Por Micaela Corradi
“Sin el fútbol no sería la persona que soy”. Esta frase podría sonar repetida en boca de muchas personas, pero en Nahuel Larrosa se siente auténtica, porque la dice alguien que estuvo a punto de dejar todo atrás, que bajó tres categorías de golpe, que se fue a jugar a Europa y volvió en dos meses, que abrió una barbería en el fondo de su casa para poder seguir jugando. Larrosa, central zurdo de 25 años, defiende hoy la camiseta de Justo José de Urquiza con el temple de quien sabe que nada llega fácil.
Trabajando en su segunda casa, tomando mate, vestido con una musculosa y bermuda negra, zapatillas blancas, una gorra y junto a sus dos ayudantes, Nahuel contó su recorrido en el fútbol desde temprana edad. Afuera llovía, adentro sonaba de fondo un parlante con reguetón suave, la tele estaba encendida con el partido entre Central Córdoba y Flamengo por la Copa Libertadores, y el zumbido de la máquina de afeitar completaba la escena.
Su historia arranca en Lugano, en un club de fútbol llamado El Ideal. Gracias a un señor que lo vio jugar, le dijeron que se probara en Ferro. A sus 8 años, y durante siete temporadas formativas, Ferro fue su casa, y Nahuel empezó a patear la pelota con una mezcla de juego y determinación. De ahí, a los 18 años, lo llamaron de Atlanta, donde empezó a rozar el profesionalismo. Se entrenó con la Primera División y se afianzó en la Reserva, hasta que una lesión le frenó el envión. “Me rompí los ligamentos. Después arrancó la pandemia y estuve parado casi ocho meses. Cuando volví, en Atlanta me dijeron que no iba a firmar contrato”, afirmó Larrosa. Además, contó que lo peor no fue la lesión en sí, sino el impacto emocional. Estaba en su casa, mirando los botines guardados, sin saber si iba a volver a jugar.
El golpe fue duro y el escenario, incierto. Sin club, sin certezas y todavía en recuperación, le llegó un llamado inesperado: Centro Español, en Morón, que se encontraba en la categoría D. Nahuel veía como algo negativo bajar de nivel, una especie de castigo, pero al no tener otra opción, decidió jugar ahí para ver qué le parecía. Lo que pintaba como un retroceso se transformó en un giro rotundo en su carrera profesional: debutó en Primera, fue titular, salió campeón por primera vez en su vida y, sin saberlo, empezó a crecer. “Me sorprendió el nivel. Pensé que iba a ser más bajo. Y si bien no se puede vivir del sueldo en la D, la exigencia era alta”, manifestó el defensor.
En 2022, la posibilidad de probar suerte en el exterior apareció como un nuevo desafío. Su representante le había comentado que en España, específicamente en la quinta categoría, el club Sportivo Garrotilla buscaba un central zurdo. Aunque su familia estaba triste y a la vez feliz por la propuesta, no lo dudó y decidió intentarlo. Pero la ilusión duró poco. Si bien el entorno era agradable, según él, no sentía que fuera un ambiente profesional. Extrañaba mucho a su familia y, a las dos semanas de haber llegado, ya se quería ir. Dos meses después, estaba de nuevo en Buenos Aires. “Me daba vergüenza decir que quería volver. Pero un día me senté y dije ‘Basta’. Lo hablé con mi viejo y saqué el pasaje. Fue la mejor decisión que pude haber tomado”.
De regreso, con la motivación golpeada, pensó en dejar el fútbol. Pero, otra vez, alguien confió en él y en su profesionalismo. “Me llamó el técnico de Sportivo Barracas y fui. Ni lo pensé. Ese año volví a disfrutar”, contó Nahuel, feliz por haber recuperado sensaciones, rodaje y confianza. Y con el impulso de esa temporada, se abrió una nueva puerta: Justo José de Urquiza. Fue a buscar nuevas metas, quedó en el equipo y firmó contrato. “Maduré mucho como jugador y como persona. Antes me ponía mucha presión. Hoy disfruto los partidos”, exclamó.
