Por Tomas De Carlo
“Siempre dicen una banda de giladas, las peores cosas de nosotros, y no ven lo bueno. Lo más importante que hacemos es defender a la gente cuando salimos de Casanova”, expresa Juan Núñez, barrabrava de Almirante Brown que lidera la facción de Villa Unión, a las afueras del estadio Fragata Presidente Sarmiento en un clima de fiesta, tambores y pirotecnia antes del clásico con Nueva Chicago.
Un club puede tener una hinchada enorme, pero lo que determina y da una identidad es la de los barrabravas, hinchas organizados que tienen fama por ser violentos y por intimidar a los rivales y que jugaron roles que en muchas ocasiones fueron negativos para el club.
Desde su aparición en las décadas de 1950 y 1960, hay casos en los que las barras bravas controlan sectores de las canchas, imponen sus propias reglas y pueden tener vínculos con figuras políticas y locales. Por eso hay casos en los que se los considera una mafia, ya que la violencia puede ser un camino para cambiar resultados y, normalmente, la ejercen contra los jugadores que a menudo sufren amenazas del grupo que maneja la hinchada, pero no las expresan debido al miedo de declarar algo que enfurezca o moleste a los miembros.
Norberto Palmieri, mediocampista ofensivo de Talleres de Remedios de Escalada que también pasó por Nueva Chicago, Deportivo Morón y Oriente Petrolero de Bolivia, cuenta sobre las acciones que toman los barras para con los jugadores, y si bien asegura que no tuvo ningún encuentro mano a mano que haya sido dirigido de mala manera, en todos los clubes por los que pasó ocurría lo mismo. Además, agrega que cuando los resultados no acompañan, los barras bravas se hacen presentes en los entrenamientos. “Al principio se juntan los cabezas de grupo de los barras y del plantel para hablar sobre lo que está pasando en cuanto al rendimiento del equipo. Si la cosa no mejora, empiezan a venir más miembros de esta y también tenemos que estar todos los jugadores, el cuerpo técnico y hasta el área médica. Ya en estos casos las conversaciones se tornan más agresivas y aparecen las amenazas”, explica Palmieri.
Luego ejemplifica con su experiencia en Chicago, en la que según afirma, en la temporada 2017/18 que se estaban por ir al descenso, la barra se presentaba en casi todos los entrenamientos y les colgaban banderas que decían: “pongan huevos hijos de puta”, “ganen o se vuelven todos caminando”, para después darles una charla amedrentadora. Al final el Torito se salvó en la última fecha y quedó a un punto de los dos descendidos. “Cada partido que perdíamos nos hundía cada vez más y la presión aumentaba muchísimo. Por suerte pudimos ganar y mantener la categoría, por lo que se volvieron a presentar a la práctica pero esta vez en forma de agradecimiento”, recuerda Palmieri pero con un tono comprensivo, ya que piensa que también es un laburo para ellos.
Los barras bravas influyeron en resultados de partidos debido a sus hostigamientos a los jugadores, presionándolos a tal punto de que si no ganaban les proporcionaban golpizas, robaban sus pertenencias y hasta pinchaban las ruedas de sus autos. El partido de Chicago frente a Ferro en el que se salvó del descenso ganando 1-0, a los jugadores los habían presionado muchísimo y sabían lo que podía pasar si perdían ya que hubo antecedentes. Aunque en esta ocasión era de visitante, en 2007 el equipo de Mataderos perdió la categoría como local frente a Tigre y, aparte de matar un hincha del equipo de Victoria, los hinchas les robaron botines, pantaloncitos y camisetas a sus propios jugadores. Los protagonistas terminaban rindiendo mejor por miedo a lo que les pudiese pasar.
Pero en otros casos afectaron al equipo de manera negativa. En junio de 2007, en el marco de una de las finales por el ascenso a la B Nacional desde el certamen de la B Metropolitana, se enfrentaban Almirante Brown y Estudiantes de Buenos Aires. Minuto 13 del partido, el árbitro Diego Abal sancionó un penal a favor del equipo de Isidro Casanova que ni siquiera se pudo ejecutar debido a una agresión de un sector de la barra de Almirante al arquero de Estudiantes, Walter “Cubito” Cáceres. El partido se suspendió y se jugó recién en julio de aquel año, en la cancha de Sarmiento de Junín. Si bien Almirante se llevó la victoria por 1-0 y ascendió, pagó un precio muy caro la próxima temporada en la máxima categoría del ascenso, ya que antes de que comience la competencia, el Comité Ejecutivo de la AFA lo sancionó con la quita de 18 puntos. A pesar de haber hecho una buena campaña, descendió a la B Metropolitana, demostrando que los barras pueden ser negativos para el club.
