viernes, agosto 8, 2025

El deporte tras las rejas: un método de reinserción social

Por Joaquin Basile, Thiago Stortoni y Agustin Caballero

Los internos marcan el ritmo en la Unidad 46 de San Martín. Se dedican, con el primer sol, a transformar el encierro en una pulsión hacia el cambio. Las tareas varían: algunos grupos optan por el mantenimiento de los murales, otros por limpieza de las áreas de convivencia y, uno más reducido, por el sembrado de las huertas. 

El penal forma parte de un complejo penitenciario en las periferias de José León Suárez que abarca también a las unidades 47 y 48. Es decir, las tres conviven en unos 800 metros que dan albergue a casi 2000 reclusos. Cada una cuenta con sus propias reglas y vicisitudes, pero con un denominador común: el deporte como vehículo de reinserción. 

Los primeros metros de la Unidad 46 bien podrían ser una exposición artística. A los costados del camino principal, los mismos internos erigieron murales con pinturas e inscripciones que retratan a figuras del deporte nacional. La precisión de las imágenes destila talento y una pasión subyacente que, remachada por la falta de oportunidades, no logró brotar.

La iniciativa Espartanos

Por estos mismos pagos, Eduardo “Coco” Oderigo -exjugador de rugby y abogado- fundó Espartanos, un programa que busca transformar la vida de quienes se encuentran privados de su libertad. Todo inició hace 16 años en la Unidad 48, luego de que Oderiego se encontrara con más de 500 presidiarios hacinados y pletóricos de resentimiento.

La inserción del rugby fue un lenitivo para la agresividad y el odio que abrigaban los intérpretes. ¿Un deporte violento para gente violenta? Imposible”, le esgrimieron a Oderiego desde la dirección carcelaria. Pero, como buen espartano, no desistió: tras algunas pruebas positivas, se permitió la práctica de rugby en el complejo. 

El crecimiento fue tan inmediato como exponencial. Hoy, el proyecto alcanza a más de 2500 presos repartidos en 44 cárceles argentinas. Además, el Modelo Integral Espartano es replicado en sedes de Uruguay, Chile, Perú, El Salvador, España y hasta Kenia. Aún así, los cuarteles espartanos yacen en el complejo de San Martín. Donde todo comenzó. 

Allí, Espartanos cuenta con tres aulas (dos multifuncionales y una de informática), un auditorio, dos gimnasios y tres canchas de césped sintético. Una de ellas fue inaugurada hace nada más que un mes bajo el nombre de “Carlos Contepomi” y se encuentra en el sector masculino de la Unidad 46.

El éxito del proyecto motivó a Agustín Dall’Orso, director y cineasta, a crear “Los Espartanos” (2015), un documental que graficó el proceso fundacional del equipo y los obstáculos que se le impusieron desde la dirección penitenciaria. Los datos recolectados y plasmados en el film son categóricos: de más de 2000 presos que pasaron por el proyecto, solo reincidió el 1% (dato de 2015, hoy reincide alrededor del 5%).

“Lo grabamos en un mes”, cuenta Dall’Orso. “Se nos complicaba el tema burocrático, entrar y salir tantas veces (…) pero por suerte muchos chicos se acercaron a hablar. No eran muy duchos. Más bien tímidos. Lo que contaron fue muy bueno, pero hay de todo”.

Aquella es una problemática que el Servicio Penitenciario Bonaerense no logra resolver -al menos con los métodos convencionales-. Se estima que la reincidencia delictiva oscila entre el 65% y 70%. Sin embargo, solo el 5% de quienes desarrollan actividades deportivas vuelven a delinquir. Una diferencia sideral. 

“Es impresionante cómo se va contagiando la buena onda”, continúa Dall’Orso. “Lo más importante es dar segundas oportunidades a gente que nunca la tuvo. Eso es lo que quisimos reflejar en el documental. Hay que dejar de lado los prejuicios y ser realmente positivos. Se puede”, cerró. 

