Por Tobías Fava
Debajo del nivel del suelo de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires, un grupo de estudiantes vestidos con remeras azules con sponsors y un logo, pasa más horas de las que admite su plan de estudios. Es un espacio que, a primera vista, parece un laberinto de cañerías y vigas de hormigón, pero que en realidad funciona como un reloj suizo. En un rincón donde el olor a metal, a aceite de corte y a soldadura recién apagada se mezcla con el murmullo constante de conversaciones técnicas, donde la luz tenue y fría resalta el brillo del acero al cromo, nació hace poco más de dos años el FIUBA Racing Team, el primer equipo de una universidad pública argentina que competirá en la Fórmula SAE International, una de las competencias estudiantiles más prestigiosas y exigentes del mundo automotor.
La historia empezó mucho antes de tener un chasis o siquiera un espacio físico. En octubre de 2022, cuando el proyecto todavía era una idea difusa, un puñado de estudiantes comenzó a investigar con una intensidad casi obsesiva qué era exactamente la Fórmula SAE. Se sumergieron en la lectura de reglamentos técnicos que parecían más bien códigos legales, analizando estructuras de seguridad complejas, desmenuzando normas sobre materiales y comparando meticulosamente lo que hacían los equipos ya consolidados de las universidades de élite de Estados Unidos, Brasil o Alemania. Era apenas una curiosidad compartida: ver si desde Buenos Aires era posible construir un monoplaza con la misma rigurosidad que en los talleres de las grandes ingenierías del mundo.
“Competir con una escudería no es solo armar el auto”, explica Agustín Stroymaher, hoy desde el área de Management. ¿Y qué es el management en un equipo de automovilismo? Así lo resumió Stroymaher: “Una de las cosas que hacemos es el planeamiento estratégico. Básicamente consiste en armar una línea de tiempo la cual dicta qué tarea se debe hacer y en qué momento. Esto se revisa con cada tarea que ya se hizo y con las que se van a hacer”.
En ese momento, hace ya poco más de 3 años, el equipo no tenía nombre, ni taller propio. Pero sí una certeza de piedra los impulsaba: que la universidad pública podía y debía meterse en ese terreno dominado históricamente por instituciones privadas o extranjeras con presupuestos inmensos. La primera validación de que ese sueño era tangible llegó con el peso institucional en diciembre de 2023, cuando presentaron el proyecto formalmente ante las autoridades de la Facultad de Ingeniería. Lo que había sido una inquietud nocturna y apasionada entre amigos, se transformó de pronto en un emprendimiento académico reconocido oficialmente por la propia UBA. El proyecto fue avalado por la Facultad y se convirtió en el segundo grupo institucional en actividad, un reconocimiento que lo colocaba justo detrás del histórico proyecto Astar, el equipo de desarrollo de tecnología satelital, también en FIUBA.
Con el aval llegó también, inevitablemente, la responsabilidad. El equipo necesitaba crecer, sumar miembros y definir prioridades. “Nosotros somos amantes y apasionados por el mundo de los fierros —recuerda Magdalena Cos, la piloto del equipo—, y en 2022 más o menos fue cuando iniciamos unas conversaciones con Guido -Paganini, presidente y uno de los fundadores del equipo- y dijimos: ¿por qué no llevamos algo más práctico a la facultad, algo que nos relacione con lo que nos gusta?”. Así nació formalmente la semilla, la chispa inicial, de lo que hoy es el FIUBA Racing Team.
La pasión se convirtió en una logística compleja y metódica. Para julio de 2024, el proyecto ya había florecido con 47 miembros activos y consiguió un espacio físico preciado: un taller asignado bajo la órbita del Departamento de Mecánica, en la sede histórica de Paseo Colón. En esa pequeña conquista territorial, los estudiantes levantaron su base de operaciones en el subsuelo de FIUBA Paseo Colón. El ambiente que crearon es un microclima de ambición y trabajo duro: las paredes, antes grises y olvidadas, fueron pintadas con esmero en sus colores distintivos, el blanco, celeste y azul. El espacio está lleno de bancos de trabajo, herramientas especializadas, computadoras de diseño asistido (CAD) y simulación (CAE), tubos de metal apilados, y el infaltable mate -ya tibio- rodeado de gente concentrada. El subsuelo dejó de ser un depósito para convertirse en una fábrica de a escala.
La competencia SAE International, organizada por la Society of Automotive Engineers —una entidad con más de 120 años de historia fundada en Estados Unidos por Henry Ford, entre otros—, exige a los equipos un dominio técnico exhaustivo, además de una visión de negocio completa y creíble. El desafío es diseñar, construir y hacer correr un auto tipo monoplaza que sea, en esencia, un prototipo de producción rentable pero hecho 100% por estudiantes. Participan más de 600 universidades de más de 20 países, y cada equipo debe presentar ante un jurado de expertos de la industria no solo el vehículo en sí, sino también un modelo de negocio viable. No basta con que el auto sea rápido y resistente en la pista, hay que convencer a un jurado de ingenieros de status internacional y empresarios automotrices de que el monoplaza podría producirse en serie a un costo competitivo.
