martes, noviembre 18, 2025

Punto de quiebre: la cruda realidad de los tenistas que solo viven para jugar

Por Pedro Lujambio

Cuando se piensa en un tenista desde fuera de este universo, se imagina a figuras como Novak Djokovic y Serena Williams o, más actualmente, a Carlos Alcaraz y Aryna Sabalenka. La imagen es la de quienes viajan por el mundo y, gracias a publicidades y premios de torneos, tienen asegurado que después del retiro no necesitarán volver a “agarrar la pala”—ni la raqueta—. Todos están salvados económicamente. Sin embargo, más allá de esa élite, existe un mundo completamente distinto en el tenis: el de aquellos que, al igual que los mejores, viven por y para la pelotita amarilla, pero no de ella.

El día a día de cada jugador varía según si participa o no en un torneo esa semana. Si toca no competir, suelen entrenar de lunes a viernes, o incluso más. Este es el caso de Lucio Ratti (823° del ranking ATP) en la semana en que concede esta entrevista. ¿Por qué no compite? Él afirma que quedó “bastante quemado” después de perder en la clasificación de los torneos Challenger de Buenos Aires y Antofagasta. Decidió parar una semana para luego volver a jugar torneos M15, el primer escalón del profesionalismo internacional. El descanso dio resultado: el sábado 8 de noviembre ganó su primer título en Valledupar, Colombia.

En el Centro Naval de Olivos se entrena Ezequiel Fagotti, ubicado en el puesto 2264 del ranking de la International Tennis Federation (ITF), que incluye justamente los torneos M15 y M25 antes mencionados. Estos certámenes otorgan 15 o 25 puntos ATP al campeón, los cuales sirven para empezar a aparecer en el ranking ATP, afianzarse en el circuito y comenzar a jugar torneos Challenger.

Son las 10 de la mañana y es el primer turno de tenis del día para Fagotti. Ya hizo físico y, después de almorzar, tendrá la segunda práctica, seguida por un rato en el gimnasio. “Yo entreno siempre acá, si vivo acá nomás”, reconoce al comenzar la jornada. Su caso, el de asistir siempre al mismo lugar y sin moverse mucho, es casi un privilegio. Ratti, por ejemplo, mencionó que suele estar en este mismo club o en Cañuelas, pero la entrevista para esta crónica la concedió (un poco apurado) antes de ingresar al Tiro Federal Argentino (Vicente López), después de una sesión previa en Parque Norte… Al menos cuatro opciones diferentes en el AMBA. Lorenzo Rodríguez, #427 en el ranking ATP, también está en esa situación. “Estoy en el Darling en Barracas, pero me voy moviendo dependiendo de con quién arregle. Mañana me voy a La Plata con Tomy Etcheverry y después sí, vengo acá”, explicó hace algunos días, antes de viajar a Brasil a jugar el M25 de Río de Janeiro.

Primer turno del día en el Centro Naval. Lo primero que se nota al acercarse a las canchas 11 y 12 del predio, incluso antes de ingresar, son los insultos que se escuchan en inglés. Casi las únicas palabras que se distinguen son “racket” (raqueta), “string” (cuerda) y “fuck” (no hace falta traducir). Con esos tres términos basta para entender el origen de la queja. Se trata de Jonah Bramson, estadounidense de 18 años entrenado por Pablo y Gastón Bianchi, quienes están a cargo de los jugadores en esas dos canchas. “Es que acá la escuela es muy buena, y él tiene el objetivo de irse a jugar a las universidades de allá, de Estados Unidos”, sintetiza Ezequiel Fagotti ante la pregunta de qué hace el estadounidense en Argentina.

Bajo un sol muy fuerte, Fagotti practica junto a su compañero Julián Dubourg. El ejercicio consiste en mantener un peloteo cruzado hasta que uno de los dos ataca por la línea paralela y sube a la red. Para ello, se van turnando. Sin cometer errores exagerados, la frustración de Dubourg va en aumento, con gritos e insultos al aire. Un par van dirigidos a la cancha, y con razón: no está en el mejor estado, sobre todo si se considera que son jugadores profesionales y no el socio que pagó para jugar una hora. Aunque también podría estar relacionado con el tiempo que llevan jugando, lo cierto es que en el polvo de ladrillo hay algún pozo y de vez en cuando la pelota pica “rara”. Entre lo que sucede en la cancha de al lado y lo de ahora, Pablo Bianchi se ríe y sentencia: “Este deporte hace mal a la cabeza”.

