martes, noviembre 25, 2025

Baby fútbol en la ciudad y el conurbano de Buenos Aires: entre la ilusión de los chicos y la presión por ganar

Por Lucía Seery

En Argentina, donde la pasión por el fútbol late tan fuerte, el baby fútbol se vive con la misma intensidad que un superclásico. El epicentro, en la ciudad y el conurbano de Buenos Aires, concentra decenas de ligas desde las que salieron campeones del mundo en Qatar 2022. Esta versión reducida y vibrante del fútbol convoca a más de 40 mil chicos de entre 6 y 13 años que corren, gambetean y celebran goles como si fueran finales del mundo en Villa Lugano, en Avellaneda, en Lanús, en Lomas de Zamora o en Haedo.

La Federación de Escuelas de Fútbol Infantil, conocida como FEFI, despliega en 2025 su campeonato anual con más de 420 equipos en siete categorías —2018, 2017, 2016, 2015, 2014, 2013 y 2012— y con más de 25.000 jugadores. FEFI, cuya sede está ubicada en Arregui 3995 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, empezó con apenas diez clubes y 400 chicos y ahora llena los sábados de color y fútbol, entre mates y bizcochos en las tribunas familiares. A pocas cuadras, la Fundación de Baby Fútbol (FAFI) organiza su Torneo Oficial y la Copa de Campeones con unos 100 clubes y más de 6.000 chicos.

En la zona sur, la Federación Infantil de Clubes de Barrio (FICBA) está sumando instituciones desde su fundación en 2021. El torneo que arrancó con 30 clubes en la Copa Maradona hoy reúne más de 26, con finales que se juegan en el microestadio Antonio Rotoli de Lanús. Al oeste del conurbano, en Haedo, el Encuentro Deportivo de Fútbol Infantil (EDEFI) está incorporando a clubes como Vélez, con su legendaria cantera. Y en Almirante Brown, la Asociación Deportiva Infanto Juvenil Almirante Brown (ADIAB) celebrará un nuevo aniversario, número 36 desde su fundación, de su trabajo con las divisiones menores el próximo 3 de enero.

Pero detrás de esa masividad también aparecen tensiones y desafíos. Sebastián Silvagni, técnico en años anteriores en San Martín de Burzaco y Olimpia, de varios jugadores que después llegaron al profesionalismo, como Leandro Brey, arquero de Boca, advierte que, si bien la gran mayoría de los futbolistas de Buenos Aires pasaron por esas canchas reducidas, hay mucho por mejorar: la capacitación de los entrenadores, muchos de ellos padres que dirigen sin preparación pedagógica, la frecuencia de entrenamientos y los recursos materiales: “Vi infinidad de casos de técnicos que no conocen el juego, que no saben planificar un entrenamiento y hasta les hablan mal a los pibes. Eso está mal”. Según Silvagni, lo ideal sería que los chicos tengan al menos tres prácticas semanales y que cada entrenamiento disponga de las pelotas suficientes: “Un estímulo semanal no es nada, y no podés entrenar 15 chicos con dos pelotas”.

Al caminar por las canchas de clubes como Defensores de Glew, Club Olimpia o Deportivo Mármol, todos de zona sur, la desigualdad de recursos se hace evidente. Algunos cuentan con entrenadores formados y pelotas para cada jugador, mientras que en otros, como Santa Ana de Monte Chingolo, apenas con dos pelotas alcanzan para 15 chicos y los entrenamientos quedan en manos de padres que hacen lo que pueden. Esto no solo condiciona el aprendizaje técnico y futbolístico, sino también el entusiasmo de los pibes, que muchas veces sienten que el juego deja de ser un espacio de disfrute para convertirse en una lucha por un lugar en la cancha.

En cada uno de estos rectángulos reducidos, pintados probablemente a mano por los socios, los chicos aprenden mucho más que a patear: control de pelota en espacios chicos, pases cortos y rápidos, cambios de dirección, lectura táctica y toma de decisiones en segundos. Sus piernas se fortalecen, su coordinación se afina y, sobre todo, incorporan valores: respeto, trabajo en equipo, disciplina y el manejo de la presión. Algunos se enfrentan por primera vez a la derrota y aprenden a controlar la frustración.

“En nuestro club, que tiene más de 80 años en el barrio, vimos pasar cientos de chicos. Algunos llegaron lejos, otros no, pero todos se llevaron algo: amigos, recuerdos, valores. Y eso, para mí, vale tanto como cualquier campeonato”, comenta Pablo Filone, presidente del Club Atlético Olimpia, de Lomas de Zamora. Hay clubes de barrio que traspasan generaciones, y los padres y abuelos recuerdan sus propios partidos y celebran cada gol como si fueran de ellos.