Lo mismo ocurrió en el partido de Nueva Chicago, cuyos hinchas ingresaron al campo del verdinegro y luego a la tribuna visitante para tirarles piedras y golpearlos, debido a la derrota de la Promoción del 2007 frente a un Tigre que no jugaba en Primera hacía 27 años. Terminó con la muerte de Marcelo Cejas, hincha de Tigre, 14 heridos, 78 detenidos, el descenso de Chicago y la sanción de 18 puntos en la próxima temporada, ya en la B Nacional. El Torito no pudo mantener la categoría y descendió a la B Metropolitana.
En el fútbol argentino, las barras bravas a menudo interrumpen los partidos con cánticos racistas, xenófobos y misóginos, además del lanzamiento de objetos como botellas, comida y hasta proyectiles. Incluso invaden las canchas, creando un ambiente intimidante para jugadores y espectadores. No solo afectan la seguridad en Establecer imagen destacadalos estadios, sino que también dañan la imagen internacional del fútbol argentino y en algunos casos, relegan los méritos deportivos a un segundo plano.
Las medidas de seguridad implementadas por los altos mandos para controlar a los barrabravas son insuficientes y a menudo encuentran resistencia política y social, ya que afectan a gente que no tiene que ver con el problema. Aunque se hicieron leyes para disuadir su actividad, como la prohibición de la venta de entradas fuera de los estadios y el derecho de admisión, la falta de aplicación efectiva y la complicidad de algunas autoridades locales perjudicaron el intento por frenar los incidentes.
Si bien los barras pueden ser muy contraproducentes para el club, no todas sus acciones generan consecuencias negativas. Los barras son los representantes de la hinchada, y son los primeros en defender a cualquier hincha de su club, a excepción de las barras divididas, de la represión policial o de un hostigamiento de la parcialidad visitante en las calles de las afueras de los estadios.
Jesús Núñez, segundo al mando de la facción de Villa Unión de Almirante Brown, comenta que la barra es la que le da color a la hinchada y hace hincapié en la seguridad que le brinda a la gente. El pensamiento popular indica que los barras manejan una serie de negocios, algunos ilegales, como el tráfico de drogas, la venta de entradas y el cobro por estacionar en lugares donde no se debería pagar. Si bien es muy cierto, no significa que el barra viva de las acciones ilegales ni mucho menos, ya que por lo general es un laburo más que mantienen, pero cada miembro tiene su respectivo trabajo fuera del ámbito del futbol.
“Ser barra no me deja plata; todos los días me levanto a las seis de la mañana a laburar como mecánico de autos para que después digan que vivimos de los negocios ilegales, todas ‘boludeces’”, manifiesta Ariel Leguizamón, también barra de Almirante Brown, quien además agregó que todos los barras que él conoce tienen su propio empleo fuera del club, como carniceros, barrenderos y playeros.
Un punto a favor de los barras bravas es lo que generan en los rivales, ya que jugar de visitante es pesado en canchas como la de Chicago, más aún desde que prohibieron a los visitantes el 11 de junio de 2013, por el crimen de Javier Gerez. Palmieri cuenta que jugar contra el Torito en Mataderos es complicadísimo, ya que sentía los gritos de los hinchas como si los tuviera pegados en su espalda. Muchos problemas que sí complican y ensucian a la barra ocurren cuando están divididas, es decir, cuando tienen sus diferencias. “Esto pasa porque en todas las barras hay facciones según el barrio en donde se encuentren, y muchas veces se pelean con tan solo cruzarse por temas económicos, por respeto y por un lugar para guardar armas. Por suerte el año pasado pudimos unir todas las facciones del club con el fin de llegar con Almirante a Primera”, explicó Nuñez, el líder de la facción de Villa Unión.
Juan Nuñez además agrega una explicación que tal vez podría cambiar un poco el pensamiento sobre los barrabravas: “Hemos tenido miles de cruces con la policía, y no es por hacerme el inocente, pero muchas veces pareciera que ellos nos buscan a nosotros para que reaccionemos, con el objetivo de sancionar al club. Es penoso, fíjate lo que pasó antes de llegar a Mendoza para el partido contra Boca. Nos tuvieron parados por horas y no nos querían dejar llegar. Muchas veces nosotros no haríamos ningún quilombo si no fuera porque nos buscan ellos”. No es raro pensar que la policía cumple un rol negativo para el fútbol argentino, y que los barras son culpados para cubrir sus errores. Todos los 31 de diciembre, en Villa Palito, partido de La Matanza, se juega un partido entre Almirante Brown y Nueva Chicago, en el que los jugadores son gente del barrio. Llevan hinchada y una gran parte de la barra de ambos, además de instrumentos, banderas y todo lo que se lleva a la cancha en un partido profesional.
Las reglas (códigos) son simples: se pueden cantar canciones en contra del rival y gritar los goles, pero está prohibido que hayan golpes o cualquier tipo de ataques al contrario. No hay policías y no suele ocurrir ningún caso de violencia, por lo tanto, si dos de las hinchadas más “picantes” de la Argentina pueden jugar un partido sin que ocurra un desastre, ¿son siempre culpables los barras o la policía podría tener algún rol contraproducente para el fútbol argentino?