domingo, octubre 5, 2025

El capitán opacado por la discriminación

Por Constantino Ricciari

Pablo Matera vivió en 2020 una de las mayores polémicas en la historia reciente del deporte nacional, junto a sus compañeros Guido Petti y Santiago Socino. Sus viejos tuits discriminatorios salieron a la luz y comprometió no solo su carrera, sino también la imagen de un equipo que buscaba instalarse en la élite mundial.

Pablo Matera nació en Buenos Aires en 1993 y creció en un ambiente donde el rugby no solo era un deporte, sino una escuela de valores. Su físico imponente y su carácter competitivo lo llevaron a destacar en Alumni y luego a vestir la camiseta de Los Pumas. A fuerza de tackles se convirtió en el líder de una generación que llevó al rugby argentino a ganar peso internacional. En 2018, con apenas 25 años, fue designado capitán de la selección, lo cual fue un reconocimiento a su compromiso dentro y fuera de la cancha.

El 2020 debía ser uno de los años más gloriosos de Los Pumas. En noviembre de ese año en el CommBank Stadium en Sydney, Pablo como el capitán de un equipo con hambre de gloria frente al equipo más imponente del hemisferio sur, los All Blacks con una muy emotiva despedida a Diego Maradona, donde brindaron una camiseta con su nombre previa al famoso “Haka”. Este partido fue bisagra en la carrera de muchos de Los Pumas, le estaban ganando por primera vez en la historia a Nueva Zelanda. En este contexto, Matera vió como le pegaban a un compañero en el suelo, por lo que lo apartó y lo confrontó. Luego el árbitro le pidió que dé el ejemplo a lo cual le contestó de una forma peculiar: “Yo juego por mi país, por mi bandera no me puedo permitir que le peguen así a uno de mis compañeros”.

Matera arengó a sus jugadores y se mostró como el conductor de un grupo joven que soñaba con ser respetado en todo el mundo del rugby. Sin embargo, esa imagen de líder se derrumbó en cuestión de horas cuando salieron a la luz viejos tuits suyos con contenido racista y xenófobo, escritos cuando era adolescente, sumado al pésimo homenaje que hicieron por el fallecimiento de Diego Maradona. No presentar camisetas especiales cuando ya estaban hechas y no hacer minuto de silencio con una tira de luto, fueron el inicio de su caída.

Los medios argentinos actuaron de forma tan inmediata que llegó a oídos del World Rugby, institución que gobierna el rugby. Matera fue suspendido como capitán y apartado del seleccionado, en una decisión que la Unión Argentina de Rugby comunicó de forma apresurada para evitar que llegue a mayores consecuencias. El escándalo se multiplicó en redes sociales y medios internacionales, que pusieron en duda la cultura del rugby argentino. El jugador pidió disculpas públicas, reconoció el daño y aseguró que esos mensajes no lo representaban. Para algunos, fue un gesto sincero, para otros, una reacción falsa por las circunstancias.

El caso fue devastador y pudo haber sido una causa para que decayera el Rugby argentino. Muchos se preguntaron cómo un referente deportivo, convertido en ejemplo para jóvenes, podía cargar con ese pasado. Otros señalaron que no debían juzgarlo con los parámetros actuales por dichos escritos en la adolescencia. Lo cierto es que este caso abrió una brecha, entre  la distancia entre los valores que el rugby predica (respeto, solidaridad, integridad) y las conductas reales de algunos de sus protagonistas.

Con el paso del tiempo, Matera volvió a jugar y recuperó terreno en su carrera profesional en clubes de Francia y Nueva Zelanda. Pero su nombre quedó manchado con esa polémica. El capitán que fue bandera del orgullo Puma terminó siendo también símbolo de que hay que pensar qué hacés con la redes sociales, hay cosas que quedan para siempre

Hoy, cada vez que se lo menciona, el contraste es inevitable. Pablo Matera sigue siendo un jugador de élite, subcapitán de Los Pumas, capaz de liderar dentro de la cancha, pero también un recordatorio de que la responsabilidad de un referente va más allá del partido. Su historia enseña que el rugby argentino no solo debe entrenar tackles y scrums sino que, también necesita revisar su cultura y sus valores, para que la inclusión no sea un discurso vacío sino una práctica real.

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