Inmersión en el proyecto

En la Unidad 46 nació el Unión Rugby Club, uno de los tantos planteles anexos al proyecto. Los jugadores tienen su propio pabellón, donde cada una de las 9 celdas lleva el nombre de algún valor que Espartanos busca sembrar: coraje, respeto, compañerismo y disciplina.  Para Unión, la cárcel es un club y las celdas habitaciones. Las rebautizaciones son un escape al lenguaje cáustico que los envuelve diariamente. Así, dicen, logran compenetrarse con el proyecto y lograr mejores resultados.

Dos puertas de hierro y una celda intermedia dividen al módulo de la cancha principal. Fuera de sus aposentos, los internos disponen de un pequeño espacio común donde pueden compartir, distender e interactuar. Allí se encuentra la cocina, una mesa con bancos y dos ventanas por las que se filtra la luz oblicua del día y el eco de los pabellones linderos.

En aquel brazo del penal se respira rugby. Sobre las paredes azules y blancas -colores del Unión Rugby Club-, el plantel pintó un crisol de escudos de la URBA, cambiando cemento frío por pasión en ciernes. Detrás de las puertas de hierro que dividen a las celdas de la escueta sala común, se esconde una tela con el escudo de Unión impreso. Los jugadores despiertan y duermen frente al blasón. 

Si bien el deporte es considerado medular en la concepción del proyecto, el trabajo final es fruto de la convergencia entre distintas aristas que preparan al jugador para la reinserción. Según Espartanos, son cinco las actividades que deben desarrollarse para conseguir resultados: juego en equipo, educación, preparación para la libertad, inserción sociolaboral y espiritualidad. Pero fundamentalmente esta última. 

Todos los viernes, la Unidad 46 recibe a los voluntarios -o padrinos, como los bautizó el plantel- Ezequiel y Silvia para el rezo del rosario. Los objetivos son la formación humana, el desarrollo de la inteligencia emocional y el fortalecimiento de la espiritualidad tanto individual como colectiva del plantel. La actividad se desarrolla en el mismo pabellón. Se dispone una mesa en el centro con una Virgen cargada de rosarios, además de imágenes con deidades y simbología católica. Los jugadores se bañan, cambian y, ulteriormente, toman asiento alrededor de la mesa para dar inicio al ritual.

En primer lugar, los reclusos se ofrecen voluntariamente para pasar al frente y realizar las tres consignas: agradecer, pedir y llevar una buena noticia. De no postularse ningún grupo, los padrinos tienen la potestad de elegir alguna celda para que pase al frente. Aunque no suele ser necesario. 

Una vez de pie, los internos forman fila detrás de la Virgen y comienzan el discurso. Matías, uno de los jugadores, habla con su mano derecha sobre María: “Quiero agradecer por este día. Por despertar y tener una segunda oportunidad. Por estar vivo. Pido por mi familia con respeto por la suya”. 

¿Cuál es tu buena noticia?”, Retruca retruca Ezequiel, con mirada afable y cercana. 

“Que hoy tenemos cancha”, sentenció Matías.

El resto de los discursos no varía, sobre todo en el apartado de las buenas noticias. Chucky, otro de los jugadores, retrata su situación: “Pensar que hace unos meses estaba jugando con mi hija y hoy por una cagada la tengo que verla desde atrás de una pantalla. Me hierve la sangre. Pero acá estoy. Intentando cambiar”.

El rosario continúa con la lectura de pasajes bíblicos, abrazos y un análisis posterior entre el plantel y los padrinos. El último estertor del encuentro consiste en compartir comida y escuchar rock nacional. “¡FUERZA! UNIÓN, UNIÓN”, gritan al unísono. Así, el plantel queda concentrado para el entrenamiento de la tarde. 

Los chicos antes jugaban a las órdenes de los profes, pero fueron creciendo”, dice José Giorgi, exjugador de BACRC y entrenador de Unión. “Los dividimos en grupos de tres (primera, segunda y tercera) dependiendo el nivel. Tenemos ayudantes dentro del mismo grupo por la cantidad de jugadores”. 