“Se evalúan las decisiones que se tomaron con el presupuesto que se tenía —explica Nicolás Podestá, responsable del diseño y construcción de la suspensión y los frenos—. En nuestro caso, el presupuesto ronda los 50.000 dólares. Se habló con distintas empresas y hay al menos tres que comprometieron tanto fondos como herramientas y materiales”.
El FIUBA Racing Team participará en la categoría Combustión, la cual impone sus propios límites en cuanto a cilindrada. Su auto llevará el corazón de un motor de motocicleta de 650 cc. Pero llegar a ese motor y a esos acuerdos de patrocinio no fue sencillo. Antes de tener sponsors o donaciones formales, los integrantes del grupo demostraron su compromiso de una manera muy argentina: organizaron rifas entre amigos, familiares y la comunidad de la facultad para juntar los 2.500 dólares que costaba el motor, la pieza que daría vida mecánica al proyecto. “Las donaciones de grandes empresas tienen sus trámites administrativos, así que para cuestiones del día a día hacemos rifas, vendiendo la idea del auto a pequeña escala”, cuenta Podestá, ilustrando la filosofía del “hacer con lo que se tiene”. Y remata con la visión de futuro: “La idea es poder llegar a la competencia y tener un buen desempeño, para que el equipo de la UBA siga en la Fórmula SAE con nuevas camadas de estudiantes”.
La perseverancia tuvo su primera recompensa palpable. En el subsuelo de la Facultad de Ingeniería de la UBA —ese espacio de paredes pintadas en azul, blanco y celeste, con luces frías industriales que caen desde una doble altura y recortan chispas en el aire— el equipo alcanzó un hito técnico que todavía hoy se recuerda con orgullo: el Chasis Prototipo I. Fue un triunfo de la fabricación sobre el plano, de la voluntad sobre la inexperiencia. “El sector del chasis se encarga del diseño, la simulación y la integración de los elementos del auto, y de la posterior fabricación —cuentan Ana Bales, Juan Pablo Gorza y Victoria Bianchi—. Lo que tenemos acá fue el primer chasis prototipo que fabricamos. Es muy importante para nosotros porque fue una prueba de concepto. Aprendimos a soldar, a cortar, a diseñar uniones entre tubos. La mayoría no sabíamos, así que aprendimos mucho con el chasis”.

Ese primer modelo descansaba sobre una mesa metálica ya gastada por los roces de meses de trabajo. A su alrededor, el sonido de las herramientas, las ventilaciones y las conversaciones cortadas componían un ritmo irregular que acompañó todo el proceso. El Prototipo I funcionó como un laboratorio incruento: ahí quedaron las primeras soldaduras inseguras, los errores de cálculo corregidos sobre planos manchados, las simulaciones rigurosas en FEA (análisis por elementos finitos) que se revisaban mientras una amoladora zumbaba en la otra punta del salón. Esa transición —del plano teórico a la realidad áspera del taller— permitió que en marzo de 2025 el equipo iniciara el desarrollo del Chasis Prototipo II. Ya desde los primeros tubos se notaban las mejoras estructurales radicales, la reducción de peso en zonas no críticas y los rediseños inteligentes pensados para facilitar tanto el montaje inicial como el crucial mantenimiento en la pista de carrera.
“Aparte de unir todos los elementos del auto —completa Bianchi, mientras observa cómo una línea de chispas cae sobre el piso marcado por años de prácticas—, una de las funciones más importantes que tiene el chasis también es la seguridad del piloto. Los elementos principales de seguridad son el aro principal y el aro frontal. Si el auto se da vuelta, la cabeza del piloto tiene que quedar a una distancia segura del suelo. La categoría pide una distancia mínima de 50 milímetros.”

A medida que el proyecto crecía, también lo hacía el movimiento dentro del taller: estudiantes que cruzaban el espacio con la velocidad de quien siente que el tiempo aprieta pero no asfixia, discusiones técnicas en voz baja para no tapar el ruido de una soldadura, hojas impresas pegadas en donde entren que combinaban carteles viejos y planos nuevos. La organización interna se volvió tan crucial como cualquier componente. En el área de Management, el enfoque se profesionalizó con una lógica casi empresarial: líneas de tiempo detalladas, prioridades marcadas en pizarrones y estrategias de compras pensadas a largo plazo. “De esta manera —explica Agustín Stroymaher—, tenemos en papel todos los procesos que se deben llevar a cabo antes del inicio de la competencia. Así podemos determinar las prioridades de cada parte del auto y realizar el calendario de compras”.
Cada sector tiene su propio ritmo. Mientras los de chasis afinaban soldaduras, el grupo de Dinámicas, liderado por Juan Augusto Ehret, trabajaba en un universo más abstracto: los modelos matemáticos que determinarían el comportamiento real del vehículo en la pista. Ehret detalla el proceso con un entusiasmo casi académico: “Estamos en el momento crítico de determinar el coeficiente del amortiguador. Usamos un modelo de cuarto de vehículo: una masa suspendida (chasis, piloto y motor) y una masa no suspendida (la llanta). Con esto obtenemos las frecuencias naturales del sistema y, sobre todo, la constante de amortiguación ideal, el punto justo entre rigidez y tracción. Planteamos las ecuaciones diferenciales y usamos MATLAB —la herramienta estándar de la industria— para obtener los valores exactos y, a partir de ellos, fabricar o comprar el componente necesario”.
