Por Joaquín Arias
El conjunto de Munro atraviesa su momento más brillante. Pelea constantemente en la Primera B Metropolitana y su sueño de ascender está cada vez más latente. Una bitácora de las semanas previas a un posible campeonato, con la historia e intimidad del club narrada por distintos protagonistas.
Jueves 17 de octubre.
El aire entraba de a ráfagas por las puertas del tren, que estuvieron abiertas todo el recorrido. La locomotora EMD G22CU fue frenando de a poco hasta detenerse por completo. Algunos se animaron a salir antes, arriesgándose a que la inercia los tirara contra el piso. El resto bajó tranquilamente y enfiló hacia los molinetes de la Estación Munro. La mayoría se dirigió al sector comercial, mientras que otros a la zona residencial, separadas por la vías. El recorrido hasta el club era silencioso. El “Bajo” casi no tenía negocios, ni autos, ni ruidos; solo casas bajas y una abundante flora producto de la primavera. Tras unas cuadras de caminata se vislumbró el objetivo. En la esquina había una puerta que decía “Buffet” y más arriba, con letras rojas mucho más llamativas, Club Atlético Colegiales.
Era cerca del mediodía y las mesitas del lugar se empezaron a ocupar por trabajadores de la institución y algún que otro vecino, que entraba y saludaba animadamente. Dos días antes el Tricolor había vencido a Comunicaciones de visitante. Ese 2-1 era sumamente clave para mantener la distancia en el primer puesto de la tabla. El partido y las especulaciones eran el centro de todas las conversaciones.
En una de las mesas esperaba Roberto Banchs, psicólogo, historiador, y por sobre todas las cosas fanático tricolor. Plasmó su trabajo de investigación de más de diez años en su libro “Club Atlético Colegiales: Por la historia”, un detallado material de más de 500 páginas.
“Es gracioso que el club esté cobrando notoriedad por el nombre de la cancha”, admitió. Es que el estadio lleva el nombre de Libertarios Unidos, algo que genera duda entre los curiosos debido al reciente auge de ese movimiento en Argentina. Sin embargo, la palabra representa dos corrientes ideológicas completamente distintas. “La bandera de la serpiente no va por acá”, bromeó el autor. Ya en un tono más serio explicó: “Colegiales empezó siendo Libertarios Unidos, teóricamente porque se fundó en la calle Libertad. Igualmente, lo que se cree es que esto fue una coartada para ocultar su origen anarquista, porque en ese momento estaba prohibido”.
Sobre la popular de la calle Natalio Querido se exhiben pintados todos los escudos que utilizó el club en su historia. El primero muestra un banderín rojo y negro, símbolo del movimiento. Pocos años después pasó a llamarse Sportivo Norte. “Otra vez tenemos dos opciones diferentes. La primera es que fue por una decisión interna, y la segunda es porque intervino Ramón Falcón y pidió que lo modificaran”, expuso Banchs. El Jefe de la Policía era conocido por su represión a las manifestaciones obreras.
“En el 23 se inaugura la cancha de Giribone y Palpa. Sportivo Norte llegó a Colegiales y se puso ese nombre”, contó el historiador, que agregó: “Fueron los años de esplendor, jugando en primera y creciendo en popularidad. Se empezó a forjar una identificación con el barrio que después se rompió”. Y es que los dueños del terreno vendieron la cancha y Cole se transformó en un club sin lugar propio. Pasó por Villa Ortuzar, Villa Martelli y finalmente encontró su hogar en el sitio menos pensado.
“Esta zona de Munro era literalmente un pantano, donde antes había estado la “Laguna Los Patos”, pero era el lote más barato posible. Costó mucho rellenar la tierra”, detalló Banchs. Dos años de obras después, en 1948, se inauguró la cancha actual, donde el tricolor forjó su historia contemporánea.
“Colegiales es reponerse a todo: fue un club nómade y luego inestable. Si uno mira todos los escudos que están en la tribuna parece que se cambiaban cada un par de años, pero es parte de nuestra identidad. Acá seguimos”, resaltó el escritor, y se sinceró: “Lo que más me duele es que se haya perdido el arraigo con Colegiales, con el barrio, aunque por suerte en Munro cada vez florece más el amor por este club”.
