Por Vicente Moreyra
3 de mayo de 2015. San Martín de Burzaco iguala 1-1 con Juventud Unida a los 44 minutos del primer tiempo por el torneo Apertura de la Primera C. El partido se detiene en el estadio Francisco Boga. Ocupando todo el espacio que había entre la línea de cal y el paredón de hormigón, queda un jugador del local, Emanuel Ortega. Quieto. Se mantiene al margen de la vorágine de sus compañeros, rivales y árbitro, quienes llaman a la ambulancia mientras discuten sobre si la jugada había sido falta, si era amarilla para Alexis Valenzuela o si simplemente fue un roce de partido.
Federico Scurnik, arquero de San Martín de Burzaco y capitán, se acerca rápido para hablar con el árbitro y reclamar la jugada, pero al ver a su compañero, su actitud cambia. De inmediato ayuda a cargar al joven de 21 años en la ambulancia para que lo lleven lo antes posible a un hospital. Sus compañeros quedan paralizados por lo que acaba de suceder. Los rivales también. El estado de Emanuel daba indicios de que algo no andaba bien, pero nadie imaginó que, once días después del golpe, iba a fallecer.
El Burrito Ortega, como lo llamaban sus compañeros, había nacido en Jujuy. De chico se formó en el club de su ciudad natal, Talleres de Perico. Comenzó a destacarse en las inferiores, lo que le dio la oportunidad de viajar a probarse a Buenos Aires en 2011. En el predio de Luis Guillón, junto con otros chicos del interior, tuvo la chance de hacer una prueba en Banfield. El club se interesó en él y decidió que Ortega se quedara en la pensión para formar parte del Taladro. Allí mejoró física y futbolísticamente durante los tres años y medio que estuvo. Pero, al no tener las oportunidades que necesitaba, Banfield decidió cederlo a San Martín de Burzaco en enero de 2015, cuatro meses antes de su muerte.
El 14 de mayo de 2015 se confirmó que Ortega no resistió. El fútbol argentino estaba de luto. La AFA, presidida de manera interina por Luis Segura tras la muerte de Julio Grondona, decidió suspender la fecha de todas las categorías del fútbol local. Además, se dispuso que todas las paredes de cemento cercanas a las líneas de cal de los estadios debían ser cubiertas por protecciones en un plazo de 90 días. Rápidamente, algunos clubes alegaron que no podían hacerse cargo de los gastos, por lo que la AFA anunció un convenio con la empresa Santa Mónica para comprar las colchonetas. Se trataba de una firma creada en España a mediados de los años 80 por Jesús Samper, dedicada a la comercialización publicitaria de eventos deportivos.

Los días pasaron y los equipos seguían sin tener protecciones en sus campos. Los partidos se jugaban igual, hasta que, 17 días después de la muerte de Emanuel Ortega, otro jugador salió accidentado tras un golpe con la pared en el partido que disputaban Deportivo Sarmiento de Coronel Suárez y Kimberley de Mar del Plata, en el estadio José Alberto Valle, por el Federal B. Gonzalo Cendra sufrió un leve traumatismo y recibió puntos en la cabeza luego de golpearse en una jugada muy parecida a la de Ortega.
El 23 de agosto de 2015 otro jugador del Federal B salió lastimado. Pablo Lengman, futbolista de Atenas, se fracturó la muñeca y se cortó la ceja al chocar contra la pared del fondo de la cancha en un encuentro frente a Peñarol de Córdoba. Nuevamente se pasó por alto. Pero la falta de protecciones volvió a estar en el foco de las críticas cuando el delantero de Midland, Sebastián Gigliotti, sufrió un golpe en la cabeza luego de un choque muy parecido al de Lengman durante un partido contra Argentino de Quilmes. El hermano de Emanuel Gigliotti —jugador de Boca Juniors entre 2013 y 2015— estuvo internado e inconsciente. Siete días después recibió el alta médica y pudo continuar con su carrera, pero el tema de las paredes volvió a aparecer en los medios.
“Tuvimos una demora por distintos motivos, entre otros la selección y producción del material. Nadie tenía en stock lo que hacía falta; ahora tenemos todo y esta semana arrancamos con cuatro canchas más”, fue la justificación de Segura. El plazo de los 90 días ya se había vencido. El presidente de la AFA abrió otro, ahora de 45, y aseguró que luego de ese tiempo todos los clubes iban a tener colchonetas alrededor de las canchas.
El mismo día que Cendra se accidentó, 17 días después del fallecimiento de Ortega, San Martín de Burzaco volvió a disputar un partido. Enfrente, Central Córdoba de Rosario, que hacía nueve encuentros que no perdía (tres empates y seis victorias). Sanma necesitaba ganar para poder acercarse al ascenso a la B Metropolitana, pero, en palabras del técnico Cristian Ferlauto, “lo deportivo pasó a un segundo plano”. Burzaco perdió 2-1. El plantel no estaba preparado para volver a competir. Los compañeros de Ortega salieron a la cancha con una remera blanca con la cara de Emanuel y la frase “El fútbol es mi vida”.
