martes, noviembre 18, 2025

3×3: ¡Hagan espacio!, al básquet de plaza no lo frena nadie

Por Uriel Qualizza

En la esquina de la plaza conocida como La Copita Básquet, junto al mural del pulgar en alto de Manu Ginóbili, Amanda le reclama una falta a Tarzán.

¡Siga, siga! —grita Micaela, compañera de Amanda, mientras saca desde el medio después de que el equipo contrario anotara. Tarzán le pasa una pelota marca Molten que parece más gastada que todos los jugadores y el juego se reanuda.

No hay árbitro. Nadie protesta. No importa el día ni la hora: en las canchas de básquet de las plazas de Buenos Aires siempre hay zapatillas que se frenan contra el piso. Algunas son de correr, pero todas pisan igual y ninguna chirría. Los aros no tienen red. La pintura del tablero está descolorida y las pelotas, desgastadas. Aun así, los piques se escuchan nítidos, mezclados con los gritos de los veinte espectadores que están tomando mate o esperando su turno para entrar a jugar.

Las canchas de básquet urbanas en Buenos Aires funcionan sin horarios, sin rejas y sin protocolos. Fueron conquistadas por el 3×3, un formato considerado callejero que, desde Tokio 2020, forma parte del programa olímpico.

La Copita Básquet, en Saavedra, es una de las canchas más populares de Buenos Aires, y sus jornadas nocturnas reciben gente constantemente. Algunos van a jugar después de trabajar, otros a charlar y tomar mate. La cancha se divide a la mitad: en cada lado se juegan partidos de 3 vs. 3, 4 vs. 4 o 5 vs. 5 cuando hay mucha afluencia. Nadie pone fin a la jornada, ni siquiera el sol.

“El 3×3 es una invitación a repensar el lugar del básquet en la ciudad”, afirma Carlos Spellanzón, director nacional de la modalidad en la Confederación Argentina de Básquet (CAB). Su visión va más allá del juego: “Las plazas cumplieron su rol de difundir la disciplina; son comunidades que se juntan a jugar con sus propias reglas y principios”. En el 3×3, el ganador permanece en cancha, los tiros desde fuera del arco valen dos puntos y los de adentro, uno. Hay mucho contacto físico, hombro con hombro, y tocar una mano es como tocar la pelota. Las faltas las cobra el equipo atacante y prima la igualdad para todos. No importa si eres mujer, hombre, adulto, adolescente o niño.

Hay gente que conoce la cancha de memoria, como Juan Pesaresi, apodado Tarzán por sus distintivas rastas. Suele visitar La Copita todos los días. Es fuerte y tiene un giro invertido imparable. A diferencia de Tarzán y su taparrabos, él tiene una peculiaridad: siempre usa pantalón largo.

Aunque este espacio es muy conocido por su mural de Emanuel Ginóbili pintado a lo largo del piso con su camiseta número 20 de los San Antonio Spurs, y es una cancha que alguna vez pisó Jimmy Butler (jugador de los Golden State Warriors), no es la única en Buenos Aires, y mucho menos en Argentina.

En las plazas porteñas se ve gente joven, personas que vienen de los clubes y otras que nunca han pisado uno. No se pide carnet, se puede ir con amigos o solo. Al llegar, se espera el turno a un costado. Los partidos suelen ser a 11 puntos o a 7 si hay mucha gente. La prioridad siempre la conservan quienes no han jugado.

Los datos de la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA) demuestran que el 3×3 es la modalidad de más rápido crecimiento en el mundo. Se juega en más de 180 países y forma parte de los Juegos Olímpicos desde Tokio 2020. En Argentina se registraron más de 40 eventos oficiales en 2024 y cientos más se desarrollan de manera informal en espacios públicos, la mayoría ubicados en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA).

El circuito oficial organizado por la CAB incluye paradas en diferentes provincias con premios en efectivo y clasificación al World Tour. El objetivo es profesionalizar la actividad sin perder su esencia. Según Spellanzón, el principal desafío es tener una liga interna fuerte y constante para desarrollar jugadores especialistas en la modalidad que nutran a las distintas selecciones argentinas.

El 3×3 permite otra manera de jugar. Las plazas se han vuelto espacios de iniciación deportiva, pero también de contención emocional y social. En barrios como Saavedra, Villa Pueyrredón, Mataderos o Parque Patricios se organizan torneos autogestionados, mixtos y abiertos, sin distinción de nivel. Allí no importa si uno juega en Liga Metropolitana o si tan solo va los sábados a tirar al aro. La lógica del “vale todo” da paso al “vale venir”.

El fenómeno no es exclusivo del AMBA. En ciudades como Córdoba, Rosario, Santa Fe, Mendoza o Bahía Blanca también se arman torneos 3×3 de alto nivel competitivo. Incluso provincias como San Luis o La Pampa sumaron fechas oficiales del circuito de la CAB. La federalización del 3×3 es otro de los grandes desafíos para consolidarlo como disciplina nacional.

El crecimiento también impacta en los clubes y las federaciones. Varias instituciones, como el Club Atlético Obras Sanitarias de la Nación, comenzaron a destinar horarios y espacios específicos para entrenamientos y competencias. Incluso en algunas provincias, como Mendoza y Entre Ríos, se desarrollan ligas locales paralelas al calendario 5×5. Esto no solo amplía la oferta deportiva, sino que también abre posibilidades para jugadoras y jugadores que, por edad o nivel de juego, no encuentran lugar en los equipos convencionales.