Llama la atención, durante el ejercicio, la raqueta de Fagotti. Su Yonex Vcore 98 no lleva antivibrador, algo habitual en la gran mayoría de los jugadores, ya sea por comodidad o para prevenir lesiones por la vibración que se transmite al brazo. “Antes lo usaba porque era lo normal, digamos, hasta que una vez me dijeron que probara, que quizás sentía más la raqueta. En ese momento la sentí bien y ya para mí es habitual no usarlo”, explicará después. Más tarde, la guardará en su bolso raquetero Wilson, idéntico al que porta Ratti en el Tiro Federal. Pero las raquetas, más allá del modelo, tienen una diferencia. Fagotti juega con lo que seguramente es común para muchos jugadores en Argentina: una raqueta “de tienda”. Ratti, en cambio, utiliza una “de jugador”, cuyas especificaciones varían en ajustes como el peso, el balance o el largo: “No son lo mismo y no se consiguen acá en Argentina. Las últimas dos veces le compré raquetas a Facundo Díaz Acosta (ex #47 del mundo y campeón del Argentina Open 2024); muchos jugadores hacen cosas así porque es difícil conseguirlas acá”.

Debido al calor agobiante, detienen la práctica durante unos minutos. Fagotti aprovecha para quitarse la banda de la nariz, similar a la de Luis Advíncula, que ya se le estaba saliendo por la transpiración. ¿Sirve para algo? ¿De verdad se respira mejor con eso? “En el video en redes te lo voy a vender como que me cambió la vida, pero qué sé yo…”, confiesa entre risas el tenista, que recibió el producto como canje.

En esa breve pausa, además, profesores y jugadores charlan sobre novedades del deporte que aún no trascendieron. Hablan sobre un tenista que al parecer será suspendido de por vida por estar vinculado a las apuestas. “Y sí, dicen que hasta a la madre vendió… Igual tiene un talento terrible, seguro se va a ir a jugar al pádel”, sentencia uno. Además, los entrenadores les recuerdan a los jugadores que si les llega información sobre esos temas, deben hacer la denuncia sí o sí, ya que de lo contrario también serán sancionados. Dos o tres días más tarde, la noticia de la que hablaban aparecerá en todos los medios: Leonardo Aboián está suspendido provisionalmente, con sospechas de haber cometido una ofensa grave.

En el último tramo del entrenamiento, Dubourg y Fagotti juegan un súper tie-break. Ya con uno a cada lado de la red, debaten y amagan con apostar un sándwich, una ensalada de fruta o alguna otra cosa. No queda claro qué acordaron. Tanto en ese mini partido a 10 puntos como en los ejercicios anteriores, la velocidad de pelota, vista desde afuera, no parece tener mucho que envidiarle, por ejemplo, al partido entre Alex Barrena y Guido Justo (170° y 374° en el ranking ATP) en el Challenger de Buenos Aires hace un par de semanas. Ezequiel Fagotti duda ante esta afirmación, piensa y después responde. “No es tan grande, pero sí, hay una diferencia. No sé si en la velocidad, en realidad. El tema es la calidad de la pelota y el tiempo que sostienen el nivel. Por ejemplo, yo puedo jugar contra Lucio (Ratti) y puedo llegar a igualar su nivel base, quizás hasta mantenerlo un set, pero después me caigo. Ellos pueden mantenerlo por un tiempo más largo. Por lo físico no es, porque es difícil que entrenen mucho más que yo. Creo que ahí la diferencia está en lo mental”, explica el oriundo de Cipolletti, que sueña con conseguir su primer punto ATP.