Durante la pandemia se limitó el ingreso del personal, por lo que los propios reclusos comenzaron a diagramar los entrenamientos: “Cuando volvimos, estaba todo muy bien organizado. Ellos mismos decidían quienes subían y bajaban de categoría. Hoy por hoy es un mix”. Lo descrito por Giorgi sucede los días miércoles, cuando Unión dispone de toda la cancha para desarrollar el entrenamiento pertinente con la tutela del cuerpo técnico. Los lunes, sin embargo, realizan las actividades por cuenta propia bajo los designios de los capitanes. 

El ensayo táctico consiste en orden y nociones básicas de parado. El físico, sin embargo, sobresale. Es un momento de descarga emocional. “Me saqué de encima dos años de odio solo en este partido”, le dijeron alguna vez a Oderiego. Voracidad, fulgor competitivo y espíritu. 

El pabellón de Unión resulta un éxito para la Unidad 46. El plantel demanda más carga, por lo que entrenan a voluntad dentro de las celdas diariamente. Aquello consiste en ejercicios físicos breves e intensos para acondicionarse de cara a los entrenamientos venideros.Acá no nos sentimos presos. Somos parte de un equipo. Y eso no tiene precio”, cerró uno de los jugadores. Exequias de un pasado en vías de extinción. 

Las vías para el fútbol: Fructífero pero anárquico 

Al menos en territorio argentino, el fútbol no tiene un proyecto de la magnitud y alcance de Espartanos. El caso más resonante fue el de Pioneros de Campana, un equipo formado por 21 detenidos de las unidades 21 y 41, tres guardiacárceles, un exagente de las fuerzas de seguridad y un exinterno. Aquel equipo alcanzó a jugar el Torneo Argentino C (tercera división del fútbol del interior) entre 2011 y 2012, un auténtico hito en la historia del deporte carcelario. Intramuros, los jugadores entrenaban dos veces por semana y recorrían el país acompañados por una nutrida escolta policial para cumplir con el fixture. 

En la Unidad 9 de La Plata, el fútbol es el deporte predilecto. Pese a la ausencia de una estructura profesional dedicada a su desarrollo, los internos gozan de una práctica supeditada a la disponibilidad del Servicio Penitenciario Bonaerense. Cuentan con amistosos, copas o torneos entre pabellones. 

El módulo cuenta con una cancha de tierra en la que se juegan partidos 9 contra 9. Al menos en aquel formato, las reglas no varían respecto al fútbol profesional. Incluso, pueden contar con algún profesor -aportado por un convenio con la Universidad de La Plata- para hacer las veces de árbitro. 

Mayo y junio llegaron cargados de lluvias en Buenos Aires, por lo que los internos no contaron con la disponibilidad de la mentada cancha de tierra. Allí, tomó protagonismo un escueto gimnasio localizado casi al fondo de la unidad designado -los martes- para disfrute del pabellón universitario. Al ser un espacio reducido, los jugadores disponen de reglas diferentes. Son encuentros de 4 contra 4, en los que el equipo que anota dos goles permanece en cancha. De haber diferencia de un solo gol, prevalecerá aquel combinado que esté en ventaja a los diez minutos. Y que comience el show. 

El techo, levemente desvencijado, había cedido frente a la incesante lluvia. Quienes jugaban en zapatillas caían sin medias tintas contra el suelo, pero jamás significó un impedimento para mantenerse en cancha. Ningún golpe lo fue. Quizá sea, también, un paralelismo con sus vidas dentro de la penitenciaría. 

Los arcos eran pequeños, por lo que los partidos se alargaban en demasía -a no ser que alguna distracción o genialidad estableciera lo contrario-. Sin embargo, la intensidad se mantuvo constante en cada uno de los encuentros. “Esto te despeja la cabeza”, dice Javier Pinto, arquero. 

