sábado, noviembre 15, 2025

Exequiel Zeballos: ver luz en la oscuridad

Por Gabriel Milian Scuri

“Los tiempos de Dios son perfectos”, dijo Exequiel Zeballos después de haber hecho, hasta ahora, el mejor partido de su corta, pero que parece tan larga, carrera. 

Las lesiones lo marginaron de las canchas una y otra vez. Lo alejaron de su brillo. Aunque, en todo momento, sus compañeros, y quienes lo rodean, se sorprendieron de su forma de sonreirle a la adversidad. En la negativa, siempre es más fácil tirarse a que te carcoma el pesimismo. Para el Chango, desde el primer momento, rendirse no fue una opción. A pesar de haber permanecido un semestre entero con poca consideración para el cuerpo técnico, él era consciente de que todo esto estaba por llegar. El gol a Belgrano, la espectacular actuación ante Barracas y su tanto en La Plata desembocaron en la consagración frente River. Aquel domingo, jugó como si estuviera en el barrio, en alguna calle de tierra de su querido Santiago del Estero. “Mi sueño es tirar magia en La Bombonera”, decía un pequeño Zeballos en un video de hace algunos años. El joven terminó por convertirse en la figura de su equipo en este último tramo del Torneo Clausura.

En un fútbol cada vez más rígido y totalmente estructurado, el número siete de Boca vuelve a los orígenes del juego. A lo que se le llamaba el Pibe Potrero. Cuando apareció, allá por el 2020, era un flaquito, rapidito que agarraba la pelota y tiraba bicicletas. En la reserva del Xeneize ya se distinguía. 

Todos lo vieron sangrar. Lo más doloroso para el futbolista quizás nunca fueron las patadas, sino la crudeza de quienes rompen y lastiman porque sí. Los chistes inoportunos en televisión, los que critican y se esconden en un usuario de X y la mente de los hinchas impacientes. 

Tal vez, la historia de Zeballos atrapa porque es una prueba fehaciente de que, como decía Mercedes Sosa, al final hay recompensa. Otra demostración de que el esfuerzo da sus frutos y que no hay mejor remedio para la cabeza que amigarse con uno mismo. Primero creerlo y después hacerlo realidad.

El Chango se muestra tal cual es. Y esa inocencia, en un ambiente tan persuadido por el poder y la violencia psicológica, lo hizo ser fuerte. Goles son amores y, para él, su último tanto fue ese amor platónico que un día se hizo realidad. Fue la boca de salida de un túnel oscuro. El rebote que le dejó Armani se convirtió, en su cabeza, en el recuerdo de aquel pibe que soñaba con tirar magia en La Bombonera. Ahora, deberá conseguir lo más complicado. Mantenerse. Y sí lo hace, es cosa seria. 

Hay dos fotos en la carrera del chico santiagueño. El llanto desconsolado al salir lesionado ante Agropecuario y la emoción de haber sido aplaudido por todos los boquenses, luego de pintar la cara de los jugadores del Millonario. 

La última puede hacerla un cuadro y colgarla en su casa, pero sin olvidarse de todo lo que tuvo que atravesar. Incluso, podría titularla: “Tantas veces me mataron. Tantas veces me morí. Sin embargo, aquí estoy. Resucitando”.

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