martes, noviembre 25, 2025

El adiós a las canchas: la pelota no se mancha 

Por María Azul Ramos Cardozo

El 10 de noviembre de 2001, la Bombonera vibraba como si se estuviera jugando una final, aunque el resultado fuera lo de menos. Era la despedida de Diego Armando Maradona, el hombre que había convertido cada pelota en un acto de fe. Desde temprano, el estadio respiraba un aire espeso, cargado de emoción, nostalgia y una devoción que solo él podía generar. Los cantos no paraban, los papelitos volaban y las banderas se extendían. Era una fiesta llena de emociones, desde felicidad hasta tristeza por la gran despedida.

El partido homenaje se movía al ritmo que Diego podía y quería. No importaba quién jugaba, ni cómo. El público sabía que estaba viendo a un mito despidiéndose de su templo, algo irrepetible. El cielo estaba despejado, casi sin nubes, pero el partido estaba lleno de estrellas: Roberto Ayala, Juan Pablo Sorín, Walter Samuel, Pablo Aimar, Matías Almeyda, Javier Zanetti, Juan Sebastián Veron, “Kily” Gonzalez, Claudio López, Juan Román Riquelme, Enzo Francescoli, el “Pibe” Valderrama, Davor Suker, Hristo Stoichkov, Álvaro Recoba y Eric Cantona.

Zanetti definió como “un privilegio” poder estar presente en aquella despedida, aunque pertenecieron a generaciones distintas, compartieron entrenamientos, amistosos y momentos dentro del ámbito de la Selección, donde Maradona siempre reconoció en la leyenda de Inter a un profesional ejemplar, disciplinado y humilde.

El partido pasó a un segundo plano cuando Diego, con la camiseta de Boca Juniors, subió a un pequeño escenario en el centro del campo. Parado frente a un micrófono, con su mano izquierda en la cintura hizo que el silencio sea absoluto, casi reverencial. Mirando las tribunas rebalsadas, con los ojos húmedos y la voz quebrada dijo: “Esto es increíble”. Entre aplausos que parecían golpearle el pecho, agregó: “La pasión que gracias a Dios tienen por un número 10, que alguna vez les arrancó una sonrisa, yo, la verdad, que no sé con qué pagarles.”

El fútbol le dio a Diego mucho más que una profesión: le dio una identidad, un propósito y un lugar en el mundo. Desde su infancia en Villa Fiorito, la pelota fue para él el camino para escapar de la pobreza y la herramienta que le permitió cumplir el sueño de ayudar a su familia. Aunque él se sintió en falta y por eso declaró: “El fútbol es el deporte más lindo y más sano del mundo que eso no les quepa la menor duda a nadie, porque se equivoque uno no tiene que pagar el fútbol”. 

En ese instante, el estadio se estremeció. Millones entendieron lo que Diego estaba por decir, sin necesidad de explicación. Hablaba de sí mismo, de sus excesos, de sus sombras, de todo lo que se había dicho y todo lo que se diría. Pero al mismo tiempo hablaba del juego, del fútbol como un territorio sagrado que sobrevivía incluso a los errores de sus ídolos. La pelota, pura e inmutable, seguía rodando más allá de cualquier caída humana. Y de algún modo, Maradona volvía a acercarse a ese lugar que sentía tan suyo confesando, entre tartamudeos: “Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”. Diego suspiro y parpadeo profundamente, se volteó y con las dos manos tiró un beso a la tribuna. 

“Cuando dijo lo de la pelota, sentí una mezcla de emoción y respeto. Fue como si, por un momento, Diego dejará de ser el ídolo intocable para mostrarse humano, con sus errores y cicatrices. Esa frase nos hizo llorar a todos los que estábamos ahí, porque entendimos que, pese a todo, la pelota y el romance que tenía con ella, seguiría siendo intocable”,  contó Fabián Cuesta, un hincha que fue a ver la despedida de su ídolo y que lo recuerda como uno de los mejores días de su vida. 

El cántico al compás de “Diego, Diego” bajó por las tribunas como un coro celestial y la Bombonera se convirtió en un escenario bíblico. No había crítica posible ni distancia histórica. 

Mientras sus brazos envolvían su silueta, una lágrima recorría su cachete derecho y sus hijas, Dalma y Gianina, lo rodeaban cual guardaespaldas, Diego le agradeció a Dios por crear La Bombonera y por hacerlo hincha de Boca. El astro del fútbol se dejó llevar, sonrió y acompañó a los hinchas con la canción: “Dale bo y dale bo y dale Boca, dale bo”. Mientras agitaba su mano derecha transmitiendo emoción y adrenalina a los jóvenes, tanto que hasta un niño de 7 años, parado en el tope de la reja de la tribuna, lo imitaba. 

El partido de despedida terminó, pero el eco de aquella frase sigue sonando como una sentencia eterna. Porque si algo quedó claro ese día, en ese estadio que explotaba de amor, es que Diego podía equivocarse, pero la pelota, esa compañera eterna que lo hizo inmortal, nunca se manchará. Y en ese reconocimiento se encierra la verdad más profunda de su despedida.

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