Ya había pasado la hora del almuerzo. Banchs se levantó de la silla y saludó a los que quedaban en el bar, siempre con un dejo de optimismo por el presente. Abrió la puerta y salió. Las paredes del estadio y los alrededores del barrio exhibían múltiples murales, ya sea de personalidades destacadas o de propios hinchas. En todos estaban los colores azul, amarillo y rojo. Allí se plasmaban las raíces del Tricolor, lejos de su origen pero con su pasión intacta.
Martes 22 de octubre.
La locomotora roja cruzó la barrera de Carlos Villate y se detuvo en el andén de Munro. Su color es único entre los ferrocarriles del Área Metropolitana de Buenos Aires, ya que la concesión de la línea no es del Estado Nacional, sino de una empresa: Ferrovías. “Privatizar es lo peor que le puede pasar a una institución. Puede venir gente que no sabe ni dónde queda la cancha y manejarte a su antojo”, sentenció Tomás Costa.
Con solo 31 años, ya lleva seis siendo Presidente de Colegiales. Estaba sentado en la silla de su oficina en la sede del club, ubicada debajo de la platea del estadio. Su estilo no aparentaba ser el de una figura de autoridad. Tenía un físico de jugador profesional y vestía con una chomba tricolor, una gorra con el escudo. Su euforia y la del puñado de dirigentes y trabajadores que se encontraban en el edificio era notable. Una sufrida victoria en casa ante Liniers los dejaba un paso más cerca del objetivo. Costa ratificó esa emoción: “Yo creo que ni el más optimista de nosotros imaginaba esto cuando agarramos en el 2018”.
El mandamás resaltó que en aquellos momentos se hallaban en una situación dramática: “El club estaba destruído. Sin medidor de gas, de agua, debiendo cuatro meses de sueldos, con más de veinte juicios laborales encima… y ahora tenemos tribunas, cabinas e iluminación que son un modelo para la categoría”. Dentro de su despacho, en la pared, cuelgan fotos de los equipos recientes, recuerdos “muy alegres y un poco amargos” según él.
Es que Colegiales está teniendo su momento de esplendor, con una habilidad clave: la consistencia. Lideró tres de las últimas cuatro tablas generales, y en 2021 llegó a una final para ascender a la Primera Nacional después de más de 60 años. Fue ante Flandria, donde estuvo ascendiendo hasta el minuto 97 de la vuelta, cuando recibió un agónico tanto que lo mandó a la tanda de penales y finalmente quedó con las manos vacías. Apenas semanas después, otra vez los tiros desde los doce pasos le hicieron perder una definición ante Sacachispas. Al año siguiente tuvo otra excelente campaña y terminó cayendo en el Reducido ante Acassuso, equipo al que le sacaba 21 puntos en la anual.
Pese a las decepciones, Costa cree que Cole es el equipo al que más se respeta en la categoría: “Cuando empieza el torneo y sale el fixture todos ven primero a su clásico y después a nosotros. Somos un hueso muy duro de roer”. El “líder” de esta revolución aseguró que “no solo nos estamos preparando para un ascenso, sino que queremos que este sea sostenible y duradero. Tenemos un plantel joven, una estructura sólida y cada vez se acercan mejores sponsors. El momento va a llegar”.
El Presidente salió de la sede y se dirigió por la calle Posadas hacia el buffet. Caminó por el asfalto, sin siquiera tener la necesidad de observar si venían autos. La calma del barrio seguía siendo total, al menos para afuera, ya que puertas adentro el motor de la expectativa se encendía a toda marcha.
Jueves 24 de octubre.
El tren avanzó a toda velocidad y llegó a Munro. No obstante, en esta ocasión el viaje debía continuar unas cuantas paradas más. El paisaje que se podía ver desde las ventanillas variaba entre el campo y lo urbano, aunque siempre caracterizado por mostrar muchos de los sectores más precarios de la zona norte del Gran Buenos Aires. Luego de pasar por localidades como Boulogne, Los Polvorines o Grand Bourg, la formación se detuvo en la decimoctava estación del recorrido: Tortuguitas.
