Por Lautaro Ávila, Katrina Botta y Malena Gómez
Alejandro Castro, el arquitecto que soñaba con tener los planos debajo del brazo y el
casco puesto en Avellaneda, logró construir estadios míticos de la Argentina y parte de la Villa Olímpica de Barcelona 1992.

Castro llevaba un sueño tatuado en su mente: “Desde muy chico tenía la idea de ser
arquitecto, y me acuerdo de haber ido a la primaria con mi madre, que nos hicieron un test
vocacional en sexto o séptimo grado, y yo dije `quiero ser arquitecto´, y la psicóloga que me hace la consulta me dijo `pero te vas a morir de hambre, vas a terminar manejando un taxi´”.
Esa respuesta fue lo único que necesitaba para fijar la meta de cumplir sus sueños. Tres años después de graduarse como arquitecto en 1986, su talento lo llevó a cruzar el Atlántico: en 1989 fue convocado para un proyecto monumental en Barcelona, como jefe de obra, en vísperas de los Juegos Olímpicos de 1992. Una ciudad que, como él mismo confiesa, le enseñó a pensar a gran escala: “Para mí, eso fue estar en la luna”.
Al volver a la Argentina, Castro no solo trajo experiencia; regresó además con la certeza de que estaba listo para transformar ideas y ejecutarlas en obras concretas. Con su propia
gerenciadora de construcción comenzó a dejar su marca en la ciudad y en el ámbito deportivo.
Su primer gran desafío personal fue el estadio Libertadores de América, de Independiente de Avellaneda, el club de sus amores. Encargado de demoler la Doble Visera, recuerda con tristeza los momentos con su difunto padre: “Yo estaba en las plateas llorando, porque mi viejo había fallecido hacía unos meses. Estaba demoliendo los lugares donde había estado mi viejo de pibe y fue tremendo demoler, hacer escombro todo eso, fue tremendo”.
Pero su talento no se desplegó solo ahí: Estudiantes de La Plata, Racing, Huracán, Morón… Fueron muchos los clubes que le abrieron las puertas a sus proyectos. Para Castro, la clave nunca fue el reconocimiento, sino ver cómo sus proyectos cobraban vida en beneficio de los clubes de fútbol.
Esa reputación que se ganó en el mundo de la arquitectura deportiva, lo llevó a ser convocado para la remodelación del mítico estadio Luna Park.
La vida, sin embargo, le presentó desafíos inesperados. La superación de un cáncer pulmonar cambió su perspectiva radicalmente sobre diferentes aspectos de la vida. Hoy analiza su carrera con satisfacción, consciente de que ha construido mucho más que edificios: ha dejado una huella personal y profesional imborrable. Su espíritu creativo sigue intacto. Aunque siente que ha alcanzado grandes metas, todavía guarda proyectos en el tintero.