Llegan las 12 del mediodía y los jugadores, por un rato, abandonan el club. En el trayecto de 2 o 3 cuadras hasta su departamento, Fagotti habla de su reciente crecimiento y viralización en redes sociales, pero aclara: “Si me das a elegir, yo dejo las redes, dejo todo, y sigo siendo jugador. Eso es lo más importante”. Al llegar a su casa, me toca esperarlo sentado en el comedor, como si fuera la sala de espera de un médico, mientras él va a ducharse. En la mesa tiene elementos vinculados a sus actividades, como un cubregrip y un cuaderno con anotaciones sobre lo que debe hacer o publicar en los próximos días, pero también hay un libro: “Nosotros dos en la tormenta”, de Eduardo Sacheri.

Cuando sale, saca de la heladera un bowl de fideos que dejó listo, al que le agrega salsa de tomate y atún. Mientras come, habla del compromiso que debe tener como jugador con la dieta y sus hábitos: “No salgo de fiesta, no como una hamburguesa ni tomo gaseosa nunca. Hace un tiempo que hice el click, antes quizás en una época que estuve de novio comía todos los fines de semana hamburguesas o medialunas, ahora cero”.

El sacrificio que deben hacer los tenistas es muy grande, no solo en lo recién mencionado, sino también en los viajes a los torneos. Marcelo Pagani, hoy entrenador en Doblas Tenis (calle Doblas bajo la autopista 25 de Mayo, en Parque Chacabuco), afirma que en sus inicios como jugador —a fines de la década de 1970— vio venir esto, razón por la cual dejó de jugar antes de ser profesional. No es para todos. Allí en Doblas, antes de dar su novena o décima hora de clase del día, reconoce que idealizaba viajar e ir a los torneos, pero se encontró con algo distinto a lo que imaginaba. “Soy muy cercano a mi familia y empecé a proyectar, a pensar en los viajes a otros países… no quise saber más nada”, señala.

En esa época, en su adolescencia, el sistema de torneos y el acceso al tenis internacional eran diferentes. “El gran objetivo de todos era llegar al Banana Bowl en Brasil y quizás después al Orange Bowl en Miami, pero necesitabas mucha palanca: o tener mucho dinero de respaldo, que mi familia no tenía, o alguna mano desde la AAT”, explica Pagani al costado de una cancha que no tiene nada que envidiarle a las del Centro Naval, más allá de tener como techo a la autopista. ¿Qué son el Banana Bowl y el Orange Bowl? Son dos torneos de juveniles que se disputan una vez al año y, en el circuito ITF de juveniles, son los más importantes después de los cuatro Grand Slams. Sin embargo, hoy no son las únicas plataformas para acceder a los rankings internacionales. En el calendario de 2025, en Argentina hay 11 torneos masculinos y 10 femeninos del circuito ITF, lo que le permite a las bases del tenis local empezar a crecer y sumar puntos sin necesidad de viajar sí o sí al exterior para dar el primer paso.

El día a día del jugador cambia, obviamente, si está disputando un torneo, ya sea en Argentina o en otro país. Además, más allá de lo económico y los puntos, la organización de los torneos también tiene sus diferencias. El Pro Tour, organizado por la AAT para los tenistas profesionales argentinos, “es un poco más a pulmón”, según Ezequiel Fagotti, que llegó a octavos de final en su último torneo, la Copa Pichin Tonella en Cañada de Gómez (Santa Fe). “Todos te dan una mano, todos quieren que te vaya bien”, señala y destaca que allí les dieron un lugar donde dormir y que, con el premio por llegar a octavos de final, pudo recuperar lo gastado en esos tres días de torneo. Sin embargo, aclara que eso es lo que sucede en el interior: “Acá en Buenos Aires no te dan mucha bolilla con el tema de las canchas ni tampoco son buenos los premios”. Por ejemplo, el torneo del Pro Tour que se jugó en septiembre en Lanús recibió más de $6.000.000 en cuotas de inscripción de los jugadores, pero solo repartió un millón en premios. “Ese cálculo lo hacemos en las mesas con los jugadores en los torneos, porque no podemos creer que todo eso que sobra se vaya en canchas, pelotas y árbitros, que en general son de por acá. Podrían darle una mano a los jugadores. Además, después ves fotos de que viajó una delegación enorme a la Copa Davis a Noruega y te da bronca, ¿qué tiene que hacer un administrativo allá?”, se queja otro jugador cuyo nombre no será revelado, ya que los mismos a los que les reclama son a los que quizás algún día necesitará pedirles una mano o una invitación a un torneo.