Allí la configuración era similar a la del territorio tricolor. Un centro comercial por un lado, casas por el otro, y un camino similar entre las vías y el destino final. Esta vez durante el trayecto se iba abandonando cada vez más a la urbe para dar paso a grandes terrenos verdes. Finalmente detrás de un alambrado sobre la calle José Hernández se vislumbraban algunas camisetas azules, rojas y amarillas. Eran los jugadores del club, que disputaban un partido entre ellos en una de las canchas de 11 que hay. El predio pertenece a Argentinos Juniors, y desde hace años se lo ceden a la primera de Cole para que entrene allí.
“La verdad es que es una maravilla este lugar, es de primer nivel y estamos muy contentos de poder laburar acá”, comentó Leonardo Fernández, director técnico de Colegiales. Leo llegó a la institución en junio del 2023. Su carrera como entrenador la empezó en el cuadro de sus amores, Rosario Central, donde arrancó como interino y luego de un excelente comienzo estuvo algunos meses. Tuvo que renunciar por malos resultados, pero se quedó con el consuelo de armar el equipo que lograría la Copa Argentina del 2018, de la mano de Edgardo Bauza. Después bajó dos escalones hasta el Federal A, en equipos como Sportivo Las Parejas y Sarmiento de Resistencia. “Me quedé muy cerca de ascender con los dos equipos, fue duro. Tengo muchas ganas de dirigir en el Nacional y espero lograrlo acá”, confesó.
Fue el encargado de revivir a un conjunto que vagaba por las últimas posiciones de la tabla, con un notable 65% de efectividad. El gordo, como lo llaman cariñosamente todos, dice que “lo que más me gustó del club es el trato que me dieron desde el primer momento”, ya que lo hicieron sentir “como si Munro hubiese sido siempre mi casa”.
El entrenamiento era el último antes del partido con Argentino de Merlo, en el que había posibilidades de dar la vuelta olímpica. Después de la práctica hubo un momento para una charla en ronda en el centro del campo, con Fernández tomando la palabra durante algunos minutos. “Desde afuera puede parecer algo excepcional, pero es una cosa que hago siempre, porque al jugador hay que motivarlo en todo momento. Y para un partido así no hay que variar nada. Tenemos los argumentos numéricos y futbolísticos a nuestro favor”, sentenció el DT. Con ropa deportiva, anteojos de sol y una sonrisa permanente, caminó hacia la entrada saludando a todos los que se cruzaba, subió a su auto y salió del predio.
Jueves 31 de octubre.
Nuevamente el destino era el centro de entrenamiento. El viaje de 18 estaciones parecía largo pero el tren lo hizo con una rapidez asombrosa. Es que pese no ser eléctrico y ser comandado por locomotoras diesel, el Belgrano Norte alcanza un ritmo con el que ninguna de las otras líneas suburbanas puede soñar: casi 100 kilómetros por hora.
Aunque no llegue a esa velocidad, Franco Hanashiro sin dudas corre como nadie en el equipo. En el entrenamiento destaca en los piques cortos y largos, y una vez que termina se pone a practicar centros junto a los otros jugadores encargados de esa tarea. En él y sus compañeros se evidencia un alto nivel de concentración y determinación. Colegiales había caído en Merlo y sus rivales se acercaron a un punto. Si bien un empate les bastaba, aún no podían “cantar el alirón”.
El lateral izquierdo es uno de los que más encuentros disputó con la camiseta Tricolor, y cuenta solamente con 23 años. En medio de cambios de plantel y entrenadores, el chino fue partícipe de las dos campañas memorables en 2021 y en 2022, y fue testigo en primera mano del triste final de ambas: “El formato para ascender es duro e injusto si te ponés a pensar. Podés ser el mejor durante 40 fechas y después quedarte sin nada”, criticó y agregó: “Encima la pretemporada es lo más difícil porque acá termina el año y el grupo se desarma por completo. De repente tenés que conocer a veinte pibes nuevos y entenderte con ellos. Por eso aunque sea joven me considero uno de los más experimentados”.
