Por Micaela Corradi
En el deporte hay figuras que se hacen notar por el ruido de su carisma, por las frases resonantes o por una personalidad arrolladora. Y hay otras que, sin levantar demasiado la voz, logran dejar una huella igual o más profunda. Marcelo Méndez pertenece a este segundo grupo. Hombre de pocas palabras y de mirada concentrada, construyó su carrera a base de trabajo, disciplina y una visión táctica que lo convirtió en uno de los entrenadores más respetados del vóley mundial. Su trayectoria, que empezó en las canchas argentinas y se consolidó en Brasil y Europa, alcanzó un punto culminante con la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, un logro histórico para la Selección Argentina masculina.
Marcelo Rodolfo Méndez nació el 20 de junio de 1964 en Buenos Aires. Desde muy joven se vinculó al vóley, un deporte que en la Argentina siempre luchó por ganar espacio entre gigantes como el fútbol o el básquet. Como jugador, su paso fue discreto, pero lo que rápidamente se destacó fue su capacidad para leer el juego y transmitir conocimiento, cualidades que lo llevarían a elegir el camino de entrenador. Jugó en clubes de nombres pesados como River Plate, donde se consagró campeón por primera vez en la historia. Este triunfo lo llevó a destacar en equipos europeos.
Su primera experiencia significativa como entrenador llegó en la década del 90, cuando se sumó al cuerpo técnico de equipos argentinos. Ya por entonces mostraba un estilo que lo distinguiría a lo largo de toda su carrera: obsesión por los detalles, respeto por el trabajo colectivo y una gran sensibilidad para la formación de jóvenes talentos y experimentados.
En 2009, Méndez aceptó un desafío que marcaría un antes y un después en su vida profesional: dirigir al Sada Cruzeiro, uno de los clubes más importantes del vóley brasileño. Lo que parecía un proyecto ambicioso se transformó en una etapa gloriosa. Bajo su conducción, el equipo se convirtió en una verdadera potencia mundial.
En Cruzeiro conquistó ocho títulos de la Superliga de Brasil, múltiples campeonatos estaduales y, sobre todo, logró instalar al club en la élite internacional: ganó cuatro veces el Mundial de Clubes de la FIVB y también fue campeón de la Copa Libertadores de vóley. En más de una década al frente del equipo, Méndez transformó a Cruzeiro en sinónimo de éxito y consolidó su nombre como uno de los entrenadores más ganadores del planeta.
En 2018, después de casi diez años en Brasil, llegó el llamado que siempre había soñado: hacerse cargo de la Selección Argentina masculina. Su desembarco se dio en un momento de recambio generacional, con la necesidad de potenciar a un grupo de jugadores jóvenes y mantener a los experimentados en un alto nivel competitivo.
El gran desafío fue Tokio 2020. En un torneo inolvidable, la Argentina mostró un vóley sólido, con victorias resonantes ante potencias como Estados Unidos y, sobre todo, contra Brasil en el partido por el bronce. El triunfo 3-2 contra la verdeamarela no solo tuvo un sabor especial por la rivalidad histórica, sino que también significó la segunda medalla olímpica del vóley argentino masculino, después del bronce en Seúl 1988. Méndez se convirtió en el estratega de un equipo que entró en la historia grande del deporte nacional.
Tras los Juegos, Méndez cerró su ciclo con la selección y volvió a enfocarse en su carrera internacional en clubes. Dirigió al Asseco Resovia en Polonia y más tarde continuó vinculado a proyectos en Europa y Sudamérica, siempre con el prestigio de un entrenador que sabe construir equipos ganadores. A mediados del 2025, dirigió nuevamente a la Selección Argentina en el Campeonato Mundial de Vóley Masculino, donde el equipo quedó eliminado en octavos de final contra el último campeón Italia. Tras este paso, Marcelo Mendez decidió dar un paso al costado y retirarse como entrenador del seleccionado nacional, despidiéndose con la frase: “Ha sido una hermosa historia juntos”. Actualmente, dirige al club italiano Trentino.
Quienes lo conocen lo describen como un entrenador meticuloso, con gran capacidad de análisis y manejo del vestuario. No necesita gritar ni imponerse con rigidez: su liderazgo se sostiene en la confianza, la planificación y el convencimiento. A lo largo de su carrera, Méndez también ha sido formador de decenas de jugadores que lo reconocen como un maestro.
Su legado va más allá de los títulos: representa la idea de que el vóley argentino puede competir de igual a igual con las grandes potencias mundiales si se trabaja con seriedad y continuidad.
De Buenos Aires a Belo Horizonte, de los torneos argentinos a los Juegos Olímpicos, la vida de Marcelo Méndez ha estado marcada por la red, la pelota y la pasión por el vóley. Su historia es la de un hombre que eligió el silencio del esfuerzo por sobre los reflectores del ego, y que gracias a eso se ganó un lugar eterno en la memoria del deporte argentino.