Por Santiago Peñoñori Gaona
La delegación española bajó del colectivo en el Soccer City de Johannesburgo, Sudáfrica. Se venía la final del mundo. La primera de la Furia Roja. Los dirigidos por Vicente del Bosque ingresaron al estadio en fila de manera obediente, nerviosos. Andrés Iniesta se rebeló, y al llegar a la puerta del vestuario le chistó a Hugo -integrante del cuerpo técnico español-. “Necesito que consigas una remera blanca y que le escribas esto. Yo me voy a calentar”, dijo en un tono casi inaudible.
El Cerebro fue, y sigue siendo, uno de los máximos exponentes de “La Masía”, academia del FC Barcelona, donde estuvo desde 1996. La camiseta blaugrana, además de permitirle ganar títulos, le sirvió como trampolín para representar a su país en todas las selecciones de España, incluida la que brilló en Sudáfrica. La mejor generación de la historia del fútbol español certificó su nombre en julio de 2010. No quedó lugar para detractores. Al título obtenido ese año, había que sumarle la Eurocopa 2008, de la mano de Luis Aragonés.
España comenzó con el pie izquierdo aquel Mundial: derrota 1 a 0 ante Suiza en el debut. Aparecieron cientos de fantasmas, pero las victorias contra Honduras (2 a 0) y contra Chile de Marcelo Bielsa (2 a 1) disiparon las dudas y clasificaron a la Furia como primera de su zona. En octavos de final, Portugal; en cuartos tocó Paraguay de Gerardo “Tata” Martino; en semifinales, Alemania; y en la final la siempre presente Holanda, que al igual que España, nunca había ganado una Copa del Mundo.
La Roja fue, para Iniesta, parte de su identidad y una cuna de entrañables amistades, como la que entabló con Daniel Jarque González, surgido de Espanyol. Ambos fueron número puesto en las convocatorias de las juveniles, donde forjaron un vínculo de años. En 2009, Dani falleció de manera súbita durante una pretemporada con los Periquitos. Fue un golpe para el fútbol español, y una herida profunda para Iniesta, que se guardó un homenaje.
El 11 de julio de 2010 se jugó la final del Mundial. Andrés Iniesta y sus compañeros cumplieron el sueño de cualquier selección que va a la cita máxima: jugar el séptimo partido. El encuentro aquella tarde fue chato, friccionado y olvidable, hasta el tiempo extra. El empate 0 a 0 empujaba a los penales, pero una serie de malos controles pusieron a Cesc Fábregas en el borde del área, que abrió para Iniesta. El número seis de la Roja controló con dificultad, pero le dio de lleno, cruzado, seco, eterno. España fue campeona del mundo con ese gol al minuto 116. ¿Hay algo más que eso? Sí. Los genios te muestran que siempre hay algo más. Iniesta corrió hacia el córner, se sacó la camiseta en plena carrera y dejó ver otra que llevaba debajo. “Dani Jarque, siempre con nosotros”.
Nadie está preparado para despedir a un amigo tan joven. Nadie está preparado para hacer un gol en la final de un mundial. Nadie nunca hizo un mejor homenaje. Dani Jarque siempre va a estar emparentado con ese gol. Aunque no haya estado. O sí.
Se cumplieron 15 años. Qué lindo lo tuyo, Cerebro.