Por Juan Tobías Graib
Fermín Wingerter está ‘a las chapas’. Tuvo que adelantar su vuelo a Bogotá para el domingo. El viernes había llegado a la casa de sus amigos en Minneapolis después de manejar dos horas y media en ruta desde Marshall. Poder compartir un día con gente conocida, en tiempos turbulentos como una época de exámenes finales y de la preparación para el Sudamericano con la Selección Argentina, representó una parada técnica. Hasta Colombia tiene un viaje de diez horas con escala en el Aeropuerto Internacional de Toronto Pearson.
Pasó el check-in y se compró un sándwich de pollo, lechuga y tomate. En una circunstancia normal, se hubiera hecho una milanesa u otro plato argentino -cualquier cosa fuera de la gastronomía yankee-. “Me gusta cocinar, lo hago para extrañar un poco menos”, soltó entre mastiques, mientras asomaba la cabeza para no manchar su remera Jordan negra. De haber pasado el domingo en su Paraná natal, estaría comiendo un asado con su familia bajo un cielo despejado. Ni los 13 grados en la ciudad canadiense ni la semana lluviosa pronosticada para Bogotá le quitan ese deseo: el de tomarse un respiro. Este almuerzo, por más ocasional que fuera, cumplió esa función.
En el país cafetero lo espera un equipo concentrado espontáneamente. Muchos jugadores dejaron sus clubes en plena temporada para intentar conseguir una plaza en el Campeonato Panamericano 2025. De los que están sueltos en el extranjero, como Alberto Esteche en Italia o Maximiliano Ruggeri en España, Fermín es el único en jugar en Estados Unidos. El primero en ir a la Liga Estadounidense- la NWBA Intercollegiate- con una beca. Con 24 años, juega de alero en los Mustangs de la SMSU (Southwest Minnesota State University) y carga el número 5 en la espalda.
Lleva un año viviendo en la nación madre del básquetbol. Empezó la carrera de finanzas en el mismo lugar que continuó su periplo deportivo. A medida que manducaba la primera mitad de su sándwich, explicó que se levanta a las 5.45-5.50 de la mañana “para entrenar de seis y media a 8.45. De ahí voy a las clases, por lo general hasta las doce del mediodía”. Los lunes, miércoles y viernes va al gimnasio hasta las cuatro, seguida por alguna que otra clase más. “Y después a la tardecita, a las 6 o 7 de la tarde, me voy a tirar casi todos los días. El equipo te requiere 600 conversiones por semana y yo generalmente hago muchas más: entre 900 y 1000 intento hacer. Después me acuesto a dormir temprano porque al otro día arrancó tempranísimo”, concluyó.
Los lunes y los viernes trabaja desde las 12 a las 3.30 de la tarde como embajador estudiantil en la parte de admisiones, dándole tours a la gente que va a visitar la universidad. Los fines de semana, cuando el tiempo dispone, trabajaba también en la parte de athletics: “Es para los eventos deportivos, en los partidos de vóley, básquetbol convencional, béisbol, fútbol americano. En todos se requiere gente en la parte de los tickets, de las promociones, de la música, del scoreboard, del videoboard, de la estadística y demás”, explicó tras meter dos mordiscos en cinco segundos, como si terminar rápido su almuerzo fuera a acelerar el tiempo hasta el vuelo.
El viaje rompió su monotonía, de la que construyó un yin yang que une al deporte con el estudio. No viajó al campeonato Panamericano pasado, donde la albiceleste perdió la chance de ir a los Juegos Paralímpicos de París 2024, tras perder el partido por el tercer puesto con Canadá. Un año más tarde, Fermín confesó que su no-participación le dolió mucho porque venía entrenando bien.
Los llamados de Mauro Varela, entrenador del conjunto nacional y viejo conocido suyo, le llegaban frecuentemente desde esa primera vez en el Parapanamericano de Lima 2019, cuando integró la Preselección.