Harashiro aseguró que Colegiales es su vida y que por suerte cumplió su “sueño más grande, debutar en la primera”. En su perfil de Instagram hay un video de YouTube editado por él mismo con las mejores jugadas de sus primeros años: “En parte lo hice para tener un recuerdo de lo que fueron mis comienzos”. En cuanto a sus metas futuras destacó: “Este año tuve la suerte de firmar mi primer contrato después de lucharla por mucho tiempo. Ahora lo único en lo que pienso es ascender con el Cole. Mato por jugar en el Nacional”.
Los jugadores volvieron a hacer la ronda con su DT en el medio. Esta vez fue un poco más larga de lo habitual, y culminó con una fuerte arenga colectiva. Iban a tener que sumar un solo punto, pero el peso del partido era el de varios.
Domingo 3 de noviembre.
El ferrocarril llegó a su destino. El color rojo de los vagones, los carteles azules de la estación y el radiante sol amarillo marcaban que ese mediodía era tricolor. Parecía que la tranquilidad en Munro iba a alcanzar nuevos horizontes si se tiene en cuenta que era una mañana dominical. Sin embargo, el horario atípico para un partido de fútbol hizo que desde temprano las calles se empezaran a poblar de simpatizantes.
Los alrededores del Libertarios Unidos se iban colmando. Como el estadio se encuentra bien camuflado entre las casas esta gran presencia podría parecer extraña para los que no suelen estar acostumbrados a pisar la zona. Algunas calles ya tenían globos colocados como pasacalles, se habían improvisado puestos de camisetas y los pocos negocios del barrio ofrecían múltiples descuentos. Ya en la cuadra de la platea, un grupo cada vez más grande de gente se dividía entre los que comenzaban a hacer la fila para ingresar y los que querían comprar su entrada a último minuto.
En medio de las boleterías y accesos estaba Fernando, un hombre de unos 60 años que portaba uno de los objetos más vistos en aquellas horas: una bandera. La de él tenía una particularidad, era enorme. No tenía inscripciones, era simplemente lisa con el azul oscuro, amarillo tenue y rojo. Compartía los colores y tonalidades con la de países como Rumania, Andorra, Moldavia o Chad, aunque el club se representa con franjas horizontales. “Lo bueno es que hay muchos emojis para hablar de Cole”, ironizó el señor.
“¿Por qué usamos estos colores? Hay muchas versiones”, sintetizó Fernando, y añadió: “Creo que lo más acertado es pensar en cada uno por separado: el azul reflejaba la nobleza, el amarillo la gloria y el rojo era en homenaje a las primeras pelotas que venían de inglaterra. Lo importante no es por qué sino qué representan, y básicamente no hay club en el país que tenga estas camisetas y trapos”.
Con emoción comentó que él es el encargado de agitar ese gran pedazo de tela en los recibimientos desde hace más de diez años. Es una función que con el tiempo quedó en desuso entre los grandes clubes de primera, aunque los de Munro la mantienen con orgullo. “El Trico es mi vida, y trato de aportar mi granito de arena para que nos vaya mejor”, comentó con una sonrisa. También sentenció: “Donde voy, me presento con mi nombre y apellido, y digo que soy hincha de Colegiales. Me pasa a mi y a la mayoría de socios porque esta institución es lo que nos identifica”.
Una de las puertas que estaba cerrada al público se abrió y Fernando, agarrando el palo de plástico de casi un metro, se metió. En el fondo se veía el césped y la manga, aún sin inflar. Allí es donde iba a estar él para ser el primer rostro que verían los jugadores al ingresar al campo de juego.
Mientras tanto, las tribunas se llenaron cada vez más, evidenciando una sobreventa de entradas. Poco importó eso y el calor, ya que después de un fabuloso recibimiento todo estaba listo para comenzar. El partido, de no ser por lo que significó, quedó como un 0-0 totalmente olvidable, pero Cole obtuvo lo que quería: el título.
Brands festejó en la grada, Costa en el palco, Fernández fue alzado por sus jugadores (incluyendo Harashiro) y Fernando continuó agitando la bandera en la vuelta olímpica. El Tricolor se encuentra en el mejor momento de su historia, y tanto ellos como todo Munro persiguen el mismo sueño: subirse al tren que los lleve a recorrer el país.