Por Mora Roust
La ex capitana de Las Leonas enfrentó fuera de las canchas el desafío más complejo de su vida: convertirse en madre después del retiro. Lo logró con el mismo esfuerzo con el que marcó una era en el hockey mundial.
Al retirarse del hockey profesional, a Luciana Aymar no solo le quedó pendiente el oro olímpico con Las Leonas. Había una meta aún más profunda y personal que no había logrado cumplir: convertirse en madre. Ese camino, lejos de las canchas y las medallas, le demandó un esfuerzo emocional aún mayor que sus veinte años de carrera deportiva. Entre estudios médicos, diagnósticos difíciles y momentos de incertidumbre, Aymar enfrentó la maternidad como un nuevo desafío, con la misma entrega con la que lideró a la selección durante más de una década. Tuvo que dejar de ser la capitana de Las Leonas para ser la capitana de su vida.
El mismo cuerpo que le permitió ser 8 veces mejor jugadora del mundo, bicampeona mundial y Leyenda del Hockey declarada por la FIH, a sus 42 años le jugó una mala pasada en su lucha para tener su primer hijo. “Me hice muchos estudios médicos y ahí me dijeron que los deportistas de alto rendimiento tienen más desgaste que otras personas y que por eso era probable que me costara quedar embarazada”, confesó Aymar en una entrevista sobre su proceso de búsqueda.
El primer embarazo llegó después de mucha espera, ansiedad y sesiones de terapia. Aunque ya fuera de las canchas, la noticia estuvo rodeada de deporte, imposible que sea de otra manera si se trata de la mejor jugadora de hockey de todos los tiempos. En 2019, mientras participaba en una actividad del Comité Olímpico Internacional en Suiza se supo la gran noticia de que estaban esperando a su primer bebé junto a su pareja, el ex tenista chileno Fernando González. Nueve meses después, llegó Félix, llenando de felicidad una casa donde la pasión por el esfuerzo es moneda corriente.
Dos años más tarde llegó Lupe, y Luciana volvió a ser mamá, esta vez con 44 años. Su historia de resiliencia no se resume en la final de los Juegos Panamericanos de 2007, donde jugó con la rodilla infiltrada y condujo a Las Leonas al oro, ni en la medalla de plata en sus últimos Juegos Olímpicos. La mayor demostración de fortaleza fue seguir persiguiendo un sueño nuevo, no el que tenía a los 20 cuando se puso por primera vez la camiseta del seleccionado juvenil, sino el que nació en 2016, cuando conoció a su pareja, Fernando González. Un deseo simple, para la mayoría, pero postergado por años de torneos, giras y entrenamientos.
La mujer que alguna vez fue el centro de una cancha hoy gira alrededor de dos pequeñas vidas. El estadio mundialista en Rosario lleva su nombre, Las Leonas siguen jugando sin ella, pero Luciana Aymar, lejos del pasto sintético y la exigencia del alto rendimiento, encontró en la maternidad una forma de gloria que no se cuelga del cuello ni se exhibe en vitrinas. Un trofeo íntimo, solo suyo y de su familia.