domingo, noviembre 9, 2025

Día del Utilero: Justicia para un olvidado

Por Leonardo Pereyra

Más allá de nuestra limitada comprensión de las cosas, por cada club hay un hombre encargado del funcionamiento total de los más minuciosos detalles.

Son aquellos hombres la suma extraordinaria de habilidades necesarias que requiere un vestuario cualquiera, la primera línea de salvataje en la ausencia del doctor, del psicólogo, de la familia.

No caminan las instalaciones a cambio de reconocimiento. Se los puede hallar en las fotos, es cierto, pero siempre a punto de ser devorados por el margen de la Polaroid. Visten el uniforme que nadie les lavó y llegan a la hora en que los jugadores recién están despertando.


Son el zapatazo al ángulo que Dante Panzeri no vio venir cuando escribió su “Obra Maestra de Psicosis Tecnológica”, en un intento de condenar a los miembros de los cuerpos técnicos del fútbol moderno.

Su lista negra, que arranca con entrenadores, directores técnicos, preparadores físicos y alcanza a nombrar hasta pedicuros y meteorólogos, ubica 16º del ranking a este reducido grupo de todoterrenos. ¿Pero qué culpa puede tener de no conocer a Gorrión? Quizás él no lo habría reconocido por las calles de Liniers, pero muchas de las grandes glorias de Vélez le piden fotos, lo invitan a los asados.

“Acá no hay universidades ni colegio; el curso lo haces adentro del vestuario”, es una frase de Gorrión que de haberla escuchado, Panzeri se habría enamorado. Basta con escuchar su historia para comprender la complejidad de la vocación que se precisa en la utilería.

En 1969 arrancó en Morón por recomendación de Don Carlos Ismael Pagano, socio fundador del club. “Ahora los utileros tienen todas las herramientas. Cuando yo empecé había que dejar muchas cosas de lado”, recuerda sobre aquel tiempo, donde con 17 años trabajó en la única temporada en Primera del Gallo.

Se forjó en hacer lo suyo durante ocho años y consiguió los contactos que él asegura imprescindibles para crecer en esta profesión. El Gallego García, utilero del Fortín, le pidió el favor de pasarse por diez días a Platense, donde finalmente atravesó cinco años de su carrera. “Yo hice hasta sexto grado, pero me formé con gente capacitada de la utilería”, es lo que más valora de sus inicios.

Sin pedir nada a cambio y sin ningún pero, Gorrión se encargó de tapar muchos más agujeros de los que le correspondían: “Yo les entregaba la ropa del derecho y les pedía que me la devolvieran igual… algunos se reían y ponían mala cara, pero hoy me lo agradecen”.

Y es cierto: son varias las categorías de Vélez que, en las últimas cuatro décadas, recibieron sus consejos. Hoy, Gorrión es invitado a los asados por los jugadores, recibe saludos de los —ya no tan— juveniles desde diferentes partes del mundo, e incluso el Cholo Simeone mandó a la productora de su documental a buscarlo para incluirlo en el largometraje.

“Cuiden las cosas que les damos, cuiden su imagen… ¡No engañen a sus padres!… Mirá las cosas que les decía”, dice, como castigándose por su severidad con los futbolistas; sin embargo, asume que los valores son innegociables, que uno, en un vestuario, debe ser “ciego, sordo y mudo”, y que ese comportamiento explica el cariño de quienes hoy lo reconocen.

Su posición privilegiada le otorgaba una visión que la fama no alcanzaba a entorpecer: así como les decía: “No compren autos, compren ladrillos”, también reconoce que el utilero es un “número más” para la estructura empresarial del club. Como en el caso de muchos grandes, a Gorrión le tocó salir por la puerta de atrás.

No tuvo una despedida. Cuando se jubiló en pandemia, le dijeron que ya no contaban con el servicio que ofreció durante treinta y nueve años. Una vida entera como psicólogo, coach y médico, y se fue sin recibir un solo abrazo. Sin embargo, el adiós verdadero está en la plaqueta que le regaló la categoría 71, con la leyenda escrita de agradecimiento al mejor “utilero”, con unas comillas que juegan a esconder las mil profesiones que ejerció.

—Cuando uno se porta bien, cuando uno hace su trabajo, pasan estas cosas… Hoy me agradecen jugadores que ni siquiera saben mi nombre.

—¿Y cuál es tu nombre?

—Héctor. Héctor es mi nombre.

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