Pero el teléfono volvió a sonar. Con los Mustangs, Fermín promedió 15.3 puntos por partido y fue incluido en el segundo equipo All American de la NWBA en su primera temporada.
Del otro lado de la línea, Varela le hizo saber la importancia de esa estadística. “Por eso lo llevo al Sudamericano”, contó el entrenador, en un CeNARD atacado por chubascos. “Él siempre tuvo el lanzamiento, pero ahora le incorpora una serie de posiciones en la cancha con una tasa de eficacia bastante buena, lo cual hizo que me pudiera decidir. Nos da a nosotros otra herramienta más para poder usar en la estrategia de la táctica colectiva”. Habían terminado los trabajos de tecnificación con los argentinos concentrados en tierra propia. Su encuentro con Fermín, después de tanto tiempo, se va a dar en Bogotá.
No se conocieron con la medalla de oro sudamericana de 2021, ni con la plata de la Copa América de 2022. Tampoco en la Selección Argentina. En diciembre de 2018, Varela abrió las puertas del club CILSA Santa Fe a Eduardo y María. Con ellos venía su hijo pelilargo de diecinueve años. Ese chico, impulsado sobre una silla de ruedas plegable desde hacía tres meses, estaba decidido a jugar al básquet.
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La pelvis quebrada en dos partes. La primera y la segunda costilla, la escápula y la médula. Fermín llevaba medio año en Nueva Zelanda, pero entendió perfectamente el inglés del médico: ‘No sé quien te acompaña, pero no vas a volver a caminar nunca más’.
Tres días antes, el 22 de septiembre de 2018, el acoplado de una camioneta le pasó por encima. Había terminado de ordeñar un lote de vacas, como indicaba su jornada laboral. Se paró en el enganche del vehículo y sus botas de lluvia le fallaron, dejándolo de cara contra el lodo. El eje lo dobló hasta el punto de no poder gritar. El helicóptero que lo sacó, el quirófano, la compañía de su amigo Mateo, su familia enterándose por teléfono: todo se le proyectó como un sueño lúcido.
Pero fue real. Ese Fermín, que una semana antes había recibido la visita de sus padres, que le dieron todo desde que nació el 5 de agosto de 1999, pasó noventa noches en una clínica especializada en lesiones de médula espinal, haciendo terapia psicológica y motriz. Ese Fermín, el fanático de River por su viejo y de las vacaciones con amigos, hizo de un viaje de estudios un renacer.
Ese Fermín, que jugó al fútbol en Belgrano de Paraná y que practicó muay thai y surf, reeducó su cuerpo pero no se olvidó del deporte. Después de probar tenis y rugby adaptado, le agarró el gusto a la pelota naranja. Ya le había dado una probada en una clase de educación física, cuando iba al Colegio Don Bosco. La segunda vez no la soltó.
De nuevo en Paraná y con 2019 al caer, Fermín supo exactamente dónde ir. CILSA Santa Fe era el club de básquet en silla de ruedas más cercano a él, a 40 kilómetros en ruta. Lucas Barolín fue el primero en entrenarlo, en la categoría de iniciación y en la segunda más adelante, y contó que sorprendió a muchos: “Los jugadores hacen un año o dos de duelo después de accidentarse, y recién ahí empiezan a acercarse al deporte. Cuando él llegó, nos contó de su accidente tres meses atrás y que se había informado y averiguado para jugar. Al resto les cuentan de esto y por eso vienen, pero él vino bien específico y puntualizado a buscarnos. Es una característica que no me había pasado con otros chicos”.
Cuando se quiso dar cuenta, Fermín llevaba el básquet como bandera. Consiguió un auto, lo que agudizó su autonomía. Ni la pandemia lo exentó de practicarlo: fuera en burbujas de a dos jugadores o por videollamada, se esforzó para llegar al primer equipo en 2021. Según la estrategia, coqueteó con las posiciones de escolta y de base, hasta dar con la del alero.
