Por Lourdes Fernández
“Un perro mueve la cola con su corazón”, escribió el poeta estadounidense Martin Buxbaum. De ser así, el perrito negro que vivió en Villa Crespo en los años ’30 debió haber tenido un corazón muy bohemio, porque cada vez que Atlanta anotaba un gol, parecía que el rabo se le saldría de lugar.
En 1929, en la calle Humboldt, había dos canchas de fútbol enfrentadas en diagonal: la de Atlanta y la de Chacarita, que ya para ese momento eran el clásico rival del otro. Sobre Fitz Roy y Muñecas, a casi dos cuadras del Cajoncito, vivía Francisco Belón, socio número 84 del Bohemio que pintaba el tanque de agua de azul y amarillo sin importarle que la mayoría de sus vecinos eran Funebreros.
Camilo Di Bella era el canchero de Chacarita, y a finales de ese año encontró a un perrito con aires de salchicha en las inmediaciones del club. Como no podía quedárselo, se lo regaló a Francisco, a quien conocía del barrio.
Este lo nombró Napoleón, y al igual que su tocayo Bonaparte, el perrito fue un conquistador; no de territorios mediante estrategias militares, pero sí de futboleros y con una pelota en las patas, porque lo primero que hizo Belón fue entrenarlo, y para jugar al fútbol, Napoleón distaba de ser un perro. Acompañaba a su dueño a todos los partidos y aprovechaba la entrada en calor y el entretiempo para lucirse en la cancha. “Se sabe que hacía jueguitos, le tiraban la pelota y la cabeceaba”, confirmó Edgardo Imas, historiador de Atlanta que contribuyó a reconstruir parte de la historia del club. Ignacio Belón, nieto de Francisco, relató: “Mi papá (Osvaldo Belón) no llegó a conocerlo, pero mi abuelo le contaba que, en los partidos, Napoleón salía del vestuario con los jugadores y en la previa lo hacían atajar. También decía que, aunque según el mito los perros ven en blanco y negro, él distinguía los colores de la camiseta, era un espectáculo”.
Francisco decía que Napoleón sería famoso. Entraba a la cancha con los jugadores, con quienes tenía una gran relación; uno de ellos, el santafesino Lorenzo Tornaroli, le daba pastafrola. Durante los partidos, corría tras el alambrado siguiendo el desarrollo del juego y ladrándole a los rivales. Cuando ganaba Atlanta, se iba a su casa moviendo la cola; y cuando perdía, caminaba con el rabo entre las patas. Acompañaba al equipo incluso a los enfrentamientos como visitante. “En ese entonces no se permitían perros en el tren, y mi papá me contaba que, cuando pasaba el guardia, le decían ‘Napoleón, escondete abajo del asiento’, y él lo hacía”, narró Beatriz Belón, hija de Francisco, para TyC Sports.
La simpatía de los hinchas le dio paso a la adoración el 22 de noviembre de 1936. El Bohemio enfrentaría a Talleres en Remedios de Escalada, y Napoleón estaba, como siempre, esperando en el túnel para ingresar con el plantel visitante. Los recibimientos a los equipos en el fútbol argentino siempre fueron característicos por su intensidad, incluso en los años ’30, y una bomba de estruendo asustó al perro, que huyó a esconderse. El partido inició sin la presencia de la mascota, y Atlanta se llevó a los vestuarios una derrota por 5 a 1. En el entretiempo, a Napoleón, que había estado acurrucado debajo de una de las tribunas, se le pasó el miedo y volvió a alentar con su fiereza habitual. Atlanta empató el partido tras anotar cuatro goles en el segundo tiempo, el último, agónico al minuto 86. El paticorto bohemio era la cábala heroica de la jornada.
