Por Tomás Schenkman
La noche ya no cae: se desploma con el peso de la trayectoria reciente y la expectativa inmensa que All Boys, un club históricamente de barrio, carga sobre sus espaldas. No es un día cualquiera en Floresta, ni un entrenamiento más en el Polideportivo Don Fernando Sánchez —ubicado sobre la calle Chivilcoy al 1947 —, que, aunque no es su casa habitual de juego, es el templo donde se forja la disciplina que llevó al equipo de Primera División de futsal femenino a Paraguay para disputar la Copa Libertadores por primera vez en su historia.
El aire está denso, cargado de la humedad en los pulmones y el olor a parqué viejo, pulido por cientos de suelas de goma.
Allí, el roce de los botines rechina sobre el 40×20 con la urgencia de un reloj que descuenta segundos para un debut continental. Es un sonido limpio, casi ceremonial, que se opone al caos de la avenida Álvarez Jonte, donde el ajetreo de los colectivos de la línea 110 y el rumor constante del asfalto marcan el ritmo del barrio.
Afuera, la vida sigue. Adentro, se pone en pausa para tejer una gesta.
El foco está puesto en la Copa, el escenario soñado en la ciudad de Luque, Paraguay. Pero para entender el peso de aquel terreno de juego en el Complejo CONMEBOL SUMA, hay que regresar cinco años a Buenos Aires, al punto más bajo.
En 2020, Bárbara Abot, la entrenadora, llegó a All Boys. No fue un arribo a un equipo consolidado, sino, como ella misma lo describe, “un ejercicio de arqueología deportiva”. El equipo femenino de futsal acababa de descender a la Primera B de AFA.

La estructura era precaria, el ánimo frágil y los recursos mínimos. Abot, una referente con una trayectoria de jugadora que incluyó clubes como Boca Juniors y Sportivo Barracas, y una experiencia clave en el futsal español, se puso al frente de un proyecto que muchos habrían dado por perdido.
Su llegada no fue un golpe de efecto, sino el inicio de una tesis sobre la construcción del juego a largo plazo. Las jugadoras entrenaban en un playón que, por su irregularidad y las inclemencias del tiempo, estaba más cerca de la épica amateur que de un campo de alto rendimiento. Conos prestados, pelotas que a menudo no mantenían un pique uniforme, y un núcleo duro de deportistas que priorizaban el compromiso por encima de la comodidad.
En ese ambiente, la tarea de Abot fue doble: reconstruir la moral y a su vez la metodología. Lo más difícil es “construir un proyecto duradero en el tiempo que tenga bases sólidas desde lo estructural, desde la dinámica de trabajo y desde las jugadoras que permanecen en un plantel”.
Esta frase no es un eslogan, es la carta fundacional de un proceso que hizo hincapié en la identidad del club de barrio: sacrificio, pertenencia y una disciplina que se entiende como una extensión de la vida misma, donde el futsal, al ser amateur, exige a las protagonistas combinar jornadas laborales o estudios universitarios con las demandas de un entrenamiento profesional.
Ella, con su formación como directora técnica en las divisiones juveniles de la Selección Argentina de fútbol de campo en 2018, trajo consigo una visión estratégica y una ética innegociable. Su presencia en la cancha es un estudio de concentración: manos en los bolsillos y la mirada de un cirujano sobre cada movimiento. Sus instrucciones son casi susurros en medio del fragor: “¡Cerrá el espacio!”. “Más rápido el pase”. “¡Dos toques, dos toques!”. Luego, el silencio. Sabe que el mensaje ya está en el cuerpo de las jugadoras, que cada repetición es la memoria muscular de la resurrección del grupo.
La reconstrucción no tardó en dar sus frutos, pero la verdadera consolidación se produjo a partir de 2023. All Boys no sólo regresó a la élite, sino que la conquistó con una voracidad inusual, encadenando un palmarés que lo catapultó a la historia del futsal femenino argentino: supo alzar la Copa Argentina en 2023 y 2024, la Copa de Oro en 2023 y 2025, el campeonato de Primera en 2024 —que les sacó pasaje directo a la Libertadores— y la Supercopa en 2025 tras vencer a Racing por penales.

