Por Maite Galarza y Milena Di Pardo
Por más lejos que lo haya llevado la pelota, Julián Kmet siempre supo dónde estaba su casa. Jugó en Portugal, compartió entrenamientos con Cristiano Ronaldo y pasó por clubes de tres continentes, aunque hay un punto fijo que nunca cambió en su vida: Lanús. No como un punto geográfico en el mapa sino como un territorio emocional, un refugio y una forma de estar en el mundo. Hoy, retirado del profesionalismo pero vinculado al fútbol desde otro lugar, acompaña los pasos de su hijo Luca Kmet, quien sigue sus huellas con el mismo escudo en el pecho y con la misma pasión. Como si la historia se escribiera dos veces, solo que esta vez, quizá, con un final distinto.
Julián Andrés Kmet nació en Lanús el 21 de noviembre de 1977. Creció en el barrio, con una pelota como compañera inseparable y más sueños que recursos. “Arranqué en el 86, con 8 años, en el club viejo, con cancha de madera, nada que ver con lo que es hoy. La realidad era otra”.
En esa infancia no todo fue juego: también hubo días sin plata, botines que no siempre se podían renovar y la comida pasaba a ser un lujo. “A veces se comía y a veces no. Pero mis viejos dieron todo para que yo pudiera jugar. A veces se compraban buenos botines y a veces no”, rememora con gratitud.
“Nosotros teníamos hambre. Hoy a los pibes les falta hambre de gloria”, suelta con esa mezcla de nostalgia y crudeza que sólo pueden tener quienes crecieron con carencias. Esta frase atraviesa décadas de cambios sociales y deja al descubierto una herida que todavía duele. Su talento destacaba más allá de las adversidades. A medida que fue creciendo, Julián empezó a sobresalir. Mediocampista habilidoso, con gol, personalidad y lectura del juego. Rápidamente llamó la atención. En 1997 fue una de las figuras del Torneo Clausura con Lanús, anotando 10 goles en 36 partidos y despertó el interés de varios grandes del país. “Me quería River, casi voy al Rojo”. Aunque finalmente fue otro el camino que se impuso.
El destino le tenía preparada una sorpresa tan inesperada como lejana: el Sporting de Lisboa. “Yo no sabía ni dónde quedaba Portugal”. Con sólo 20 años y más ilusiones que certezas, hizo las valijas y cruzó el océano rumbo a una vida que no conocía. Lo que parecía un salto de calidad terminó siendo un golpe emocional. “Estuve un año en el Sporting pero la pasé mal, extrañaba mucho a mi familia y amigos. A mis 20 años… tenía más tristeza que alegría en esa época”. Pese a entrenar con figuras como Cristiano Ronaldo – “Él tenía 15, pero ya lo veían bien. Practique con él” – Kmet nunca logró asentarse del todo.
Las distancias, la soledad y el desarraigo le pasaron factura: “En ese tiempo no existía la videollamada, los mensajes. Yo me la pasaba pensando en cómo estaría mi familia y qué horario sería en Argentina”. Después de su paso por Portugal, Kmet regresó a Argentina y continuó su carrera en distintos clubes: Lanús, Nueva Chicago, Estudiantes de La Plata, Unión de Santa Fe, Instituto de Córdoba, Ferro hasta el fútbol chipriota. “En todos los clubes sacás cosas buenas, pero mi vida está en Lanús”, asegura.
En medio de ese torbellino emocional, hubo momentos insólitos que retratan el caos de su carrera. “El hijo del Flaco Menotti me dijo que me escape de la pensión de Estudiantes porque el papá lo iba a matar si no me hacía firmar con Independiente, pero ya era tarde. Estaba todo arreglado con “El Pincha”, revela.
En ese recorrido por equipos diversos también hubo capítulos duros, “En Chipre era un club chiquito, muy linda zona, se jugaban torneos importantes pero pagaban muy mal. Cobré sólo el 30% del primer sueldo y cuando tuve que empezar a usar mis ahorros decidí irme. Después el club quebró”.
A lo largo de su carrera, Julián encontró apoyo en quienes supieron ser sus guías. “Siempre tuve referentes que me ayudaron a crecer”. Pero la caída fue inevitable. “Llegué a tenerlo todo: ropa, dinero, comodidades. Iba al shopping y me compraba diez remeras, diez pantalones… pero nada de eso era lo que realmente me llenaba”.
Con el retiro llegó el silencio. “Cuando no jugás más se te cierran muchas puertas. Y se te acerca mucha gente buena… y mucha gente mala también”. A diferencia de muchos, Kmet encontró el camino de regreso a su casa: Lanús. No solo como ex jugador, sino como padre y mentor. Hoy, quien lleva con orgullo su apellido en el club es su hijo, Luca Kmet, una joven promesa de las inferiores que ya fue convocado por la Selección de Paraguay (foto).
La historia de Luca también está tejida con lazos de identidad. Es paraguayo por la madre de Julián, su abuela, que siempre mantuvo viva esa raíz. El chico creció entre pelotas y camisetas granates, respirando fútbol en cada rincón del club. Hoy forma parte del plantel juvenil y ya ha sido convocado para defender la camiseta guaraní, algo que llena de emoción a su padre. “Cuando se enfrentó con la Selección Argentina le dije a Luca que cante el himno porque él ya era paraguayo, así lo había decidido. Si hacía un gol que lo festeje pero con respeto hacia los argentinos”.
Además verlo vestir los mismos colores que Julian en su juventud también lo llena de orgullo “Lanús es como mi casa. Pasé toda mi vida acá, viví los mejores y peores momentos. Mi hijo juega acá también. Siempre me trataron bien, estoy cómodo”.
Su mirada va más allá de la nostalgia. Kmet lanza una reflexión directa sobre el presente: “Antes había respeto. Ahora los chicos hacen lo que quieren”. Sin rodeos, completa con otra mirada realista y dura: “Acá hay pibes cuyos padres fueron chorros, que vendían droga o robaban. Padres que golpeaban a sus parejas. Para esos chicos, la pensión es mucho más que un lugar: es un refugio, una oportunidad”. Julian sabe que el fútbol no se sostiene solo con talento, sino que depende del contexto, del apoyo y de las chances que se les den
En la cancha, en los entrenamientos, en las charlas de vestuario o en los pasillos de la pensión, Julián observa de cerca el mundo que habita su hijo. Lo acompaña, lo orienta, lo cuida. Pero no le facilita el camino. Sabe que cada generación tiene que hacerse fuerte a su manera. Lo que sí le dejó fue una herencia invisible: la resiliencia, el apego a los valores y la certeza de que se puede volver a empezar, incluso cuando parece que todo se cae.
Si alguna vez lo tuvo todo, hoy entiende que el verdadero valor no está en los lujos ni en los flashes. Está en la familia, en las calles del barrio donde creció, en el club que lo vio nacer. Está en ver a Luca con la camiseta granate y la diez en la espalda, o defendiendo los colores rojo, azul y blanco de Paraguay. Está sobre todo en esas pequeñas victorias cotidianas que no salen en los diarios, pero que construyen una vida con sentido.
Julián Kmet es mucho más que un exfutbolista. Es un sobreviviente del sistema, un hijo del ascenso, un testigo del fútbol global y un padre presente. Su historia no es de títulos ni de portadas deslumbrantes, pero tiene un peso emocional que la vuelve inolvidable. En Lanús, su apellido sigue sonando fuerte. Y con Luca ya dando sus primeros pasos, la historia apenas está comenzando…