El 8 de octubre de 2005, Lionel Messi escribió la primera página de su historia personal en las Eliminatorias Sudamericanas. El escenario fue el estadio Monumental de Núñez, en un encuentro entre Argentina y Perú válido por la clasificación al Mundial de Alemania 2006.
Aunque el joven rosarino ya había tenido el debut absoluto con la camiseta albiceleste en un amistoso frente a Hungría (donde vio la primera roja en la Selección), esta vez la cita era diferente: la presentación oficial en la competencia más dura y exigente del continente.
El clima en Buenos Aires aquella jornada también acompañaba la magnitud del evento. Desde temprano, los alrededores del estadio se poblaron de camisetas celestes y blancas, algunas hasta con el número 19 en la espalda, aunque un par de ellas improvisadas con marcador negro, según cuentan las personas que estuvieron presentes aquel día. Las calles cercanas al Monumental se llenaron de carteles y puestos de venta callejera, donde ya se hablaba de él como si fuese un ídolo. Incluso antes de que comenzara el partido, los periodistas en las radios repetían la misma frase: “Hoy puede comenzar una nueva era”.
Messi llegó a ese partido con apenas 18 años, después de haber brillado en el Mundial Sub-20 disputado en Holanda meses atrás, donde Argentina se coronó campeón y él fue elegido mejor jugador. La expectativa alrededor de su figura era enorme: en Barcelona ya mostraba cosas de crack, y en Argentina la prensa deportiva lo señalaba como el heredero natural de los grandes ídolos.
En los días previos al partido, los principales diarios argentinos dedicaban titulares a la joven estrella. Clarín, por ejemplo, publicaba: “Messi, el chico que ilusiona a todos”, mientras que La Nación destacaba: “Un talento precoz listo para el gran salto”. En tanto, la revista El Gráfico lo describía con entusiasmo: “El fútbol argentino vuelve a sonreír: Messi ya está aquí”. Se lo veía como un revulsivo, alguien capaz de desequilibrar defensas cerradas con velocidad y gambeta.
El técnico José Pekerman lo incluyó desde el arranque con la camiseta número 19. La gente en el Monumental recibió con una ovación al muchacho de Rosario que, a pesar de la corta edad, parecía cargar con un destino especial. La Selección, liderada por figuras como Juan Román Riquelme, Hernán Crespo y Roberto Ayala, tenía el desafío de asegurar la clasificación al Mundial, y la inclusión de Messi era una apuesta fuerte hacia el futuro.
El partido comenzó con Perú intentando complicar a Argentina desde la solidez defensiva, pero Messi pronto se encargó de romper esquemas. A los pocos minutos mostró el repertorio: gambetas cortas, piques explosivos, sociedades con Riquelme. Cada vez que tocaba la pelota, el estadio se ilusionaba. No le pesó en absoluto el contexto: jugaba como si estuviera en un potrero.
En la primera mitad, Argentina abrió el marcador con un gol de Crespo, pero fue en el complemento cuando Messi dejó su huella. Tras una combinación rápida, filtró un pase perfecto a Riquelme, que asistió a Crespo para el segundo tanto. La jugada quedó grabada como el primer aporte decisivo de Messi en las Eliminatorias. El Monumental explotó en aplausos y la ovación fue unánime: la nueva joya ya brillaba en el máximo escenario sudamericano.
Al finalizar el partido, que terminó 2-0 a favor de Argentina, la prensa coincidió en el impacto de su actuación. Clarín tituló: “Messi debutó en Eliminatorias y ya marca diferencias”. La Nación escribió: “Con apenas 18 años, juega como si tuviera 30”. Por su parte, El Gráfico fue aún más categórico y lo llevó a su tapa con un encabezado simple y contundente: “Nació para esto”. En el interior, la revista remarcaba: “No hizo goles, pero generó fútbol y contagió ilusión. El futuro ya es presente”.
La comparación con Diego Maradona fue inevitable, aunque Messi, con su habitual timidez, prefirió bajar el tono a esas voces. “Yo solo quiero ayudar al equipo y aprender de mis compañeros”, declaró en la zona mixta, rodeado por micrófonos y flashes. Sus palabras contrastaban con la euforia de los hinchas, que ya cantaban su nombre como si fuera un veterano en la selección.
Ese 8 de octubre de 2005 significó más que un simple debut en Eliminatorias. Fue el comienzo de un camino que lo llevaría a disputar cinco Mundiales, conquistar dos Copa América y finalmente alcanzar la gloria máxima en Qatar 2022. En retrospectiva, aquella noche en Núñez fue el prólogo de un acontecimiento deportivo que cambiaría para siempre la historia de la Selección Argentina.
Lo que la prensa describió entonces como promesa pronto se transformaría en certeza. Y lo que los hinchas gritaron como ilusión, con el tiempo se convirtió en orgullo. Porque el chico que debutó contra Perú en 2005 acabó siendo el capitán que levantó la Copa del Mundo 17 años después.
El contraste más fuerte estuvo en cómo Messi vivió todo aquello. Mientras el entorno lo puso en la categoría de crack, él mantenía un perfil bajo, como acostumbraba. Su familia, instalada en Rosario, siguió el partido por televisión y después relató el orgullo mezclado con nervios que sintieron al verlo desenvolverse con tanta soltura. En entrevistas posteriores, Messi confesó que esa noche apenas pudo dormir, repasando mentalmente las jugadas, las sensaciones, el ruido de la gente. No lo hacía desde la vanidad, sino desde una necesidad de aprendizaje permanente. Estas pequeñas cosas, como la autocrítica silenciosa, fueron una de las claves de su posterior crecimiento.
El hincha, protagonista esencial de toda historia futbolera, también guardó recuerdos indelebles. Muchos aseguran haber estado allí aunque no hayan pisado el Monumental, una señal de cómo los grandes acontecimientos se mitifican con el tiempo. En cada relato, la figura de Messi aparece como símbolo de pureza futbolística, como si se tratara del potrero en el escenario más exigente. Para quienes lo vieron en vivo, fue como asistir al nacimiento de una estrella fugaz que, en lugar de desaparecer rápido, se transformó en una luz que sigue brillando hasta el día de hoy.
Ese debut, además, sirvió para comprender que las Eliminatorias Sudamericanas no solo son un torneo clasificatorio: son también un espacio de construcción de identidad, donde los jugadores aprenden a cargar con el peso de una camiseta que representa mucho más que un equipo de fútbol. Messi asumió ese desafío desde el primer día, con humildad y talento, escribiendo la primera línea de una historia que, años más tarde, alcanzaría su clímax en Lusail, con la Copa del Mundo en alto.
En definitiva, el 8 de octubre de 2005 no fue un simple debut. Fue un acto magnífico, único de presenciar, un instante que encendió una llama que ardería durante casi dos décadas. Porque más allá de los goles, de los títulos y de las estadísticas, lo que aquella noche empezó fue un lazo emocional entre Messi y su pueblo. Un lazo tejido con ilusiones, frustraciones y alegrías que, con el correr del tiempo y la producción de hazañas, se convirtió en una de las historias más conmovedoras del deporte mundial.