Este ciclo, con seis títulos en menos de tres años, convirtió al “Albo” en el equipo más exitoso de la Argentina en los últimos tiempos. La gesta cumbre fue la final del Campeonato de Primera División 2024, una serie vibrante contra un gigante del futsal: San Lorenzo. Los hinchas de All Boys, que agotaron localidades en el Polideportivo Roberto Pando para ver la definición, atestiguaron cómo un gol de Yamila Acosta, en un partido de nervios y estrategia, selló la victoria por 1-0, abriendo las puertas de Sudamérica.
Fue un hito histórico: por primera vez, un equipo argentino de futsal femenino, sin ser un gigante deportivo tradicional, iba a competir en el máximo certamen continental. Este logro es la prueba viviente del manifiesto de Abot: “El futsal es de los clubes de barrio”. El triunfo no fue sólo deportivo, fue un acto de dignidad social, llevando el nombre de Floresta y el orgullo de la institución a una escala que jamás habían imaginado.
El entrenamiento matutino, a menos de tres días de viajar, no es un ensayo general, sino una puesta a punto quirúrgica. La cancha se convierte en un tablero de ajedrez donde cada movimiento está guionado. Bárbara y su cuerpo técnico habían profundizado la preparación, sabiendo que el nivel de exigencia en Paraguay iba a ser exponencial.
“No cambió mucho en cómo veníamos trabajando. Quizás sí nos pusimos un poco más detallistas con algunas pelotas paradas tanto en ataque como en defensa, y en lo que refiere al sistema 5 contra 4 y 4 contra 5 —arquera-jugadora, una formación muy utilizada en futsal para tener ventaja numérica—”, explica la entrenadora.
El trabajo de scouting fue fundamental y profesional, un recurso que subraya la seriedad del proyecto amateur. El club analizó a cada rival del Grupo B de la Copa: Talentos (Colombia), Taboão Magnus (Brasil), Tigres Futsal (Venezuela) y Deportivo JAP (Perú).
Los circuitos de pases y los ejercicios de ataque en superioridad numérica se enfocan en desactivar las defensas colombianas o contrarrestar la potencia brasileña. La información fluye de manera sutil. No hay sermones, sólo correcciones basadas en la estrategia del rival.
Pero más allá del mapa táctico, Abot enfatiza sobre cuál es la batalla crucial: “Más que lo físico, es lo mental, la presión de estar entre las convocadas y la necesidad de competir al mismo tiempo en los playoffs locales”. El equipo tuvo que equilibrar la tensión del cierre del Metropolitano con la ansiedad de la Libertadores, una dualidad que mide la madurez de un plantel. Y lo han podido gestionar bien: eliminaron a River en cuartos y jugarán las semifinales en diciembre —con rival a confirmar—, luego del Mundial de selecciones de la disciplina.
Cada ejercicio en las prácticas semanales es una metáfora de lo que enfrentarán en Luque: velocidad para la transición, precisión en el remate y, sobre todo, la inteligencia para gestionar los tiempos bajo presión.
La arquera y capitana, Paula D’Aria, lo sintetiza desde la experiencia de una líder: “Sabemos que va a haber una presión extra. Nadie del equipo, ni siquiera el cuerpo técnico, tuvo la posibilidad de jugar una Copa Libertadores. Es algo nuevo. Pero algo que nos beneficia es que nunca nos planteamos querer ganar, siempre fue tratar de ver cómo resolvemos los desafíos que teníamos enfrente”.
Después de la intensidad, mientras el sudor traza líneas sobre la camiseta blanca y negra, es el momento de las protagonistas. Valentina Naud —de las más jóvenes con 19 años— termina de elongar contra una de las paredes del Polideportivo: sus movimientos son los de una atleta consciente de cada fibra, pero su rostro refleja la calma de quien ha llegado a donde pertenece.
Naud, que combina sus estudios con la exigencia deportiva, es el emblema de la nueva camada talentosa de All Boys. Su juego es dinámico, su remate es un misil. Es una jugadora que, con una mezcla de serenidad y orgullo, ya tiene un impacto palpable en la historia del club.
“Esto que vivimos es una locura, pero no me sorprende, nos matamos entrenando, siempre el cuerpo técnico está en todos los detalles”, dice con la voz apenas ronca por el esfuerzo. Su ambición es clara: “Mientras mejoremos y disfrutemos, siempre se busca ir por más”. Para ella y para muchas de sus compañeras, el futsal no es sólo un deporte, es el eje que estructura la vida y la recompensa al sacrificio diario de la doble jornada —estudio/trabajo + entrenamiento—.
Junto a la juventud pujante de Naud y la habilidad de jugadoras como Luciana Natta y Jazmín Della Vedova, piezas claves en el ataque, se sumó la jerarquía necesaria para el escenario continental: Araceli Candela Cejas, de 32 años. Con un recorrido probado en la élite del futsal argentino —Boca Juniors y Sportivo Barracas— y en el fútbol 11 —San Lorenzo y Platense—, llegó al club como refuerzo para la Libertadores 2025, aportando no sólo técnica, sino experiencia y aplomo.
Abot la destaca como un engranaje crucial: “Su rol trasciende lo técnico: es ejemplo y sostén emocional. Su presencia se nota en la lectura de juego, en las ayudas defensivas y en cómo ordena a las más jóvenes”. Cejas no sólo pisa fuerte en el 40×20, su presencia y sensatez actúan como un ancla para el equipo, transmitiendo la estructura y la calma que sólo los partidos de alta magnitud enseñan.