Además, algunas escuelas secundarias de Buenos Aires y Córdoba implementan proyectos educativos que utilizan el 3×3 como herramienta pedagógica. El juego reducido, la rotación constante y el dinamismo permiten desarrollar habilidades motrices, sociales y comunicacionales en poco tiempo. En este sentido, el deporte trasciende lo competitivo y se posiciona también como un recurso formativo.

El formato 3×3, que se juega en media cancha con un solo aro y posesiones de 12 segundos, se consolidó como disciplina oficial de la FIBA en 2007. Su debut olímpico fue en Tokio 2020, pero el primer gran salto lo dio en Singapur 2010, durante los Juegos de la Juventud. En 2018 repitió en la edición de Buenos Aires. La capital de Argentina se convirtió en el escenario de una cancha callejera que desbordó de público. “Fue un logro muy importante, aunque la verdadera expansión fue después de la pandemia”, recuerda Spellanzón. Argentina atraviesa el momento de mayor competencia en el 3×3 oficial: “Tenemos un fuerte apoyo de la CAB, de la Asociación de Clubes de Básquetbol (AdC) y de muchas federaciones provinciales, principalmente FEBAMBA (Federación de Básquet Área Metropolitana de Buenos Aires). El país participa en todas las competencias de América”, dice Spellanzón.

Amanda Sapir juega en la primera de José Hernández y practica básquet desde los siete años. Elige el 3×3 porque es diferente al 5×5: se siente mucho más distendida. Aunque prefiere la modalidad convencional, destaca que la otra disciplina le dio momentos únicos: “Mi mejor recuerdo es de los Juegos Evita 2017. Ganamos el torneo porteño con Sunderland (club femenino del barrio de Villa Urquiza) y clasificamos a los nacionales. La experiencia de viajar, representar a CABA y convivir con otras chicas del deporte fue lo mejor”.

La escena del básquet callejero también tiene su versión más profesionalizada en torneos organizados, como los de Pick Básquet, donde los partidos se juegan con cronómetro, reglas oficiales de la FIBA, pelotas nuevas, camisetas numeradas y árbitros. La esencia, sin embargo, sigue siendo la misma: intensidad, roce y comunidad. En este tipo de competencias se ve una convivencia entre quienes fueron parte de clubes tradicionales y quienes se formaron íntegramente en el 3×3 de la calle. Esa mixtura genera partidos con una carga emocional distinta.

João Dejtiar, dueño de Pick Básquet, construyó la cancha con un objetivo particular: “Crear un lugar para todos, hayan jugado o no al básquet, estén solos o con amigos; es un espacio para cualquiera, como el 3×3 de las plazas”. El formato no deja afuera a nadie. Solo se necesitan tres jugadores para competir, aunque algunos eligen ir con cuatro y un entrenador, lo que da pie a que se inscriban diversas personas.

 

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En la categoría libre del torneo 3×3 organizado por Pick el 13 de julio de 2025, hubo equipos mixtos, un equipo conformado por rusos (Medvedi), otro de venezolanos (El Bote) y hasta un jugador estadounidense, Anthony Phillips, que estaba en Argentina con el objetivo de vivir un año en un país extranjero, pero sin alejarse de su pasión, el básquet. Incluso asistió una selección argentina 3×3: Alejo Maggi, exjugador de Leb Plata en el Godella de España y hoy parte del plantel de Zárate Basket de la Liga Nacional de Argentina. Compartió equipo con Juan Ignacio Farré, jugador de Obras Sanitarias, y Agustín Wolinsky, ex preselección argentina.

A pesar de lo profesional del ambiente, el juego en Pick es el mismo que el de las plazas: sin jugadas preestablecidas, con libertad para la creatividad y la innovación. Los puntos son veloces, las posesiones cortas y los tiros contienen una pizca de locura, como una bandeja pasada que pega en el borde superior del tablero para luego entrar limpiamente al aro. Los árbitros, a pesar de ser los mismos que dirigen las categorías más altas del básquet argentino, también cambian el chip, dejan pasar más faltas, están más distendidos y dan espacio para que ocurran cosas nuevas.

Nicolás Domínguez, ex selección argentina de 3×3 y actual jugador del club Maccabi ubicado en Balvanera, que compite en la Copa de Oro de FEBAMBA, resume su vínculo con la disciplina: “Para mí es cultura, nuevos amigos y competencia. Fue mi primer contacto con el básquet porque arranqué en la plaza de Villa Pueyrredón, La Nueva Básquet, cuando tenía ocho años. Es un ambiente familiar y cálido, y siempre se alienta, sea para nuestro equipo o para el rival”. En cuanto al estilo, es contundente: “Hay mucho más espacio, más fricción, más contacto; me siento más libre en el 3×3. Las decisiones son mucho más rápidas. Me gusta más que el 5×5 porque es más dinámico, más intenso y más pasional”.

Si bien hoy el 3×3 forma parte del calendario de la FIBA y tiene presencia olímpica, su raíz sigue en lugares como este: una plaza, una pelota desgastada y seis personas que se la pasan, la pican y, sobre todo, se la bancan. La calle sigue siendo el lugar donde todo empieza.

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