino también para la organización del torneo. Muchos tienen tareas dobles: Ramírez, además de ser jugador y uno de los capitanes, también es el preparador físico del equipo. El Manager General, los coordinadores ofensivos y defensivos, el community manager, el tesorero, absolutamente todos son jugadores retirados de Legionarios. Hay un sentido de pertenencia muy grande en el ambiente que rodea este deporte, porque no solo se juega, sino que se vuelve  un pilar de sus vidas. Todo el esfuerzo que hay detrás hace que la fecha de cada sábado tenga un gusto especial.  Probablemente lo más difícil es empezar: “La inversión inicial es lo más caro, cascos y shoulders solo se consiguen en USA, no se hacen en otro lado. Pero una vez que los compraste te duran diez años mínimo. Después están los equipos de entrenamiento que también cuestan y salen de nuestros bolsillos”, comentó Franco Iribarren, tesorero de Legionarios. Un juego completo de protecciones para empezar puede costar alrededor de 2500 dólares.

No cualquiera puede llegar y jugar. Antes hay que pasar por un campamento de dos meses que se realiza cada sábado previo a  dar por comenzada la temporada. Es ahí donde comienza a gestarse el clima de camaradería y compañerismo que distingue a este frenético deporte de otros. Deben asistir todos los días, sin excepción. Pasan la tarde realizando pruebas físicas, técnicas y teóricas: no es para todos. Hay requisitos mínimos que necesitan cumplir, por ejemplo la aprobación de un examen teórico. El nivel de desgaste que conlleva ahuyenta fácilmente a quienes no están listos para la adrenalina constante: golpes, velocidad, reflejos, tener la cabeza a mil. Poner a prueba la percepción y todos los sentidos en un campo de batalla. Para el final del campamento se realiza un ranking entre los que aplican para proseguir con un draft al mejor estilo de la NFL. Hay jugadores que son directamente anotados al campamento por un equipo, en ese caso no participan de la selección. “Los equipos hacen varios entrenamientos abiertos una vez terminada la temporada y ahí te fijás los jugadores que te sirven. Los que quieran hacer el campamento, los anotás y si terminan se suman directo a tu roster”, destacó Mariano Troitinio.

También se realizan “trades” de jugadores: se les pone un precio simbólico según su nivel. Se pueden intercambiar entre sí o  por elecciones futuras en el draft. Los más jóvenes recién pueden participar en la Liga de Football a los 21 años, antes participan en los equipos de Flag, un deporte similar, sin contacto brusco y sin equipamientos. Se basa más en lo táctico, en los pases y la habilidad para gambetear. En el pasado existían equipos exclusivos de Flag afiliados a la FABA, hoy son las canteras de los que compiten con protecciones. Sus partidos son los sábados antes de los de Football. Los mayores llegan temprano para ver a los que probablemente sean sus compañeros en un futuro. El clima es mucho más ameno. Principalmente se escuchan aplausos tras cada jugada y los gritos son para alentar y felicitar a los chicos.

La comunidad que disfruta de este espectáculo sigue siendo pequeña, pero el crecimiento es constante. Se fundaron federaciones en Rosario (Rosario Football League) y Córdoba (Córdoba Football Americano). En Buenos Aires actualmente compiten seis equipos, los tres fundadores y otros tres que llegaron con los años: Jabalíes, Corsarios y Legionarios. Los partidos no suelen tener muchos espectadores salvo las semifinales y la final. El ambiente es familiar: padres, amigos, novias, hijos. Se vive de una manera muy distinta a la que se ve en las películas y también a la que estamos acostumbrados en el fútbol. No hay porristas ni shows de medio tiempo, tampoco son comunes las canciones agresivas ni los insultos a los rivales. Legionarios tiene su hinchada: “La Guardia Pretoriana”. Van temprano, arman carpas, llevan parlantes, banderas amarillas. El fútbol americano, acá, se juega con asado al costado, mate en la mano y chicos corriendo detrás de una pelota redonda. El clima es competitivo, pero amable. “Los mismos que jugamos somos los que organizamos la liga. A fin de año formamos parte de seleccionados provinciales o nacionales, y terminamos siendo compañeros de los que nos enfrentamos todo el año. Eso te une”, reconoció Inti Sellares, capitán de Legionarios y MVP de la temporada.

El crecimiento desde 2004 fue enorme. Lo que más se destaca no son las victorias, sino el espíritu. El respeto, la fraternidad, el amor genuino por un deporte que todavía no pertenece del todo al paisaje argentino, pero que ya tiene raíces. Con la inclusión del Flag Football en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028, el interés crece. “Ojalá que siga llegando más gente, pero manteniendo los mismos valores”, dice Ramírez, y sonríe.

Porque de eso se trata: de mantener la esencia. De seguir yendo a entrenar bajo la lluvia, aunque nadie te pague por hacerlo. De levantarse el domingo con el cuerpo molido y sentir que valió la pena. De soñar con un estadio lleno, aunque el campo sea apenas un anexo de Champagnat en Pacheco.

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