Por Adriano Bianchini
El ex jugador de los Pumas eligió cerrar su círculo donde todo comenzó. Luego de los 100 partidos internacionales y cuatro mundiales, su retiro en La Plata no fue solo una despedida, sino un homenaje a sus raíces.
El silbato se alzó por última vez en San Luis de La Plata. Era 16 de agosto de 2025. La cancha no vibraba por un scrum, sino por el aplauso y el cariño de todo un club: amigos, familia e hinchas reunidos alrededor de uno de los suyos. No importó el resultado. En el centro estaba Agustín Creevy, con la camiseta que lo vio crecer y los botines gastados como en sus primeros días, despidiéndose de una carrera única.
Creevy no nació hooker. Cuando debutó en primera en 2004 lo hizo como octavo, y en su paso por juveniles alternó como tercera línea y ala. El gran giro llegó años más tarde: Santiago Phelan, entonces entrenador de Los Pumas, lo convenció de que su futuro estaba en la primera línea. No fue sencillo. “Pensé en dejar el rugby cuando me cambiaron de puesto, pero volví a San Luis y empecé de nuevo”, recordó. Esa transición, que tuvo su primer partido oficial como hooker en 2009 ante Atlético del Rosario, lo terminó de forjar como líder.
Desde allí construyó un recorrido que lo convirtió en el emblema de Los Pumas: más de 100 cotejos, cuatro Mundiales y la capitanía en una de las etapas más desafiantes del seleccionado. Sin embargo, Creevy nunca se despegó de la identidad de su club. “Gracias, rugby, por acercarme a mi club San Luis, lugar que siempre sentí como mi casa”, escribió en su despedida. Y no era una frase para salir del apuro: años antes había prometido que volvería a jugar, aunque fuese un partido, y lo cumplió.
“Yo detesto decir ‘los valores del rugby’. Te hacen parar en una superioridad que no va”, declaró alguna vez, desmarcándose de lo que suele escucharse en el ambiente ovalado. Para él, el rugby fue otra cosa: un espacio de lazos humanos, aprendizajes y, sobre todo, una oportunidad de representar a su país.
Con Los Pumas, uno de sus hitos más recordados fue la histórica victoria ante los All Blacks en 2020, en Sydney. “No me quedó nada pendiente con la camiseta argentina. Pude ganarle a Nueva Zelanda, marcarles un try y dar todo lo que tenía”, reconoció. Esa frase refleja a un jugador que encontró en la camiseta nacional el lugar donde poner a prueba su carácter. Y así lo hizo.
Su retiro también fue un mensaje: lejos de la multitud europea, eligió terminar en la cancha del equipo de sus comienzos, San Luis, rodeado de quienes lo vieron nacer en el rugby. “Esto es el fin de una etapa. No me voy, voy a seguir aportando desde donde pueda”, aseguró con la serenidad de alguien que cumplió cada promesa y ahora respira con tranquilidad.
Fue un líder, un símbolo de Los Pumas y, sobre todo, un hombre que nunca se olvidó de dónde salió. Porque más allá de los mundiales y los triunfos, su gesto más grande fue volver a casa para despedirse. Las raíces se llevan en la memoria y en el corazón, y Creevy lo entendió a la perfección.