Por Tomás Schenkman
Materializado en una esquina de un viejo taller mecánico en el barrio de Versalles, yace un triple mural de Diego Armando Maradona, inaugurado en diciembre de 2020, días después de su fallecimiento. Lascano y Gallardo son las calles que atestiguan cada día el arte de Pablo Ruarte, el autor de la obra.
Es pintor y muralista desde hace diez años, pero empezó a dedicarse más de lleno en aquel año de pandemia, pintaba “lo que sea” porque quería trabajar. Antes, su principal ingreso lo lograba siendo docente de educación plástica y arte. Comenzó a promocionar sus trabajos por las redes sociales y, en una de sus publicaciones en Marketplace de Facebook, recibió un mensaje de un hincha de Boca que “quería representar en el portón de su taller al ‘Diego’ en diferentes momentos de su vida”. En ese ida y vuelta casi instantáneo, el dueño del lugar le envió las imágenes que quería retratar y las del espacio disponible para hacerlo.
En cuestión de días, Ruarte se presentó en aquella esquina para decorar el portón —situado entre dos paredes vacías— con una imagen de Maradona en la previa del partido frente a Alemania Federal en la final del Mundial de México 1986, cuando la Selección Argentina estaba por entonar las estrofas del himno nacional. Una vez allí, el dueño le especificó los otros dos pedidos: una imagen del “Diego” cuando jugaba en Boca y se había teñido el famoso mechón amarillo en el pelo, y otra cuando estaba en el palco de la Bombonera con la musculosa de Boca mientras se fumaba un habano. Una a cada lado del portón.
Cuando ya estaba terminado el mural del medio y se puso a diagramar los bocetos de los del costado, un hincha de Vélez se le acercó y lo increpó porque estaba colocando dos imágenes con la camiseta de Boca en la zona del “Fortín” —a siete cuadras del estadio José Amalfitani—. En ese momento, otro vecino se involucró en la discusión para apaciguar el enojo de aquel hombre y lograr que Pablo pudiera seguir trabajando. Ante esto, las consecuencias fueron determinantes: entre el dueño del lugar y el muralista se decidió tapar esa imagen y reemplazarla por una de Maradona en el Napoli. En cuanto a la otra, acordaron sacarle los colores de Boca a la musculosa y pintarla de color negro, sólo dejándole el escudo del club.
Sin embargo, a los días el escudo tuvo que ser suprimido porque hinchas de Vélez lo habían vandalizado para que no se viera, y lo mismo sucedió con el del Napoli. Para Ruarte fue un aprendizaje que le permitió “ser más precavido y selectivo a la hora de aceptar pedidos relacionados al fútbol”. Pero no sólo se llevó aquella enseñanza: el dueño del lugar le quedó debiendo una mínima parte del dinero que tenía que pagarle para solventar los gastos de los materiales y de la mano de obra, motivo por el que Pablo nunca más volvió a pasar por ahí ni a hablar con él. A pesar de este suceso, reconoció que afortunadamente son más los clientes que valoran su trabajo.
Finalmente, tras dos días y medio de trabajo y varios retoques inesperados, la obra se completó en sus tres frentes: en el medio —la más grande y representativa—, Maradona con la camiseta de Argentina previo a su logro futbolístico más importante; al costado derecho, con la camiseta del conjunto napolitano de la vez que ganaron el Scudetto en 1987, primer título del “Calcio” en la historia del club; y del lado izquierdo, con la musculosa negra lisa y el tatuaje del Che Guevara en su brazo derecho, mientras sostenía un habano en el palco de la Bombonera, el estadio donde más disfrutó jugar.
Cada una refleja tres momentos distintos en la vida del “diez” —y uno con un guiño hacia Boca—, tal como había pretendido el dueño de aquel taller que hoy es un depósito de bebidas. Sin embargo, las tres tienen algo en común: la mirada del “Diego” al horizonte, esa que supo brillar tanto en su plenitud y que, aunque días atrás se había apagado, ahora quedaría inmortalizada en la retina de quienes se detengan a disfrutar de ese mural.