jueves, octubre 9, 2025

El Búfalo que rugió en Núñez

Por Yessica García

El Monumental no sabía todavía que esa noche iba a presenciar una metamorfosis. En apenas un partido y medio se ganó la titularidad en la final; con dos goles cumplió la profecía que él mismo había forjado. El 29 de octubre de 1986  “el Búfalo” Funes grabó su nombre en el corazón de River, logró un lugar en la Selección y forjó con Maradona una amistad capaz de desafiar a la propia FIFA.

“Voy a ganar la Copa Libertadores”, dijo Juan Gilberto Funes apenas llegó a Núñez, como reemplazo del gran Enzo Francescoli, que había emigrado al Racing de Francia. Hoy lo hubieran tildado de “vendehumo”, pero no lo fue. No se achicó ni le pesó la camiseta: llegó para ser el goleador que Héctor “el Bambino” Veira necesitaba.

Nació en San Luis el 8 de marzo de 1963, hijo de Marta Baldovino y Pedro Vicente Funes; fue el tercero de cuatro hermanos. Los padres lo acompañaron desde siempre y fueron los hinchas número uno desde los inicios en el baby fútbol del Club Parque Patricios. Marta lo soñó y anheló desde que lo llevaba en el vientre: aseguró que el hijo sería futbolista, y no le erró.

Funes llegó a River como ídolo de Millonarios de Colombia, en el que convirtió 47 goles, 33 en una sola temporada. Paradojas de la vida: salió de un “Millonario” para meterse en otro, y también hacer historia. Con River ganó la Copa Libertadores y la Intercontinental en 1986, y al año siguiente la Interamericana.

El 22 de octubre de 1986, en el Pascual Guerrero de Cali, jugó como titular por primera vez y ni más ni menos que en la final. A los 23 minutos clavó un derechazo inatajable para Julio César Falcioni, quien defendía en ese entonces los tres palos del conjunto colombiano. Dos minutos después, “el Beto” Alonso marcó el segundo. River ganó 2-1 y la definición sería en casa.

Esa noche del 29 de octubre, con papeles rojos y blancos que llovían desde las tribunas, el equipo del Bambino formó con: Nery Pumpido; Jorge Gordillo, Nelson Gutiérrez, Oscar Ruggeri, Alejandro Montenegro; Héctor Enrique, Américo Gallego, Norberto Alonso, Roque Alfaro; Antonio Alzamendi y Juan Gilberto Funes.

El Monumental explotó. Asistieron 86 mil personas, 16 mil más de la capacidad total del estadio: una locura histórica y una fiesta que olía a gloria. River estaba a punto de lograr lo que en 1966 y 1976 se le había escapado: la primera Libertadores. Y, como dice el refrán, la tercera fue la vencida.

El encuentro fue completamente friccionado y trabado, en los primeros 45 minutos ninguno de los dos había logrado romper el cero. En el segundo tiempo, cuando las piernas ya pesaban, llegó la intervención decisiva del Búfalo, esta vez con la pierna no hábil. A los 69 minutos, tras un pase milimétrico de Héctor Enrique, el puntano clavó un zurdazo que dejó la red temblando y encendió el estadio. El Monumental estalló en gritos, emoción y alivio. River se coronó campeón de la Copa Libertadores de América por primera vez gracias a los dos tantos que Funes marcó en la serie.

Él había llegado para eso y cumplió con su palabra: ganó la Libertadores, tal como lo dijo apenas pisó el club, del que además era hincha.

Apodado “Búfalo” por contextura y temperamento, Funes siempre estuvo arraigado a las raíces. Apenas salió campeón, viajó con el padre a San Luis para festejar con su gente. En 1987, mientras jugaba en el Olympiacos de Grecia, nació su hijo Juan Pablo; el club le negó viajar a Argentina para el parto, pero ofreció médicos y un vuelo privado para que Ivanna Bianchi diera a luz en El Pireo. Funes se negó. Prefirió perderse el nacimiento antes que su hijo no fuera puntano.

“El Juan”, como le decía la madre y todo San Luis, tuvo una carrera tan exitosa como corta. Tras la coronación en River, emigró a Grecia; en 1988 jugó para el Nantes de Francia y en 1989 retornó al país para vestir la casaca de Vélez, donde convirtió 12 goles en 24 partidos. El gran desempeño despertó el interés del eterno rival: Boca lo quiso como su nueve. Realizó la pretemporada en el club de la Ribera, pero un equipo de Europa lo primerió e intentó llevárselo. El Niza de Francia estaba dispuesto a ficharlo, pero ahí fue cuando todo se desmoronó de golpe. En la revisión médica con dicho club se detectó la enfermedad que padecía: endocarditis. Esto frustró el pase y volvió al Xeneize, con la sombra de la enfermedad a cuestas.

Tras la revisión de los médicos de Boca, recibió la noticia que jamás quiso escuchar. Con apenas 27 años le recomendaron retirarse del fútbol para preservar la salud, ya que el corazón era cuatro veces más grande que uno normal.

Debido a esta inflamación del revestimiento interno del corazón, había sido operado cinco veces en apenas cuatro meses. Un par de horas después de la última intervención, el 11 de enero de 1992, el ex futbolista sufrió una arritmia ventricular y un paro cardíaco, el corazón dijo basta en el Sanatorio Güemes de Buenos Aires y falleció con tan solo 28 años.

“El Búfalo” fue velado ante una multitud en su San Luis natal, donde estuvieron presentes figuras como Diego Maradona, Ricardo Gareca, Oscar Ruggeri y Carlos Navarro Montoya.

Memoria, lealtad y el gesto de Maradona

El Diez había forjado una amistad tan grande con el delantero en la Copa América que ambos disputaron con la selección en 1987, que lo visitó varias veces mientras estuvo internado. Tras su fallecimiento, desafió a la FIFA y organizó un partido a beneficio para recaudar dinero para la familia del puntano. El astro argentino estaba suspendido en ese entonces por doping positivo en el partido entre Nápoli y Bari por la Serie A de Italia, por lo que no podía disputar ningún tipo de partido de fútbol oficial. Sí, de fútbol…

Entonces, fiel a la esencia irreverente y creativa, Maradona hizo lo impensado: inventó un deporte nuevo. No era fútbol, al menos no como lo dictaban los reglamentos. Era otra cosa, algo más libre, más humano. Las reglas las puso él: se jugó 11 contra 12, los laterales se hacían con el pie y los árbitros eran retirados. Todo fuera de norma, de protocolo. Porque ese partido no era para la FIFA, era para Juan.

Fue en la cancha de Vélez, pero no fue un encuentro cualquiera. Maradona, en su faceta más rebelde y entrañable, dejó de lado los reglamentos y mostró lo que siempre lo hizo único: la lealtad sin condiciones. Aquella tarde se recaudaron más de cien mil dólares para la familia del Búfalo Funes, pero el verdadero valor no estuvo en el dinero, sino en el gesto.

El Diez, con la voz quebrada y el corazón expuesto, dijo al final: “Ojalá sus hijos tengan la educación que quería Juan, y que su señora viva dignamente sin tener que pedirle nada a nadie”.

No fue fútbol. Fue amistad, memoria y lealtad hecha con botines y convicción.

Juan Gilberto Funes vivió rápido, jugó fuerte y amó sin reservas. En 28 años conquistó títulos, amistades y el corazón de una provincia entera. Su historia no es solo la de un goleador: es la de un hombre que cumplió su palabra, defendió sus raíces y dejó en la memoria colectiva un rugido imposible de olvidar.

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