miércoles, enero 15, 2025

Un túnel del tiempo que no te lleva a ningún futuro

Por Leandro Manganelli y Santiago Hidalgo

“Tiro una combinada, son unos pesitos y la de hoy es una fija”, se escucha en el subte, en la calle, en las escuelas. Se masifica en las voces que consumen los casinos virtuales, aquellos que ofrecen hasta la opción de apostar por cantidad de laterales en un partido de fútbol, y los grupos anónimos para jugadores compulsivos surgen como un halo de luz que salvaguarda sus mentes. Y sus billeteras.

“¿Cruzaste todos tus límites con el juego? La salida está en vos. Autoexcluite”.

La frase es de un cartel de la Lotería de la Ciudad. No es de un grupo para recuperarse del juego compulsivo, ni funciona, al menos en esta tarde de un miércoles primaveral de octubre, como campaña de prevención de la ludopatía. El cartel, que tiene un dibujo de un hombre de pelo y barba canosa, agarrándose la cabeza como desbordado, está cerca de una escalera que conduce a la zona de fumadores de la sala de slots del Hipódromo de Palermo. Y sí, se la denomina “sala de slots” porque los casinos como tales están prohibidos en la Ciudad de Buenos Aires, al menos los concesionados a empresas privadas. Así lo dice la Ley 583 / 2000 que habla sobre juegos de apuesta: “Sólo el Poder Ejecutivo tiene iniciativa legislativa para proponer la instalación de nuevas salas de juegos administradas por el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”. De ahí que el Casino de Puerto Madero se mantenga en pie: está montado sobre el agua y, por ende, no responde a la ley porteña.

En el corazón de esta sala de slots del Hipódromo de Palermo se destaca una zona con una luminosidad diferente. Aparece el fútbol. Impactan una especie de cuatro pantallas gigantes formadas por 16 televisores cada una. Es la zona BetWarrior. Claro, el sponsor oficial de la selección argentina de fútbol masculino, las selecciones femenina y masculina de hockey y de la Asociación Argentina de Tenis (AAT). Unos sillones, mesas y sillas rodean una barra de tragos que le da la apariencia de un bar de toda la vida: la diferencia es que está plagado de televisores que muestran con la velocidad de una cascada las “cuotas” de todos los partidos de fútbol habidos y por haber que se vienen. Te sentás, pedís un trago y apostás por un Estonia – Azerbaiyán de la UEFA Nations League mientras mirás el partido, ¿qué puede salir mal?

***

Pasaron unos minutos de las siete de la tarde. Sobre Avenida del Libertador, la caravana habitual de transportes que se mueven todavía en hora pico. En la vereda, el Hipódromo con aires de tranquilidad: los guardias de seguridad toman mate y se ríen. Todavía faltan unos 50 metros para entrar a la sala de juegos, rincón inclaudicable de la historia que germinó con el paso de los años y hoy encuentra en las apuestas virtuales una bocanada de aire para seguir más vigente que nunca. Lo confirma una pantalla led muy grande que encandila con el pedido de que te registres en Betfun, “tu casino online”.

“Llegaron las apuestas deportivas para que puedas vivir la adrenalina todo el día y desde tu casa”, suena en el baño de la sala de slots del Hipódromo. Esta propaganda también es de Betfun: mientras hacés tus necesidades, no olvidés que podrías apostar a lo que quieras desde el baño de tu casa. Y es un patrón que repite las distintas casas de apuestas virtuales. En una de las publicidades televisivas de Betano -el naming sponsor de la Liga Profesional 2024-, el protagonista, mientras hace yoga y tiene los ojos cerrados, abre el izquierdo para pispear las cuotas del sitio de apuestas: en la era de los algoritmos y la hiperconectividad, las caras enajenadas que se ven en el Hipódromo de Palermo un día de semana a la tarde se multiplican de manera incalculable en millones de hogares de todo el mundo.

“Una recomendación de nuestro programa dice: ‘No se acerque al establecimiento de juego’ -explica Fernando y agarra su teléfono celular de manera irónica-. ¿No se acerque al establecimiento de juego?”. Claro, hoy podés jugar desde cualquier rincón imaginable. Fernando es el servidor de relaciones públicas de la comunidad de Jugadores Anónimos, una organización que reúne 57 grupos en todo el país (55 presenciales y dos virtuales), donde personas que quieren dejar el juego compulsivo comparten sus experiencias sin sectorizar ni discriminar por el tipo de apuesta a la que están o estuvieron atados y atadas. Tal como explica el nombre del grupo, los/as jugadores/as son anónimos. Y es por eso que en este texto, Fernando va a seguir siendo sólo Fernando. Él dejó de jugar hace 13 años y medio. “Yo llegué obligado por mi familia -revela-. Después me quedé por decisión propia. Lo primero fue identificar que necesitaba ayuda… que necesito ayuda”. Sí, pasa el verbo a presente porque, como explica, la ludopatía es una enfermedad que no tiene cura. “Son un conjunto de trastornos psiquiátricos. Antes el juego no era pensado como una enfermedad. Al ludópata se lo inculpaba por estafas y mal manejo del dinero, y no se lo reconocía como enfermo; no son estafadores, pero siempre tienen problemas con la plata”, dice María José Abenando, psicóloga y psiquiatra. Y, aunque no tenga cura, tiene un tratamiento que ella llama “dual”: “El paciente necesita un soporte psicológico fuerte y medicación que acompañe en el control de los impulsos para moderar la ansiedad y romper ese circuito mental en el que la persona entra con su enfermedad; es un tratamiento que incluye a sus seres cercanos”.