Sin embargo, la historia no se escribe sólo en los entrenamientos, se moldea con la adrenalina de los grandes debuts. El primer partido en la Copa Libertadores, el domingo 2 de noviembre de 2025, fue un vendaval emocional. All Boys debutó en Luque contra Deportivo Talentos de Colombia.
El conjunto de Floresta demostró su poder de fuego. El marcador se abrió con un gol de Valentina Naud a los 11 minutos del primer tiempo, seguida por Agustina Fabián a los 14’. El “Albo” se fue al descanso con una ventaja que reflejaba su superioridad estratégica.
Sin embargo, el segundo tiempo trajo la turbulencia de la competencia continental. Las colombianas, con sendas conversiones de Gineth Jiménez, lograron empatar 2 a 2. La tensión se disparó. All Boys volvió a situarse adelante con una conquista de su mejor exponente y motor de juego: Luciana Natta. El reloj se consumía y la victoria histórica parecía irreversible para el rival.
Pero la Libertadores tiene sus propias reglas de épica y crueldad. Cuando restaban apenas 37 segundos para el final, un remate de Karen Quiñones se coló en la valla defendida por Paula D’Aria, sellando el empate 3 a 3.
A pesar de la igualdad, el partido dejó un sabor a derrota. La frustración de perder la ventaja en el último suspiro, más el tiempo que se detuvo en esa última jugada, se mezclaba con la urgencia de los siguientes compromisos, porque era un torneo relámpago, que finalizaría el sábado 8 de noviembre.
Ese resultado fue la materialización de la frase de Abot: la presión de la mente y la gestión del segundo final. Fue un dolor necesario, un combustible para entender que en este nivel cada segundo de concentración es un tesoro.
El lunes 3 de noviembre se disputó la tercera fecha —la primera fue libre para las de Floresta—. All Boys se midió ante “Tigres” de Venezuela y lo derrotó 2 a 1 con un doblete de Yamila Acosta: el primero fue cuando desenvainó un misil desde su pie diestro, agarrando la pelota con el borde externo y colocándola posteriormente en el ángulo, mientras que el segundo fue gracias a un toque sutil, luego de recibir un córner desde la izquierda para llegar a las cuatro unidades y escalar al tercer puesto de la zona B.
En la víspera del encuentro, en el vestuario mientras se cambiaban, el plantel —incluyendo utileros/as y cuerpo técnico— escribió en el pizarrón con un marcador azul frases motivadoras, enalteciendo el espíritu para estar a tono del partido. “Juntas somos más fuertes” y “con el pecho inflado y el cuchillo entre los dientes”, se sumaron a palabras contundentes como “equipo” y “familia” y forjaron la antesala de la primera victoria en el certamen. Todo se fue construyendo.
Incluso los triunfos posteriores. Al día siguiente, las chicas del “Albo” se enfrentaron a Deportivo JAP de Perú por la cuarta jornada y lo vapulearon 6 a 0, con doblete de Natta y goles de Baez, Della Vedova, Cejas y Fabián. El positivismo sobrevolaba Paraguay, pero llegó la primera caída: 2 a 0 ante Taboão Magnus de Brasil por el último encuentro de la fase de grupos.
De todos modos, el resultado era anecdótico: la clasificación a semifinales estaba consumada. Quedaron escoltas en el grupo B, igualadas en siete puntos con Talentos de Colombia, pero con mejor diferencia de gol. Se venía Peñarol, líder del grupo A.
Luciana Natta abrió el partido con una excelsa definición por encima de la arquera. Luego, Priscila González capturó un rebote y amplió la ventaja tras rematar con el empeine de su pierna diestra. El “Manya” descontó con un penal, pero el equipo de Floresta, por la misma vía, sumó el tercero en su haber en los pies de Natta, quien llegó a su segundo doblete y a los cinco goles en el certamen.