Javier atajó en Almirante Brown. Llegó a entrenar con la reserva y soñaba con ocupar el arco de la primera división. “Uno toma malas decisiones y se va para otros lados”, dice. Hoy, estudia abogacía y disfruta del aprendizaje: “Vos pones ponés el cartelito (de estudio) y hay mucho respeto. Nadie hace ruido y te permiten la lectura”. Pinto es alto, pero dúctil con la pelota. Es un arquero excéntrico, pues decide salir de los tres palos en incursiones individuales. Estuvo, incluso, cerca de marcar, pero jamás le acertó al arco. En su ausencia, algún compañero ocupaba su valla y la defendía con los pies. Una exhibición de intensidad, relevos y rotaciones. 

Los partidos son altamente demandantes en términos físicos, pero los jugadores jamás dejan de moverse. Ni siquiera mientras aguardan para entrar. La espera ofrece un espacio para realizar ejercicios de calistenia -flexiones en un banco-, aeróbicos -saltar en una llanta empapada por la lluvia- o pugilísticos. No se descansa ni en tiempos muertos. 

Contrario a la creencia común, no hubo patadas ni golpes. La violencia suele aparecer en la inmensidad de la cancha de nueve. Ariel, interno, lo deja en claro: “En los torneos se pegan mucho, pero sin falta de respeto. Si alguno te pega, la devolvés, pero nada de piñas. Pasa poco, pero si sucede, la policía tira dos tiros al aire y se termina”. 

Los torneos no tienen formato definido. Son decididos por el Ministerio de Deportes en comunión con el jefe del penal. Una vez elegida la modalidad, se da aviso pabellón por pabellón. En algunos casos, se dividen por edad. En otros, simplemente entre bloques de internos. Los premios van desde copas hasta choripanes, mientras que la duración del encuentro se consensúa con el profesor designado para arbitrar. 

Al igual que en San Martín, el deporte forma parte de un paquete de actividades inescindibles e imprescindibles para el restablecimiento de la libertad. “Nosotros no le decimos reinserción a la sociedad, sino inserción a secas”, aporta Cristian Romero, coordinador y responsable de la carrera de periodismo.

La educación es un pilar fundamental para la reformación de quienes se encuentran en la Unidad 9. “No tenemos que levantarnos e ir a trabajar para llevar comida a la mesa, solo nos queda estudiar porque si no, perdés el tiempo”, expresa Romero. Entre 2016 y 2018, un grupo de internos juntó recursos y logró transformar una leonera en aula magna. Producto del éxito de la medida, se llevó a cabo un proyecto sucedáneo con otra de las leoneras presentes en el módulo. Hoy, ambos salones universitarios son utilizados diariamente.

“Fue todo con mano de obra de los compañeros. De a poco se juntaron los recursos para conseguir la pintura y demás. Es una lucha y con el trabajo de todos a pulmón”, agrega Cristian. “Las leoneras eran una especie de sala de espera donde no tenés baño, cama ni nada. A veces pasás días adentro. Al menos hasta que te deriven a algún pabellón”.

El presidio cuenta con, además, una biblioteca erigida por el propio centro de estudiantes para retirar los títulos y catálogos inherentes a las carreras: “La idea es que salgamos formados, preparados, con otra mentalidad. El estudio es la llave hacia la libertad”, cerró.

El objetivo de la reinserción

Las unidades 46 y 9 comparten propósito: acabar con la ciclotímica (¿o cíclica?) vida que propone el delito reformulando tanto el pensamiento como la forma de actuar. Es decir, trabajar de manera genuina en un proyecto que reconozca al interno como protagonista activo y no como pieza descartable. 

En contextos donde el encierro suele aplastar cualquier expectativa, el deporte -en conjunción con otras actividades- siembra esperanzas y disipa nebulosas. Hace de la cárcel, un club. De pabellones, espartanos. De leoneras, aulas. Y de la justicia, algo más especial: una que no absuelve, pero transforma. 

 

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