A lo largo de ese camino, entre ascensos, caídas y resurgimientos, Larrosa fue aprendiendo a convivir con una de sus mayores debilidades: la autoexigencia. “Cuando hago algo mal, me cuesta cambiar el chip. Me carcome. Pero lo trabajé mucho. Cuando recién empecé en Primera, me costaba más. Hoy lo manejo mejor”, recalcó.
Su físico y su estilo también lo distinguen: zurdo, buen anticipo, fuerte en el juego aéreo, con salida limpia. Y si se trata de referentes, lo tiene claro: el Cuti Romero es su ejemplo a la hora de jugar.
Pero el fútbol, sobre todo en el ascenso, rara vez alcanza para vivir. Y ahí aparece otra parte esencial de su historia. Larrosa es, además, barbero. Y no cualquiera: tiene su propia barbería, montada en lo que antes era el taller de su padre, con un nombre bien futbolero: Línea de Tres. La idea surgió cuando estaba en Centro Español. Hizo el curso, trabajó en otra barbería y después le pidió a su viejo que le dejara armar el emprendimiento en la casa. El padre, al principio, no quería saber nada, pero ante la insistencia de su hijo, aflojó y le dio el sí.
Desde la apertura de la barbería, algo cambió en Nahuel Larrosa. Se relajó. Se dio cuenta de que no tenía que jugar sí o sí en una categoría más alta para poder vivir. Si bien quiere seguir creciendo como jugador, hoy no convive con la presión económica de tener que continuar con un salario bajo.
Sus goles no son muchos, pero los grita con el alma. El más celebrado fue el primero como profesional: en Centro Español contra Argentino de Rosario. Iban perdiendo 2 a 0, hicieron el primer gol y él fue el encargado de empatar. Venían de una mala racha de cinco derrotas seguidas y ese tanto fue un verdadero desahogo.
A lo largo de la charla, hay un club que vuelve una y otra vez: Centro Español. “Me marcó. Ahí debuté, salimos campeones, fue el primer título de la historia del club. Y ahí me di cuenta de que la realidad del fútbol es dura. Pensé que nunca iba a bajar del Nacional y terminé en la D. El entrenador de ese momento, Ricardo De Angelis, me enseñó mucho de fútbol y de la vida”, remarcó Nahuel.
Su novia, Agustina Zapata, lo define como alguien familiar, perseverante, con objetivos que no va a dejar de perseguir hasta alcanzarlos. “En lo profesional, su gran amor es el fútbol. Desde chiquito es feliz en la cancha, y día a día entrena duro para superarse y conseguir cada vez más logros. Además, tiene la suerte de poder complementar la vida del futbolista con su barbería, en la que trabaja de lo que ama sin perder la responsabilidad que este deporte implica”, expresó.
Hoy, con 25 años, sueña con llegar a la B Nacional o a Primera División. No hay un equipo particular que anhele, pero tiene una meta más que clara: crecer.
—¿Qué le dirías a tu yo del pasado?
—Que no baje los brazos. Que le meta. Que, aunque haya piedras en el camino, siempre se puede seguir. Me lo enseñaron mi viejo y mi vieja. Si fuese fácil, lo haría todo el mundo.
Hay una presencia constante en cada etapa de su historia: su familia. El papá, que siempre lo acompañó a las pruebas en los clubes y que al principio no quería saber nada con la barbería, pero terminó cediendo y apoyando. La mamá, que lo alentaba en silencio desde la tribuna, con los nervios a flor de piel. Su novia Agustina, que lo acompaña en cada paso, desde las lesiones hasta los cortes de pelo.
El caso de Nahuel Larrosa, como el de tantos jugadores del ascenso argentino, permite pensar más allá de la historia individual: es una puerta de entrada a una realidad que muchas veces pasa desapercibida. El fútbol de ascenso es, para muchos, el verdadero corazón del deporte más popular de nuestro país. Un corazón que late con fuerza, pero con dificultades; que mantiene viva la pasión incluso cuando el dinero no alcanza, cuando los vestuarios se inundan y los entrenamientos son en canchas prestadas. Es un fútbol sin lujos, pero lleno de historias como la de Nahuel: de sacrificio, de persistencia, de pequeñas glorias que no siempre se televisan.