Peñarol volvió a achicar cifras sobre el cierre, pero no alcanzó para cortar la algarabía de All Boys. Directo a la final en su primera participación.
Taboão Magnus, otra vez el rival. Venía de apabullar a Sport Colonial 8 a 1. Pero las chicas del albinegro estaban preparadas.
D’Aria se lució desde el comienzo con una atajada mejor que la otra para cuidar el cero, que se rompería instantes después con un error —de la arquera rival— bien aprovechado por Luciana Natta que marcó el primero y llegó a seis gritos totales para desatar la locura en la tribuna de Luque.

En ese primer tiempo, la frialdad sobraba, el juego fluía y todo parecía encaminarse. Priscila González hiló una excelente pared con Della Vedova para convertir el 2 a 0 con un zurdazo inatajable al primer palo. Nada salía mal.
Pero en la segunda etapa, las brasileñas pusieron arquera-jugadora y lograron igualar el encuentro con inmediatez. Golpe anímico para el albinegro, que ahora debía reinsertarse en el juego.
Poco duró esa ilusión. Una falla en el fondo de All Boys desencadenó en la jugada del 3 a 2 rival, que sentenció el resultado de la final y le concedió el título a la potencia brazuca.
Sin embargo, el papel de las de Floresta no debe pasar desapercibido. Batacazo en su primer torneo internacional. La medalla de plata es consagratoria para un club que fue a Paraguay con el objetivo de competir, pero con los pies sobre la tierra, como había dicho Abot previo al duelo decisivo: “Nunca nos propusimos llegar a una final, pero ellas estaban muy convencidas y fueron demostrando día a día que querían mucho más”.
Para contextualizar este hito, es necesario remitirse a la escena final de la práctica días previos al viaje, que fue un espejo de la filosofía de All Boys. La entrenadora reunió al grupo en círculo. Las luces del Polideportivo Fernando Sánchez perdieron brillo lentamente, y los ruidos del barrio —el portazo de un auto, el ladrido de un perro— volvieron a ser audibles.

Abot esbozó una frase que simboliza el ADN del club, términos que no necesitan gritos: “Este proyecto viene hace más de cuatro años y medio. Todo lo que consiguieron es fruto de mucho trabajo y de confiar en el proceso. Son un ejemplo a seguir para la gente del club y del barrio”.
Las jugadoras aplaudieron y sonrieron, no sólo por el cansancio redimido, sino por la profunda convicción.
Son conscientes de que sus camisetas tienen más peso que el de un simple equipo de futsal. Representan el orgullo de Floresta, la constancia de un barrio que aprendió a soñar en grande y el sacrificio de la jugadora amateur que se enfrenta a estructuras cada vez más profesionalizadas.
Representar al club por primera vez a nivel sudamericano es un logro que dignifica al deporte en el ámbito social y es un paso más para fomentar el respaldo a los clubes de barrio. Y vale el doble tras haberlo hecho así.
Allá en Paraguay, las familias de las jugadoras, e incluso hinchas que siguen con regularidad la disciplina, se hicieron presentes en todos los partidos. Cantando y haciéndose escuchar como bien se caracteriza la hinchada argentina. Sólo se hizo eco de los gritos, los bombos y las trompetas de la “Peste Blanca” —como se la conoce a su hinchada— y eso sirvió para revalidar lo que alcanzó este equipo: ilusionar a todo un barrio, a todo un club y sembrar una semilla en las mentes soñadoras de las niñas que frecuentan las instalaciones de All Boys con la esperanza de repetir o superar la hazaña que se erigió a más de 1300 kilómetros del predio albinegro.

Desde los playones húmedos de hace cinco años hasta el brillo de la Copa Libertadores, el camino del futsal femenino en All Boys es la crónica de un proceso que se construyó desde la base, en silencio, con la única ambición de ser mejor cada día.
Este equipo, con jugadoras que combinan trabajo, estudio y deporte, ha transformado cada entrenamiento, título y partido continental en un capítulo de una historia que trasciende la competencia y que repercute con un mensaje fuerte: la verdadera grandeza se mide en compromiso, esfuerzo y, sobre todo, pertenencia al barrio que las vio nacer y crecer. La leyenda apenas comienza, y el latido de Floresta resuena en toda Sudamérica.