“Había muchos chicos que iban a entrenar y no entendían por qué estábamos ahí, por qué había que seguir después de lo que había pasado”, dice Federico Scurnik diez años después. La AFA puso psicólogos a disposición de todo el plantel. Tenían charlas individuales y grupales para que los jugadores pudieran tranquilizarse y reenfocar en la competencia. Pero la pérdida de un compañero, un amigo o un dirigido no es fácil de olvidar. El actual presidente, Gabriel Ostanelli, lo catalogó como el momento más duro que vivió como dirigente en sus 20 años al frente de la institución.

Hubo un jugador que no logró continuar su carrera con normalidad: Alexis Valenzuela, el autor del foul. “En el momento en que choca contra la pared, él golpea en seco, le quedan los ojos blancos y comencé a pedir ayuda; me asusté mucho. Nunca imaginé que iba a terminar así”, comentó en Radio La Red días después. Aunque no fue su intención, el daño sobre Ortega estaba hecho. Y sobre su imagen también. En los partidos posteriores, Valenzuela comenzó a ser visto de otra forma, como si su intención hubiese sido lastimar al joven jugador de San Martín. Esa acción lo persiguió el resto de su carrera. El delantero tuvo un paso más por Juventud Unida, en el que disputó 49 partidos; luego jugó tres encuentros en Alianza Cutral Co y uno en Lezama FC antes de su retiro prematuro.
A pocos meses de que se cumpla una década, muchas cosas cambiaron desde el fallecimiento de Emanuel Ortega. San Martín ascendió a la B Metropolitana por primera vez en su historia en 2023. El estadio Francisco Boga tiene luces, una nueva tribuna para la barra de Arzeno —una de las dos parcialidades que tiene el club— y las protecciones necesarias. Aunque la AFA dio el plazo de 90 días, sólo 17 clubes recibieron el arreglo. De los 169 que participan en todas las categorías profesionales y semi-amateurs del fútbol argentino, 31 tienen colchonetas en sus muros. Hoy San Martín entrena en Las Latas, un predio con tres canchas de fútbol ubicado en Guernica sobre la Ruta 16, sin vestuarios ni luces, pero con un buen césped al nivel de una Primera División. Como cada miércoles, la práctica es de fútbol reducido con apoyos, pero la del 16 de abril de 2025 no es una práctica más: es la última previa al clásico frente a Brown de Adrogué.
—Hacemos un rato de fútbol y nos metemos de lleno en lo táctico.
El exarquero Scurnik, quien colgó los guantes, hoy es el técnico de San Martín. Parado sobre el círculo central, lugar que solo pisaba para el sorteo de capitanes o alguna protesta aislada, observa a sus jugadores, que practican con alta intensidad. Bajo una cálida temperatura para ser abril, el plantel juega. Ninguno quiere quedarse afuera. Todos visten prendas distintas, pero con algo en común: los colores y el escudo. Tienen 40 minutos para demostrarle al Ruso por qué merecen la titularidad.
“Vení por acá, la puerta 4 la abrimos a la tarde”, dice, el día del partido, el presidente Ostanelli a una madre que se acerca a ver a su hijo jugar al futsal en la cancha sobre la calle Arenales. El presidente de San Martín camina lentamente por el estadio y revisa su celular a la espera del encuentro. “Los clásicos son un partido aparte, pero hoy es una final”, dice mientras se acomoda su pelo enrulado. Burzaco y Adrogué lo saben: lo demuestra la tensión en las calles. Con caravanas de ambos lados, recibimientos y mucha pirotecnia, los hinchas buscan que los jugadores tomen dimensión del valor del clásico.
El 19 de abril de 2025, a menos de un mes de cumplirse una década del fallecimiento de Ortega, San Martín vuelve a enfrentar a Brown de Adrogué tras 28 años.
Los alrededores del Francisco Boga se llenan poco a poco y los hinchas forman una fila de cinco cuadras para entrar por la puerta 1. Faltan 20 minutos. Las barras de Arzeno y el Gaucho ya colgaron sus banderas y cantan a destiempo para mostrar sus diferencias mientras esperan el ingreso de San Martín de Burzaco. Al banco local llega Scurnik, tranquilo, como si no estuviera en sinergia con la situación. Se para de frente a la cancha y mira hacia la platea. En ella están sus familiares, los directivos, algunos periodistas y allegados a la institución. Sobre ellos resalta un nombre: “Emanuel Ortega”, pintado en azul sobre la pared blanca. Esas 13 letras dibujadas desde aquella fatídica tarde.
El Ruso abre su campera y luce su remera. La frase “El fútbol es mi vida”, con la foto de Emanuel Ortega, queda al descubierto. Casi diez años después de su fallecimiento, Ortega dice presente en un partido histórico para Sanma. A su manera, sin querer robar protagonismo ni llamar la atención, acompaña a los más de 3.000 hinchas que esperan la salida de su equipo. Por ese túnel que el Burrito corrió por última vez el 3 de mayo de 2015.