Todo se transforma en elecciones de vida, invisibles en los resultados de la tabla, pero fundamentales para la formación. “Que años más tarde, los chicos que ya se retiraron pasen los sábados de jornada por el club, dice mucho del sentido de pertenencia que crearon”, agrega Filone.

La escena se repite: camisetas transpiradas, zapatillas con polvo de cancha, abrazos después de un gol. Los padres se acomodan en la tribuna improvisada, las banderas flamean. El baby fútbol, lejos de ser solo un juego, es la escuela donde el fútbol argentino de la ciudad y el conurbano de Buenos Aires aprende a ser eterno.

Más allá de los resultados y de la tabla de posiciones, el baby sostiene una estructura social. En los clubes de barrio, los chicos no solo aprenden a dominar la pelota, sino que aprenden a esperar su turno, a compartir la merienda después de los entrenamientos, a crecer acompañados. Para muchas familias, el club es una segunda casa, que se transforma en un refugio durante los tiempos difíciles y un espacio donde los hijos encuentran contención, amigos y referentes.

“Acá no solo vienen a jugar: vienen a aprender lo que significa estar en equipo, a respetar reglas y a disfrutar del deporte sin dejar de lado, por ejemplo, la escuela”, explica un delegado histórico del club Olimpia de Lomas de Zamora. Esa doble dimensión, deportiva y educativa, es lo que hace del baby un fenómeno único: un semillero de futbolistas, pero también un semillero de personas.

Los que pisan un club con frecuencia saben que es entrar y ver las banderas colgadas en las paredes con los equipos de los años anteriores, algunas deshilachadas por el paso del tiempo, otras recién colgadas, todas testigos silenciosas de goles, victorias y derrotas. Entre ellas, se leen frases como “Siempre hablo de vos”, bandera de la categoría 2016 del Olimpia situado en Saavedra 612 Lomas de Zamora, un guiño al amor incondicional por los colores de la camiseta que representa mucho más que un club: es la segunda casa.

Sin embargo, en otros clubes, como en el Atlético Llavallol del sur del conurbano, algunas familias optan por cambiar a sus hijos de club porque pasan más tiempo mirando desde el banco de suplentes que corriendo en los partidos de su categoría. La línea fina entre la competencia y la ambición por ganar un campeonato, descuidando otros aspectos de la enseñanza de los niños, y la preservación de los valores de cada chico que pasa por el club y busca llevarse algo más que minutos en la cancha para el resto de su vida.

Una madre, del Atlético Llavallol, que acompaña cada fin de semana cuenta, con bronca contenida: “Mi nene ama jugar acá, pero muchas veces vuelve triste porque no entra. Entiendo que todos quieren ganar, pero a los siete años lo que más importa es que se diviertan y que tengan su lugar”. La tensión entre la competencia y la formación atraviesa a varios clubes barriales, donde el deseo de levantar una copa a veces desplaza el objetivo de enseñar.

En ese límite difuso, los clubes se convierten en una especie de termómetro social: algunos refuerzan la contención y el sentido de pertenencia, mientras que otros caen en la lógica de “ganar a cualquier precio”. Y es ahí donde los sueños infantiles, que empiezan entre banderas y zapatillas gastadas, pueden transformarse en decepción demasiado pronto.

Con más de 40 mil chicos participando en distintas ligas en la ciudad y el conurbano de Buenos Aires, el baby fútbol conforma hoy una red deportiva que reúne más de 200 clubes, desde instituciones históricas de barrio como La Floresta, fundado en 1897, hasta organizaciones surgidas en los últimos años. FEFI, FAFI, FICBA, ADIAB o EDEFI sostienen torneos anuales con distintos formatos; como la competencia regular durante el año que culmina con la famosa Copa de Campeones que la disputan los mejores equipos de cada zona, con sedes distribuidas en Buenos Aires, Lanús, Lomas de Zamora, Avellaneda y el oeste bonaerense, depende la liga.

Y a pesar de las diferencias en infraestructura como muestran diversos clubes, la actividad continúa en expansión y cada vez más instituciones suman entrenadores, horarios de práctica y categorías debido a la cantidad de niños que eligen jugar al fútbol desde chicos, así lo demuestran los clubes desbordados de chicos.

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