Apareció su lugar, apareció el deportista. “Hay puntos que demoran un mes de entrenamiento pero que con él hubieron cosas que demoraron dos semanas, y al toque quiso aprender más”, contó Barolín, para después disculparse por el sonido de fondo- su vecino estaba podando el pasto. “A veces iba a otras concentraciones o a torneos, miraba algo que hizo un pibe y probando le empezaban a salir, para después pasar a otra cosa, y a otra… Y uno como entrenador tiene que estar a la altura de responder a la necesidad del jugador”.
Bajo su faceta escurridiza, prima una autocrítica que lo lleva a dar lo máximo. El histrionismo que invade todas sus oraciones, alivianado por su acento entrerriano, deja al descubierto su deseo de eliminar el error, no sin intentarlo una vez más. Tanto Barolín como Emmanuel Leguizamón, amigo de Fermin y entrenador del rugby adaptado en CILSA, coincidieron al dar a conocer esa característica.
“Fermín es muy efusivo”, contó Leguizamón, después de dejar el mate en la mesa. “Todo el tiempo está dialogando con sus compañeros. Siempre dando órdenes o buscando informar de qué hace o qué no hace. O qué es lo que le sucede a él dentro de la cancha. Eso genera que, si yo estoy atacando con la pelota y Fermín ya me empieza a hablar, puedo generar una acción sin tener la necesidad de mirarlo”.
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Faltan cinco minutos para que entre a su vuelo. Fermín hizo saber su deseo de saltar a las ligas europeas en el futuro, con las prioridades claras: “Me contactó el Briantea. Adolfo Berdún está ahí, entonces hay algunas conexiones. Ese es un buen club como para ir y, si no, a cualquiera que sea competitivo. Me hablaron de un equipo ahora que quiere ascender, pero igual tengo dos años más en Estados Unidos. La idea es ir metiendo algo de la profesión también mientras me dedico a lo deportivo. Pero no al revés, digamos. Podría ser solo básquet o básquet y profesión, pero no solo profesión. Por lo menos por ahora que soy joven y tengo mi carrera en pleno desarrollo”.
Cuando sus ojos oscuros se pierden en los aviones que dejan la pista, deja ver sus ansias de estar dentro del suyo. Quizás no piensa en qué va a hacer cuando, por fin, aterrice en Bogotá: van a haber poco más de veinticuatro horas entre su llegada y el debut ante Chile, el martes 29 de octubre. Si ese recordatorio lo estresó, lo suprimió con una respiración profunda- mínima, al lado de la meditación que ejerce en situaciones más cotidianas. Además, la situación le era familiar.
En diciembre de 2023, Fermín daba sus primeros pasos en los Mustangs y el CILSA había clasificado al Final Four de la Liga Nacional. Él contaba los días para pasar las fiestas con su familia y el equipo celeste llevaba dieciocho años sin consagrarse.
“A veces quedábamos segundos, a veces terceros, cuartos. Estábamos ahí pero no podíamos concretarlo”, empezó a narrar Emmanuel Leguizamón, plegándose en su silla. “Cuando pusieron la fecha, Fermín tenía pasajes para dos o tres días después de ese fin de semana. Automáticamente, le habló a un entrenador y le dijo: ‘ché, quiero estar y jugar ese torneo’. Le explicó que no podía hacer nada y empezó a averiguar cómo cambiar el pasaje. Nosotros comenzábamos a competir el sábado 16 y él llegaba justo, pero cuando arrancaba el partido. Logró conseguir para el viernes, pero el torneo era en Córdoba y el vuelo iba a Buenos Aires. Entonces encontró uno que vaya directo y llegó a la noche. Los padres lo fueron a buscar y, al otro día, comenzó a jugar”.
Perdieron 60-56 contra el SICA de Córdoba, pero se repusieron contra CILSA Buenos Aires (59-36) y APRI de Uruguay (54-46). Dependiendo de un resultado ajeno, el equipo santafesino gritó campeón. Fermín promedio 20 puntos por partido y fue la figura.