Las apuestas deportivas no son algo nuevo, desde hace tiempo que las carreras de caballos y el PRODE eran la diversión (y castigo) de muchos, pero ahora la cosa es diferente porque comenzó a involucrar a los mismos protagonistas. El árbitro toca el silbato, mueven del medio y sin que pasen algunos segundos un jugador despeja la pelota fuera de la cancha. Raro, ¿no? Tal vez tenga que ver con que en los sitios de apuestas online se puede apostar hasta en qué termina la primera pelota de un partido. Y esto es algo que sufren, también, las reservas del fútbol argentino, una dimensión poco habitada y no transmitida por televisión. “La reserva es la clave, porque nadie controla y hacen chanchadas, cualquier cosa. Incluso, hablamos entre los dirigentes de algunos clubes que, si siguen los quilombos, vamos a sacar las reservas”, le dijo un dirigente de un club de la C al periodista Roberto Parrottino en Cenital.

– Las reservas son injugables. Hace unos días íbamos perdiendo 2 a 0 y ni veíamos la pelota, nos estaban pegando un baile; faltando 10 minutos para que terminara el partido, el equipo rival empezó a hacer errores infantiles y terminamos ganando 3 a 2 -se indigna un miembro del cuerpo técnico de la reserva de un club de la Primera C.

Es clave cuando dice “hacer” errores, y no habla de tenerlos. Aunque las canchas en donde juegan las reservas del ascenso casi no tienen pasto y los errores pueden ser comunes. De hecho, el mismo hombre, que pide que se guarde su identidad porque este es un tema que lo puede comprometer, dice: “De los jugadores te diría que el 80 % hace apuestas deportivas. Es un tópico de charla común en los entrenamientos”. Andrés Burgo, reconocido escritor y periodista, está comenzando una investigación sobre el problema con el juego en las categorías inferiores del fútbol argentino y asegura que “a este ritmo no estaría muy lejana la posibilidad de eliminar los torneos de reserva”. 

“Iba en contra de mi equipo, veía partidos que no me interesaban solo para ver si sumaba porque tenía jugadores en esos equipos”, dice Fernando sobre el Gran DT y el PRODE, sistemas quizá más primitivos en cuanto a su relación con las apuestas deportivas, pero con el mismo mensaje: demostrá lo que sabés. “Es un asunto de conocimiento. Gana el que sabe y lo demuestra. Hay dinero en juego pero también hay orgullo”, escribió Alejandro Wall en Tiempo Argentino sobre las propagandas al mejor estilo de BetWarrior: demostrá tu sabiduría en los deportes. De hecho, el 21 % de los entrevistados del informe “Apostar no es un juego”, presentado en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, dijo que el resultado de sus apuestas depende de sus conocimientos y no del propio azar. Y si de suerte se trata, en la sala de slots del Hipódromo un hombre que parece de más de 60 años golpea la pantalla de su máquina tragamonedas. Sin caer en exageraciones, parece un ritual satánico. Enajenado es la palabra. Una señora que está a dos máquinas del señor lo mira con una cara de preocupación y niega lentamente con su cabeza. Hay dos personas más que observan la forma de ese hombre de atraer la suerte. Están al lado de la zona BetWarrior, que cerca de las 8 de la noche está cerrada. Pareciera que los mozos y barman se preparan para abrir. En una de las gigantopantallas principales juegan, por la Champions League femenina, el Manchester City y el Barcelona.

Fernando, que pidió ser mencionado sólo con su nombre de pila porque desde Jugadores Anónimos no quieren reconocimientos personales, dice que el anonimato los iguala. Él pasó “la línea invisible de ser un jugador social a ser un jugador compulsivo”. Abenando lo explica: “El gancho es el dinero. Bajo el manto de querer ganar o de no querer perder, los ludópatas se enganchan en situaciones circulares, permanentes, de opresión, de obligación y sometimiento frente a las máquinas, frente a la ruleta, frente a los caballos”. Aunque, después, “el dinero pasa a ser algo secundario”. Y la condición de juego se esfuma. “Después de jugar compulsivamente por diez años, perdí todo tipo de disfrute. Cuando yo estaba en la sala de juego, podía caer una bomba y no me enteraba; mientras no cayera en mi maquinita…”, dice Fernando y a sus palabras las sucede un silencio.

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En las salas de juego no hay ventanas ni relojes. Todo es reconfortable: desde las alfombras en las que caminar es un lujo hasta los asientos de cada máquina. Las cajas para cobrar la ganancia (siempre relativa) están cerca del fondo del salón: para llegar, hay que atravesar un mundo de tentaciones. En la zona para fumadores, los cigarrillos dejan marcas en las mesas que rodean a las ruletas. Y las pantallas táctiles, en las que se elige por negros o colorados, tienen visible el vestigio del uso incesante. Jugadores Anónimos es una comunidad gratuita y confidencial. “No nos interesa el juego -aclara Fernando-, nos interesa el jugador compulsivo que sufre”. En los 57 grupos no hay profesionales: “Nos recuperamos a partir de compartir experiencias, fortaleza y esperanza”. Al final, es un lugar de apoyo y contención que resulta muy necesario, sobre todo con el terremoto que significan las apuestas virtuales. Masificación constante, mientras mirás televisión, husmeás las redes sociales o leés esta nota, el juego espera por atraparte. Aunque en Jugadores Anónimos no manejan estadísticas, hay muchos jóvenes que se acercan a los grupos porque “se están rompiendo con las apuestas virtuales”. No importa el tipo de juego. “El final es el mismo”, cierra Fernando. Es un negocio redondo. Es un túnel del tiempo que no te lleva a ningún futuro. Y como el óxido, se propaga rápido. Así fue como llegó al corazón del deporte argentino, que era de metal.

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