Ese trabajo teórico, esencial para que el auto se pegue al asfalto en las curvas y mantenga la estabilidad, se consolidó con éxito en abril de 2025: la Dinámica del Vehículo se finalizó. La geometría de suspensión fue optimizada en simulación, los sistemas de anclaje quedaron definidos y los porta masas entraron inmediatamente en proceso de fabricación. La lista de componentes dinámicos, el corazón del performance en pista, estaba cerrada. Con cada pieza finalizada, el monoplaza de la UBA empezaba a tomar una forma concreta y con potencial de velocidad.
El equipo no sólo diseñó un auto, sino que también encontró una identidad única, nacida de la casualidad y el lugar. En medio del proceso de restauración y limpieza exhaustiva del taller, hallaron un cartel oxidado de la calle Suipacha, con restos de pintura blanca y azul. Era un pedazo de historia urbana. Durante aquel descubrimiento, nadie imaginó que de ese resto surgiría el nombre que llevaría su primer vehículo de carreras.
“Empezamos a limpiar y apareció ese cartel, gastado, con el número 901 apenas visible debajo del óxido”, cuenta Guido Paganini, reviviendo el momento. “Sentimos que ese nombre tenía una conexión especial con la historia del lugar. Buscamos qué significaba la palabra en las lenguas originarias y descubrimos que Suipacha es una conjunción de dos palabras quechuas que significan ‘tierra del diablo’ o ‘tierra roja’ en otras interpretaciones. Nos pareció un gran nombre, con fuerza y arraigo, para un auto que nace desde las entrañas de la universidad pública”. Así nació Suipacha 901, el primer vehículo del FIUBA Racing Team, que competirá en 2026. Este nombre fundacional dará inicio a una secuencia simbólica y técnica: el siguiente auto de la escudería será el Suipacha 902, luego el 903 y así sucesivamente hasta el 1000.
La Fórmula SAE no es solo una prueba de velocidad bruta. Es un examen integral que combina la ingeniería más fina, la gestión empresarial más exigente y la conducción precisa bajo presión. La competencia tiene dos grandes bloques de puntuación: una parte estática (325 puntos), donde los equipos pasan por el calvario de defender cada decisión ante un jurado de élite, y otra parte dinámica (675 puntos), que se desarrolla durante tres extenuantes jornadas en pista.
En la parte estática se evalúan la gestión de costos, la presentación de negocios y la estrategia de marketing. En la parte dinámica, los autos deben superar pruebas rigurosas y cronometradas de aceleración, frenado, consumo de combustible (eficiencia) y, la prueba reina, la resistencia o Endurance, la carrera de 22 km.
La piloto será Magdalena Cos, quien deberá completar un circuito con curvas, aceleraciones y frenadas bruscas, una prueba que pondrá al límite no sólo su destreza, sino la fiabilidad estructural y mecánica del monoplaza. “Consiste en pruebas en la pista, con aceleración de cero a cien y frenado de cien a cero —explica Podestá—. En una pista de Endurance de karting, hay que completar el circuito de 22 kilómetros y también hay otra prueba de skid pad en forma de ocho. La velocidad máxima no se mide, porque la aerodinámica se prepara para otro tipo de rendimiento”.
La meta inmediata del equipo es una carrera contra el reloj: el diseño final debe presentarse a mediados de enero, y los detalles de carrocería y aerodinámica antes de marzo. Pero el desafío real, la visión que trasciende a los fundadores, va mucho más allá de la competencia de Brasil. El objetivo es crear una estructura duradera, un legado académico que trascienda a sus fundadores y permita que nuevas camadas de estudiantes de la UBA sigan desarrollando y construyendo autos de carrera bajo el mismo nombre.
En la Argentina ya hubo antecedentes. En 2017, un equipo del Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA) obtuvo el segundo puesto entre más de 50 autos del mundo. Pero esta será la primera vez que una universidad pública participe de la Fórmula SAE.
El FIUBA Racing Team no solo representa un proyecto académico, sino también un símbolo: el de una educación pública que se atreve a competir de igual a igual con instituciones de otros continentes. En los talleres donde antes se dictaban prácticas de laboratorio, hoy se escucha el zumbido de una amoladora, el tecleo de un simulador o el sonido de un arco de soldadura.
“Queremos llegar a la competencia y tener un buen desempeño —dice Podestá—, pero sobre todo que el equipo siga, que esto quede como una tradición dentro de la UBA.”
Y mientras el ruido de las herramientas se mezcla con el murmullo de la ciudad que se apaga, el proyecto avanza. Entre planos, soldaduras y fórmulas, el sueño de ver a Suipacha 901 en la pista de Brasil ya dejó de ser una idea. Ahora tiene forma, nombre, historia y, sobre todo, motor.



