Por Catalina García
Martina Paván es porteña. Defensora central. 18 años. Creció en las canchas de barrio, rodeada de varones. Pasó por Excursionistas brevemente, durante la pandemia, gracias a la recomendación de su entrenador de la infancia, César, quien le enseñó todo lo que sabe y vio el potencial en ella. Luego jugó en Argentinos Juniors y Defensores de Belgrano. Actualmente pertenece a Independiente.
—¿Cuándo empezaste a jugar al fútbol?
—Cuando era chiquita viajaba todos los veranos a Cariló y ahí empecé a patear la pelota con mi papá. Desde ese momento decidí que quería practicar el fútbol como un hobby, y por eso me inscribí en una escuelita, Campus, a los 10 años. En esa época era raro que una nena jugara al fútbol, recién estaba empezando en Europa. Me crié jugando con chicos, había muy pocas chicas. Me dio otro tipo de roce.
—¿Alguna vez te sentiste incómoda con los chicos?
—La verdad que no, el ambiente era todo muy Mater (colegio al que fui). Ni por el club, ni por la escuelita, ni por los chicos me sentí inferior; al contrario, era una más de ellos. Sí me acuerdo que el primer año en Campus iba vestida con el shorcito de fútbol por la calle con mi mamá y los hombres me miraban como si fuera un extraterrestre, pero a mí no me importaba.
—¿Cómo fue tu paso por Argentinos Juniors?
—Llegué a Argentinos en 2023, luego de que en el verano mis amigas y mi familia me dijeron que tenía mucho potencial. Ahí me surgió la duda de qué pasaría si entraba a un club y me lo tomaba más en serio. Me fui a probar, justo se estaba armando la reserva y quedé directamente en Primera. Fue un año y medio de adaptación porque venía de jugar en cancha de fútbol cinco. Esto implicaba otra condición física, otra responsabilidad, más días de entrenamiento.
—¿Cambió mucho tu mentalidad a partir de ese momento?
—En el verano de 2024 me puse un objetivo: quiero llegar a la Selección, a lo más alto. Pensé: “¿Qué necesito para lograrlo?”. Necesito no solamente ir a entrenar, porque son los esfuerzos extra los que te hacen diferente. Y eso implicó empezar a ir a la nutricionista para comer como una deportista; también ir con un personal trainer para adaptar mi físico a lo que requiere mi posición (defensora central).
—¿Fue una decisión complicada abandonar Argentinos?
—Me fui con mucha seguridad porque el día que quedé en Defensores de Belgrano me encantó todo del club. El DT, Diego, es el típico sabio del fútbol. Lo que mejoré con él es impresionante, realmente nos enseñó a jugar. Sin embargo, estaba la gran pregunta de si me quedaba o me iba, porque era mitad de año, y si bien ya había terminado el torneo, justo se abrían los pases y probablemente no era lo mejor irse en esa época. Más allá de eso, si no lo aprovechaba ahora, no lo aprovechaba nunca.
—¿Qué hizo que dejaras Defensores si estabas tan cómoda?
—Sabía que estaba en el mejor equipo de la B, pero tenía que ir más allá. Y realmente, donde te ven los entrenadores de la Selección Argentina es en la A. Lamentablemente, no le dan bola a la B, y menos en inferiores. Por eso, me fui a probar a varios clubes como River, Vélez, Huracán e Independiente. El Rojo era mi última opción, y justo quedé. En Defensores me quedé hasta febrero de este año.
—¿Se te dificultó pasar de un equipo de la B a uno de la A?
—Es otro roce, claramente. Es otro tipo de competencia, todas son muy buenas, por lo tanto, ganarse el puesto es un esfuerzo mucho mayor. Por ahora, en lo que va del año, fui citada para los amistosos de pretemporada, pero fui suplente, y lo mismo para la primera fecha contra Ferro. Desgraciadamente, me operaron de peritonitis (inflamación del tejido que recubre el abdomen, llamado peritoneo) y eso me dejó un mes fuera de las canchas. Recién hace unas semanas volví a entrenar.
—¿Esperás vivir del fútbol?
—Ojalá que cuando tenga un contrato se pueda vivir del fútbol en Argentina, pero seguramente eso pase dentro de muchos años. La única posibilidad de vivir de esto sería en Europa, específicamente en España. Igualmente, voy a terminar mi carrera universitaria, Gestión Deportiva, que justo está muy relacionada y me gusta. Y si no me llega a resultar lo del fútbol, al menos tengo un título con el que puedo generar otros ingresos.
—¿Recibiste apoyo de parte de tu familia?
—Por suerte, siempre me apoyaron muchísimo desde el minuto uno en el que quise entrar a Campus. Al principio, mis abuelos me decían: “¿A vos te parece el fútbol?”, pero ya les contagié ese amor por el deporte y el objetivo tan claro que tengo, y siempre me motivan y me ayudan a lograrlo. También, mi mamá siempre está ahí: es la que me lleva y me trae de todos lados, de los partidos, entrenamientos; además, me paga todo: el gym, nutricionista, psicólogo deportivo, entre otros.
—¿Tenés algún referente futbolístico?
—Si puedo elegir, sería el Cuti Romero, que es una bestia: defiende todas bien. Pero, si me voy más para el lado de la historia, elegiría a Messi, por su perseverancia, cómo luchó por todas las que le tiraron, todas las que pasó y él siguió, siguió y siguió. Y si fuese alguien más cercano a mí, rescato de todas las personas que conocí por el fútbol pequeñas cosas de cada una que me gustan.
—¿Cómo balanceás tu vida desde que comenzaste a tomártelo con mayor seriedad?
—Ahora es más fácil porque la facultad me consume menos que el colegio, que eran ocho horas por día. Desde 2023 hasta ahora noté que la clave es la organización. Por ejemplo, el tiempo muerto que tengo en los días de entrenamiento lo uso para estudiar, o como juego los domingos, aprovecho para juntarme con mis amigas los viernes o sábados.
—¿Sentiste que tuviste que hacer algún tipo de sacrificio?
—Sí, lo sentí. Cuando mis amigas salían, yo no salía. También, dos años seguidos me perdí la misión de Kairós (misión caritativa que propone el colegio), u otras cosas como cenas familiares, juntadas con amigos… Por suerte, cumpleaños no me perdí todavía. Todo eso fue porque tenía que entrenar o al día siguiente jugaba. Son muchas cosas que no considero como un sacrificio, porque lo hago por amor al fútbol.
—¿Te costó adaptarte a esta nueva vida?
—El haber comenzado este tipo de vida también me fue acostumbrando o quitando las ganas de ciertas cosas, como salir a los boliches o tomar alcohol. No sé hace cuánto que ya no tomo. Y eso me generó hábitos más sanos, que no me costaron incorporar, ya que sabía que estaba comprometiéndome conmigo misma, con el club, con el DT, con mis compañeras, y era una responsabilidad que tenía que asumir, más si era titular. Termina siendo más fuerte el esfuerzo y la recompensa.