martes, noviembre 4, 2025

La crudeza del Ascenso: carreras frustradas y metas difíciles de alcanzar

Por Iván Heidenreich

“Considero que dejé una huella, no solo en Brown de Adrogué, sino en el fútbol argentino. A todas las canchas que voy la gente me saluda y me recibe con mucho cariño. Yo hice cosas muy importantes, pero mirá dónde estoy. Así es la vida en el Ascenso”. En las paredes resalta la humedad. El pequeño departamento está en el barrio cerrado Los Robles, casi en la frontera entre Adrogué y Burzaco. Una luz tenue es lo único que ilumina el estrecho comedor. La gran cantidad de muebles en un espacio tan pequeño genera un sentimiento claustrofóbico. Allí, Pablo Vicó pasa sus tardes. Siempre con una sonrisa fresca oculta detrás de su bigote. Decenas de fotos y camisetas enmarcadas son un recordatorio constante de sus mejores tiempos como entrenador.

Esa realidad que relata “Don Ramón”, ex entrenador del Tricolor y poseedor del récord en el fútbol argentino de más tiempo al mando de un equipo ininterrumpidamente, con 14 años dirigiendo a Brown, es lo que no se ve a través de la transmisión de un partido de las categorías más bajas. A los protagonistas se los suele juzgar por lo que hacen durante 90 minutos los fines de semana. Muchas veces el hincha piensa que el jugador y el entrenador deben dedicarse pura y exclusivamente al fútbol, cuando la realidad de cada futbolista del Ascenso es mucho más compleja.

Pablo Vicó, un tipo que es reconocido por los amantes del fútbol de ascenso y recibido con cariño en cualquier cancha que visita, vivió todo el tiempo que trabajó en Brown, primero como sereno y luego como DT, en una habitación debajo de la tribuna. Hoy habita un modesto departamento, pagado por el presidente de su antiguo equipo, Adrián Vairo, y trabaja como profesor en las escuelitas de baby de River en zona sur. Así, hay cientos de casos.

 

Solo del fútbol no alcanza

Lunes 14 de julio. El día está nublado y frío. Las manos se esconden en los bolsillos y los hombros buscan refugio pegándose a las orejas. En el estadio de Almagro, donde hace de local Sportivo Barracas, un puñado de hinchas se amontona en la tribuna detrás de un arco para alentar al equipo. Hay más gente en el banco de suplentes que hinchas en la cancha, pero los que están lo hacen para alentar al Arrabalero.

El partido es por la fecha 17 del torneo de la Primera C ante Luján. Sportivo trató de defenderse toda la primera mitad, pero no fue suficiente para resistir los ataques del visitante. El Lujanero se va al descanso ganando 2-0. Incluso con el resultado adverso, la gente que está en la popular aplaude los intentos de ir para adelante de un solo jugador: el número 7.

Facundo Figueroa agarra la pelota en la mitad de cancha, encara y mete un pase filtrado. Vuelve a hacerse con la bocha y hace la misma jugada, un regate en círculo con el que hace seguir de largo al defensor. Se lo nota cansado, pero esos aplausos que bajan de la tribuna son el combustible que usa para volver a intentar.

Final del partido. Sportivo perdió 2-1. Figueroa va camino a los vestuarios, pero antes va a saludar a esa minoría que tanto lo alentó. Su sonrisa es de oreja a oreja. Disfruta de ese momento todo lo que puede. Él sabe que al día siguiente volverá a ser Facu, el albañil que se la rebusca trabajando en la obra por las mañanas. “Solo lo del fútbol no me alcanza -dice el delantero de 24 años-. Me la rebusco con changas relacionadas con la construcción. Dependiendo de la semana de entrenamiento, trato de trabajar de lunes a viernes. A veces es muy demandante físicamente y termino un poco cansado”.

Según la última actualización, que fue el boletín 6.400 publicado por la AFA en 2024, el salario mínimo de un jugador de la Primera C es de $203.500, el de la B Metropolitana y Federal A es de $236.800 y el de la Primera Nacional es $284.900. Aunque estos números quedaron viejos, el futbolista promedio de la segunda división tiene un sueldo entre 300 y 800 mil pesos, siendo casos excepcionales los que superan el millón. En la tercera categoría, el rango salarial está entre los 250 y 500 mil mensuales, mientras que en la cuarta división ronda los 350 mil pesos.

La grieta en todas estas categorías del fútbol argentino no se debe solo a lo económico. El pasar de los protagonistas también está definido por las oportunidades que tuvieron a lo largo de sus carreras, e incluso las que aprovecharon o no antes de ser profesionales.

 

La educación y las oportunidades

En Villa Crespo, la gente del barrio transita su vida con normalidad. Hacen los mandados, van a estudiar o a trabajar, cenan solos o en familia. Todo eso seis días a la semana. La única excepción es cuando juega Atlanta, más aún cuando el encuentro se disputa en el Estadio León Kolbowski. En la vorágine de la multitud bohemia, hay un apellido que destaca por sobre los demás.