“A partir de 1936, Napoleón se hizo famoso y durante ese año y el siguiente, los medios acostumbraban a sacar menciones sobre él y su presencia”, aseguró Imas, quien basó parte de su investigación en esos archivos. “Empujándola con la cabeza, entre el cogote y la espalda, a toda velocidad entre las piernas de quienes intentaban quitársela, el perrito atajaba y gambeteaba y era saludado por una ovación del público”, escribió Félix Frascara en una edición de El Gráfico de 1937 sobre el entretiempo de un Atlanta-River que terminó 4 a 1 a favor del Millonario. Ese partido lo jugaron Carlos Peucelle, Bernabé Ferreyra, Adolfo Pedernera y José Manuel Moreno, pero el periodismo no analizó la goleada, ni el fútbol de estos cuatro. Apareció en la tapa de la revista Alumni y en caricaturas: “Hubo ayer un hincha fuera de orden común: el ‘hincha-can’ que resultó un perrito negro que se pasó corriendo detrás del alambrado al vaivén de la pelota”.
El torneo de 1938 comenzó un domingo para Atlanta, que empató 2 a 2 ante Platense en Villa Crespo. Ese partido fue el último que vio Napoleón.
Atlanta debía jugar ante Estudiantes en La Plata, y Francisco estaba en la puerta de su casa ultimando los detalles del viaje con sus amigos. Un ladrido emitido desde la vereda de enfrente llamó la atención de Napoleón, que corrió a investigar, pero nunca llegó a destino; lo embistió un Buick negro en medio de la calle.
Salieron obituarios en casi todos los medios. “Napoleón, el perrito hincha de Atlanta, ha muerto trágicamente”, tituló el diario Crítica, y siguió: “Ya ha desaparecido de los fields. Un automóvil traicionero, en el trajinado tráfico de la capital, lo dejó destripado en una calle cualquiera”.
La necrológica del periodista Borocotó para la revista El Gráfico insinuó que el perro que le ladró “quizás fuera de Chacarita Juniors, y Napoleón sintió vibrar su alma de hincha bohemio, picó en busca de explicaciones y cayó para siempre bajo las ruedas de un automóvil”. Y agregó: “¡Napoleón! Seguía gritando su dueño. Ya no jugará más. Atlanta saldrá solo, sin su perrito gambeteador que tenía alma de futboler rayada de azul y amarillo. Tornaroli no comprará más pastafrola para darle al pichicho. No se escuchará del otro lado del alambre el ladrar que la hinchaba de afuera”.
El club le pidió los restos a Francisco para hacerse cargo de los costos de embalsamarlo y el cusquito quedó inmortalizado como una estatua. El objetivo fue que siempre quede registro de su leyenda y nunca se ponga en duda la veracidad de su existencia. Pero tampoco es loco pensar que lo embalsamaron para nunca condenarlo a rodearse de funebreros.
Estuvo en la cancha en 1940, cuando Atlanta le ganó a Independiente y se salvó del descenso en la última fecha; en 1960, cuando se inauguró el nuevo estadio; en 2004, por el centenario bohemio; y en varias ocasiones especiales para el club. Hoy, vive con Ignacio e Inés, nieto y nuera de Francisco. Cuando Inés se casó con Osvaldo Belón, y su marido heredó a Napoleón, el perro pasó a adornar el living de su hogar. “No me acostumbré tan rápido, es un poco intimidante tener un perro embalsamado, pero ahora ya está, pasaron muchos años”, narró. Hoy, el pichicho “duerme” con ella en su habitación, cubierto con un nylon para protección.
Aunque pasaron más de 80 años de su muerte, el perrito bohemio sigue haciendo de las suyas. “Lo llevé al clásico de agosto en 2022, en el León Kolbowski. Atlanta estaba jugando mal y perdía 1 a 0, entonces me puse con Napoleón atrás del arco y nos hicieron un penal. Empatamos 1 a 1 en el minuto 82 cuando estábamos más para perderlo. Si hubiéramos ganado, habría salido por todos lados”, contó Ignacio.
El año pasado lo transcurrió expuesto en el Museo Histórico Nacional, de donde volvió “más brilloso y con las orejitas arregladas”, según el nieto de Francisco, que es quien se encarga de sacarlo para que respire, de peinarlo, lustrarle la tabla y asegurar que el legado continúe, en principio, mediante su hija de cuatro años, Victoria, que, si bien aun no comprende del todo lo que es Napoleón, entiende que a él aplica una frase que su papá heredó de generaciones pasadas y le repite a ella: “Es Belón, como vos y como yo, y es de Atlanta”.