Por Franco Curione
Los Semidioses son mortales nacidos de un dios y un humano. No son inmortales, pero desarrollan habilidades para sobrevivir en la vida diaria. Muchos no conocen sus orígenes y son necios, se embarcan en la búsqueda de respuestas.
El brasileño Romualdo Arppi Filho pitó el final. El capitán de la Selección argentina se eleva con brazos en alto, levita por unos segundos, mientras los alemanes, vestidos de verde, caían derrotados sobre el césped del Estadio Azteca. Mientras el capitán subía por las escaleras para su ascensión al Olimpo del fútbol, donde yacía la Copa del Mundo, una joven italiana de nombre Cristiana estaba entrando en el tercer trimestre de su embarazo a más de 10 mil kilómetros de distancia. ¿Quién nació el 20 de septiembre en Nápoles? Diego Armando Maradona Sinagra, o Dieguito Jr.
“Conozco a mucha gente en Nápoles, pero de ahí a tener un hijo…”, le dijo Maradona padre a la televisión mundial cuando empezaron a correrse los rumores. Ni siquiera dio el brazo a torcer cuando un tribunal italiano reconoció la paternidad en 1993. Dieguito, sin embargo, lo buscaba. Lo persiguió con su tío hasta Fiuggi, una comuna de la provincia de Frosinone famosa por sus aguas curativas. Saltó un alambrado y tuvo que forcejear con los de seguridad. Lo querían echar. “Yo no me iba a ir”. Fabio, el hermano de su madre, gritó a cielo abierto: “Esta es la última oportunidad que vas a tener de ver a tu hijo”. El Diez volteó, lo hizo pasar y lo reconoció.
“¿Por qué no me viene a buscar al colegio?, ¿Por qué a él lo viene a buscar el papá y a mí no?”, inquiría a su mamá. Que estaba en un momento complicado, que no era un padre normal. Que con el tiempo lo iba a tener. Sabia, Cristiana cumplió todo lo que le había prometido. Tenía 29 años cuando le sonó el teléfono a Diego Jr. Era Rocío. Él le quería hablar. “Hola”, a secas. Del otro lado: “Ah, ¿En la tele, me decís ‘Papá’ y acá no?”. Bajo las luces de un ristorante, vestidos de comensales, se dio el punto de inflexión. No hablaron del pasado: “Había que disfrutar del presente y soñar el futuro”. Aunque no fuera fácil.
Como cualquier napolitano “de verdad”, Maradona Sinagra es hincha del Napoli y es muy futbolero. De hecho, hasta intentó seguir los pasos de su viejo. Entre ángeles y demonios, acabó derrotado: “Tenía condiciones, pero soy muy religioso y lo empecé a aceptar porque creía que no era lo que Dios quería”. Nunca funcionó la cabeza, lo fundamental; el entender que aunque pueda equivocarse en la vida personal, se puede ganar igual. “Estoy orgulloso de tener su apellido, pero no fue bueno para mí en eso”. A pesar de todo, hoy da indicaciones desde el lado de afuera en la Unión Deportiva Ibarra de la quinta división española: “Es algo que no elegís. Si te ponés a pensar los pros y los contras, no te dedicás a esto”.
Los caminos lo llevaron también hacia otro fútbol en sus veintis, el que se juega descalzo y en la arena. Aunque levantó Copas en el equipo de su ciudad natal en 2009, marcó en una final del Mundo con la Azzurra en el pecho y pudo conocer todos los rincones del planeta, esa etapa está enterrada bajo llave por una razón: “En ese momento, no veía a mi viejo”.
El español no lo aprendió por su mamá: “En mi casa no se hablaba”. Le daba bronca no poder explicar bien lo que quería decir en las notas. Lo aprendió por Diego, lejos suyo. Su idioma. Conversaba mucho con Jana, su hermana e hija de Valeria Sabalain, y con otros conocidos. Ponía los relatos argentinos de los partidos de Pablo Aimar, el jugador que lo hizo hincha de River, y los repetía para entender. Y aunque parezca, lo dicho sobre El Payasito no fue una falla: “A los 10 años, en Italia empezaron a pasar los partidos de la liga argentina. En esa época eras de Riquelme o de Aimar y yo elegí la parte ‘buena’”.
El 25 de noviembre de 2020, Diego Jr. estaba internado en Nápoles, en una situación complicada. Se despertó a las 5 de la tarde, prendió su celular y se encontró con un mensaje de Juan Castro, un amigo suyo. “¿Es verdad lo que están diciendo de tu viejo?”. No había visto nada, así que le dijo que probablemente era mentira. Prendió la tele y se le abrieron los ojos. Empezó a llamar para ver si alguien podía averiguarle algo o si sabía lo que estaba pasando. Después de 20 minutos, llamó su señora. Contestó: “Decime la verdad, ¿falleció?”. La respuesta de ella fue tan concisa como contundente: “Sí”.
Se sienta a ver fotos, una tímida sonrisa se le dibuja y después de unos minutos, al cajón de nuevo. La nostalgia es tramposa: linda, pero mentirosa. Le cuesta asumir las cosas feas e injustas que le pasan en la vida, y esa fue la más fea e injusta de todas. Hasta que apareció Julieta Makintach, la encargada de llevar adelante el juicio de la causa del fallecimiento de su papá. Irónicamente, la mujer del traje y el maletín fue acusada de participar en la producción de un documental sobre la muerte de Diego Maradona, lo que provocó la nulidad del juicio original. Sinagra, sin embargo, no lo puede aceptar: “Estoy seguro de que va a tener justicia. Yo se lo prometí”.
“¿Qué opinás de la expresión ‘El hijo de Dios?’”, le preguntaron a Dieguito mientras reposaba en un sillón. Lejos de esquivarle a la cuestión, sentenció: “Me gusta, porque es verdad”.



