miércoles, noviembre 19, 2025

Bandera verde para el futuro: el boom del karting bajo el impulso de Colapinto

Por Otto Vodopiviz

El rugido de los motores se escucha cada vez más fuerte. El sol está por asomarse, pero en el Kartódromo de Ciudad Evita ya se huele el aroma de un gran día. El sábado 12 de julio del 2025 son apenas las ocho de la mañana y los boxes ya están con vida: sonido de motores, cascos puestos y familias expectantes. Aquí, cada jornada es más que una carrera: es un paso más en una ruta que, para algunos, puede terminar en los circuitos de Mónaco o de Silverstone, en la Fórmula 1.

El karting argentino se encuentra en un crecimiento que muy pocos recuerdan haberlo visto. Las escuelas de karts tienen más estudiantes y hoy el deporte cuenta con más visibilidad, pero hay un catalizador que nadie niega: Franco Colapinto. El joven de Pilar, que comenzó su carrera en karts a los 9 años, pegó el salto a Europa en tan solo 4 años. El piloto argentino se inscribe en la Fórmula 4 en 2019 y, cinco años después, debuta en la Fórmula 1 convirtiéndose en un faro para centenares de chicos que hoy giran en las pistas del país. Luego de 25 años, tras una temporada de Gastón Mazzacane, Argentina vuelve a tener un referente en la F1. “Antes queríamos ganar el campeonato. Ahora queremos llegar a la máxima categoría como llegó Franco”, dice Ian Sampayo con 13 años, que corre en la escuela de karting en Ciudad Evita.

En los últimos años, el karting viene en curva ascendente y lo de Franco lo terminó de catapultar. Hoy los más chicos lo ven como el máximo referente y eso hace que tomen este deporte con mayor dedicación y expectativa”, explica Gastón Amboade, quien fue campeón sudamericano del Master Max 2024 y hoy es profesor de la escuela de karting Asociación Para el Automovilismo Deportivo (APAD).

En el Kartódromo Internacional de Buenos Aires el ambiente es una caldera. Conocido por su trazado desafiante e infraestructura de primer nivel, el domingo 20 de julio fue escenario de una emocionante jornada de karting. Allí, las gradas comenzaron a llenarse, los niños con sus autitos Hot Wheels y los mayores con sus teléfonos para ojear el Gran premio de Hungría. La pista ardía, las miradas eran fijas; parecía una película del viejo Oeste. Divididos en cuatro grupos, 16 son los karts registrados en el circuito, y hacen gruñir sus motores.

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El “galáctico” va a la velocidad de la luz; el “relámpago” asombra a sus rivales en las curvas, la “bala” siempre de frente a su objetivo; y el “tractor” en la cima como siempre. Cada kart poseía un apodo característico, algunos interesantes, otros graciosos. “Ojo con el cuarto que a ese lo llaman el tosco”, dice un hombre con la gorrita azul de Nacional que utilizaba el corredor brasileño Ayrton Senna en su paso por la F1.

Las facturas se repartían, el ruido de mate siempre presente y la bandera verde flameaba. La clasificación del Mini Max fue intensa con maniobras arriesgadas y avances estratégicos. La curva uno era un caos: despistes, trompos, pero ningún contacto. El “tractor” lo tenía claro: mejor tiempo en la curva dos y cinco. Algunos estaban en un cumple. De lejos se observaba la poca voluntad de los rezagados; despistes evitables, roces innecesarios y estorbar a los de la punta.

Las familias alientan a sus conocidos. “¡Vamos, Mateo, un poco más rápido!”, se escucha de un padre, quien viaja más de 300 kilómetros desde Tandil hasta el Kartódromo Internacional para cumplir el sueño de su hijo. Finalizada la clasificatoria, los jóvenes de 13 años se reprochaban algunas acciones y otros discutían por un puesto más arriba. El “tractor” había arrasado a sus rivales y se llevó la pole. Ahora quedaba claro quién manda en la pista. “El más rápido no siempre gana, el más inteligente, sí”, decía Niki Lauda, quien supo ganarse un lugar en la historia de la Fórmula 1 con tres campeonatos mundiales en 1975, 1977 y 1984. 

Eran las 12 del mediodía en el kartódromo Internacional de Buenos Aires, sol y viento vigente. Los familiares estaban nerviosos, algunos comiéndose las uñas, otros mirando el Gran Premio de Hungría con el relato de Fernando Tornello, quien cuenta con una voz atrapante, algo así como un motor. “¡La puta que lo parió!”, se escucha de la nada. Colapinto había bajado al decimoctavo puesto con un flojo desempeño de los mecánicos de Alpine. “Son unos inútiles, siempre lo mismo loco”, decían entre los padres que no podían creer la actualidad de la escudería. Los pibes estaban chochos con sus autitos a control remoto, similar a las canchas de fútbol, donde los chicos juegan a la pelota mientras se juega el partido.

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“A Franco le están haciendo una cama de acá a la China, no puede ser que en dos paradas hagan 15 segundos y con (Pierre) Gasly 5 segundos. Siento que lo van a limpiar. Mi hijo empezó el año pasado, cuando Colapinto pasó a la Fórmula 1”, manifiesta Bautista Rodríguez, el padre de Mateo Rodríguez.

Luego de 15 minutos bajo un clima perfecto se asoman los protagonistas: vestimenta puesta, cascos colocados y protectores listos para un nuevo fin de semana en el kartódromo Internacional de Buenos Aires. Los mates iban y venían. Las familias, de pie para ver la largada. Preparados, los pilotos vieron la bandera verde y arrancaron. En la primera curva, trompo del “galáctico” y baja al décimo puesto. “¡Uhhhhh!”, se escucha en gran parte de la grada. Desde afuera, todo parece un juego; desde adentro, era algo más que una carrera.

