Por Agustina Zagorda
Fernando Ariel Román es una persona a quien quieren más como amigo que como profesor porque transmite cosas hacia sus alumnos que los demás no. A los seis años corría inquieto por las calles de Remedios de Escalada; el patio trasero de su casa era la cancha de Talleres, un club donde probó varios deportes. Aunque intentó el fútbol y el tenis, no lo convencieron; fueron la natación y el atletismo lo que despertaron su entusiasmo, inspirado por su hermano mayor, un nadador profesional. “Era muy inquieto, y mis padres me mandaban a descargar esa energía en el club”, recuerda hoy con un dejo de melancolía en la voz.
La vocación docente de Román surgió en un salón de teatro, no en un campo deportivo. Su madre, profesora de Flamenco, le mostró el poder de un docente que capta la atención de sus alumnos. “Yo quería tener esa energía”, dice. Esta influencia lo acompañó siempre, eligió el profesorado de Educación Física en Lomas de Zamora, se licenció en Alto Rendimiento Deportivo en la UAI y, casi al mismo tiempo, se formó en actuación en el IUNA. En su camino, descubrió su esencia: “Me gusta transmitir, cualquier cosa que haga quiero compartirla, estar preparado para persuadir a quien me escucha, para generarles preguntas e inquietudes”. Para él, la enseñanza es el arte de transmitir.
En sus clases se muestra siempre igual con todos, pero sabe que cada alumno es distinto, por eso intenta que haya un clima de confianza, donde no solo se hable de deporte. Muchas veces escucha historias de problemas familiares o situaciones personales que afectan el rendimiento. “No puedo exigirle lo mismo a alguien que viene con la cabeza en otra cosa que a alguien que llega perfecto de ánimo”, explica. Esa mirada lo llevó a entender que la educación física no es solo correr o saltar, también es acompañar a los chicos en lo que les pasa afuera de la cancha.
Ya con 48 años y con más de dos décadas de docencia, afirma haber aprendido tanto como enseñado, la espontaneidad de los niños, la diversidad de contextos y las distintas formas de expresión lo han obligado a reinventarse constantemente. “Trato de ser plastilina para mis alumnos y que ellos me den la forma que quieran”, confiesa. Su experiencia en escuelas con recursos limitados también lo impactó: recuerda sus primeras prácticas en un colegio carenciado, donde los chicos a veces no tenían ni para comer, ese contraste le enseñó que la enseñanza requiere sensibilidad y adaptación, más allá de los manuales.
Entre tantas experiencias, hay una que aún lo emociona, hace algunos años, tras sufrir un robo en su casa, se ausentó unos días de la escuela. Al regresar, se encontró con un gesto inesperado: sus alumnos, muchos de familias humildes, se habían organizado para juntar dinero y escribirle cartas de apoyo. “Eso me recontra marcó”, dice , porque eran chicos que a veces no tenían zapatillas en buen estado y aun así se preocuparon por mí. “Conservo todas esas cartas hasta hoy”, cuenta conmovido. Para él, ese episodio muestra lo que significa enseñar: un vínculo que trasciende la materia y se convierte en lazos de afecto.
Con más de 22 años en la enseñanza, Fernando Román se acerca a la jubilación -a tan solo un par de años- y afirma que mantiene la misma pasión y motivación que el primer día. Su enseñanza va más allá de las clases de Educación Física, abarca los valores, la escucha y la confianza. Por eso, muchos de sus alumnos lo recuerdan no solo como profesor, también como alguien que estuvo cerca de ellos, como un amigo más.