Federico Bisanz es delantero de Atlanta. Arañando el metro setenta y cinco de altura, con sus rizos cortos y medias a media altura, se ganó el cariño de los socios y simpatizantes. Tanto él como su mellizo Juan son los jóvenes más brillantes surgidos de las inferiores del club en el último tiempo, ya que debutaron en 2021 con la camiseta del Bohemio. Su hermano juega hoy en Huracán, pero Federico se quedó en el cuadro de su vida para cumplir un sueño y también una deuda personal con la institución: ascender a Primera con Atlanta.

A lo largo de sus 24 años, los mellizos tuvieron la oportunidad de terminar el secundario y jugar al fútbol sin la presión de sus padres. Es común escuchar como muchos chicos de inferiores no completaron su educación básica, o que si lo hicieron no tienen intenciones de estudiar algo más. Por eso en años recientes los propios clubes, junto con la AFA y entes como la Organización de Estados Iberoamericanos promueven que, tanto los jugadores juveniles como profesionales, finalicen sus estudios.

La justificación que dicen quienes abandonaron la escuela es que prefieren apostar todo al fútbol, ya que este los deja sin tiempo para una actividad académica. Federico Bisanz es figura en Atlanta y, a la par de estar peleando por el ascenso a Primera División, cursa virtualmente la carrera de Administración de Empresas en la Universidad Kennedy. El Melli es de esos futbolistas que nunca necesitó de un segundo empleo y que puede subsistir con lo que le deja su sueldo de jugador. Como todavía vive con sus padres, pudo ahorrar buena parte de lo que ganó a lo largo de su corta trayectoria y recién en 2025 tiene la oportunidad de irse a vivir solo.

Fede Bisanz tiene bien en claro lo que quiere para su carrera, que es priorizar lo deportivo por sobre lo económico: “En mi caso nunca fue prioridad el hecho de ganar plata. Desde chico tengo un objetivo que es hacer una carrera priorizando el nivel, las ligas y países de primera línea antes que quizá los que mejor pagan”. Ese es el escenario ideal para los que sueñan con poder dedicarse al fútbol, pero cuando en el medio hay una familia que mantener o cuentas que pagar, aparece la chance de salir al exterior.

 

El dilema de emigrar o lucharla en Argentina

Según el CIES Football Observatory, los tres países extranjeros con más argentinos jugando en sus ligas son Chile, Perú y Ecuador. Equipos de primera o de segunda división de estas naciones u otras de Sudamérica son una buena alternativa para los futbolistas del ascenso argentino que miran con buenos ojos probar suerte en esos destinos, ya que los sueldos son en dólares y más altos que los que ganan en Argentina.

En cuanto a lo económico, no hay nada que pensar. Las dudas surgen ya que el hecho de migrar a esos destinos significa prácticamente sepultar todas las chances de éxito deportivo, o al menos el concepto que tiene el futbolista promedio argentino, que es jugar en un club grande a nivel nacional para después alcanzar la gloria y llenarse los bolsillos en Europa.

Ese choque entre la ilusión y la realidad es moneda corriente en el ascenso. Las historias se repiten con diferentes nombres y camisetas, pero siempre con el mismo trasfondo.

 

Apostar todo por el fútbol

Son las 9:30 del viernes 25 de julio. Un tímido sol de invierno calienta poco y nada. Los guantes y todo el abrigo que lleva encima le dificultan a Nicolás Lobos levantar la persiana metálica para abrir su barbería “Blass”. Ubicada en la avenida San Martín, a tres cuadras de la cancha de Brown de Adrogué, la barbería se distingue por la gran cantidad de camisetas y banderines de distintos clubes que la decoran.

Al mediodía, el local está lleno de gente. El último disco de Bad Bunny sonando bien alto por los parlantes. Clientes jugando a la Play mientras esperan a ser atendidos, y en el medio de esa vorágine, el peluquero. Pese a ser alto, con un físico trabajado y tener una voz ronca, todos los que lo conocen saben que es alguien carismático y alegre. Por la tarde cierra su negocio: entrena en busca de cumplir su sueño de jugar a la pelota profesionalmente.

Nicolás recorrió clubes a lo largo de sus 27 años. Estuvo en las inferiores de Claypole y de San Martín de Burzaco. Probó suerte también en Sacachispas, San Telmo y Argentino de Quilmes, pero en ninguno de esos lugares logró afianzarse ni debutar en Primera. Pero él no se rinde. Sigue entrenando por su cuenta con un personal trainer todas las tardes. Al menos hasta la semana que viene.

En diez días viaja a Bolivia. Un contacto le consiguió pruebas en varios clubes del ascenso del país limítrofe. Ya reservó un pequeño departamento por tres meses y para pagarlo vendió la barbería. Los cortes que realiza son los últimos. Apuesta todo al fútbol. “Lo único que quiero es sentirme futbolista. Quiero cumplir mi sueño”, dice. Aunque el destino de Nicolás es incierto, ya que en su travesía por tierras bolivianas todavía no encontró club, esa frase resume lo que significa el Ascenso para muchísimos jugadores. Cargan con la angustia de ser profesionales. No siempre pueden vivir como tales. No hay cámaras, sponsors, contratos altos. Hay madrugadas frías, cuerpos que se desgastan el doble y mucha incertidumbre. Detrás de cada camiseta hay historias marcadas por la falta de oportunidades, trayectorias que se interrumpen demasiado pronto y carreras que nunca llegan a despegar.

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