El “tractor”, de gran arranque, más solo que Adán en el Día del Amigo; la “bala” estaba al acecho, parecía un puma cazando a su presa, y los otros peleándose entre ellos. Las gradas eran un mar de nervios. Madres preocupadas por la salud de sus hijos; los padres, por otro lado, querían la victoria en sus manos. Los hermanitos de los pilotos la tenían clara: soñar con la posibilidad de ser un piloto profesional.

Faltaban cuatro vueltas para finalizar la jornada. El olor a caucho quemado se apoderaba del ambiente, los chicos se tapaban la nariz. Las familias viven cada vuelta como si fuese la última. La tensión, el talento y la pasión quedaron plasmados en cada giro. Tras diez minutos de ida y vuelta apareció la famosa bandera a cuadros. El campeón estaba claro, Joaquín Cordoba le sacaba diez segundos al escolta. “¡Dale, Joaco, que estás ahí nomas!”, gritaba su papá con euforia y sin uñas para comerse.

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Joaquin levanta el puño y se va derechito a las gradas, donde se encontraba su viejo y hermanito. El casco ya emanaba victoria; era un combinado de estilo a lo Ayrton Senna y Gastón Mazzacane, quien fue el último piloto argentino en participar en la Fórmula 1 en el año 2001 antes de Colapinto. 

El karting avanzó tan fuerte que incluso en invierno y verano, lejos de los Mini Max, Master Max, Junior, Senior, el sonido de los motores se orientó en las vacaciones. En Mar del Plata, Pinamar y Villa Gesell, los kartódromos de alquiler se llenan de turistas que, por unos minutos, se sienten pilotos. Muchos padres miran cómo sus hijos dan sus primeras vueltas en pistas. “¿Y si le gusta en serio?”, se pregunta una pareja con el termo y el mate en la mano un lunes en el Karting Paintball de Villa Gesell. No es una exageración: más de un piloto federado empezó así, en vacaciones con su casco alquilado y un kart que apenas supera los 40 km/h. Los pibes entraban y parecía una juguetería. Saltos de emoción, gritos por allá y el famoso abrazo de agradecimiento a las madres.

En Pinamar, el rugido de los motores rompe la calma invernal. Filas de turistas se observan desde lejos. El viento helado hace que el olor a nafta y caucho sea aún más intenso, y el sonido de los karts parece amplificarse en el aire limpio de la costa atlántica. Los mecánicos trabajan con las manos congeladas para chequear motores y estar listos durante la jornada. “Disfrutá que me salió 75.000 pesos”, se escucha a cinco metros de la pista. Los chicos de 8 años, enfundados en buzos térmicos y guantes, ajustan sus cascos empañados por el vapor de su respiración. No hay presión de horarios, tampoco de los padres. Solo el sonido de los motores, el crujir de las cubiertas en el asfalto frío y las señales entre pilotos y mecánicos. El viento que azota las banderas de la pista recuerda que aquí el clima manda, pero también que la pasión por correr no entiende de estaciones.

En un receso, los pilotos se refugian en un pequeño quincho, donde comparten anécdotas y sueños de poder competir en la Fórmula 1. Pero hay algo especial en este invierno. Entre tandas tranquilas y curvas libres, los que corren saben que aquí se forja el verdadero amor por el karting. Sin gente, sin cámaras, sin distracciones. Solo el piloto y su máquina, recordando que la velocidad también puede ser una llama que calienta en pleno julio.

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“Yo empecé así, en un verano de 1985. Fuimos con mis viejos por primera vez a Valeria del Mar y nos cruzamos esos típicos kartódromos de la costa. Cuando me subí al kart me acuerdo que se desarmaba en cada vuelta, era muy peligroso. Terminé las 15 vueltas y fui a decirle a mi viejo: “Pa, de grande quiero hacer esto”, cuenta Javier Pólvera, quien se retiró el año pasado del karting profesional con 47 años y hoy trabaja de empresario .

En los años 70 y 80, nombres como Juan María “El Flaco” Traverso comenzaron su vínculo con la velocidad sobre pequeños chasis y motores modestos. Más tarde, figuras como Norberto Fontana, Guillermo Ortelli y Marcos Di Palma también dieron sus primeros vueltas en kartódromos, antes de transformarse en leyendas del Turismo Carretera (TC). “Senna, el Flaco Traverso y Fontana eran unos monstruos del automovilismo. Siempre fueron mis ídolos; guapos, calentones, garra. Me cuesta mucho identificar a un piloto con esas actitudes. No quiero dejar de lado al Lole Reutemann, a quien encima le robaron el campeonato en la Fórmula 1”, manifesta Gastón Amboade, corredor de karting profesional en Master Max .

En las década de los 90, la disciplina siguió siendo un semillero insistente. José María “Pechito” López tendría sus primeros pasos en el ambiente del karting cordobés; Matías Rossi empezó a correr a los 11 años; Agustín Canapino, guiado por su padre, creció entre pistas y boxes de karting; y Esteban Guerrieri sumó títulos en categorías formativas antes de competir en Europa.

Hoy el karting argentino cuenta con 39 circuitos habilitados en todo el país, la Provincia de Buenos Aires es la que más circuitos posee con 7 y luego le siguen; Cordoba, Río Negro, Mendoza, Santiago del Estero, Tucumán, Formosa y Neuquén. Con referentes como Colapinto, Juan María Traverso y Juan Manuel Fangio. El kart mantiene un crecimiento sostenido. Su futuro parece asegurado. Mientras haya motores encendidos y pilotos con hambre de superación, el karting seguirá siendo el primer escalón hacia las grandes categorías del automovilismo mundial.

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