Por Lucas Villanueva
En 1992, Andrés Fassi, actual presidente de Talleres de Córdoba y por entonces preparador físico del Necaxa de México, nunca imaginó el destino que le aguardaba al argentino de 16 años Martín Gramática, quien había llegado al club para probarse como futbolista desde Estados Unidos, donde vivía desde los nueve años. Fassi ni siquiera pensó que ese talentoso diestro cambiaría por completo su camino como deportista. Tras creer que no tenía lo necesario para jugar al fútbol, Gramática terminó en la National Football League (NFL) como pateador y anotó 12 puntos en el Super Bowl 2003 lo que ayudó a los Tampa Bay Buccaneers a coronarse por primera vez en la historia y convertirse en el único argentino en conseguir el anillo de campeón.
Aunque el fútbol americano no era muy conocido en Argentina, Gramática había logrado cumplir uno de sus sueños. No era jugador de Boca, el club de sus amores, pero de todas maneras en su país lo seguían, no para celebrar sus goles, sino sus patadas.
Luego de su cortas pruebas por México, el sanisidrense regresó a Florida, Estados Unidos. Con una beca de la Universidad de Arizona continuó su formación para ser futbolista pero el destino le tenía otros planes. Su precisión llamó la atención del entrenador de LaBelle High School, pero no del fútbol que él se imaginaba, sino del americano.
El giro en su vida lo llevó a la Universidad de Kansas City, y nunca lo hizo solo. Siempre acompañado de su fiel amor xeneize representado con la emblemática camiseta 10 en la espalda, en honor a su ídolo Diego Maradona, llevaba consigo una parte de la historia de su equipo. En 1999 llegó a la NFL, y esta vez, con el número 7 por Guillermo Barros Schelotto, demostró que el fútbol seguía siendo parte de su vida. “Recuerdo irme en plena madrugada del hotel donde estábamos concentrados para poder ver a Boca contra el Real Madrid en mi casa”, contó Gramática en una nota para TyC Sports.
Jugaba de kicker, la posición que más similitudes tiene con el fútbol. Su rol era realizar las patadas para las anotaciones de campo y los puntos extra después de los touchdowns. El hecho de que Gramática desde muy chico ya pateaba una pelota le facilitó a la hora de aprender. Aunque el gesto básico del pateo es similar, tiene diferencias claves en cómo se ejecuta. “Es cuestión de agarrarle la mano. Cambia el tamaño, el material y los efectos, pero con práctica te perfeccionás. A diferencia con el fútbol tradicional, la pelota acá (fútbol americano) se mueve mucho en el aire hasta agarrar la rectitud que querés”, explica Santiago Chinni, pateador de la Selección Argentina de fútbol americano para El Equipo.
En 2003, en el Super Bowl, Gramática no tembló. Aportó 12 puntos: seis extra por cada touchdown y dos goles de campo (cada uno vale tres puntos). A pesar de haber pasado gran parte de su vida en Estados Unidos, tras la euforia de haber ganado el partido más importante de su carrera, Gramática no perdió sus raíces. En medio de las celebraciones, gritó, con un acento argentino muy marcado: “¡Para todos los boludos que no confiaban en nosotros!”.
Durante su carrera de nueve años en la NFL, frustrada por diversas lesiones, logró convertir 155 de 203 intentos de gol de campo, alcanzando una efectividad del 76.4%. “Todos admiramos a Gramática por haber sido el único argentino que alguna vez ganó un Super Bowl. Probablemente, nunca más nadie lo logre, ni como pateador ni, mucho menos, en otra posición”, afirma Christian Delomonte, head coach de Football Americano Entre Ríos.
Aunque siguió un camino inesperado, Gramática dejó una huella imborrable tanto en el fútbol americano como en el corazón de los fanáticos argentinos. Logró lo que muy pocos creían posible: convertirse en un referente del deporte en los Estados Unidos y tener a millones de argentinos expectantes de un deporte extraño, sin perder nunca su pasión por Boca y el fútbol que lo vio crecer.