Siguiendo con el día a día de un torneo, entonces, entre un M15 o un M25 (los del circuito ITF) y un torneo del circuito argentino no es tan grande la diferencia. “Un jugador que gana un Pro Tour en febrero o en septiembre/octubre, que estamos todos en Argentina, seguro que saca al menos un punto ATP”, concluye Fagotti.

Donde sí se empieza a notar más la diferencia es entre los ATP, los Challenger y los ITF. “En un M15 es arreglárselas, jugar con pelotas usadas… a veces tenés que ir al gimnasio y no tenés nada ahí”, reconoce Lucio Ratti. En un Challenger, en cambio, “te dan de todo”, explica el nacido en Lobos: agua, comida y lo que haga falta. El gran cambio también se nota asistiendo como parte del público. En los torneos ITF están las canchas y las tribunas (si no es la cancha central del club, es posible que ni tribunas tenga). En cambio, en el pasado Challenger de Buenos Aires disputado a fines de septiembre, había patio de comidas, stands de marcas y toda una estructura que mostraba el nivel del evento.

Teniendo en cuenta que, al estar un escalón abajo, el nivel de jugadores y de premios será menor, la organización del Challenger de Buenos Aires de este año no tuvo nada que envidiarle al Argentina Open disputado en febrero. La única gran diferencia, y muy notoria, estuvo en el público. El color del Lawn Tennis con las banderas de Brasil alentando a João Fonseca o los argentinos apoyando a Diego Schwartzman no tuvieron nada que ver con lo del Challenger porteño de hace unos días. “¡Vamos! ¡Le metí 500 pesos!”, festejaba un adolescente en la tribuna con su grupo de amigos, cuando Adolfo Vallejo le ganó el primer punto del partido a Genaro Olivieri. Esa fue la tónica de toda la semana, con un buen porcentaje de las tribunas copadas por apostadores, que hasta le faltaban el respeto a los jugadores —algunos fueron expulsados recién en la final—.

Entonces, con el nivel de premios que hay en los torneos más chicos y los costos de los viajes y las competencias, es muy difícil que este deporte sea una fuente de vida. “A mí me ayuda mi familia”, coinciden Ratti y Fagotti. “Solo el top 100 puede vivir bien de esto. El resto, otros 100 más, se pueden mantener mientras están jugando, después ya está”, explica el entrenador Gastón Bianchi, aunque ese es un consenso general entre los tenistas.

Este año, Lucio Ratti jugó en Bosnia, Italia, Marruecos y Chile, además de Argentina. Si bien los viajes fueron financiados por su familia, también aprovechó para jugar interclubes en Italia. “Con eso se hace una diferencia económica, no alcanza demasiado, pero ayuda. Algunos se van dos meses a jugar interclubes y se costean buena parte del año”, cuenta. ¿Cómo son esos viajes? Este año, Ezequiel Fagotti pasó 5 meses en Europa. Francia, Italia, Alemania, Rumania… “En Francia hice base, me quedo en una casa con una familia en París, así que puedo conocer un poco. Lo demás no tanto. Quizás descanso el día que llego, pero después juego y entreno casi todos los días. Siento que sería un desperdicio no conocer los lugares, al Casco Antiguo en Bucarest fui, pero no hay mucho tiempo para esas cosas”. En ese período, jugó dos M15, además de competir en interclubes en los distintos países. “Iba a ir a Serbia también, pero estaba quemadísimo”, confiesa Fagotti. No parece pesarle tanto el desarraigo de su familia al estar en Europa, ya que en Argentina tampoco vive con ellos, que son de Cipolletti.

En estas situaciones en las que todo centavo sirve, cualquier sponsor es bienvenido. “Kirschbaum para cuerda, By Cliza me mandó ropa y una vez por medio de San Lorenzo, cuando jugué interclubes, me consiguieron ropa de Adidas”, dice Ratti, que lleva justamente una remera y zapatillas de la marca de las tres tiras. Fagotti también comparte algunos de esos sponsors, y empieza a tratar de recordarlos cuando le llega un mensaje… Le ofrecen 100 mil pesos por hacer una publicidad en Instagram, se ríe y casi que choca el puño. Una semana ganada.

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